Beato Pedro Fabro
Sacerdote Jesuita. 1546.
Nació en 1506, en Villaret, Savoya (Francia), en la familia Fabro o Favre, como también se le conoce. Murió 40 años después en Roma. De joven fue ovejero, aprovechando los domingos para impartir la catequesis a personas menores que él. Era muy estudioso, aprovechando el tiempo para leer. Su educación corrió a cargo de un sacerdote en Thones, y posteriormente estudió en un colegio vecino.
En 1525 Pedro llegó a París, la meca de los estudios de aquel entonces. Mientras realizaba su aprendizaje según el método parisino fue descubriendo su vocación. Al carecer de bienes tuvo que buscar en que Colegio ser admitido gratuitamente. La ocasión se le presentó cuando el de Santa Barbara lo acogió, compartiendo el alojamiento de un joven de Navarra, quien luego sería San Francisco Javier. Ambos jóvenes se volvieron grandes amigos, incluso recibiendo el mismo día el grado de Maestro en Artes.
En la Universidad conoció muy tempranamente a San Ignacio de Loyola y se convirtió en su más avanzado discípulo. Allí juntos constatan la influencia negativa de Lutero y de Farel. Fue ordenado sacerdote en 1534. Ello hizo posible que en agosto de ese mismo año le tocase al Padre Pedro recibir los votos que Ignacio y sus 5 compañeros realizaron en Montmatre, dando origen al grupo del que más adelante nacería formalmente la Sociedad de Jesús. A estos 6 primeros, tres más se sumarían luego. Ignacio los convocó a encontrarse todos en Venecia, en 1537. Tras algo más de 10 años, Pedro dejó París en 1536.
Tras ver frustrado el viaje que deseaban realizar a Tierra Santa y radicarse en Roma, Fabro fue enviado a una Alemania dividida para participar en la Dieta de Worms, en 1540. De allí fue llamado a la Dieta de Ratisbona, en 1541. Fabro ha revelado en sus cartas su impresión negativa sobre las ruinas que el protestantismo había producido en Alemania, y por el estado de decadencia del catolicismo, particularmente en el clero. Llegó a la convicción que el remedio no estaba en discusiones, sino más bien en una reforma radical de los fieles, en especial el clero. Con gentileza y suceso, trabajó arduamente en Ratisbona, Espira, Maguncia, e incluso Colonia. Polemizaba, predicaba los Ejercicios Espirituales y se acercaba a los príncipes, prelados y sacerdotes impresionando a todos por su optimismo ante las adversidades y por la eficacia del apostolado que realizaba incansablemente horrorizado ante la desolación religiosa que encontraba en tantos lugares.
Fue llamado a España y Portugal por San Ignacio, y descubrió el notable contraste entre los pueblos en que trabajó inicialmente y los de la península ibérica, donde la reforma que vería su esplendor en Trento había empezado a echar anticipadamente sus raíces.
El Arzobispo de Colonia estaba ya atraído por el luteranismo, que más adelante abrazaría completamente. Fabro trabajó muy intensamente en Colonia, antes de marchar brevemente a Lovaina, en Bélgica, donde trabajando con la juventud también logró que se despertasen muchas vocaciones. Luego volvió a Colonia donde mantuvo una actitud muy enérgica contra los errores que amenazaban la fe y se multiplicó para procurar extirparlos. Algunos lo llaman el Apóstol de Colonia.
Tras esas peripecias como defensor de la fe, retornó a la península ibérica, a Portugal, y luego de España, donde permaneció en las cortes de ambos países. En todos los lugares que visitaba procuraba predicar, dar catequesis, y despertar las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa que encontraba dormidas.
Agotado físicamente por las polémicas contra los adversarios de la fe y por un apostolado tan intenso y en diversos países, con la invitación de ir al Concilio de Trento como delegado de la Sede Apostólica, a los 40 años llegó enfermo de unas fiebres a Roma, en julio de 1546, para morir cerca de San Ignacio. Muy pronto se empezó a hablar de él como un hombre de gran santidad, y en especial en Saboya, zona de su nacimiento, se desarrolló un culto que poco a poco se fue extendiendo.
El Papa Pio IX decretó en 1872 la confirmación de dicho culto como Beato. El 17 de diciembre de 2013 el Papa Francisco proclamó santo a Pedro Fabro en una canonización llamada “equivalente” según la cual el Papa, por la autoridad que le compete, extiende a la Iglesia universal el culto y la celebración litúrgica de un santo, una vez que se comprueban ciertas condiciones precisadas por el Papa Benedicto XIV (1675-1758). Esta praxis ya ha sido utilizada por el Papa Francisco para la canonización de la Beata Ángela de Foligno, y por su predecesores Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan XXIII y otros.
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