Beata Hadewych de Flandes

 

                                                         Mística. Religiosa. 1200.

Priora del Convento Premonstratense de Mehre (Meer), cerca de Büderich, en Rhenish Prusia; nacida aproximadamente en 1150; murió el año 1200. 

Fue hija de Hildegundis con quien fundó el convento de Meerabout 1165, y a quien sucedió como Priora en el convento en 1183. Su hermano Herman era Preboste del Monasterio de Premonstratensie de Kappenberg, en la diócesis de Münster, durante 1171-1210. Ella, así como su madre y su hermano, es contada entre lo beatos.

Hadewych nació en el siglo XIII, en un lugar indeterminado de Flandes entre Bélgica y Holanda, y por su cultura y piedad temprana puede afirmarse que creció en una familia acomodada, culta y cristiana de veras. Unos dicen que en Amberes, pero no se puede demostrar. Pocos datos fiables de su vida se conocen, a lo mucho, de su época. 

Se sabe fue una escritora prolífica, aunque no se conserven muchas de sus obras, y casi ninguna original, sino a través de copistas que las distribuían. Conocía latín, griego, francés, música, teología, Escrituras, Santos Padres, etc. Entre las posturas extremas del racionalismo en Pedro Abelardo y la intuición empírica de San Bernardo, Hadewych se sitúa en medio, reuniendo razón y amor en un punto: la caridad efectiva, la práctica del amor de Cristo, que sana al alma propia y la ajena. 

Sus obras se suscriben a sus experiencias místicas, las cuales explica descriptivamente, o pone en canciones o poemas. También se conservan 31 cartas, casi todas dirigidas a otras mujeres espirituales que buscaban la perfección en Cristo, a las que, sin embargo, no nombra y que han pasado al olvido. Da consejos para la vida espiritual, anima, reprocha, pero sobre todo se nota que ama a sus destinatarias, y todos los textos rezuman a Jesucristo. Algunas de estas cartas son también rimadas, las más íntimas. Esquematizan la doctrina, consejos, experiencias místicas en estrofas sencillas. Es un trabajo didáctico, pues la intención es que el destinatario se quede con el verso que resume la carta. Algunos tal vez ni podrían leer, otros podrían memorizar y copiar. Es un método muy personal y seguido por místicos de gran valía, como San Juan de la Cruz, por ejemplo, el cual compone canciones llenas de símbolos, imágenes y de fácil memorización, que apoyan su enseñanza espiritual.

Por otro lado, sus poemas tienen una tendencia igualmente seguida por almas espirituales y pedagogas de lo divino: asimilar los versos espirituales con melodías populares y muy conocidas de la época. Es un medio sencillo y efectivo de que lleguen a calar en los destinatarios. Lo harían también, entre otros, Santa Teresa y Santa Teresita. En el caso de nuestra beata incluso han sido interpretados en épocas actuales actualmente con instrumentos musicales semejantes a los medievales. Además, Hadewych se sirve de representaciones del amor “mundano”, la naturaleza, la alegría del amor esponsal, siempre referidos a Cristo. Y un tema es recurrente: Cristo languidece por amor y anhela al alma, mientras que el alma, que suspira por el Amado, no le halla hasta que se purga de otros afectos y distracciones, aunque esta espera es ya amor, según Hadewych. Una vez unidos, nada los separa ya. Sus visiones igualmente están cargadas de símbolos e imágenes impactantes, que recuerdan al Apocalipsis, el bíblico y otros semejantes. Algunas aluden a la gloria de los santos, locuciones de estos y sobre todo de Jesús.

Esta obra mística está principalmente dirigidas a religiosas, por lo que en cierta época se pensó había sido monja, incluso abadesa de alguno de los prestigiosos monasterios de Brabante. Pero los mejores historiadores concluyen que, si acaso, fue una beguina en Bruselas. Su espíritu libre, forma de escribir y trato íntimo con Cristo, sugieren más la espiritualidad beguina, más propia y femenina que las de los monasterios, donde los prelados metían de vez en cuando las narices. Sus vivencias, datos, comparaciones y alusiones místicas sugieren que viajaba y que no vivía en un sitio fijo y encerrado como un monasterio. Además, su papel defensor del beguinato frente a la Inquisición, que las consideraba herejes, la revela como defensora de este movimiento que, si bien no profesó (no sabemos), al menos sí lo conoció y protegió con sus escritos. Incluso si no hubiera sido una de ellas, fue una de sus líderes en cuanto a la defensa de tan peculiar status en la Iglesia.

Las beguinas eran una asociación de mujeres cristianas, de diferentes clases sociales, contemplativas y activas, que dedicaban su vida a la ayuda a los desamparados, enfermos, mujeres, niños y ancianos, y también a labores intelectuales. Organizaban la ayuda a los pobres y a los enfermos en los hospitales, o a los leprosos. Trabajaban para mantenerse y como no hacían votos perpetuos de castidad o clausura, eran libres de dejar la asociación en cualquier momento para casarse.

No había casa-madre, ni tampoco una regla común, ni una orden general. Establecían sus viviendas cerca de los hospitales o de las iglesias, en sencillas habitaciones donde podían orar y hacer trabajos manuales. Cada comunidad o beguinaje era autónoma y organizaba sus propia forma de vida con el propósito de orar y servir como Cristo en su pobreza.

Una carta de 1065 menciona la existencia de una institución similar al beguinaje en Vilvoorde (Bélgica). Desde el siglo XII, el movimiento se difundió rápidamente desde la región de Lieja a Holanda, Alemania, Francia, Italia, España, Polonia y Austria. Algunos beguinajes, como los de Gante y Colonia, llegaron a contar con miles de integrantes. El extenso renacimiento religioso que originaron los beguinajes generó sociedades similares para los hombres, los begardos.

Como escritoras, las beguinas encontraron el obstáculo de ser laicas y mujeres, pero alegaron el mandato de la inspiración divina. En este sentido, las beguinas rivalizaron con el poder eclesiástico y patriarcal, al considerar la experiencia religiosa como una relación inmediata con Dios, que ellas podían expresar con voz propia sin tener que recurrir a la interpretación eclesiástica de la palabra divina.


A instancias del Papa Clemente V, el Concilio de Vienne las condenó en 1312. Decretó que "su modo de vida debe ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios". En 1318, Juan XXII estableció mediante la Bula Gloriosam Ecclesiam que, tanto beguinas como franciscanos espirituales fueran castigados, sobre todo los que habían sido refugiados por Federico II en Sicilia​. En 1321, Juan XXII mitigó esta sentencia y permitió que las beguinas continuaran con su estilo de vida, ya que "habían enmendado sus formas". No obstante, ya en febrero de 1317, el Concilio de Tarragona estableció la pena de excomunión para todas las beguinas que vivieran en comunidad, vistieran mantos y otras prendas características de sus comunidades, leyeran libros teológicos en lengua vulgar y predicaran sin el permiso de las autoridades eclesiásticas.

Posteriormente, las autoridades eclesiásticas tuvieron frecuentes roces con las beguinas y begardos. Durante el siglo XIV, los obispos alemanes y la Inquisición condenaron a los begardos y emitieron varias bulas para someterlos a la disciplina papal.

El 7 de octubre de 1452, una bula del Papa Nicolás V fomentó el ingreso de las beguinas en la Orden Carmelita. En 1470, Carlos el Temerario, duque de Borgoña, decretó que gran parte de los bienes de las beguinas pasaran a manos de las carmelitas. Se presionaba a las beguinas de muchas maneras para ingresar en una comunidad de monjas o disolverse. En el siglo XVI la desconfianza en las beguinas creció, pues a menudo se unieron a la Reforma, especialmente al anabaptismo. En el siglo XVIII, se tomaron más medidas para frenar a las beguinas. Sin embargo, pese a toda esta persecución, muchas beguinas continuaron siendo fieles a la ortodoxia de la Iglesia Católica, especialmente en Brujas, Gante y otras ciudades flamencas. No obstante, muchas de ellas se incorporaron a la Orden Tercera de San Francisco de Asís, reconocida por el papado.



El 14 de abril de 2013, murió en Kortrijk (Bélgica) la hermana Marcela Pattyn, a los 92 años. Era la última representante de este movimiento religioso surgido en la Edad Media. Había nacido en el Congo belga en 1920 y era ciega. Estudió en la escuela de ciegos de Bruselas y a los 20 años intentó ingresar en un convento pero ninguna la aceptaba. La acogieron las beguinas de Sint Amandsberg en Gante, una comunidad de 260 mujeres. Tenía 20 años cuando ingresó en la comunidad. Trabajó atendiendo enfermos. Posteriormente se mudó al beguinaje de Kortrijk con otras ocho mujeres. Fue la última superviviente.



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