Beato Diego José De Cádiz

 

                                                       Predicador Capuchino.1801.

Nació en Cádiz (España) en 1743. De familia ilustre, se quedó huérfano de madre a los 9 años. 

Empezó sus estudios de gramática en Cádiz, donde se fue a vivir su padre y a los 12 años estudió lógica y metafísica en el Convento de los Padres Dominicos de Ronda de Málaga. 

José Francisco se impuso esta triple meta: capuchino, misionero y santo. Fue admitido al noviciado de los Hermanos Menores Capuchinos donde profesó en marzo de 1759.

Siguiendo la costumbre de los misioneros capuchinos de cambiar el nombre al terminar el noviciado y reemplazar su apellido con el de su pueblo natal, tomó el nombre de Diego José de Cádiz con el que fue conocido posteriormente. Los capuchinos, caracterizados por su larga barba, se consideraban a sí mismos como la rama más espiritual de la familia franciscana y al mismo tiempo como "los frailes del pueblo". 

Los Hermanos Menores usan un hábito marrón de estameña con una cuerda anudada (como todos los franciscanos), pero la diferencia principal con los otros dos grupos es que llevan una capucha unida a la túnica (de acuerdo a la forma del hábito original que usaba San Francisco) y es más larga comparada con la de las otras ramas. 

Después de siete años, en los que realizó sus estudios filosóficos y teológicos fue ordenado sacerdote en Carmona (Sevilla), a los 23 años de edad. En el Convento de Capuchinos de Ubrique (Cádiz) aprendió el ministerio de la palabra.

La predicación fue la actividad específica y privilegiada de los Capuchinos desde sus comienzos. Las misiones populares estaban constituidas por grupos de 6 o 7 predicadores que recorrían los pueblos evangelizando a los fieles, aunque en ocasiones los misioneros alcanzaron un número superior, hasta 40 y más. 

Si la iglesia era pequeña se instalaba el púlpito en la plaza y los predicadores se turnaban. El principal objetivo de las misiones era provocar entre los habitantes de los lugares visitados una convulsión de las conciencias (catarsis) que compensase la insatisfactoria atención y la rutina de los curas de parroquia.

La Misión supone una retórica basada en técnicas estudiadas de los predicadores, desde la aproximación conjunta al lugar de misión, su entrada estruendosa al anochecer y la utilización creciente de los resortes destinados a movilizar el sentimiento de culpa de los creyentes hasta la apoteosis del “asalto general”, que marca la sumisión colectiva del pueblo a las prácticas religiosas de las que se había apartado o que cumplía sólo de forma aparente. Para hacer más duraderos los frutos de la misión, los capuchinos añadían al ministerio de la palabra la práctica de la oración mental, la celebración de las Cuarenta Horas, el Vía Crucis, los Montes de Piedad, y el canto del Rosario de la Aurora. De esta manera el fondo de la religión, la creencia, era absorbido por las prácticas piadosas y el culto exterior.

Con esta preparación, y dotado de tales cualidades para la oratoria, Fray Diego José dio comienzo en 1771  a las misiones itinerantes populares capuchinas encaminadas sobre todo a la reforma de las costumbres, con tales energías apostólicas, que se le llegó a llamar el segundo San Pablo. Nunca viajó fuera de España ni aprendió idioma alguno pero en los primeros diez años no hubo población importante que no escuchase su voz. Recorrió durante su vida prácticamente toda la geografía española. Fue un predicador asombroso; los mayores templos eran incapaces de contener a sus oyentes. Sus dotes oratorias iban acompañadas de singulares gracias del cielo. Se le consideraba apóstol de la misericordia.

En los primeros 10 años no hubo población importante de Andalucía que no escuchase su voz. Enorme era la conmoción popular que se experimentaba con su predicación. No sólo promovía profunda renovación en la vida religiosa y moral, sino que repercutía también en la vida pública. En sus misiones populares, además de las instrucciones doctrinales y del sermón moral, impartía conferencias especializadas a los niños, jóvenes, hombres y mujeres.

 Fomentaba la religiosidad popular celebrando procesiones de penitencia y rosarios públicos. Divulgó la devoción a la Virgen en la advocación de la Divina Aurora. Promovió los ejercicios espirituales, como medio de renovación del pueblo cristiano, que se difundieron entre el clero secular y regular, e incluso entre seglares. A pesar del barroquismo propio de la época, se distinguió en su predicación por la sencillez y dignidad.

Se cuenta que en las misiones populares hablaba al aire libre varias horas al día ante muchedumbres de más de 50.000 personas. Al misionero Diego José también se le atribuyen dones extraordinarios de Dios, como el de profecía, éxtasis y milagros. Fue denunciado a la Inquisición, que le ordenó recortar sus audacias verbales.

Fray Diego creyó que Dios le había escogido para hacerle el nuevo apóstol de España. Su director espiritual así se lo inculcaba repetidas veces: “Fray Diego misionero es un legítimo enviado de Dios a España”. Y convencido de ello, el santo capuchino la emprendió lo mismo con las clases rectoras que con las masas populares.

Con la expansión de la Ilustración francesa su prédica se fue radicalizando con toda naturalidad desde la sublimación espiritual hacia la reacción política más agresiva. Entre la España tradicional que se derrumbaba y la España revolucionaria que se vislumbraba, Fray Diego toma sus posiciones, que son: ponerse al servicio de la Fe y de la Patria y presentar la batalla a las ideas disolventes de la Ilustración y a sus propagadores. Impulsado por vocación y por temperamento al apostolado activo, trabajó intensamente con la palabra y los escritos para difundir la fe y excitar el fervor religioso del pueblo español propugnando la cruzada contra los revolucionarios franceses (1793-1795). De ello queda como testimonio su libro: "El soldado católico en guerra de religión", dirigido en forma de carta a su sobrino Antonio, enrolado como voluntario.

En su misión en Aranjuez y Madrid en 1783 el beato se dirigió a la Corte. Pero los ministros del Rey impidieron solapadamente que oyera la llamada de Dios. Intentó también Fray Diego traer al buen camino a la vanidosa Reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV. Pero, convencido más tarde de que nada podía esperar, el santo misionero rompió definitivamente con la Corte, llegando a escribir, más tarde, con motivo de un viaje de los Reyes a Sevilla: “No quiero que los reyes se acuerden de mí”.

Además la Iglesia española se encontraba en un momento de cuestionamiento de la autoridad papal merced al continuo desarrollo de las teorías del regalismo. Había una serie de obispos, algunos amigos de Jovellanos, que eran partidarios de que el poder político nombrase obispos afines a las ideas de modernización. Entre ellos se contaban Félix Amat, Felipe Bertrán (éste, Obispo de Salamanca e Inquisidor General), José Climent o Antonio Almazán, todos ellos enfrentados a la Iglesia más reaccionaria, partidaria de la preeminencia del Papa. El fraile capuchino resistió en el mismo seno de la Iglesia estas corrientes reformistas, identificadas con lo que se ha dado en llamar Catolicismo Ilustrado. En el lado contrario se encontraban el Arzobispo de Burgos José Javier Rodríguez de Arellano y el Arzobispo de Santiago Francisco Alejandro Bocanegra y Xibaja .

Por su típico exceso de celo moralizador Fray Diego José fue acusado de hablar en público en Sevilla contra los privilegios regalistas de la Corona y de haber injuriado a algunos personajes, en 1786 en Zaragoza. Se convirtió en acusador y en acusado. En una serie de conferencias espirituales dirigidas al clero en el Seminario de San Carlos, atacó las opiniones de Lorenzo Normante y Carcavilla, abogado eminente y titular de la Cátedra de Economía Civil creada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País Aragonés que apoyaba firmemente el consumismo: los gastos en bienes de lujo como un medio de generar empleo y de mejorar la economía del Estado. Fray Diego permaneció en Zaragoza desde el 11 de noviembre hasta el 31 de diciembre, dirigiendo a los eclesiásticos varios sermones destinados a desacreditar esta teoría y denunciando a la Inquisición algunas de las enseñanzas de Normante, que consideraba heréticas (concretamente la licitud de la usura, la utilidad del lujo, la necesidad de no hacer profesión religiosa hasta los 24  años y el perjuicio que causaba al Estado el celibato eclesiástico).

Fray Diego acusa más genéricamente a Normande ante la Inquisición de "sostener que la superstición y los abusos de la Iglesia debían desterrarse para hacer feliz a España y que la Iglesia tenía usos opuestos a la felicidad de los Estados, a la vez que estas enseñanzas preparaban a España a adoptar las producciones de autores extranjeros, sobre todo por los franceses". Proposiciones que, en realidad, ni siquiera figuraban en sus obras, como declaró en 1788 una Junta especial nombrada por el Consejo de Castilla.

En un sermón predicado en la catedral de Sevilla en 1784, osó cuestionar la apropiación estatal de los ingresos eclesiásticos al tiempo que denunciaba “el mal uso que muchos harían de las rentas y bienes de la Iglesia, invirtiéndolas en cosas a que no estaban destinadas”. Este desafío a la política real no quedó sin respuesta. El Consejo de Castilla suspendió el derecho de predicación del fraile y lo desterró de Sevilla a Casares (Málaga) . A pesar de todo, fray Diego José se sostuvo contumaz y convencido de la verdad de sus ideas. Fue absuelto y reivindicado.

Sus hagiógrafos cuentan tres milagros de Fray Diego realizados en Cádiz. Pasando por la plaza de la Catedral, cayó un albañil del andamio, y Fray Diego extendió su mano deslizándose suavemente el cuerpo hasta caer al suelo sin hacerse daño. En otra ocasión, en la misma plaza pasó junto a él un sacerdote que iba a administrar el viático a un enfermo y Fray Diego no se quitó la capucha. Le llamó la atención un acólito, a lo que contestó Fray Diego: "Dile al Padre que el copón está vacío" lo cual se comprobó seguidamente. Predicando en la plaza de San Antonio, comenzó a llover en toda la ciudad menos en la referida plaza.

Murió en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801, a los 58 años, víctima del vómito negro, después de 32 años de intensa vida misionera, dejando numerosos escritos y cartas espirituales. Se conservan unos 3.000 sermones suyos. Fue beatificado en 1894.


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