San Lorenzo Justiniano

 

                                                        Patriarca de Venecia. 1455.

Venecia en los albores del Renacimiento, se mostraba radiante como lo puede estar hoy. Las góndolas navegaban por sus 150 canales, perdiéndose entre palacios y edificios majestuosos. 

Sus gentes caminaban sosegadamente por encima de los puentes que mantienen unidas las 122 islas de las se compone este bellísimo archipiélago, pero flotando en el ambiente había una cierta sensación de indecisión e incertidumbre, motivada por el gran cisma de Occidente, que iba a dar lugar a una cristiandad dividida, en la que tres papas, Gregorio XII,  Benedicto XIII y  Juan XXIII  se arrogarían para sí el título legítimo de ser el  sucesor de Pedro. 

Entre tanto la vida palaciega seguía su curso. Las familias ilustres de Venecia eran los protagonistas de la vida social y pocas entre todas ellas con un pasado tan noble como el de la familia de los Justinianos, descendientes de los Emperadores de Bizancio que veían como su historial tan glorioso se incrementaba con la venida al mundo de Lorenzo el 1 de julio de 1381, exactamente el mismo día en que se celebraba en Venecia la liberación del dominio genovés. Su familia, poseía ricos palacios, tesoros magníficos, tierras, nobleza, mucha historia y varios santos en la familia.

Querina, su madre, al saber que había dado a luz un hijo, no pudo contener su impulso patriótico y dijo: “Dios y Señor mío, disponed que este niño sea un día el sustento de nuestro país, y el terror de sus enemigos”. No sabía ella que el niño que tenía entre sus brazos iba a ser, bastante más de lo que ella podía imaginar.

Tuvo que crecer y hacerse mayor sin contar con el apoyo de su padre el noble Bernardo Giustiniani que murió cuando él era todavía un niño. Le quedó no obstante su madre, mujer valerosa que supo afrontar la situación familiar con firmeza, entregándose por entero a la educación de sus hijos. La fe y las virtudes cristianas tenían lugar preferente en el hogar de Querina y habría de ser Lorenzo el que con gran solicitud aprendiera y asimilara los sabios consejos maternales. En una cosa no habría de hacerla caso, los planes maternales de casarle con una joven de alta alcurnia, fueron rechazados por su hijo.

A la edad de 19 años va a tener lugar un acontecimiento trascendental en la vida de este joven. Un día le pareció tener una visión que el mismo nos cuenta: “Era yo entonces como todos. Con ardor apasionado buscaba la paz en las cosas exteriores, sin poder encontrarla. Hasta que un día se me apareció una virgen más brillante que el sol, cuyo nombre yo desconocía y acercándose a mí, me dijo con dulce palabra y rostro sonriente: Oh joven amable, ¿Por qué derramas tu corazón en tantas cosas inútiles? Lo que buscas tú tan desatinadamente te lo prometo yo, si quieres tomarme por esposa. Le pregunté por su nombre y por su alcurnia y ella me dijo que era la sabiduría de Dios. Le di mi palabra sin vacilación alguna y después de abrazarnos, desapreció”.  

A partir de aquí Lorenzo sería otro. Abandona el mundo y por consejo de un clérigo tío suyo, se encierra en un Monasterio de canónigos junto a otros compañeros nobles y buscadores de Dios como él. 

Un amigo que había ido al Convento para convencerlo a regresar a su casa, resolvió más bien seguir inmediatamente el ejemplo y se hizo monje. Lorenzo, vestido con el humilde sayal de fraile mendicante, iba de puerta en puerta pidiendo la limosna. La madre, una piadosa mujer, sufría al pensar que la gente podría reconocer a su hijo en ese traje, y para apresurar el regreso al convento mandaba a la servidumbre para que le llenaran de pan el canasto. Lorenzo comprendió el motivo de tanta generosidad, y desde entonces no les aceptó a los sirvientes sino un par de panes. El fraile que lo acompañaba hubiera querido evitar las puertas de las cuales salían sólo insultos, pero Lorenzo era categórico: "No hemos renunciado al mundo sólo con palabras. ¡Vamos a recibir también el desprecio!" 

El primer decenio del siglo XV señala la etapa más virulenta del Cisma de Occidente, que llega a partir en tres la Cristiandad latina bajo tres tiaras incompatibles, la verdadera de Ángel Cornaro, que toma el nombre de Gregorio XII en noviembre de 1406 y las de Pedro de Luna y Baltasar de Cosa, que pasaban por Pontífices en otras zonas, bajo los nombres de Benedicto XIII y Juan XXIII. El Papa legítimo, Gregorio XII, hombre de temple austero y costumbres piadosas, veneciano también él, conocía sobradamente a los Giustiniani y estaba al tanto de la hermosa aventura de Lorenzo. Hizo cuentas con él para cubrir un cargo de relieve: el Priorato de San Agustín de Vicenza al que iba anejo entonces el de los Santos Rústico y Fermo de Lonigo. Cinco años ocupa esta prebenda hasta que se decide renunciar a ella en favor de su Congregación. En 1404 fundó junto a otros dos aristócratas venecianos, Antonio Correr y Gabriele Condulmer (posteriormente elegido Papa con el nombre de Eugenio IV), la Congregación de San Giorgio in Alga, del cual fue luego designado como Prior y GeneralAllí la elección del Prior tiene carácter anual y el cargo cae sobre los hombros de Lorenzo los años 1409, 1413, 1418 y 1421. 

En 1423, la peste se ceba en las playas del golfo y los Canónigos de la isla encarnan heroicamente la bella estampa medieval del santo que cura llagas, absuelve a moribundos y entierra a los fieles difuntos.

Entre tanto, la Congregación va creciendo, desborda los límites vénetos y exige un Superior General. El primero, ya se sabe, Lorenzo. Menos mal que también este cargo dura un año y sólo lo ocupa en 1424, 1427 y 1429. Es éste un decenio de madurez. Acabado el primer cuarto de siglo, se retiró a la soledad de San Agustín de Vicenza, alternando la contemplación, el estudio y el gobierno. De entonces datan sus libros principales y los 39 sermones suyos que conservamos. No escribió nada profano. Ni siquiera algo que no fuera estrictamente espiritual.

No tenía el don de la oratoria, pero esto no le importaba, porque lo suplía con la palabra escrita, que usó abundantemente para la dirección del clero y de los laicos, con cartas pastorales y opúsculos en los que condensaba el fruto de sus muchas meditaciones: "Quien no utiliza al Señor lo más que puede, demuestra que no lo aprecia"; "Un siervo del Señor evita las más pequeñas faltas, para que su caridad no se enfríe"; "Tenemos que evitar los asuntos muy complicados; en las complicaciones siempre está la pezuña del diablo".

En 1433 el Papa Eugenio IV lo nombró obispo de Castello, una de las tantas islas del Véneto, forzándolo a aceptar el cargo en nombre de la santa obediencia. Su nombramiento episcopal tuvo lugar cuando aún resonaban en el aire las duras palabras de Santa Catalina de Siena a respecto de la situación de la Iglesia: “Hay tres vicios que atormentan, sobre todo, el corazón de Cristo: la avaricia, la lujuria y el orgullo. Esta triple corrupción ha invadido a la esposa de Cristo, es decir, a los prelados, que sólo buscan las delicias de la vida, el aumento del poder y la abundancia de las riquezas”.

San Lorenzo convocó a un sínodo diocesano del cual salieron sabias constituciones, muchas de ellas destinadas a la reforma del clero. “No olvidemos que un siglo más tarde un ex fraile alemán iba a buscar pretextos a su seudo-reforma en las costumbres decadentes, de los estamentos eclesiásticos. Pero debe saberse también que en España, en Italia, en Francia, en la misma Alemania los santos se anticiparon a los herejes y por el camino recto. Los siglos XIV y XV son testigos de la aparición de varios millares de libros titulados De Reformatione Ecclesiae in capite et in membris (Sobre la reforma de la Iglesia en la cabeza y en los miembros)”.

Tanto empeño tenía en que su Palacio Episcopal reflejara el espíritu de pobreza, que San Lorenzo lo mantenía ordenado y limpio. Redujo a cinco el número de sus domésticos, pero aumentó el número de sacerdotes y cantores en su catedral, para dar mayor esplendor al culto litúrgico. “Siguiendo el ejemplo de la primitiva Iglesia, que para el ejercicio de la caridad echaba mano de las viudas de avanzada edad y de virtud bien probada, el obispo de Castello solicitó también el concurso voluntario y abnegado de unas cuantas señoras virtuosas de su ciudad episcopal para aumentar su acción caritativa en favor de los necesitados. Les encargaba especialmente la delicada misión de descubrir las miserias vergonzantes”.

En 1451 el Papa Nicolás V suprimió el Patriarcado de Grado, en las proximidades de Venecia, así como la diócesis de Castello, transfiriendo todos sus privilegios a la capital de la República. Con ello San Lorenzo se convirtió en el primer Patriarca de Venecia. Autor de muchas obras ascéticas, entre las cuales "El árbol de vida", sus "Tratados acerca de la humildad, la Vida solitaria, el Desprecio del mundo" y, hacia el fin de su vida, "Los grados de perfección", el santo Patriarca se condujo con el mismo espíritu sobrenatural y la misma seriedad durante los cuatro años que ejerció el cargo.

Acostumbrado a las duras penitencias, cuando, ya anciano y enfermo, quisieron cambiarle la cama de paja por un colchón de plumas, protestó: "Cristo murió sobre la cruz, ¿y yo voy a morir en un colchón de plumas?" Murió el 8 de enero de 1455 expresando el deseo de ser enterrado en el pequeño cementerio del antiguo convento. Pero los venecianos le decretaron un verdadero triunfo. Fue beatificado en 1524 por el Papa Clemente VII y canonizado por Alejandro VIII en 1690.



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