Beatas Mártires Teresianas de Compiègne
16 Mártires de la Revolución Francesa. 1794.
Hacía siglo y medio que las Carmelitas Descalzas de Amiens habían fundado en Compiègne. La fundación data de 1641, cuando hacía 37 años que había llegado a Francia para iniciar la reforma la Beata Ana de San Bartolomé con Ana de Jesús y otras cuatro monjas españolas. Al estallar la Revolución Francesa en 1789, las monjas rehusaron despojarse de su hábito carmelita.
Guillotinadas en el Place du Trône Renversé (hoy llamado Place de la Nation), París, el 17 de julio de 1794. Son las primeras víctimas de la Revolución Francesa sobre las cuales la Santa Sede se ha pronunciado, y fueron beatificadas solemnemente en mayo de 1906. Antes de su ejecución se arrodillaron y cantaron el "Veni Creator", como en una profesión, luego de la cual todas renovaron en voz alta sus votos bautismales y religiosos.
La novicia fue ejecutada primero y la Priora al final. Prevaleció un silencio absoluto durante todo el tiempo en que los ejecutores seguían el procedimiento. Las cabezas y los cuerpos de las mártires fueron enterrados en un pozo de arena profundo de casi 30 pies cuadrados en un cementerio en Picpus. Como este pozo de arena fue el receptáculo de los cuerpos de 1298 víctimas de la Revolución, parece no haber muchas esperanzas de recuperar sus reliquias.
La Asamblea Nacional Constituyente había hecho público un decreto por el que se exigía que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deberían prestar juramento a la Constitución y sus bienes serían confiscados. Era el año 1790. Miembros del Directorio del distrito de Compiègne, cumpliendo órdenes, se presentaron el 4 de agosto de aquel año en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la comunidad. Cinco días después, obedeciendo los consejos de las autoridades, firmaron el juramento de Libertad-Igualdad. Los religiosos que se negaban a firmarlo eran deportados.
Al desatarse las iras antirreligiosas de la Revolución Francesa en 1792, la Priora de las Carmelitas de Compiègne, Teresa de San Agustín, convocó un día a toda la comunidad y expuso a las monjas qué podrían hacer ellas, pobres mujeres, en aquellos aciagos momentos por los que atravesaba la Iglesia de Francia y de acuerdo con los fines fundacionales del monasterio. Sugirió la posibilidad de ofrecer sus vidas como “víctimas expiatorias”; ella al menos estaba dispuesta a hacerlo. Dos religiosas ancianitas se resistían a ello, aterrorizadas con la sola idea de sentir sobre sus cuellos el frío acero de la guillotina, pero se rindieron al fin. Y en un acto solemne todas se ofrecieron al Señor en holocausto “para aplacar la cólera de Dios y para que la paz divina, traída al mundo por su Hijo amado, le fuera devuelta a la Iglesia y al Estado”. Todos los días renovaban su ofrecimiento al Altísimo como víctimas expiatorias.
Arrojadas de su monasterio, las 16 carmelitas se distribuyeron en 4 grupos por diferentes lugares de la ciudad, perseverando en su vida de oración y ofrecimiento, coordinadas siempre por la Madre Teresa.
La regularidad y el orden de su vida, que reproducía todo lo posible en tales circunstancias la vida y horario conventuales, fueron notados por los jacobinos de la ciudad. En ello encontraron motivo suficiente para denunciarlas al Comité de Salud Pública, cosa que hicieron sin pérdida de tiempo. El régimen del terror estaba oficialmente establecido en Francia y había llegado en aquellos momentos al más alto nivel imaginable. El rey había sido ejecutado y el Tribunal Revolucionario trabajaba sin descanso enviando cientos de ciudadanos sospechosos a la muerte.
La denuncia de las carmelitas decía que, pese a la prohibición, seguían viviendo en comunidad, que celebraban reuniones sospechosas y mantenían correspondencia criminal con fanáticos de París. Convenía presentar pruebas, y con ese objeto se efectuó un minucioso registro en los domicilios de los cuatro grupos. El Comité encontró diversos objetos que fueron considerados de gran interés y altamente comprometedores. A saber: cartas de sacerdotes en las que se trataba bien de novenas, de escapularios, bien de dirección espiritual. También se halló un retrato de Luis XVI e imágenes del Sagrado Corazón. Todo ello era suficiente para demostrar la culpabilidad de las monjas. El Comité, pues, redactó un informe en el que explicaba cómo, “considerando que las ciudadanas religiosas, burlando las leyes, vivían en comunidad”, que su correspondencia era testimonio de que tramaban en secreto el restablecimiento de la Monarquía y la desaparición de la República, las mandaba detener y encerrar en prisión.
La orden de búsqueda y captura dada por aquella oficialidad intolerante dio como resultado la reclusión de las monjas en el Monasterio de las Salesas transformado en cárcel. Cada día aumentaba el peligro, pero ellas se sentían más fuertes. Continuaban dedicadas a orar y, gracias a estar en prisión, podían hacerlo juntas, como cuando estaban en su convento. Ya no se veían obligadas a ocultarse y ello les procuraba un gran alivio.
Transcurridos unos días, justamente el 12 de julio, el Comité de Salud Pública dio órdenes para que fueran trasladadas a París. El cumplimiento de tales órdenes fue exigido en términos que no admitían demora. No hubo tiempo para que las hermanas tomaran su ligera colación ni cambiaran su ropa, que estaba mojada porque habían estado lavando. Las hicieron montar en dos carretas de paja y les ataron las manos a la espalda. Escoltadas por un grupo de soldados salieron para la capital. Su destino era la famosa prisión de la Conserjería, antesala de la guillotina y abarrotada de sacerdotes y laicos cristianos igualmente condenados.
Nadie ayudó a las monjas a descender de los carros al final del viaje. A pesar de sus ligaduras y de la fatiga causada por el incómodo transporte, fueron bajando solas. Una de las hermanas, sin embargo, enferma y octogenaria, Carlota de la Resurrección, impedida por las ataduras y la edad, no sabia cómo llegar al suelo. Los conductores de las carretas, impacientados, la cogieron y la arrojaron violentamente sobre el pavimento. Era una de las religiosas que dos años antes había sentido miedo ante el pensamiento de una muerte en el patíbulo y había dudado antes de ofrecerse en sacrificio. Pero en este momento era ya valiente y, levantándose maltrecha, como pudo, dijo a los que la habían maltratado: “Créanme, no les guardo ningún rencor. Al contrario, les agradezco que no me hayan matado porque, si hubiera muerto, habría perdido la oportunidad de pasar la gloria y la dicha del martirio”.
Como si nada hubiese ocurrido, en la Conserjería prosiguieron su vida de oración prescrita por la regla. No se dejaban perturbar por los acontecimientos. Testigos dignos de crédito declararon que se las podía oír todos los días, a las dos de la mañana, recitar sus oficios.
El 16 de julio, conmemoración de Nuestra Señora del Carmen, las monjas compusieron unas letras que escribieron con unos tizones sobre trozos de papel que luego repartieron; todos corearon las canciones de las religiosas con música de la Marsellesa, el himno revolucionario que nadie les podía prohibir; eran enardecidas loas a la esperanza, un canto de júbilo hecho plegaria y expresión de una viva fe. Al día siguiente fueron condenadas a muerte por el Tribunal Revolucionario en juicio sumarísimo y por la vía rápida: aquellas monjas eran demasiado peligrosas para los reclusos. Ese mismo día 17 de julio debían ser ejecutadas.
El cortejo de aquellas religiosas por las calles de París, camino del cadalso, no era el espectáculo fúnebre al que estaba acostumbrado a presenciar el populacho parisiense, sino algo muy singular: sobre una carreta al descubierto las 16 carmelitas iban cantando en gregoriano el Miserere y la Salve Regina. Y cuando avistaron el lugar del holocausto entonaron el Te Deum, todo un rito, ciertamente, pero que entrañaba un torrente de vida. Al pie de la guillotina y ante un silencio impresionante las carmelitas entonaron el Veni Creator Spiritus y fueron renovando una por una su profesión religiosa en manos de la Priora, Madre Teresa de San Agustín Lidoine: “Yo Sor Ana María, Sor Carlota, Sor Eufrasia, Sor Enriqueta, Sor Marta, Sor Constanza…) renuevo mis votos de pobreza, obediencia y castidad…hasta la muerte". Jamás se habían pronunciado unas fórmulas de profesión más verídicas ni patéticas que aquéllas.
Una joven novicia, Sor Constanza, se arrodilló delante de la Priora, con la naturalidad con que lo hubiera hecho en el convento y le pidió su bendición y que le concediera permiso para morir. Luego, cantando el salmo "Laudate Dominum omnes gentes", subió decidida los escalones de la guillotina. Una tras otra, todas las carmelitas repitieron la escena. Una a una recibieron la bendición de la madre Teresa de San Agustín antes de ser guillotinadas. Al final, después de haber visto caer a todas sus hijas, la Madre Priora entregó, con igual generosidad que ellas, su vida al Señor, poniendo su cabeza en las manos del verdugo. Así realizó lo que ella solía decir: “El amor saldrá siempre victorioso. Cuando se ama todo se puede”.
Las 16 mártires fueron beatificadas por San Pío X el 13 de mayo de 1906; inspirados compositores de música y literatura: Gertrudis von Le Fort, Bruckberger, George Bernanos, Francis Poulen, hicieron el milagro de popularizar esta gesta que sin duda se repitió en otros silenciados testimonios de aquella cruel Revolución y que el Señor no permitió que traspasaran los límites de lo privado y lo escondido.
Sus nombres eran los siguientes:
*Madeleine-Claudine Ledoine (Madre Teresa de San Agustín), Priora, nacida en París en 1752.
*Marie-Anne Antoinette Brideau (Madre San Luis), Sub-Priora, nacida en Belfort en 1752.
*Marie-Anne Piedcourt (Hermana de Jesús Crucificado), miembro del coro, nacida en 1715, al subir al patíbulo dijo: "Los perdono tan de corazón como deseo que Dios me perdone a mí".
*Anne-Marie-Madeleine Thouret (Hermana Charlotte de la Resurrección), Sacristán, nacida en Mouyen 1715.
*Marie-Antoniette o Anne Hanisset (Hermana Teresa del Santo Corazón de María), nacida en Rheims en 1740 o 1742.
*Marie-Françoise Gabrielle de Croissy (Madre Henriette de Jesús), nacida en París, en 1745.
*Marie-Gabrielle Trézel (Hermana Teresa de San Ignacio), miembro del coro, nacida en Compiègne, en 1743.
*Rose-Chrétien de la Neuville, viuda, miembro del coro (Hermana Julia Luisa de Jesús), nacida en Loreau (o Evreux), en 1741.
*Anne Petras (Hermana María Henrieta de la Providencia), miembro del coro, nacida en Cajarc (Lot) en 1760.
* Marie Claude Cyprienne Brard, nació en 1736.
*Marie-Geneviève Meunier (Hermana Constanza), novicia, nacida en1765, o 1766. Subió al patíbulo cantando "Laudate Dominum".
Además de las personas mencionadas arriba, 3 hermanas laicas y dos tourières sufrieron el martirio. Las hermanas laicas son:
*Angélique Roussel
(Hermana María del Espíritu Santo), nacida en Fresnes, en 1742.
*Marie Dufour (Hermana Santa Marta), hermana laica, nacida en Beaune, en 1742.
*Julie o Juliette Vérolot (Hermana San Francisco Javier), hermana laica, nacida en Laignes o Lignières en 1764.
Las dos Tourières, que no eran Carmelitas, sino simplemente sirvientas de la comunidad, eran: Catherine y Teresa Soiron, nacidas en 1742 y 1748 en Compiègne, ambas estaban al servicio de la comunidad desde 1772.
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