San Alejandro el Carbonero

 


                                                Obispo de Comana. Mártir.270.

Conocido como el "quemador de carbón", fue Obispo de Comana, en el Ponto (Turquía). Si fue o no el primero en ocupar aquella sede, está abierto a la discusión. El curioso apodo del santo proviene del hecho de que, por humildad, tomó el trabajo de quemar carbón, como manera de escapar a los honores mundanos.

Cuando Alejandro vive la historia que va haciendo día a día con su vida, corren tiempos de paz para la Iglesia. La tranquilidad del momento parece haber desterrado para siempre a la persecución; del amor a Jesucristo amasado en el riesgo, el miedo, la huida, el pánico a la denuncia y la decisión última, de cambiar la vida presente por la eterna, se va pasando paulatinamente y casi sin advertirlo a un periodo de baja tensión entre los cristianos, muchos de los cuales sólo conocían a los mártires de oídas. En Asia Menor se ha hecho el cristianismo la religión preponderante. En las regiones próximas a las riberas del mar Negro la nueva doctrina se propaga como un incendio; Frigia y Bitinia están completamente evangelizadas; la provincia del Ponto, desde siempre refractaria al Evangelio, la abraza repentinamente con un ardor sin antecedentes por la labor del misionero y taumaturgo Gregorio, discípulo de Orígenes, obispo de Neocesarea, que sólo encontró en la ciudad a 17 cristianos, cuando llegó a principios del siglo. Con esfuerzo, pudo alzar una iglesia en el centro de núcleo urbano y logró en no mucho tiempo, un número tan elevado de conversiones que pronto comenzaran a menguar los sacrificios y luego fueron las mismas gentes las que acabaran destruyendo las imágenes de los ídolos. Ahora ha subido su fama de santo y sabio como la espuma y vienen de las ciudades próximas a pedir consejo en la forma de organizar las iglesias.

El descubrimiento de las virtudes de Alejandro, se produjo gracias al desprecio con el que era visto. San Gregorio Taumaturgo fue llamado a Comana para ayudar a elegir a un Obispo para el lugar. Muerto su pastor, necesitan reponer obispo y quieren que presida Gregorio y sea él quien imponga las manos al elegido. Eran los modos usuales en aquellos momentos; presentados los candidatos por el clero local y por los fieles, se procedía a la elección y los obispos presentes lo consagraban como obispo. En Comana, alguien propone a un sabio letrado como candidato, otra facción señala al penitente austero, un grupo da el nombre de un rico propietario. Ante la falta de acuerdo en señalar a un líder que pueda ser consagrado como pastor de todos, el obispo Gregorio dirige la palabra a los cristianos reunidos recordándoles que los Apóstoles no fueron ricos, ni sabios, ni poderosos, pero tuvieron tanto amor al Señor que sufrieron y murieron por Él. Les anima a que tuvieran en cuenta lo importante y necesario, dando de lado a otros criterios y les pide que se pongan de acuerdo en elegir a un hombre caritativo, fervoroso, trabajador, honrado y de limpias costumbres. Entre la muchedumbre se oyó una voz clara, aunque insegura o más bien tímida: "Alejandro, el Carbonero". A continuación se oyeron risas, carcajadas y comentarios. Gregorio lo manda traer y al rato aparece un hombre de rudo aspecto, alto, vestido con ropas de pueblo, tiene callosas las manos, las cejas pobladas y el pelo revuelto. Se hace un profundo silencio. El Taumaturgo ha fijado en él la mirada y a aquella multitud expectante les dice: "Ahí tenéis a vuestro obispo Alejandro". Primero estupefactos, luego protestones y finalmente gritan con burlas a la decisión del obispo. Tiene que calmar a las turbas y ponerles al corriente de lo que ha pasado en poco tiempo: ha visto en los ojos del carbonero su vida, fue en otro tiempo adinerado y amigo de gastar en juergas el dinero, tuvo la gracia de la conversión, hizo penitencia, estudió las enseñanzas de los Apóstoles y decidió pasados los años volver con su pueblo sin que nadie conociese su identidad para vivir honradamente y haciendo buenas obras para reparar algo el mal ejemplo que dio. "Ahora, ahí lo tenéis y tomadlo como obispo". 

Alejandro fue hecho Obispo de la sede, la administró con sorprendente sabiduría y finalmente terminó dando su vida por la fe, quemado hasta la muerte en la persecución de Decio. La vaguedad de la información que tenemos de él proviene del hecho de que su nombre no se encuentra en ninguno de los antiguos calendarios griegos o romanos.

Se necesitaba una nueva persecución para reavivar la antigua vida cristiana; y la persecución vino con la subida de Decio al Imperio (250). Las apostasías fueron tan rápidas como las conversiones. La fe desapareció de muchos corazones donde aún no había echado raíces profundas. Por temor a verse arrastrado ante el juez, el hijo denunciaba a su padre, y los hermanos se traicionaban mutuamente. San Gregorio Taumaturgo, que no se fiaba mucho del valor de sus ovejas, les aconsejó que huyesen al desierto, y él huyó con ellas. Entre tanto, su amigo el obispo de Comana, el sabio y heroico carbonero, alcanzado por los perseguidores, confesaba intrépidamente su fe y entregaba la vida en la hoguera.



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