San Alfonso María de Ligorio

                 Doctor de la Iglesia. Fundador de la Congregación Redentorista.1787.

Alfonso Maria Antonio Juan Cosme Damián Miguel Gaspar de Ligorio nació en la casa de campo de su padre en Marianela, cerca de Nápoles en 1696. Era su familia antigua y noble, aunque la rama a la cual pertenecía el santo se había empobrecido. El padre de Alfonso, Don José de Ligorio era un oficial naval y capitán de la Flota Real. Él era el más grande de 7 niños y la esperanza de su casa. El muchacho era brillante y muy despierto para su edad, y mostraba gran progreso en todo tipo de aprendizaje.

Además su padre lo hizo practicar el clavicordio por tres horas al día, y a la edad de 13 años lo tocaba con la perfección de un maestro. Sus diversiones eran la esgrima y montar a caballo, y por la tarde jugar a las cartas; él nos dice que fue excluido de ser un buen tirador por su mala vista. Alfonso no fue a la escuela sino que fue educado por tutores bajo la vigilancia de su padre. A la edad de 16 años, obtuvo el grado de Doctor en Leyes, aunque 20 era la edad fijada por los estatutos. Él mismo dijo que en ese momento era tan pequeño como para ser completamente cubierto por su toga de doctor y que todos los asistentes rieron. Poco después el muchacho inició sus estudios para el colegio de abogados, y alrededor de los 19 años practicó su profesión en las cortes. En los 8 años de su carrera como abogado, años colmados de trabajo, se dice que nunca perdió un caso.

Cerca del año 1722, cuando él tenía 26 años de edad, comenzó a asistir constantemente a la vida de la sociedad, desatendiendo las prácticas piadosas y la oración, que habían sido parte integral de su vida, y disfrutar del placer de la atención que le brindaban en todos lados.

 En 1723, el joven abogado había ido a realizar su acto de caridad favorito visitando a los enfermos del Hospital de Incurables. De pronto se encontró rodeado de una misteriosa luz; la casa parecía estremecerse, y una voz interior le dijo: "Deja el mundo y entrégate a Mí." Esto ocurrió dos veces. Alfonso dejó el Hospital y fue a la Iglesia de la Redención de los Cautivos. Aquí reposó su espada ante la estatua de Nuestra Señora, e hizo la resolución solemne de entrar en estado eclesiástico, y aun más ofrecerse como novicio a los Padres del Oratorio.

Él sabía que tendría duras pruebas. Su padre, ya disgustado del fracaso de dos planes de matrimonio para su hijo, y exasperado del rechazo de Alfonso hacia su profesión, iba a ofrecer una enérgica oposición a la decisión de dejar este mundo. Y así resultó. Tuvo que soportar una persecución de dos meses. Al final se llegó a un compromiso. Don José estuvo de acuerdo en que su hijo fuera sacerdote, siempre y cuando él cediera en su propósito de unirse al Oratorio, y continuara viviendo en casa. Para esto, Alfonso, aconsejado por su director, el Padre Tomás Pagano quien también era Oratoriano, estuvo de acuerdo. De esta manera quedó libre para su verdadero trabajo, la fundación de una nueva congregación religiosa. 

El 23 de octubre de 1723, el santo se vistió con el hábito sacerdotal. En septiembre del siguiente año recibió la tonsura y pronto se unió a la asociación de sacerdotes misioneros seculares llamados "Propaganda Napolitana", la cual para ser miembro, no requería tener una residencia común. A la edad de 30, fue ordenado sacerdote. Por 6 años trabajó en  Nápoles, llevando a cabo misiones para la Propaganda y predicando a los pobres de la capital. Con la ayuda de dos laicos, Pedro Barbarese, un maestro de escuela, y Nardone, un viejo soldado, a quienes él convirtió de una mala vida, enroló a miles de pobres en una suerte de confraternidad llamada la "Asociación de las Capillas", que hasta hoy existe. Entonces, Dios lo llamó para el trabajo de su vida.

En abril de 1729, el apóstol de China, Mateo Ripa, fundó un colegio misionero en Nápoles, conocido coloquialmente como el "Colegio Chino". Pocos meses después Alfonso dejó la casa de su padre y se fue a vivir con Ripa, sin llegar a ser miembro de su sociedad. En su nuevo aposento conoció a un amigo de su anfitrión, el Padre Tomás Falcoia, de la Congregación de los Obreros Píos, y entabló con él la gran amistad de su vida. Muchos años antes, en Roma, Falcoia había tenido una visión de una nueva familia de hombres religiosos y mujeres cuyo propósito particular debía ser la imitación perfecta de las virtudes de Nuestro Señor. Él había tratado de formar una rama del Instituto al unir a 12 sacerdotes en una vida común en Tarentum, pero la comunidad se deshizo pronto. En 1719, junto con el Padre Filangieri, también uno de los "Pii Operarii", había refundado un Conservatorio de mujeres religiosas en Scala en las montañas detrás de Amalfi. Pero cuando les puso una regla, formada de las monjas de la Visitación, él no parecía tener una idea clara para establecer el nuevo instituto de su visión. Sin embargo, Dios quiso que el nuevo Instituto comenzara con estas monjas de la Scala.

En 1724, poco después de que Alfonso dejara el mundo, una postulante, Julia Crostarosa, nacida en Nápoles en 1696, y por lo tanto casi de la misma edad que el Santo, entró al convento de Scala. Su nombre religioso era hermana María Celeste. En 1725, cuando ella era todavía una novicia, tuvo una serie de visiones en las cuales vio una nueva Orden (aparentemente de monjas solamente) similar a la revelada a Falcoia muchos años antes. Aún su Regla era conocida para ella. Se le pidió a ella que la escribiera y que se la enseñara a la autoridad del convento, al mismo Falcoia. Con el propósito en mente de tratar a la monja con severidad y no hacer caso de sus visiones, el director se sorprendió al encontrar que la Regla que ella había escrito era una realización de lo que había estado por largo tiempo en su mente. Él entregó la nueva Regla a un grupo de teólogos, quienes la aprobaron, y dijeron que podía ser implementada en el convento de la Scala, siempre y cuando la comunidad la aceptara. Pero cuando el asunto se expuso a la comunidad, comenzó la oposición. La mayoría estaba a favor de la aceptación, pero el Superior objetaba y apelaba a Filangieri, el compañero que ayudó a Falcoia a fundar el convento, y ahora, como General de los "Pio Operarios", su Superior. Filangieri prohibió cualquier cambio a la Regla y removió a Falcoia de toda comunicación con el convento. Así estuvieron los asuntos por varios años.

Cerca de 1729, sin embargo, Filangieri murió, y en 1730, Falcoia fue consagrado Obispo de Castellamare. Ahora él era libre, sujeto a la aprobación del Obispo de Scala, para actuar de acuerdo a lo que él pensaba que era lo mejor para el convento. Ocurrió que Alfonso, enfermo y agotado por el trabajo, había ido con unos compañeros a la Scala a principios del verano de 1730. Incapaz de permanecer desocupado, él había predicado a los pastores de cabras de las montañas con tal éxito que Nicolás Guerriero, Obispo de Scala, le pidió que regresara y dirigiera un retiro en su Catedral. Falcoia, oyendo esto, le pidió a su amigo que diera un retiro a las monjas de su Conservatorio al mismo tiempo. Alfonso estuvo de acuerdo con ambas peticiones y arregló todo con sus dos amigos, Juan Mazzini y Vicente Mannarini, en septiembre. El resultado del retiro para las monjas fue que el joven sacerdote, quien había tenido prejuicios en contra de la nueva Regla propuesta por unos reportes en Nápoles, se volvió en un convencido partidario, y aún obtuvo el permiso del Obispo de la Scala para el cambio.

En 1731, el convento unánimemente adoptó la nueva Regla, junto con el hábito rojo y azul, los colores tradicionales del vestido de Nuestro Señor. Se estableció una rama del nuevo Instituto de acuerdo a la visión de Falcoia. La otra no tardaría en llegar. Sin duda Tomás Falcoia tenía la esperanza de que el ferviente joven sacerdote, quien era devoto de él, pudiera bajo su dirección, ser el fundador de la nueva Orden que él tenía en su corazón. Una nueva visión de la hermana Maria Celeste parecía mostrar que tal era la voluntad de Dios. En 1731, en la tarde de la fiesta de San Francisco, ella vio a Nuestro Señor con San Francisco a su mano derecha y a un sacerdote a su izquierda. Una voz dijo "Éste es a quien Yo he escogido como cabeza de mi Instituto, el General Prefecto de una nueva Congregación de hombres que trabajarán para Mi Gloria." El sacerdote era Alfonso. Poco después, Falcoia le hizo saber a éste su vocación de dejar Nápoles e ir y establecer una orden de misioneros en Scala, quienes deberían sobre todo trabajar por los pastores de cabras abandonados. Siguió a esto un año de molestias y ansiedad.


El Superior de la Propaganda y aun el amigo de Falcoia, Mateo Ripa, se opusieron al proyecto fervientemente. Pero el director de Alfonso, el Padre Pagano; el Padre Fiorillo, un gran predicador Dominico; el Padre Manulio, Provincial de los Jesuitas; y Vicente Cutica, Superior de los Vicentinos, apoyaron, al joven sacerdote y en noviembre de 1732, la "Congregación del Más Santo Redentor", o como se le llamó por 17 años, "del Más Santo Salvador", comenzó en un pequeño hospicio perteneciente a las monjas de Scala. Los primeros años, después de la fundación de la nueva orden, no eran prometedores. Surgieron las diferencias, el amigo y compañero principal del Santo, Vicente Mannarini, se opuso a él y a Falcoia en todo. En abril de 1733, todos los compañeros de Alfonso excepto un hermano laico, Vitus Curtius, lo abandonaron, y fundaron la Congregación del Sagrado Sacramento, la cual, confinada al Reino de Nápoles, se extinguió en 1860 por la Revolución Italiana.

Las diferencias también se extendieron a las monjas, y la misma hermana Maria Celeste dejó la Scala y fundó un convento en Foggia, donde murió en olor de santidad, en septiembre de 1755. Ella fue declarada Venerable en 1901. Alfonso, sin embargo, se mantuvo firme; pronto llegaron otros compañeros, y aunque la Scala misma fue dejada de lado por los Padres en 1738, en 1746 la nueva congregación tenía 4 casas en Nocera de Pagani, Ciorani, Iliceto (ahora Deliceto), y Caposele, todas en el reino de Nápoles.

En 1749, la Regla y el Instituto para hombres fueron aprobados por el Papa Benedicto XIV, y en1750, La Regla y el Instituto de monjas. Su promoción al Episcopado en 1762 le llevó a una renovación de su actividad misionera, pero de una forma ligeramente diferente. El Santo tenía 4 casas, pero durante su vida, no sólo se volvió imposible abrir más en el reino de Nápoles, sino que apenas se podía obtener alguna tolerancia mínima para las casas que ya existían. La causa de esto fue el "regalismo", la omnipotencia de los reyes incluso en asuntos espirituales, la cual era el sistema de gobierno en Nápoles al igual que en todos los estados Borbones.

El autor inmediato de lo que fue prácticamente toda una vida de persecución para el Santo fue el Marqués Tanucci, quien llegó a Nápoles en 1734. Nápoles había sido parte del dominio español desde 1503, pero en 1708 cuando Alfonso tenía 10 años, fue conquistado por Austria durante la guerra de la sucesión Española. En 1734, sin embargo, fue reconquistada por Don Carlos, el joven Duque de Parma, bisnieto de Luis XIV, y el reino Borbón independiente de las Dos Sicilias fue establecido. Con Don Carlos, o como se le llamaba generalmente, Carlos III, de su último titulo como Rey de España, vino el abogado, Bernardo Tanucci, quien gobernó Nápoles como Primer Ministro y regente por los siguientes 42 años. Esto fue una revolución grande para Alfonso. Si esto hubiera ocurrido pocos años antes, el nuevo Gobierno podría haber encontrado a la congregación Redentorista ya autorizada, y como la política anticlerical de Tanucci mostró ser más la de suprimir nuevas Ordenes, que, a excepción de la Sociedad de Jesús, en suprimir viejas Ordenes.

El Santo pudo haber sido libre en desarrollar la nueva Orden con relativa paz. Lo que pasó fue que se le negó la “exequatur real” al edicto de Benedicto XIV, y el reconocimiento del estado de su Instituto como una Congregación Religiosa hasta el día de su muerte. Hubo años enteros, de hecho, en que parecía que el Instituto estuvo al borde de ser cerrado. El sufrimiento que esto le dio a Alfonso, con su disposición sensitiva e intensa, fue muy grande, además, lo que fue peor, la relajación de la disciplina y la pérdida de vocaciones en la Orden misma. Alfonso, sin embargo, hacía incansables esfuerzos con la Corte. Quizá era muy ansioso, y en una ocasión cuando él estaba impresionado por una denegación, su amigo el Marqués Brancone, Ministro de Asuntos Eclesiásticos y un hombre de piedad profunda, le dijo amablemente: "Pareciera que has puesto toda tu confianza aquí abajo"; con lo cual el Santo recuperó la paz interior. Un intento final para ganar la aprobación real, el cual finalmente parecía que tenía éxito, le condujo a Alfonso a su dolor máximo: la división y la ruina aparente de su Congregación y el disgusto de la Santa Sede. Esto fue en 1780, Alfonso tenía 83 años.

En el año 1747, el Rey Carlos de Nápoles deseaba nombrar a Alfonso, Arzobispo de Palermo, y fue sólo por sus vivos ruegos que pudo librarse. En 1762, no hubo escape y fue por la obediencia al Papa que aceptó el puesto de Obispo de Santa Agata de los Góticos, una pequeña diócesis napolitana, que estaba a unas pocas millas del camino de Nápoles a Capua. Aquí con 30.000 personas sin instrucción, 400 clérigos indiferentes y algunas veces escandalosos, y 17 casas religiosas más o menos relajadas, a las cuales cuidar, en un campo tan lleno de yerbas que parecía que era lo único que se podía cosechar, lloró y rezó días y noches y trabajó incansablemente por 13 años. Más de una vez intentaron asesinarlo. En un motín que ocurrió durante la hambruna que afectó el sur de Italia en 1764, él salvó la vida al Sindical de Santa Ágata, ofreciendo la suya a la muchedumbre.

En 1750, los Jansenistas comienzan a divulgar que la devoción a la Santísima Virgen era una superstición. San Alfonso defiende a Nuestra Señora, publicando "Las Glorias de María". Él alimentó al pobre, instruyó al ignorante, reorganizó su seminario, reformó sus conventos, creó un nuevo espíritu en sus sacerdotes, reprendió a los nobles escandalosos y a las malas mujeres con la misma imparcialidad, le dio el honor correspondiente al estudio de la teología y la teología moral, y todo este tiempo le estuvo rogando al Papa que le permitiera renunciar de su puesto porque no hacía nada por su diócesis.

Cabe decir que gran parte de las persecuciones sufridas por San Alfonso fueron motivadas por el Jansenismo que maquinaba en su tiempo y al cual él se oponía con celo y vigor intenso. La corriente jansenista, con el pretexto de la severidad, acababa inculcando los preceptos morales tan erradamente que la persona desanimaba de salvarse, pues al final de cuentas no podía cumplir aquella moral de fariseos, como ellos la presentaban. El punto más desconcertante defendido por el jansenismo se refería a la doctrina de la predestinación. Según esta, el hombre debería cumplir aquella moral enormemente rígida, cernido sobre él la mirada propensa a la irritación y a la venganza de un Dios, cuya santidad consistía solamente en estar a la espera del pecado para aplicar el castigo. De otro lado, entretanto, los jansenistas afirmaban que el Cielo y el infierno no son dados a los hombres en razón de sus buenas o malas obras, porque Dios predestina a unos o a otros para un lugar u otro. De manera que la persona puede pasar la vida entera pecando e ir para el Cielo, o practicando buenos actos y caer en el infierno, según el deseo divino. Ahora, de ese modo, es fácil entender como los hombres perdían completamente el aliento para practicar la virtud y también el motivo para no caer en los vicios. Pues, en resumen, si yo termino condenado aunque pase toda la vida realizando actos de virtud, no soy libre de hacer o no hacer algo, porque es Dios el que determina y no yo. Entonces, ¿para qué me esfuerzo en llevar una vida santa? En el fondo, era una predicación de inmoralidad. Por este motivo, según muchas miradas históricas, los jansenistas tenían sus falsedades ocultas. Por ejemplo, ayunaban a menudo, pero eran grandes gastrónomos. Y uno de los omelettes más famosos por su sabor en dicha época era llamado La Janseniste, con el cual ellos se regalaban a escondidas durante sus “ayunos”. No bastaban solamente esos desvíos, los jansenistas atacaban además las devociones más elevadas y recomendables, como por ejemplo, el culto al Sagrado Corazón de Jesús. Se conoce el caso de cierto Obispo de Pistoia, Scipione de Ricci, que ordenó pintar en su residencia un cuadro representando una devota lanzando fuego a una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, como si fuese un objeto supersticioso, mientras que él, Ricci, aseguraba la cruz y el cáliz con la Eucaristía , símbolos de la autentica piedad (como ellos la entendían). Este rechazo se explica por el hecho que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, es de algún modo, el anti-jansenismo. Ella inculca la bondad, la misericordia, la paciencia del Salvador y demuestra que la verdad del hombre, por medio de sus buenas obras, puede agradar a Dios y alcanzar la salvación. Expresa, además, que nuestro Dios es justo y repleto de amor, y no un tirano arbitrario ni un implacable cobrador de impuestos en relación a la humanidad. Se entiende, por tanto, que en la cara de esta corriente jansenista San Alfonso María de Ligorio haya tomado una posición muy enérgica en sus obras de moral. Y que haya sufrido, en consecuencia, toda suerte de ataques y persecuciones de sus oponentes, llegando al auge de los reveses e infortunios.

Cuando vino a este mundo el Jansenismo quiso quitar al Padre, que está en los cielos, su misericordia y su bondad; triunfaba en la dirección práctica de las almas, aún en aquellos mismos que desechaban las teorías de Calvino. So capa de reacción contra una escuela imaginaria de relajamiento, denunciando a bombo y platillos algunas proposiciones ciertamente condenables de hombres aislados, los nuevos fariseos se presentaron como los celosos de la ley. Dando proporciones excesivas al precepto, exagerando el castigo, cargaban las conciencias con aquellos pesos que el Hombre-Dios había reprochado a sus antecesores de aplastar las espaldas humanas. Mas el grito de alarma lanzado por ellos, en nombre de la moral en peligro, no dejó de engañar a los sencillos y terminó por descarriar a los buenos. Gracias a la ostentación de austeridad de sus seguidores, el jansenismo, hábil, por lo demás, en ocultar sus dogmas, llegó pronto, según su programa, a imponerse a la Iglesia en contra de la misma Iglesia; algunos inconscientes aliados suyos les entregaban en la ciudad santa las fuentes de la misma salvación. Muy pronto en muchos lugares, las llaves sagradas, no tuvieron otro uso que abrir el infierno; la mesa sagrada, preparada para sostener y desarrollar en todos la vida, no se hizo accesible más que a los perfectos; y estos no eran juzgados tales sino en la medida en que, por un cambio extraño de las palabras del Apóstol , sometieron el espíritu de adopción de hijos al espíritu de servidumbre y de temor; en cuanto a los fieles que no podían levantarse a la altura del nuevo ascetismo, no encontrando en el tribunal de la penitencia más que a exactores y verdugos en lugar de padres y médicos, no hallaban delante de ellos más que la desesperación y la indiferencia. Eso no obstante, por doquier parlamentarios prestaban copiosa ayuda a los reformadores, sin preocuparse de la ola de incredulidad odiosa que se iba levantando en su derredor y sin ver la tempestad que promovían estos nublados.

El temor de los pobres a acercarse al sacramento de la reconciliación fue uno de los motivos, que ayudó a este santo a emprender la tarea de consolidar bases para la buena práctica de la confesión y la conciencia, advirtiendo que el rigorismo expuesto en el jansenismo, era exigente y no motivaba la conversión sino la condenación de los seres humanos. Aunque el laxismo promovía todo lo contrario a lo anterior. 


Alfonso fue un genio en su tiempo, el pedagogo de la misericordia, enseñó a colegas y superiores, a intelectuales y místicos; la comprensión más clara de los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, quien señala a Dios como “Abba”, es decir padre y no como un juez implacable y severo como lo pintaban los rigoristas. La Teología Moral es fruto de años de estudio, de más de diez horas diarias; especialmente su experiencia pastoral entre los marginados de los campos del reino de Nápoles. Ciertos puntos básicos de la moral Alfonsiana son los siguientes: El juicio de conciencia y la práctica de la confesión centrados en estos aspectos:

* No atribuir a un comportamiento pecado mortal sin evidente razón.

* Aceptar la ignorancia inculpable para evitar el pecado formal.

* No tachar laxas opiniones que no aparecen claramente como improbables.

* Aceptar la opinión del penitente si tiene apoyo objetivo suficiente, sobre todo si va acompañado de rectitud subjetiva.

La gran novedad es, que Alfonso se puso en el lugar del penitente y el confesor, rompiendo todo esquema rigorista. La benignidad pastoral como propuesta ética es fundamental en la práctica de la reconciliación, en la formación de la conciencia y en la madurez de la vida cristiana. Con sus obras, varios confesores cambiaron su mentalidad, practicaron la pedagogía de la misericordia en los confesionarios que eran acogidos generalmente por fieles de bajos recursos económicos.

Ocho veces durante su larga vida sin contar su última enfermedad, el Santo recibió los sacramentos para los moribundos, pero la peor de todas sus dolencias fue un ataque de fiebre reumática durante su episcopado, un ataque que duró de mayo de 1768 a junio de 1769, y lo dejó paralítico hasta el final de sus días. Aunque los doctores tuvieron éxito en enderezarle un poco el cuello, el santo por el resto de su vida tuvo que alimentarse mediante un tubo. No hubiera podido celebrar misa nunca más, si es que un Prior Agustino no le hubiese enseñado cómo apoyarse en la silla para que con la asistencia de un acólito pudiera llevar el cáliz a sus labios. Pero a pesar de sus achaques, ambos Papas: Clemente XIII (1758-69) y Clemente XIV (1769-74) obligaron a Alfonso a permanecer en su puesto. En febrero de 1775, sin embargo, Pío VI fue electo Papa, y le permitió al santo renunciar a su puesto.

Alfonso regresó a su pequeña celda en Nocera en julio de 1775, para preparar, una feliz y rápida muerte. Doce años, sin embargo, todavía lo separaban de su recompensa, años que en su mayor parte no fueron de paz sino de grandes aflicciones como nunca las había tenido. En 1777, el santo, además de 4 casas en Nápoles y una en Sicilia, tenía otras 4 en Scifelli, Frosinone, San Ángelo a Cupclo, y Beneventum, en los Estados de la Iglesia. En caso de que las cosas se pusieran difíciles en Nápoles, él buscó mantener en estas casas la Regla y el Instituto.

En 1780, surgió una crisis que trajo división en la Congregación y sufrimiento y desgracia extremas para su fundador. La crisis surgió de esta manera. Desde el año 1759, dos benefactores de la Congregación, el Barón Sarnelli y Francis Maffei, por uno de esos cambios comunes en Nápoles, se convirtieron en sus enemigos más amargos, e iniciaron una vendetta contra ella en las cortes legales que duró 24 años. Sarnelli era apoyado casi abiertamente por el poderoso Tanucci, y finalmente la eliminación de la Congregación parecía una cuestión de días, cuando el 26 de octubre de 1776, Tanucci, quien había ofendido a la Reina María Carolina, de repente cayó del poder. Bajo el gobierno del Marqués de la Sambuca, quien, a pesar de que era un regalista, era un amigo personal del santo, hubo una promesa de tiempos mejores, y en agosto de 1779, las esperanzas de Alfonso aumentaron por la publicación de un decreto real que le permitía nombrar Superiores en su Congregación y tener un noviciado y casa de estudios.

El Gobierno había reconocido el buen efecto de sus misiones, pero deseaba que los misioneros fueran sacerdotes seglares y no de orden religiosa. El decreto de 1779, sin embargo, parecía un gran paso hacia adelante. Alfonso, habiendo obtenido tanto, esperaba conseguir aún más, y mediante su amigo, Testa, el Gran Almoner, para conseguir la aprobación de su Regla. A diferencia del pasado, no pidió “exequatur” al edicto de Benedicto XIV, porque las relaciones en ese momento estaban más tensas que nunca entre las cortes de Roma y Nápoles; pero él esperaba que el Rey pudiera dar una sanción independiente a su Regla. Él renunció a todo derecho a la propiedad en común, lo cual él estaba preparado a hacer. Era del todo importante para los Padres el rechazar el cargo de ser una congregación religiosa ilegal, la cual era una de los principales alegatos en la acción siempre presente y agresiva del Barón Sarnelli. Quizá, en cualquier caso el sometimiento a su regla a un poder civil hostil y sospechoso, era un error. En todo caso, el resultado fue desastroso. Alfonso estando tan viejo y débil, tenía 85 años, paralítico, sordo, y casi ciego, su única oportunidad de éxito era la de ser servido fielmente por sus amigos y subordinados, y fue traicionado en ambos casos. Su amigo el Gran Almoner lo traicionó; sus dos enviados para negociar con el Gran Almoner, Los Padres Majone y Cimino, lo traicionaron, siendo ellos los Consultores Generales. Incluso su confesor y Vicario General en el gobierno de su Orden, El Padre Andrés Villani, tomó parte en la conspiración. Al final la Regla fue alterada al punto de ser irreconocible, los propios votos de religión fueron abolidos.

En esta Regla alterada o Reglamento, como fue llamada, el inocente Santo fue inducido a poner su firma. Fue aprobada por el Rey y forzada a la estupefacta congregación mediante todo el poder del Estado. Surgió una conmoción de miedo. Alfonso mismo no estaba enterado. Le habían llegados vagos rumores de la traición, pero él se había negado a creerlos. "Tú fundaste la Congregación y tú la destruiste", le dijo un Padre. El santo lloró en silencio y trató en vano de encontrar un medio por el cual la Orden pudiera salvarse. Su mejor plan hubiera sido consultar a la Santa Sede, pero en esto se le habían adelantado. Los Padres en los Estados Papales, con precipitado empeño, denunciaron muy temprano el cambio de la Regla a Roma.

Pío VI, ya de por sí disgustado con el Gobierno Napolitano, tomó a los Padres en sus dominios bajo su protección especial, les prohibió todo cambio de Regla en sus casas, y aún renunciar a la obediencia a los Superiores napolitanos, es decir a San Alfonso, hasta que pudiera haber un interrogatorio. Siguió un largo proceso en la corte de Roma, y en septiembre de 1780, se redactó un decreto provisional, el cual se hizo absoluto en 1781, reconociendo que las casas en los Estados Papales, solas, constituían la Congregación Redentorista. El Padre Francisco de Paula, uno de los principales apelantes, fue nombrado su Superior General, "en lugar de aquellos", el edicto decía, "quienes siendo sus altos  superiores de la dicha congregación han adoptado junto con sus seguidores un nuevo sistema esencialmente diferente del anterior, y han abandonado el Instituto en el cual ellos profesaron, y  por lo tanto dejado de ser miembros de la congregación." De modo que el Santo fue cortado de su propia Orden por el Papa quien lo iba a declarar "Venerable". 

Él vivió en este estado de exclusión por 7 años más y en ese estado murió. No fue hasta después de su muerte, como él profetizó, que el gobierno napolitano, al fin reconoció su Regla, y que se reuniera la Congregación Redentorista bajo una cabeza en 1793. 

Alfonso todavía tenía que enfrentar una tormenta más, y sobre el final. Alrededor de tres años antes de su muerte pasó a través de una verdadera "Noche del Alma". Le cayeron espantosas tentaciones contra cada virtud, junto con apariciones diabólicas y alucinaciones, y terribles escrúpulos e impulsos para desanimarse y le hicieron vivir un infierno. Al fin vino la paz, y el 1 de agosto de 1787, cuando sonaban las campanas del ángelus del mediodía, el Santo pasó pacíficamente a su recompensa. Casi había completado su año 91. Fue declarado "Venerable", en 1796; fue beatificado en 1816, y canonizado en 1839. En 1871, fue declarado Doctor de la Iglesia.

En tres diferentes ocasiones en sus misiones, mientras predicaba, un rayo de luz de una pintura de Nuestra Señora se dirigió hacia él, y él cayó en éxtasis delante de la gente. Ya en avanzada edad, fue varias veces elevado en el aire mientras hablaba de Dios. Su intercesión curaba a los enfermos; él leía los secretos de los corazones, y predecía el futuro. Cayó en un trance clarividente el 21 de septiembre de 1774, y estuvo presente en espíritu en el lecho de muerte en Roma del Papa Clemente XIV.

San Alfonso como un teólogo moral ocupa el dorado centro entre las escuelas que tendían ya sea al relajamiento o al rigor que dividía al mundo teológico de su tiempo. Cuando él se estaba preparando para el sacerdocio en Nápoles, sus maestros fueron de la escuela rígida, ya que aunque el centro de la agitación Jansenista estaba en el norte de Europa, ninguna orilla estaba tan remota como para no sentir el movimiento de sus olas. Cuando el santo comenzó a oír confesiones, sin embargo, vio el daño echo por el rigorismo, y por el resto de su vida, él se inclinó mas hacia la escuela moderada de los teólogos Jesuitas, a quienes él llama "los maestros de moral".

 


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