Beata Ana María Gesualda Antonia Taigi
Esposa y Madre. Vidente. 1837.
Nacida en Siena, Italia, en 1769; muerta en Roma. Sus padres, Luigi Giannetti y Maria Masi, poseían una farmacia en Siena, pero perdieron toda su fortuna y se vieron obligados a trasladarse a Roma en búsqueda de un medio de vida. Anna Maria tenía entonces 5 años. La pusieron unos meses en la escuela pero luego llegó una epidemia de viruela y cerraron la escuela. Ella medio aprendió a leer, pero no aprendió a escribir. Apenas medio garrapateaba su firma y nada más. Su familia vivía en una mísera casucha en un barrio pobre de Roma.
El padre consiguió trabajo como obrero y desahogaba el mal genio que le producía su extrema pobreza, insultándola sin compasión. La mamá también la humillaba frecuentemente, y a la pobre muchacha no le quedaba otro remedio que callar y ofrecer todo por amor a Dios. Aprendió a hacer costuras, y trabajando en el almacén de dos damas que fabricaban ropa de señora, y así ayudaba a conseguir la alimentación para su familia. Y aunque sus padres, que en vez de conformarse con su suerte, eran cada día más irascibles y la trataban con extrema dureza, ella tenía siempre la sonrisa en los labios, tratando de alegrar un poco la amargada vida de su hogar. Su mayor consuelo y alegría los encontraba en la oración.
Un día en la casa donde trabajaba su padre, le avisaron que quedaba vacante un puesto de sirvienta, y él llevó para allí. Poco después la mamá fue admitida también como sirvienta, y así la familia tuvo ya una habitación fija y la alimentación segura. Ana María era una excelente trabajadora y todos en la casa quedaron muy contentos del modo tan exacto como cumplía sus labores. Cuando Ana tenía 20 años y era una joven muy hermosa, empezó a encontrarse cada semana con un obrero de 28 años llamado Domingo Taigi que venía a traer mercado a la familia donde ella trabajaba. Se enamoraron y se casaron. Él era tosco, malgeniado, y duro de carácter, pero buen trabajador, y ella lo irá transformando poco a poco en un buen cristiano. En su matrimonio tuvieron 7 hijos.
Hasta ese momento nada extraordinario había sucedido en su vida. Pero un día mientras estaba arrodillada con su marido en la Confessio de San Pedro sintió una fuerte inspiración de renuncia a las pequeñas vanidades del mundo que ella se podía permitir. Empezó prestando poca atención a la forma de vestir y escuchando la voz interior de la gracia. Un día en que Domingo y Ana María fueron a visitar la Basílica de San Pedro, un santo sacerdote, el Padre Ángel, sintió que cuando ella pasaba por frente a él, una voz en la conciencia le decía: "Fíjese en esa mujer. Dios se la va a confiar para que la dirija espiritualmente. Trabaje por su conversión, que está destinada a hacer mucho bien". El Padre grabó bien la imagen de Ana, pero ella se alejó sin saber aquello que había sucedido.
Y he aquí que la santa empezó a sentir un deseo inmenso de encontrar algún buen sacerdote que la dirigiera espiritualmente, para poder llegar a la santidad. Estuvo en varios templos pero ningún sacerdote quería comprometerse a darle dirección espiritual. Además era una simple sirvienta analfabeta y llena de hijos. Pocas esperanzas podía dar una mujer de tal clase. Pero un día al llegar a un templo vio a un Padre confesando y se fue a su confesionario. Era el Padre Ángel, el cual al verla llegar le dijo: "Por fin ha venido, buena mujer. La estaba aguardando. Dios la quiere guiar hacia la santidad. No desatienda esta llamada de Dios". Y le contó las palabras que había escuchado el día que la vio por primera vez en la Basílica de San Pedro.
Desde entonces empieza para Ana María una nueva vida espiritual. Bajo la dirección espiritual del Padre Ángel comienza a llevar una vida de oración y penitencia, pero por consejo de su director espiritual deja de hacer ciertas penitencias que le hacían daño para la salud y se dedica a cumplir aquel viejo lema: "La mejor penitencia es la paciencia". En pleno verano bajo el calor más ardiente, hace el sacrificio de no tomar bebidas refrescantes. Demuestra gran paciencia cuando su marido estalla en arranques de mal genio. Madruga para tener todo listo para sus hijitos que van a estudiar, y se dedica con todo el esmero posible a educarlos lo mejor posible. Sufre con admirable paciencia las burlas de muchas personas que la tildan de "beata" y "besaladrillos", etc.
Todo el dinero que podía reservar lo dedicaba a los pobres y miserables, y no siendo rica era en cambio muy caritativa. De los hospitales que visitaba regularmente, su preferido era el de San Giacomo de los Incurables. A pesar de su amor por los pobres, nunca descuidó a su familia.
Toda la familia tenía costumbre de reunirse para rezar en una pequeña capilla privada, y allí, posteriormente, celebraban la misa con un sacerdote que vivía con la familia. Las grandes virtudes de Ana María eran recompensadas con regalos extraordinarios de la gracia de Dios. Durante muchos años, cuando rezaba en su capilla tenía éxtasis y visiones frecuentes, en las que preveía el futuro.
Ana María empieza a ver el futuro en medio de un globo de fuego que se le aparece. Y a su casa llegan a consultarle personas de todas las clases sociales. Cardenales, sacerdotes, obreros y gente de las más diversas profesiones. A unos anuncia lo que les va a suceder y a otros lo que ya les sucedió. Y a todos da admirables consejos, ella que ni siquiera sabe firmar.
Conocía sucesos pormenorizados y admirables: el desastre de Napoleón en Rusia, la Revolución de Bruselas, los números de muertos en las batallas, las intrigas de las cortes, cosas que quedaban comprobadas por los sucesos más tarde, al llegar las noticias reales".
Con respecto a los tiempos escatológicos le fue revelado que "Cuando parezca que la Iglesia ha perdido los medios humanos de hacer frente a las persecuciones, después de purificar al mundo y a su Iglesia y de arrancar de cuajo toda la mala hierba, Nuestro Señor operará un renacimiento, milagroso triunfo de su misericordia, y su mano poderosa volverá a poner el orden allí donde es impotente el esfuerzo humano. Dios purificará a su Iglesia enviando dos castigos: uno en forma de guerras, revoluciones, peste, matanzas sobre la tierra; y otro enviado desde el Cielo. Vendrán temblores de tierra y una obscuridad total que durará 3 días y 3 noches, en los que nada será visible y el aire se volverá pestilente, nocivo y dañará. Durante esos 3 días de tinieblas la luz artificial será imposible ya que sólo las velas benditas arderán y durante esos días los fieles deben permanecer en sus casas rezando el Santo Rosario y pidiendo a Dios misericordia. Todos los malos perecerán en toda la tierra durante esta obscuridad universal, con excepción de algunos pocos que se convertirán. Millones de hombres morirán por el hierro, unos en guerras, otros en luchas civiles; otros millones perecerán en los 3 días de tinieblas. A la prueba seguirá un renacimiento universal y se hará "un solo rebaño y un solo pastor".
Profecías cumplidas hechas por Ana Maria Taigi para asegurarnos la confianza que podemos depositar en las relacionadas con los Últimos Tiempos:
- Ella predijo la abdicación de Carlos IV, Rey de España, la caída de Napoleón, la fecha de la liberación del Papa Pío VII, el asesinato del Padre General de la Orden Trinitaria (ella era miembro de su Tercera Orden);
- Ella conocía la fecha y la hora de la muerte de Napoleón;
- Anunció una terrible plaga que estallaría en Roma como un castigo de Dios el día después de su muerte.
- Ella predijo la muerte del zar Alejandro I a un general ruso que la visitó un día antes de que la noticia llegara a Roma; también dijo que su alma se había salvado porque había muerto católico y había protegido al Papa y a la Iglesia. De hecho, poco antes de morir en 1825, Alejandro I se convirtió a la fe católica.
- Durante los últimos 25 años de su vida, Mons. Raffaele Natali, un sacerdote de confianza y secretario del Maestro de Cámara de Pío VII, registró sus profecías y éxtasis en más de 4.000 páginas escritas a mano.
Domingo Taigi dejó escrito: "Cuando llegaba a mi casa la encontraba llena de gente desconocida que venía a consultar a mi mujer. Pero ella tan pronto me veía, dejaba a cualquiera, aunque fuera un Monseñor o una gran señora y se iba a atenderme, y a servirme la comida, y a ayudarme con ese inmenso cariño de esposa que siempre tuvo para conmigo. Para mí y para mis hijos, Ana María era la felicidad de la familia. Ella mantenía la paz en el hogar, a pesar de que éramos bastantes y de muy diversos temperamentos. La nuera era muy mandona y autoritaria y la hacía sufrir bastante, pero jamás Ana María demostraba ira o mal genio. Hacía las observaciones y correcciones que tenía que hacer, pero con la más exquisita amabilidad. A veces yo llegaba a casa cansado y de mal humor y estallaba en arrebatos de ira, pero ella sabía tratarme de tal manera bien que yo tenía que calmarme al muy poco rato. Cada mañana nos reunía a todos en casa para una pequeña oración, y cada noche nos volvía reunir para la lectura de un libro espiritual. A los niños los llevaba siempre a la santa misa los domingos y se esmeraba mucho en que recibieran la mejor educación posible".
Para llevarla a la santidad, Dios le permitió muy fuertes sufrimientos, que ella ofrecía siempre por la conversión de los pecadores. Por meses y años tuvo que sufrir una gran sequedad espiritual y angustias interiores. Antes de morir padeció 7 meses de dolorosa agonía. Y a pesar de todo, su eterna sonrisa no desaparecía de sus labios. Sufrió la pena de ver morir a 4 de sus 7 hijos. Además tuvo que sufrir por las calumnias y murmuraciones de la gente.
De varias personas anunció la fecha en que iban a morir y se cumplió exactamente. Anunció también graves peligros y males que iban a llegar a la Santa Iglesia Católica y en verdad que llegaron. Pidió a Dios y obtuvo de Él que mientras que ella viviera no llegara la peste del tifo negro a Roma. Y así sucedió. A los 8 días de su muerte llegó la peste a Roma. Murió a los 68 años.
Ejerció una influencia peculiar sobre ciertas personas y convirtió a muchos pecadores a Dios. Durante su vida sufrió mucho tanto corporal como espiritualmente, y a veces fue cruelmente calumniada. Pero después de su muerte su nombre comenzó pronto a ser venerado en Roma. Su cuerpo fue varias veces trasladado, y permaneció finalmente en San Crisogono en el Trastevere donde permanece incorrupto.
El proceso de su beatificación comenzó en 1863, y fue proclamada por el Papa Benedicto XV en su beatificación en 1920, como esposa y madre ejemplar.
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