Reliquias de Jesús

                                                              Reliquias de Jesús

Las reliquias asociadas con Jesús son reliquias cristianas que según antiguas tradiciones, se han ido recopilando a lo largo de la historia del Cristianismo y son objeto de veneración. Mientras unos creen en su autenticidad, otros dudan de su validez. Por ejemplo, en el siglo XVI, el filósofo Erasmo de Róterdam escribía irónicamente sobre la proliferación de reliquias evocando la cantidad de edificios que podrían construirse a partir de las reliquias de madera que se afirmaba eran de la cruz de la crucifixión de Jesús. Del mismo modo, al menos treinta Santos Clavos eran venerados como reliquias en toda Europa a principios del siglo XX. 


Cristo no había dejado reliquias corporales después de su Ascensión, los católicos y ortodoxos veneraron principalmente las denominadas reliquias de contacto.​ Parte de las reliquias están incluidas en el llamado Arma Christi ('Armas de Cristo' o Instrumentos de la Pasión). Algunas reliquias, como los restos de la corona de espinas, reciben solo un modesto número de peregrinos, mientras que otras, como el Sudario de Turín (asociado con la devoción católica aprobada a la Santa Faz de Jesús), reciben millones.​

Como la enseñanza cristiana generalmente declara que Cristo ascendió al cielo corporalmente, existen pocas reliquias corporales, con la notable excepción del Santo Prepucio de Jesús.

                                                      La Corona de Espinas

La corona de espinas es un símbolo cristiano que recuerda la Pasión de Jesús. Se menciona en los evangelios de Juan (19:2,5), Marcos (15:17) y Mateo (27:29).

Según los evangelios, los soldados romanos se la colocaron a Jesús durante su pasión. Tenía una doble función: humillar a Jesús (coronándolo como rey de los judíos, en tono de burla) y provocarle daño y dolor.

Aunque la Corona de Espinas de Nuestro Salvador es mencionada por 3 Evangelistas y se alude a ella a menudo por los primeros Padres cristianos, como Clemente de Alejandría, Origen, y otros, hay comparativamente pocos escritores de los primeros 6 siglos que hablan de ella como una reliquia conocida, aún en existencia y venerada por los creyentes. 

Es notable que San Jerónimo, que se extiende en consideraciones sobre la Cruz, el Título, y los clavos descubiertos por Santa Elena, no dice nada respecto a la Lanza o la Corona de Espinas, y el silencio de Andreas de Creta en el siglo VIII es aún más sorprendente. Hay todavía algunas excepciones.

San Paulino de Nola, escribiendo después de 409, se refiere a "las espinas con las que Nuestro Salvador fue coronado" como reliquias contenidas junto con la Cruz a la que Él fue clavado y el pilar en el que Él fue azotado. Gregorio de Giras afirma que las espinas en la Corona todavía lucían verdes, una frescura que se renovó milagrosamente cada día.

Él no hace mucho énfasis en el testimonio histórico por la autenticidad de la reliquia, pero el "Breviarius", y el "Itinerario" de Antoninus de Piacenza, los dos del siglo VI, claramente indican el estado que la Corona de Espinas tenía en ese período, hallándose la reliquia en la iglesia del Monte Sión.  De estos fragmentos de evidencia y otros de fecha más tardía, (la "Peregrinación" del monje Bernardo) muestran que la reliquia se encontraba en el Monte Sión en el año 870, lo que pretendió ser la Corona de Espinas se veneró en Jerusalén durante varios cientos de años.

Si se adopta la conclusión de M. de Mély, la Corona sólo se transfirió a  Bizancio aproximadamente en 1063, aunque parece, porciones más pequeñas deben haber sido presentadas a los Emperadores de Oriente en fechas más tempranas. 

En todo caso Justiniano, quien murió en 565, declaró haber dado una espina a San Germán, Obispo de París, la que se ha preservado en San-Germain-des-Prés, mientras la Emperatriz Irene, en el año 798 o 802, envió a Carlomagno varias espinas que fueron depositadas por él en Aachen.

Se conoce que 8 de esas espinas parecen haber estado en la consagración de la Basílica de Aachen por el Papa León III, y la historia subsecuente de algunas de ellas puede ser trazada sin mayor dificultad. Cuatro se dieron a San Cornelio de Compiègne en el año 877 por Carlos el Calvo. Una fue enviada por Hugo el Grande al Rey anglosajón Athelstan en el año 927 con ocasión de ciertas negociaciones políticas, y luego el paradero fue la Abadía de Malmesbury. Otra se presentó a una princesa española aproximadamente en el año 1160, y de nuevo otra se envió a Andechs en Alemania en el año 1200.

En 1238, Baldwin II, el Emperador latino de Constantinopla, ansioso por obtener apoyo para su Imperio que se tambaleaba, ofreció la Corona de Espinas a San Luis, Rey de Francia. La corona estaba entonces en las manos de los venecianos como garantía de un préstamo de muy grandes montos, pero fue reembolsado y la reliquia se llevó a París donde San Luis construyó el Sainte-Chapelle (completada en 1248) para su recepción.

Allí la gran reliquia permaneció hasta la Revolución Francesa. Luego, por un tiempo, estuvo en la Biblioteca Nacional. Después fue restaurada a la Iglesia y se depositó en la Catedral de Notre Dame en 1806.  Noventa años después (en 1896) un nuevo relicario, magnífico, de piedra de cristal, cubrió espléndidamente los dos tercios de su circunferencia  con una cubierta de plata espléndidamente forjada con joyas. La Corona que así se conserva, sólo consiste de ramas, sin rastro de espinas.

                               Corona de Espinas en la Catedral de Notre Dame

La reliquia de la corona consiste en una circunferencia de ramas o juncos entrelazados, de veintiún centímetros de diámetro que se encuentra conservada en un tubo de cristal. Carece de espinas, pues las mismas fueron repartiéndose a lo largo de los siglos. Dichas espinas se encuentran dispersas por todo el mundo y una suma de todas ellas daría lugar a unas setecientas, de las cuales ciento sesenta se encuentran en Italia. En Roma son cerca de veinte las que reciben veneración pública, incluyendo dos en la Basílica de San Pedro y una en San Juan de Letrán.

                                       Corona de Espinas en la Catedral de Notre Dame

En España se veneran en el Monasterio de El Escorial y en la catedral de Barcelona. No obstante, es sumamente difícil datar su procedencia. Sí se encuentra datada la que se venera en el Monasterio de Santa María de La Santa Espina, en Valladolid, por ser un regalo que recibió la infanta-reina Sancha Raimúndez, hermana del Emperador Alfonso VII, de Luis VII de Francia en París en 1147. A su regreso a Castilla, doña Sancha fundó un monasterio cisterciense para venerar la reliquia, donde permanece hasta hoy.


                                    Monasterio de Santa María de La Santa Espina

Una de las santas espinas, está guardada en la Catedral de Andria, en Italia. Según comenta Monseñor Luigi Mansi, esta iglesia guardó “desde 1308, como muchos saben, una distinguida Reliquia de la Pasión de Cristo, que consiste en una de las espinas que formaron la corona colocada sobre la cabeza del Salvador”. La tradición testifica que la Santa Espina cambia su apariencia prodigiosamente en los años en que el 25 de marzo, la solemnidad de la Anunciación del Señor, coincide con el Viernes SantoEn esas ocasiones, tal como comenta la Arquidiócesis de Andria,  la Santa Espina cambia repentinamente de apariencia y sufre transformaciones. En el pasado se registró la licuefacción de gotas de sangre, la reactivación del color de las manchas en la columna vertebral, la aparición de crecimientos plateados y blanquecinos de unos pocos milímetros e incluso una floración inesperada.

Se considera que una especie de casco de espinas fue colocada por los soldados romanos. A manera de venda de ramas que sirvió para unir las espinas. Parece probable según M. De Mély, que ya en el momento cuando el círculo se trajo a París las 70 espinas se habían ya separado de la venda de ramas, San Luis y sus sucesores las habían distribuido. Se trataba de un relicario diferente. Ninguno de éstos componente, permanece ahora en París. Algunos fragmentos pequeños de las ramas también se conservan en Sainte Couronne en París, en Arras y en Lyons. Con respecto al origen y carácter de las espinas, se asume que deben haber pertenecido a un arbusto conocido botánicamente como Zizyphus Spina Christi, más popularmente, el árbol jujube. Se trata de una planta que alcanza entre 15 o 20 pies de altura y se encuentra creciendo en abundancia por los alrededores de Jerusalén. Este arbusto desarrolla ramas curvas que tienen espinas en pares, una espina recta y una encorvada, estando ambas en cada punto. La reliquia que se conservó en la Capilla Spina en Pisa, así como que en Trier, aunque con historia más temprana y dudosa, están entre las más grandes de tamaño.

Nadie puede disputar el hecho de que no puede hablarse sobre la autenticidad de las espinas que habrían sobrevivido. M. de Mély ha podido enumerar más de 700 de tales reliquias. De nuevo, en tiempos comparativamente modernos no siempre es fácil rastrear la historia de estos objetos de devoción que a menudo se han dividido y multiplicado. Se veneran dos "espinas santas" en la actualidad, una en la iglesia de San Miguel en Ghent, la otra en la Universidad de Stonyhurst. Ambas profesan algo que pude ser muy probable, que son espinas dadas por la Reina María de Escocia a Tomás Percy Earl de Northumberland.

Finalmente, debe señalarse que la apariencia de la Corona de Espinas de manera artística, sobre la cabeza de Cristo en representaciones de la Crucifixión, es posterior al tiempo de San Luis, y a la construcción de la Sainte-Chapelle. Algunos arqueólogos han indicado que es posible descubrir una figura de la Corona de Espinas en el círculo que a veces rodea el emblema del chi rho en los primeros sarcófagos cristianos. Esto, no obstante, puede ser con mucha probabilidad, el círculo de representación de un laurel corona.


                                           Las columnas del Templo de Jerusalén

El magnífico templo que había en Jerusalén cuando murió el Redentor fue destruido, y según el sagrado vaticinio pronunciado por sus labios sagrados, no quedó piedra sobre piedra.

Constantino el Grande hizo trasladar 12 columnas de este templo destruido, para que se colocaran delante de la Confesión de San Pedro. Hoy en día aún se ven 8 debajo de la magnífica cúpula del Vaticano, dos en el altar de San Mauricio, dentro de la capilla del Santísimo, y otra en la cámara inferior de la capilla de la Piedad, que según la tradición es en la que estuvo apoyado el divino Jesús cuando a la edad de 12 años disputó con los doctores de la Ley.


Columnas en la Capilla del Santísimo en Ciudad del Vaticano

La columna llamada ‘santa’, custodiada por una verja, recibió este nombre porque en ella, según la tradición, solía apoyarse Jesucristo cuando predicaba en el templo. Y por este motivo era objeto de veneración.


                                                             Columna Santa                  

Empezó después a ser llamada ‘de los obsesos’ o ‘de los endemoniados’ porque antiguamente se ataban a ella los endemoniados mientras eran exorcizados. Y ¿por qué se utilizaba para tal fin? Precisamente porque, por haber estado en contacto con Jesús, poseía toda la energía suficiente, que se añadía a la del exorcista, para expulsar a los espíritus malignos. Desde 1965 esta columna se encuentra en el tesoro de la basílica, en la conocida como Sala de la Columna.


                                                             Columna Santa

Es muy probable que estas columnas sirvieran de inspiración a Bernini para las columnas que sostienen el famoso baldaquino del altar mayor de la basílica. El parecido es evidente. En la foto podemos ver tanto el baldaquino como las columnitas del balcón que corresponden a la capilla de Santa Elena. Estas últimas, aunque midan más de tres metros, al lado del baldaquino berniniano, que tiene casi treinta metros, parecen pequeñas.


                                                          Columnas de Bernini

                                          Clavos de la Crucifixión

La versión oficial sostiene que los clavos utilizados para traspasar los carpos y los pies de Cristo fueron tres.

Muchos autores en el pasado han sostenido que fueron cuatro, como también puede comprobarse en buena parte de la iconografía.

Los clavos de la crucifixión de Cristo se encuentran entre las reliquias más deseadas y están consideradas más preciosas. La tradición afirma, una vez más, que fueran hallados por la Emperatriz Elena el 3 de mayo del año 326, junto con la cruz, y que los llevó consigo junto con otras reliquias y a una parte de la tierra del Calvario. 

Siempre según esta tradición, en la travesía de regreso de Jerusalén a Roma, gracias a uno de los clavos que fue sumergido (o lanzado) en las aguas turbulentas, la Emperatriz pudo placar la gran tempestad. Una vez en Roma, uno o parte de éstos fue mandado engarzar en el bocado del caballo de Constantino y en el yelmo. 

Constantino presumiblemente los volvió a llevar, o lo que quedaría de ellos (tal vez uno o dos) consigo a Constantinopla. Según otra tradición uno o parte de estos clavos fue mandado incorporar en la corona imperial. Uno, probablemente se quedó en Roma.

De un exhaustivo inventario de santos clavos venerados en el mundo realizado por Fleury, resulta que existen 33 clavos considerados auténticos, distribuidos en 29 ciudades. Pero hay más, incluidos algunos fragmentos. En Roma había dos, y el total de clavos presente en Italia habría sido de 16. Algunos podrían ser los utilizados para el ensamblaje de la cruz y otros para fijar el titulus crucis, aunque poco probable. Sin embargo existe un discreto número de ‘copias auténticas’ que se hacían utilizando un poco de limadura de los que se consideraban originales, siendo así asimilados a los auténticos. Incluso esta ‘asimilación’ podría hacerse cogiendo otros clavos y poniéndolos en contacto con uno considerado auténtico.

En la basílica de Santa Cruz en Jerusalén de Roma, en la capilla de las reliquias, desde tiempos muy antiguos se venera un santo clavo que siempre se ha considerado como uno de los que trajo la Emperatriz Elena, y por lo tanto auténtico. Por este motivo se hicieron numerosas copias, como demuestran las evidentes señales de rascado para obtener partículas del mismo. El tamaño de este clavo parece ser adecuado para soportar el peso de una persona. Actualmente tiene una longitud de 11,5 cm y un diámetro, en el punto más ancho, de 0,9, siendo la sección cuadrada. Falta la punta, por lo que debía tener unos 16 cm de longitud. La cabeza no es la original pues se rehízo posteriormente. 


                                                 Clavo en la Basílica de Roma

La basílica de Santa Cruz en Jerusalén era anteriormente el palacio de Elena. A su vuelta de Jerusalén, Elena colocó en uno de los salones de su palacio las santas reliquias, convirtiéndolo en una capilla privada en la que se esparció la tierra del Calvario. El palacio, a la muerte de Elena, fue donado por Constantino a la Iglesia que lo transformó en basílica. 


                                    Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma

En el año 327 se consagró la basílica que ahora conocemos con el nombre de Santa Cruz en Jerusalén, llamada anteriormente Hierusalem romana, o Eleniana, o Sessoriana, por el nombre original del palacio, Sessorium, que a su vez se erigía al lado de las Termas Elenianas, del Circo Variano y del Anfiteatro Castrense, cuyas ruinas aun pueden visitarse.


                                   Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma

No está claro el origen de todos los demás clavos en circulación, excepto el Sagrado Clavo de Siena venerado en el hospital de Santa Maria della Scala, porque procede de Constantinopla, y por este motivo se cree que puede ser uno de los que presumiblemente fueron hallados por la Emperatriz Elena y vuelto a llevar a Constantinopla. El clavo permaneció en el tesoro de la casa real bizantina hasta 1354, cuando el mercader veneciano Pietro di Giunta Torrigiani, lo compró junto con otras reliquias. El Papa Inocencio VI mostró gran interés por la reliquia, pero fue disuadido por el rector del hospital de Santa Maria della Scala de Siena, Andrea di Grazia, que quería transformar Siena en un lugar de peregrinación, aprovechando que era una ciudad de paso para ir a Roma. Pero para ello, era necesario una reliquia importante. Hizo pues, a su vez, una oferta muy generosa. Pero como la venta de reliquias estaba prohibida, el trato se concluyó con un certificado de ‘donación’ al hospital.


                                                        Santo Clavo de Siena

Santa Maria della Scala era uno de los hospitales más antiguos de Europa y se convirtió en uno de los más famosos. Las múltiples donaciones que recibía de los ciudadanos ricos hicieron que llegara a ser uno de los edificios más importantes de la ciudad. Con numerosas obras de arte, se convirtió, al mismo tiempo, en uno de los mayores propietarios de tierras de la ciudad. Además de hospital, fue orfanato, centro de asistencia, museo y banco. La gran cantidad de donaciones que recibía bastaba no solo para distribuir limosnas, sino también para prestar dinero. 


                                                  Santa Maria della Scala

Cuando en el siglo XIV el Sagrado Clavo fue trasladado a Siena la ciudad se convirtió también en un importante centro de peregrinaciones. Para custodiarlo, junto con otras reliquias, se construyó una nueva capilla, la Capilla del Manto, dedicada a la Virgen del Manto. Sucesivamente disfrutó de una capilla en exclusiva, la Capilla del Sagrado Clavo, y en el siglo XVI se fundó la Cofradía del Sagrado Clavo. El hospital se cerró definitivamente en 1995 y en su lugar hoy hay un museo. 


                                                   Santa Maria della Scalla

Este clavo tiene características similares al de Roma, pero es bastante fino (¿por haber sacado muchas esquirlas?). Tiene una longitud de 15 cm, no tiene cabeza y la punta está partida.


                                                               Clavo de Siena

Estos dos clavos son los únicos candidatos a ser considerados originales. Luego están los ‘Sagrados bocados’, de Milán y Carpentras pero están fundidos, por lo que la comparación es imposible. Muchos más están expuestos en diferentes partes de Europa.

El Santo Clavo de Milán, llamado también ‘Sacro Morso’ (bocado sagrado), es una especie de bocado de unos 30 centímetros y que pesa unos 700 gramos. En una de las extremidades tiene una anilla enganchada a otra mayor. Está formado por otros dos elementos: un hierro en forma de ‘U’ con dos anillas en los extremos y una especie de alambre grueso enroscado. A simple vista puede verse con cierta dificultad, porque se encuentra suspendido a 42 metros de altura por encima del altar mayor del Duomo de Milán encerrado dentro de una gran cruz, aunque una luz roja perenemente encendida nos indica su lugar exacto.


                                                             Clavo de Milán

La tradición sitúa la llegada de esta reliquia en el siglo IV, siendo un don del Emperador Teodosio a San Ambrosio, entonces obispo de esta ciudad. No olvidemos que Milán, a finales del siglo IV era la capital administrativa del Imperio Romano de Occidente. Pero hay otras teorías que sitúan la llegada a Milán de esta reliquia entre los siglos VI y XIII, y aun siendo distintas entre sí, todas están de acuerdo en afirmar que se hallaba en Constantinopla por lo menos hasta el siglo VI.

Durante varios siglos no hubo más noticias acerca del santo clavo, hasta que en el siglo XIV, en un texto de 1389 que recoge los actos de la iglesia de la antigua catedral de Milán, Santa Tecla, se afirma que la reliquia se conservaba en ese lugar desde tiempo inmemorial, donde recibía la veneración de muchos feligreses. A raíz de la demolición de la vieja basílica, la reliquia fue trasladada al Duomo en 1461. Pero es difícil determinar si la reliquia ahora custodiada en el Duomo y venerada como el ‘Santo Clavo’ es la misma de la que hablaba San Ambrosio en su discurso pronunciado en el funeral del Emperador Teodosio en en año 395. Además, el hecho se complica aún más porque éste no es el único ‘Sacro Morso’ existente. 


                                                           Clavo de Milán 

En Carpentras, cerca de Aviñón (Francia), desde el siglo XIII se venera ‘Le saint mors’, custodiado en el tesoro de la catedral de Saint Siffrein. Según una teoría, esta reliquia se encontraba en Milán cuando fue llevada a Constantinopla por el Papa Virgilio (537-555) para donarla al Emperador Justiniano. 


                                                         Clavo de Carpentras

La reliquia permaneció en esta ciudad hasta el fin de la IV Cruzada, en 1204. En esta vergonzosa cruzada Constantinopla fue expoliada en un gran baño de sangre y la reliquia fue llevada a Roma. 

Cuando en 1309 Clemente V fijó la nueva sede papal en Aviñón, se la llevó consigo. La reliquia fue inmediatamente custodiada en Carpentras, al reparo de todos los sucesivos tumultos provocados por el Cisma. Seguidamente Nicolás V (1447-1455), primer Papa romano elegido después de la reconciliación, la declaró auténtica.


                                                           Clavo de Carpentras

El Santo Clavo de la Catedral de Notre Dame de París: 9 cm, es demasiado pequeño; el Santo Clavo de Colle Val d’Elsa (Siena), de 22 cm, que dicen sirvió para clavar el Titulus Crucis; el Santo Clavo de Tréveris: 15 cm, fechado en el siglo X; el de Viena, de 18,8 cm x 2 de ancho. Otros clavos considerados importantes están en el tesoro de la catedral de Colonia, en la catedral de Essen en el castillo de Wawel (Polonia) o en la catedral de Bamberg y de Tréveris (Alemania) , o en Venecia, donde hay tres, etc.


                                                           Clavo de Bamberg

En lo referente a la Corona de Hierro, un examen llevado a cabo bastante recientemente ha determinado que el anillo en el interior que se creía estaba hecho con un clavo de Cristo fundido, no es de hierro sino de plata y tiene la función de mantener juntas las 6 placas doradas de la corona. Sigue custodiada en la catedral de Monza (Italia).



                                                           Corona de Hierro

                                                 La Túnica Sagrada

Según la costumbre hebraica, tres habrían sido las prendas llevadas por Jesús: una túnica interior (interula, subucula) más corta en el caso de personas humildes y en el caso de los ricos larga hasta los tobillos, con mangas cortas o medias mangas; una túnica larga (tunica), sujeta por la cintura, y que llegaba hasta los pies y una capa (pallium, toga) que se utilizaba en la estación fría y no en casa. La túnica podía ser de lana, tejida de una sola pieza de arriba abajo. En algunas fuentes se menciona que la de Cristo pudo haber sido tejida por la Virgen María.

Una de estas túnicas fue la que echaron a suertes los soldados porque, siendo inconsútil, es decir sin costuras, no se podía dividir. Ésta, además, es la única que se cita en la pasión. No está muy claro si se trata de la interior o la exterior. Probablemente la interior, con la que llegó al Calvario, ya que le habrían ya quitado la exterior.

“Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: ‘No la rompamos; sino echamos a suerte a ver a quién le toca’. Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados”. (Jn 19, 23-24).

Además de este pasaje del Evangelio de Juan, en los evangelios encontramos otras referencias a estas prendas, incluido el manto ‘escarlata’, ‘púrpura’ según Marcos, que los soldados de Herodes le pusieron a Jesús para burlarse de él, devolviéndole después a Pilato. Del manto púrpura o escarlata no se sabe nada, salvo que hace tiempo muchas iglesias decían poseer un trozo. En el caso de la túnica, en cambio, la historia es otra.

En la actualidad existen dos túnicas, una en Tréveris (Alemania) y la otra en Argenteuil (Francia): ambas reivindican ser la túnica inconsútil. Tienen características diferentes y en ambos casos su autenticidad es difícil de demostrar, es más, es muy dudosa, aunque paradójicamente las dos podrían ser auténticas. Además, hay otros lugares en los que se afirma (o afirmaba) poseer esta túnica, como por ejemplo Mskheta en Georgia o Constantinopla, sin hablar de pequeños trozos supuestamente presentes en muchas partes del mundo.


                                                   Túnica de Tréveris (Alemania)


                                                Túnica de Argenteuil (Francia)

Tratándose de una reliquia de la Pasión, considerar a Santa Elena como la portadora de la misma siempre fue el primer recurso de todos los historiadores de la Iglesia, sobre todo tratándose de Tréveris, que durante un tiempo fue la capital del Imperio de Occidente y donde vivió la misma Elena con su hijo Constantino.

La catedral de Tréveris, en la que se conserva actualmente, está construida sobre la antigua residencia real. Santa Elena habría entregado la túnica al obispo Agricio de Tréveris. Hasta ese momento, la túnica habría permanecido en Jerusalén y luego se la habría llevado la Emperatriz junto con otras reliquias de la Pasión. Pero esta hipótesis es altamente improbable. Si así fuera, tratándose de una reliquia tan importante, fuentes eminentes del siglo IV, como San Ambrosio, la habrían mencionado, por ejemplo en la homilía que pronunció en el funeral de Teodosio, en la que habló del clavo de Cristo.


                                                      Catedral de Tréveris (Alemania)

Por otro lado, si la túnica fue echada a suerte es probable que alguno de los discípulos la hubiera recomprado a su nuevo propietario. Luego se perdió su rastro hasta el siglo VI, cuando Gregorio de Tours menciona su existencia, diciendo que era venerada en Gálata, cerca de Constantinopla. Su coterráneo Fredegario escribía, en cambio, que fue hallada en el 590 en Zafad, Palestina, y luego llevada a Jerusalén.

No sabemos cómo llegó a Tréveris, pero ya desde el siglo XI en la catedral de esta ciudad se veneraba un cofre con reliquias que se suponía pudiera contener la túnica del Señor. Las fuentes escritas, que reportan antiguas tradiciones, consideran como auténtica esta reliquia; pero no son anteriores al siglo XII. En 1196, en el curso de algunas obras dentro de la catedral, se descubrió el cofre con la túnica, que permaneció bajo el altar mayor hasta 1512, fecha en la que el Emperador Maximiliano de Habsburgo mandó levantar el pavimento para verificar la presencia de la reliquia. En aquella ocasión encontraron tres cajas, una dentro de otra, todas selladas, y en la última se hallaba la túnica doblada en dos en el sentido de su longitud, envuelta en un paño de algodón y tres de seda, uno azul, uno rojo y el otro blanco. Pero la túnica estaba hecha trizas y por este motivo decidieron reconstruirla. Los trozos se fijaron sobre una túnica litúrgica y de esta manera la reliquia pudo ser expuesta, colgada de un bastón que entraba por una manga y salía por la otra.


                                                           Túnica de Tréveris              

La afluencia de peregrinos fue tal que la ciudad de Tréveris se enriqueció en poco tiempo y el fenómenos hizo aumentar la búsqueda y exposición, por parte de monasterios cercanos a Tréveris, de otras reliquias (incluso falsas). Tréveris obtuvo del Vaticano las mismas indulgencias para los peregrinos que la visitaban que las que se concedían por la visita de la tumba de San Pedro, pero a cambio de un tercio de los ingresos.

Evidentemente esto desencadenó la furia de Lutero (las famosas 95 tesis contra las indulgencias) y a partir de ese momento la reliquia se expuso solo cada 7 años, coincidiendo con la exposición de las de Aquisgrán

Luego, a partir del siglo XVII en adelante, las exposiciones fueron más esporádicas. En la de 1810 hubo una afluencia de unos 220.000 peregrinos. En la de 1844 la reliquia fue visitada por un millón de peregrinos, pero el acto dio lugar a encendidos debates públicos de corte anticlerical y satírico contra la que llamaban ‘idolatría’ que llevaba a la adoración de reliquias. No obstante, en la siguiente exposición de 1891, la última del siglo XIX, el número de los peregrinos fue de unos dos millones, y así también en 1933.

La actual túnica está formada por siete capas de tejidos destinados a proteger la túnica original que se encuentra en su interior, cinco del año 1512 y dos de finales del siglo XIX (1890), según comprobó la famosa arqueóloga M. Flury-Lemberg en 1973-74. Estos tejidos se mantienen juntos por una cola gomosa que fue aplicada en 1891. Con el pasar de los siglos y con el clima húmedo de Tréveris la parte original del tejido, de lino o algodón, se había disuelto casi completamente y los fragmentos se pulverizaban con el solo contacto. Por lo tanto su restauración con aguja e hilo era impensable. Además, el examen del tejido no permitió fechar exactamente la prenda, ni tampoco su origen, debido al pésimo estado de conservación de la misma.


                                                Túnica de Treveris (Alemania)

En el siglo VI San Gregorio de Tours dijo que la túnica comprada por los fieles fue llevada a Gálata, en Asia Menor, a unas 150 millas de Constantinopla. Allí se custodió en una basílica, en un cofre de madera. Desde esta ciudad fue llevada a Zaphat (Jaffa) para protegerla de los ataques de los persas que hicieron una incursión en Armenia en el año 290 destruyendo todas las iglesias. Más tarde, hacia el 594 fue trasladada solemnemente a Jerusalén por tres Patriarcas: Gregorio de Antioquía, Tomás de Jerusalén y Juan de Constantinopla. Después de veinte años fue trasladada a Persia, junto con la Vera Cruz, por el rey de los persas Cosroe II (614). Heraclio consiguió rescatarla y fue transferida, en 627, a Constantinopla, luego a Jerusalén y más tarde de nuevo a Constantinopla.


                                                Túnica de Treveris (Alemania)

Luego tenemos la Túnica de Argentuil. Aunque con más detalles, la primera parte de la historia de esta reliquia se asemeja a la de la túnica de Tréveris. De hecho, una sola es la túnica inconsútil. Pero después, lógicamente, las historias se separan: desde Jerusalén (o Constantinopla) a Francia o desde Jerusalén a Alemania. Y esto manteniendo la hipótesis de que se trate de la verdadera túnica.


                                                    Túnica de Argentuil (Francia)

Si la llegada de la túnica a Tréveris desde Palestina, no habiendo otra explicación plausible ni conocida, se hace remontar a Santa Elena (en este caso no podía encontrarse en Gálata en el siglo VI), el viaje de la de Argenteuil es más conocido. Encontrándose la reliquia en Constantinopla entre los tesoros de la corte bizantina, la Emperatriz Irene la donó a Carlomagno, junto con otros importantes regalos porque, según algunos historiadores, quería casarse con él. Por lo menos esto es lo que cuenta una tradición. Otra dice que fue un regalo del Papa León III a Carlomagno, porque en la lista de reliquias del palacio del Letrán figuraba una túnica, desaparecida después.

En este último caso habría que saber cómo llegó a Letrán. Pero digamos que, en cualquier caso, fue un regalo a Carlomagno. Pero, si así fuera, entonces ¿Qué túnica fue la que se mostró en 1202 (es decir, antes de la IV Cruzada, cuando la ciudad fue saqueada) al arzobispo de Novgorod, Antonio, en el palacio real de Constantinopla, junto con otras reliquias de la Pasión?

Teodorada, hija de Carlomagno, manifestó el deseo de entrar en el monasterio de Argenteuil, muy cerca de París, que dependía de la famosa abadía de Saint Denis. El Emperador, como no podía ser de otra forma, hizo que entrara como abadesa y regaló al monasterio la preciosa reliquia.

Contrariamente a la de Tréveris, esta reliquia pasó por un montón de vicisitudes. En el año 856 una invasión normanda destruyó el monasterio y las religiosas tuvieron que huir, habiendo previamente escondido la sagrada túnica en un muro. 

Fue hallada en el 1156 por monjes benedictinos que se habían establecido en ese lugar, y la reliquia fue inmediatamente declarada auténtica por el arzobispo Hugo de Rouen en presencia del rey Luis VII. En 1569 los hugonotes incendiaron la iglesia, cogieron el relicario en la que estaba custodiada y dejaron la reliquia. Por este motivo fue guardada en un cofre de madera. 

En 1680, María de Lorena donó un magnífico relicario con piedras preciosas que desapareció en 1791, con la Revolución Francesa, cuando el monasterio fue saqueado. La reliquia pudo ser salvada llevándola a la iglesia parroquial de Saint Denis. 

Una banda de revolucionarios había forzado la entrada a la Sainte Chapelle, destruyendo y saqueando todo a su paso. Se perdieron muchas reliquias, incluso un fragmento de la Vera Cruz del relicario de Balduino y el asta de la Santa Lanza. El abad Ozet, anterior rector de Argenteuil, temió que sucediese lo mismo con la Santa Túnica que seguía estando a su cuidado. Tomó  la decisión de cortarla en piezas y esconder cada una en un sitio diferente y dos años más tarde, cuando también las iglesias empezaban a ser asaltadas, el párroco dividió la túnica en cuatro partes, con la esperanza de poder salvar por lo menos una de ellas. Una parte, la más grande, la enterró en el jardín y las otras las entregó en custodia a unos feligreses. Al final, lo que no hicieron los legionarios lo hizo el párroco de Saint Denis.

En 1800, los restos hallados eran solo tres. En 1854, bajo petición del Papa Pío IX, fue llevado a Roma un trozo pequeño de unos 15 cm. En 1891 fueron recompuestos y cosidos sobre otra túnica de satín blanco todos los trozos hallados. Hasta el siglo XIV a la reliquia se la llamaba ‘hábito’ o ‘cappa salvatoris’. Después, poco a poco, se impuso el término ‘túnica’ y de esta manera entró en conflicto con la de Tréveris.

La descripción que de ella hacían los habitantes de Argenteuil, antes de que fuera dividida en partes, es que el tejido era de lana, su parte inferior tenía una especie de borde, es decir una parte más resistente, y que era de punto tejida de arriba abajo, sin costuras. La túnica podía llegar hasta debajo de la rodilla, con medias mangas. Las medidas: 1,45 de alto y 1,15 de ancho. En 1892 expertos franceses realizaron un examen de los restos hallados, entre los cuales unos químicos. El fragmento principal es de 1,22 x 1,10 m. y el segundo más grande de 68 x 43 cm. Falta la parte del cuello y una parte de la delantera; las mangas se han conservado en gran parte, pero están desgastadas en el borde inferior; se han conservado la parte del pecho y de los hombros.

Una vez examinada la prenda, decretaron que podía tratarse de la túnica interior de una persona adulta de sexo masculino. El tejido está compuesto por hilos trenzados de lana de oveja y no presenta costuras. Coincide con las muestras analizadas de tejidos antiguos coptos o hallados en tumbas cristianas de los siglos II y III. La técnica del tejido es oriental (urdimbre en forma de Z), y aún hoy en día existe. Además se han observado cambios de color en algunos puntos que revelarían manchas de sangre. Los análisis realizados en 1932 y 1934 encargados por el obispo de Versailles confirman que las manchas grandes, reconocibles a los rayos infrarrojos, son de sangre, como ya se observó en 1892.

Estudios más recientes (1998 y 2004) realizados por sindonólogos y científicos del Instituto d’Optique de Orsay y del Instituto de Genética Molecular de París compararon las manchas de sangre con las de la Sábana Santa de Turín. Estas corresponden a las que se han hallado en la reliquia de Turín, teniendo presente que no se esparce de la misma manera la sangre de un cuerpo parado (como en la Sábana Santa) que la de un cuerpo en movimiento y con una carga en los hombros. Coincide también el grupo sanguíneo, AB, el ADN (fórmula cromosómica de un hombre semita árabe), y hay otras coincidencias. Esto podría indicar que esta túnica en realidad podría ser la túnica interior que llevaba Cristo cuando subió al Calvario y que las manchas de sangre serían las provocadas por las heridas, causadas por la flagelación. En este caso la de Tréveris podría entonces ser la túnica exterior, aunque durante siglos ha sido siempre considerada como la inconsútil de la Pasión y siempre ha sido la más famosa.

                                   Relicario de la Túnica de Argenteuil (Francia)

En 2003 dos laboratorios diferentes llevaron a cabo la prueba de carbono 14 sobre la túnica: el primero fechó la reliquia alrededor del 600 y el segundo, sobre otra muestra, alrededor del 775. En este caso se trataría de una falsificación medieval. También la Sábana Santa fue sometida a esta prueba que fechó la reliquia al 1300. La prueba del carbono 14 por muchos no es considerada fiable sobre tejidos porque no tiene en cuenta muchos aspectos que podrían alterar el resultado, como la contaminación de la muestra.

Cuando en 1983 se anunció la última ostensión, para 1984, y hasta estos últimos exámenes realizados, hubo un período en que la túnica levantó muchas polémicas sobre todo en la prensa francesa de inspiración socialista. En diciembre de 1983 la reliquia fue misteriosamente sustraída de su teca de la basílica de Saint Denis de Argenteuil pero después, debido a las protestas de los feligreses, en febrero de 1984, de nuevo misteriosamente, reapareció y la ostensión pudo tener lugar. En el 2000, año jubilar, tuvo lugar la última ostensión, pero la túnica no fue sacada de su pequeño relicario en la que normalmente se guarda enrollada. La próxima está prevista para 2034.



                                          Los pañales del Niño Jesús


Aunque las reliquias de Cristo más veneradas son las de la Pasión, hay otros objetos que, sin embargo, recuerdan su infancia. Desde el famoso y polémico prepucio a los listones de su cuna, o la paja del pesebre, fragmentos del establo, que en realidad era una gruta y de la cual existen muchos fragmentos en diferentes iglesias. Pero hay más: también tenemos sus pañales.

En los Evangelios Apócrifos, ya se habla de ellos como un presente que María y José les hacen a los Reyes Magos. Ante tan desigual intercambio (oro, incienso y mirra por un pañal usado…) cualquiera pensaría que los pobres monarcas se llevarían un fiasco, pero en absoluto. Cuando volvieron a su tierra, nos cuenta el Evangelio Árabe de la Infancia que hicieron una gran fiesta y como eran de una cultura tan exótica y extraña decidieron coger tan preciado regalo y tirarlo a una hoguera descubriendo que el pañal era ignífugo. Sin duda tenía los super poderes que se le presuponen a las reliquias de primera división.

Desde entonces hay un largo vacío en la historia del santo o santos pañales porque fueron varios los venerados en el mundo. Sin embargo, el mejor documentado es el que se conservaba en la catedral de Lérida.


Según la tradición piadosa, el primer pañal que usó Jesucristo se conservaba en Jerusalén, gracias a los discípulos de Jesús que imaginamos tuvieron la tarea ímproba de buscar un pañal al menos 33 años después de que el Mesías lo usase . En Jerusalén permaneció hasta que el 2 de octubre de 1187 irrumpen las tropas Saladino entregándoselo a su señor.

 Los herederos de Saladino lo van transmitiendo hasta caer en manos del Sultán de Babilonia, quien a su vez lo entregará a la hija del rey de Túnez, quien le profesó tal veneración que incluso se lo llevó a la Meca en uno de sus peregrinajes. De este modo el Santo Pañal acabó custodiado por los reyes de Túnez hasta que aparece en escena el protagonista de esta historia, el comerciante Arnau de Solsona. Por motivos laborales Arnau se encontraba en Túnez donde conoció a dos catalanas cautivas Elisenda, y su hija Guillamona.


No se sabe si Guillamona era hija biológica o solo adoptiva de Arnau pero lo cierto es que él es tomado por padre en el resto de la historia, pues pese al triste destino que les esperaba en su cautiverio, su suerte cambió de golpe. El heredero al trono tunecino se enamoró perdidamente de Guillamona gracias a lo cual ella se convirtió en princesa teniendo acceso al tesoro real, donde estaba… ¡exacto, el Santo Pañal!

                               

Pese a que robar es pecado, aquí la tradición piadosa lo pasa por alto y Guillamona los sustrae a los tunecinos entregándoselo a su madre ya casada con Arnau cuando el matrimonio consiguió la libertad para volver a Lérida. Allí, Elisenda lo guarda en absoluto secreto hasta su muerte, y antes de fallecer le confiesa a Arnau el valor de aquella pieza y éste finalmente la entrega a la catedral el 4 de diciembre de 1297. Desde entonces ritos, cofradías y todo tipo de homenajes han rendido culto al santo pañal. Aunque de él solo quedan 3 hilos, estaba considerada como una reliquia extraordinaria porque estaba dotada de poderes especiales. Curaba enfermedades si se la aplicaba en la cabeza y era refractaria al fuego. El Rey Fernando VII la llevó a Madrid para evitar problemas con el parto de la Reina Isabel II. 


                                                            Santo Pañal de Lérida

Durante la Guerra Civil Española (1936-39) la reliquia quedó casi destruida, quedando solo pocos hilos, que ahora se conservan también en Barcelona y en Escalona del Prado (Segovia).


Santo Pañal de Lérida

Encontramos estas tiras de tela en diferentes lugares del orbe cristiano y en la mayor parte de los casos no sabemos de qué manera han llegado a dichos lugares ni cómo o por qué tienen la consideración de pañales del Niño Jesús, o cómo son venerados como tales. En Roma existen en diferentes iglesias, como por ejemplo en Santa María la Mayor. Parece ser que a inicios de siglo V las Emperatrices Eudoxia y Pulqueria obtuvieron del Patriarca de Jerusalén algunos pañales del Niño Jesús y podría ser posible que algunos llegasen a Roma junto con la Sagrada Cuna. 

Luego esta reliquia cayó en el olvido. Curiosamente los pañales volvieron a estar de actualidad en 2007, año en que se empezó la misa de Nochebuena con una procesión de la reliquia llamada ‘panniculum’, un pequeño trozo de tela de unos 20 x 15 cm, que se presentaba como una parte de esos pañales. De este hecho se hicieron eco muchos diarios romanos del 28 de diciembre de ese mismo año.


                                     Pesebre y Pañal Santa María la Mayor (Vaticano)

Otro ‘pañal’ famoso es el de Spoleto (Italia), con una tira de lino de baja calidad de 20×25 cm, conservado en el Museo Diocesano, cerca de la Catedral, con certificado de autenticidad. Se volvió a descubrir en 1996, después de varias décadas, y a partir de esta fecha se expone en la catedral en Nochebuena.

Una de las reliquias más notables en exhibición en el Tesoro del Relicario de la Catedral de Dubrovnik (Croacia), es el pañal o “ropa de cuna” de Jesús. Esta reliquia se exhibe en un voluminoso relicario de plata, profusamente adornado con figuras aladas, arabescas y otros acentos decorativos. Aunque la mayoría de las traducciones al inglés describen la reliquia como un pañal o pañales, podría describirse con más exactitud como la “ropa de cuna” de Jesús.


                                        Relicario de la Catedral de Dubrovnik (Croacia)

La veneración de los pañales de Jesús se asocia más frecuentemente a Aquisgrán, Alemania, donde se conserva desde el siglo XIII un conjunto más famoso de pañales. Ubicada en el Santuario de oro de Santa María (Marienshrein) en la Catedral de Aquisgrán, los pañales de ropa (Windel Jesu) rara vez se pusieron en exhibición pública antes del siglo XIV. Desde entonces, la reliquia se ha exhibido en Aquisgrán aproximadamente cada siete años.


                                              Santo Pañal de la Catedral de Aquisgrán

En un documento que trata justamente sobre esta reliquia, se explica que desde la antigüedad, la tradición médica sostenía que aquellos niños recién nacidos a los que no se les envolvía con telas a manera de impedir el movimiento de brazos y piernas (el texto hace referencia a la manera de envolver a los niños como si fueran “capullos” para evitar que se volteen y mueran de asfixia o de replicar la sensación de estar en la matriz de su madre) podrían desarrollar extremidades deformes si eran dejadas sin envolver; por lo tanto, hasta aproximadamente el siglo XIV, las representaciones de la Natividad mostraban comúnmente al niño Jesús envuelto fuertemente en un paño con forma de capullo.


                                                   La Sagrada Cuna

“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”. (Lc 2,7).

También del nacimiento de Cristo existen diferentes reliquias, una de las cuales goza de muchísima devoción: la Sagrada Cuna. En la capilla de la confesión, es decir bajo el altar papal de la basílica de Santa María la Mayor de Roma, hasta hace muy poco se podía admirar un precioso relicario ovalado de cristal rematado por un niño en oro, obra de Valadier, donado por la Duquesa Pignatelli. Este relicario, de 1797, es el cuarto que se utiliza para este fin, ya que los primeros tres fueron robados. 


                                                             Sagrada Cuna (Vaticano)

En su interior hallamos cinco pequeños listones de madera. De éstos, uno probablemente perteneció a un antiguo cuadro de la natividad, desaparecido en el saqueo de Roma de 1527, mientras que los otros cuatro, son de madera de sicomoro, o arce, de la zona de Palestina, y que podrían tener unos 2.000 años. Tienen una muescas o ranuras para permitir que los listones puedan ser ensamblados en forma de X, de dos en dos, para formar una especie de caballete (faltando el eje horizontal de unión) que podría haber sido utilizado como soporte de una cuna de barro, según el uso de aquellos tiempos.

Un objeto similar se veneraba ya desde los primeros siglos de nuestra era en la Basílica de la Natividad de Belén y así lo relata, entre otros testigos, San Jerónimo que pasó prácticamente toda su vida cerca de la gruta de Belén.


                                                 Basílica de la Natividad en Belén

La llegada de la reliquia a Roma se hace remontar, de manera verosímil, a los tiempos del Papa Teodoro I (642-649), que era hijo de un obispo de Jerusalén, y que le habría sido donada por el Patriarca de esta ciudad, San Sofronio, para salvarla de la invasión musulmana. Esta es una de las hipótesis, porque desafortunadamente esta tradición no está documentada. La selección de esta basílica para custodiar esta reliquia no es casual. Fue construida en el año 432 por el Papa Sixto III como templo dedicado a la Virgen después del Concilio de Éfeso del año 431 en el que fue proclamado el dogma de la maternidad divina de María. Inicialmente fue llamada ‘Santa María ad Praesepem’ porque el Papa mandó construir en la primitiva basílica una ‘Gruta de la Natividad’ idéntica a la de Belén, y donde probablemente fue colocada inicialmente la reliquia.


                                                        Gruta de Belén (Israel)

El actual relicario es una magnífica obra de arte. Es de cristal en forma de cuna, sujetado por cuatro amorcillos dorados. En la parte superior el niño, con la mano en signo de bendición, está recostado en un suelo de paja. En el pasado la Sagrada Cuna, durante las fiestas navideñas, era trasladada a la nave central de la basílica. Pero últimamente, debido al mal estado de conservación de los restos, sólo se la movía solo durante la misa de Nochebuena.


A partir del siglo XII numerosas fuentes documentan la grandísima devoción a esta reliquia,  que perdura hoy en día. Incluso Francesco Petrarca afirmaba que en Roma el peregrino puede venerar la “Cunabula Salvatoris”… 

Pero actualmente la famosa reliquia ya no se puede venerar en Roma sino en Belén. El Papa Francisco decidió devolverla a su lugar de origen después de la reciente visita del Presidente de Palestina Mahmoud Abbas al Pontífice. La Sagrada Cuna llegó a Belén el 30 de noviembre 2019 y es custodiada en la iglesia franciscana de Santa Catalina de Belén, contigua a la basílica del a Natividad.



                                                       El Santo Prepucio

Del Santo Prepucio de Jesús no se habla en los Evangelios. Únicamente en el evangelio de Lucas hay una mención a la circuncisión, un rito obligado en el seno de la religión hebrea. “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lc 2,21).

Mayores detalles los encontramos en el apócrifo ‘El Evangelio Árabe de la Infancia’: “Y, cuando fueron cumplidos los días de la circuncisión, es decir, al octavo día, la ley obligaba a circuncidar al niño. Se lo circuncidó en la caverna, y la anciana israelita tomó el trozo de piel (otros dicen que tomó el cordón umbilical), y lo puso en una redomita de aceite de nardo viejo. Y tenía un hijo perfumista, a quien se la entregó, diciéndole: ‘Guárdate de vender esta redomita de nardo perfumado, aunque te ofrecieran trescientos denarios por ella’. Y aquella redomita fue la que María la pecadora compró y con cuyo nardo ungió la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo y sus pies, que enjugó enseguida con los cabellos de su propia cabeza”(V-1).

María Magdalena, según las escrituras, compró ungüento o aceite para ungir el cuerpo de Cristo después de su muerte. Si dentro del tarro hubiera encontrado algo o no, ni siquiera los apócrifos lo comentan. ¿Lo adquirió a este perfumista? Y además, qué pasó con el prepucio? Otra versión nos la ofrece Santa Brígida de Suecia que en una de sus ‘Revelaciones’ o visiones, la Virgen María le reveló que llevaba el prepucio siempre consigo como si fuera una joya. También le reveló que antes de su Asunción al cielo entregó el precioso ‘objeto’ a San Juan Evangelista.

Después, el silencio absoluto. Del prepucio no se supo más nada durante varios siglos hasta el año 800, cuando Carlomagno lo donó al Papa León III en ocasión de su coronación como Emperador del Sacro Romano Imperio, la noche de Navidad de aquel mismo año, que se llevó a cabo en la basílica de San Pedro en Roma, por parte de dicho Papa. El Papa lo mandó custodiar en el Sancta Sanctorum de San Juan de Letrán junto con otras reliquias. Pero ¿Cómo había llegado la reliquia a las manos del Emperador?

Según parece, la Emperatriz Irene de Bizancio la donó a Carlomagno (conociendo su pasión por las reliquias) con la esperanza de casarse con él y así reforzar su reino. Pero el Emperador no tenía ninguna intención de desposarla y de hecho, no lo hizo. Por este motivo, el Emperador decía que el Santo Prepucio había sido un regalo de un ángel: un día entró en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén para rezar y un coro de ángeles lo acogió y le hizo este precioso regalo.

Sin embargo, no sabemos si la reliquia en sí tenía la propiedad de multiplicarse o, como afirmaban algunos, se hicieran de ella varios trocitos, ya que hacia el siglo XV existían nada menos que 14 prepucios custodiados en diferentes monasterios e iglesias de Europa.

Entre los prepucios europeos más famosos, el que estaba en el monasterio benedictino francés de Coulombs fue enviado a Inglaterra en 1421 destinado a ocupar un espacio al lado del tálamo nupcial de Enrique V, para asegurar el embarazo de la reina. El olor dulce que emanaba garantizaba el nacimiento a los nueve meses exactos. Muchas reinas lo utilizaron para tal fin.

Otro famoso Santo Prepucio era el de Charroux (es decir, carne roja, ¿será una casualidad?), y según una tradición francesa, fue una donación de Carlomagno a los monjes, pero aparentemente fue destruido por los Hugonotes durante las guerras de religión en Francia (siglo XVI). Pero reapareció en el siglo XIX: estaba escondido en un muro. Esto provocó un desencuentro sobre la autenticidad de esta reliquia con respecto a la que estaba conservada en Roma.

El de Amberes llegó a esta ciudad después de la Primera Cruzada, hacia el año 1100, y había sido vendido por el Rey Balduino I de Jerusalén. De esta reliquia el obispo de Cambrai durante una misa vio salir tres gotas de sangre que mancharon los linos del altar. Por este motivo se erigió una capilla para custodiar tanto el prepucio como la cubierta manchada, convirtiéndose el lugar en meta de muchas peregrinaciones. A pesar de ello, a partir del siglo XVI en adelante no se expuso nunca más. Y puesto que de todos los demás no se volvió a saber nada, el de Roma quedó como el único y, según la Iglesia, el oficialmente auténtico, puesto que su mayor competidor (Charroux) todavía no había reaparecido.

El prepucio de Roma, como ya se ha comentado, estaba custodiado en el Sancta Sanctorum de San Juan de Letrán, donde hoy está la Scala Santa. En el año 1527, los soldados mercenarios del Emperador Carlos V saquearon Roma y consiguieron entrar incluso en el Sancta Sanctorum. En Calcata, un pueblo a unos 35 km de Roma, fue capturado y apresado uno de estos mercenarios que había tomado parte en el saqueo. Este escondió el relicario con el prepucio en la celda que fue sucesivamente descubierto, después de 30 años, en el año 1557. Desde entonces se hizo famoso y lo sacaban en procesión todos los años, el 1 de enero, día de la Circuncisión.

Al igual que Santa Brígida de Suecia, otras famosas  místicas tuvieron visiones del Santo Prepucio. Santa Catalina de Siena, por ejemplo, imaginó llevar la reliquia en el dedo como si fuera un anillo nupcial, mientras que la austriaca Agnes Blannbekin, del siglo XIII, imaginó ingerirlo, como una hostia consagrada.

Independientemente del problema de su autenticidad, el prepucio era una reliquia ‘incómoda’ porque era objeto de encendidas disputas teológicas. Había quien sostenía que no podía existir ninguna parte de Cristo en la tierra porque, habiendo resucitado y ascendido al cielo, ninguna parte de su cuerpo habría quedado en tierra: en el momento de la ascensión también el prepucio habría ‘volado’.  Cristo estaba en el cielo en la plenitud de su perfección, y por añadidura el prepucio era la consecuencia de un rito hebreo, por lo tanto poco aceptable para la veneración cristiana.

Otros decían que podía ser considerado como las uñas o los excrementos, y no como la piel, por lo tanto podía ser objeto de devoción. Todo lo que atañía al cuerpo de Cristo, en suma, ponía problemas teológicos que no existían con las reliquias de los santos (entendiendo como reliquias, en este caso, partes del cuerpo). Por lo tanto fue la reliquia que más estuvo en el punto de mira de las corrientes ‘antirreliquias’ a partir de la época protestante. El de Calcata se había convertido en el blanco de la ironía de James Joyce quien, en su Ulises, lo llamó ‘el anillo nupcial de la Santa Romana Iglesia Católica’. En 1983 desapareció. Muy probablemente el prepucio fue robado para enriquecer una colección privada, o simplemente fue vendido por el valor intrínseco de su relicario, habiéndolo vaciado de su contenido. Pero también hubo quien pensó que la misma Iglesia se había encargado de hacerlo desaparecer, dado que esta ‘peculiar’ reliquia no había hecho más que dar problemas. Por todos los motivos indicados el culto a esta reliquia fue oficialmente prohibido por la Iglesia a través del decreto 37 del 3 de Febrero de 1900, decreto que incluso prohibía escribir y hablar del Santo Prepucio so pena de excomunión. Pero sucesivamente esta pena fue ‘suavizada’, y a los devotos de esta reliquias sólo eran considerados como ‘vitandi’, es decir, personas ‘a evitar’. El Concilio Vaticano II eliminó definitivamente del calendario litúrgico romano la celebración del día de la circuncisión, que era el 1 de Enero, el octavo día desde el nacimiento de Cristo, aunque sigue celebrándose en el rito ambrosiano y por la Iglesia Ortodoxa.

                                                         Las Tinajas de Caná

 “A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.  Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dice: "No tienen vino". Jesús le dice: "Mujer, ¿Qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora". Su madre dice a los sirvientes: "Hagan lo que él os diga".

Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: "Sacad ahora y llevadlo al mayordomo" les dijo Jesús. Ellos se los llevaron.

El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua) y entonces llama al esposo y le dijo: "Todo el mundo pone primero el vino bueno, y  cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado vino bueno hasta ahora".

Éste fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él”.(Jn 2, 1-11).

Sin embargo, a pesar que fueran solo 6 y ‘en principio todas iguales’, existen en Europa muchos recipientes/tinajas de diferentes colores, capacidades, formas, etc., que son identificados como una de las utilizadas en el milagro de las Bodas de Caná. También lo decía Collin de Plancy“Hay una en Pisa, una en Rávena, otra en San Salvador en España, una cuarta en Venecia en la iglesia de San Nicola al Lido, una quinta en Moscú, una sexta en Bolonia; existe una séptima en Tongres, una octava en Colonia, una novena en Angers, una décima en la abadía de Cluny, una undécima en la abadía de Port-Royal de Paris, una decimosegunda en Beauvais, una decimotercera en Orléans. Todas están completas.

Además existen trozos de otras tinajas rotas en Saint Denis y en otros lugares. Y otras tinajas enteras, pero menos famosas, en varios monasterios de Grecia o católicos. Pero el Evangelio indica que eran solo seis. Y lo más curioso es que no se parecen entre sí, ni en tamaño ni en forma. La de Paris contiene cincuenta pintas; la de Colonia apenas dieciocho. La de Bolonia era un jarrón de mármol antiguo decorado con flores en relieve. La de Beauvais era un recipiente de terracotta. Se necesitaban tres hombres para mover, vacía, la tinaja de Port-Royal; solo uno para llevar la de Tongres llena. No obstante, el Evangelio especifica que todas estas tinajas tenían la misma capacidad”.

Es muy difícil seguir el rastro de todas estas tinajas que el autor describe en el siglo XIX. Muchas de las citadas no son fáciles de hallar hoy en día, pero otras sí. La de Pisa se encuentra en Santa Maria Assunta, es decir la catedral, a la derecha del ábside, sobre una pequeña columna. Se trata de un jarrón de dos asas, de pórfido esculpido, de 47 cm de alto, llevado a la ciudad al regreso de la Primera Cruzada, en 1099. Habría sido un regalo de los pisanos al arzobispo de la ciudad, Daiberto, quien había participado en la Cruzada al lado de Godofredo de Bouillon. Pero la datación de esta pieza es del siglo IV.  En Nápoles había dos hidrias traídas en 1280 de Jerusalén por el virrey Ruggero San Severino, enviado por Carlos de Anjou a Palestina. Fueron colocadas primero en la capilla de Castelnuovo y después en Casaluce (Caserta, Italia), en la iglesia de Santa Maria ad Nives. Son de alabastro, de diferente forma y medida, y son del siglo III. 


                                                     Tinajas de Caserta (Italia)

En el museo diocesano de Brindisi (Italia) se conserva una hidria en piedra procedente de Tierra Santa, con capacidad de 22 litros. Se trata de una pieza del siglo VIII, realizada en Egipto, en mármol serpentino.


                                                             Tinaja de Brindisi (Italia)

La de Santa María de’ Servi en Bolonia, visible en una de las capillas de la derecha, es del siglo I. Es de mármol y decorada, y llegó en 1359, donada al general de los Servitas por el sultán de Egipto. En la catedral de Caorle (Francia), en el lado izquierdo del presbiterio, hay una hidria de mármol, con la inscripción en griego ‘uddton’ (de las aguas) pero es del siglo VI y podría ser una fuente para agua bendita. En el museo de la abadía de San Colombiano en Bobbio (Piacenza, Italia) se expone una hidria de alabastro donada, según la tradición, por el Papa Gregorio Magno. Esta también presume ser una de las seis tinajas de las Bodas de Caná. Pero parece ser que tenía más bien algo que ver con prácticas funerarias. De hecho, hay una muy similar en los Museos Vaticanos y ha sido fechada en torno al siglo XIII. En Oviedo (España), en una de las paredes laterales de la catedral hay un nicho-armario, donde se conserva una hidria en mármol, que se abre cada 21 de septiembre, fecha en la que también se expone el Santo Sudario. Se forman largas filas para beber el agua que contiene. Se ignora cómo llegó a Oviedo y la primeras fuentes que hablan de ello se remontan al siglo XI. De hecho, en un inventario de objetos de la catedral del mismo período, leemos: “In ipsa autem principali ecclesia habetur una de sex idriis in quipus Dominus aquam verter in vinum” (en esta iglesia principal se conserva también una de las seis hidrias de las que el Señor transformó el agua en vino). Era muy visitada por los peregrinos que iban a Santiago, que obtenían indulgencias para rezar a San Salvador, a quien está dedicada la catedral, entre otras cosas porque, y según un antiguo dicho ‘el que va a Santiago y no al Salvador, visita al criado y deja al Señor’. Esta hidria es muy grande: 71 cm de alto x 62 de profundidad, con un diámetro externo de 92 e interno de 61. Pero sus características excluyen que se trate de un objeto del siglo I.

                                                              Tinaja de Oviedo (España)

En la iglesia de Santa María de Cambre (La Coruña, España), hay otra hidria de piedra, presunta tinaja de Caná. Faltan las asas. En realidad tiene más aspecto de fuente bautismal. Los habitantes del lugar desde hace siglos atribuían a este objeto poderes milagrosos. De hecho, rasgando un poco su superficie, el polvo obtenido se mezclaba con aceite y determinadas hierbas. El ungüento resultante se aplicaba en la piel de las mujeres embarazadas. Esta hidria está presente en esta localidad a partir del siglo XVI y llegó de Palestina con el Conde de Traba, Conde de Jerusalén en el siglo XII. En el borde de la hidria puede leerse la inscripción IDRIE-JHLM (hidria Jerusalén). Parece un objeto del siglo XII. En Angers (Francia), en cambio, hay una fiesta en honor de la hidria de pórfido allí presente.

                                                       Tinaja de la Coruña (España)

Hay que saber que según la tradición, el milagro de las Bodas de Caná se produjo un 6 de enero, fecha que compartía con la Epifanía y el bautismo de Cristo, según la teoría de Jacopo da Varazze quien sostenía que los tres eventos habían acontecido en esa misma fecha. Por este motivo la Iglesia, hasta no hace mucho tiempo, celebraba estos tres eventos juntos. Actualmente, sin embargo, la memoria del bautismo de Cristo se celebra el domingo siguiente a la Epifanía mientras que el episodio de las Bodas de Caná aparece sólo cada tres años, el segundo domingo después de la Epifanía.

Y ¿Qué se hacía el día de la Epifanía en los primeros siglos? Se llenaban las tinajas de agua para el rito de purificación, que por este motivo se llamaban ‘tinajas de la epifanía’ o ‘hidrias de Caná’, es decir, utilizadas en el día en el que se conmemoraba el milagro. Y se fabricaban muchas, incluso de materiales preciosos, para ser destinadas a tal fin; también podían llevar inscripciones que hacían referencia al rito de la bendición de las aguas que se producía el día de la Epifanía. Sabemos, por tanto, de dónde nace la confusión: una ‘hidria de Caná’ no es la utilizada en el milagro, sino que se trata de un nombre genérico de un recipiente destinado a un uso concreto. Pero la confusión ha hecho que los que las traían a Europa, sobre todo durante el tiempo de las Cruzadas, pudieran creer de haber encontrado una de las auténticas hidrias del milagro de las Bodas de Caná.



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