San Ambrosio de Milán

 

                                                       

                           Obispo de Milán. Padre de la Iglesia. Doctor de la Iglesia 397.

Hermano de Santa Marcelina, es uno de los cuatro Padres de la Iglesia Latina y uno de los 36 doctores de la Iglesia CatólicaFue Obispo de Milán (Italia) del año 374 al año 397.

Probablemente nació en el año 340, en Tréveris, Arles, o Lyon. Es uno de los más ilustres Padres y Doctores de la Iglesia. Ambrosio descendía de una antigua familia romana que había abrazado el cristianismo años antes y que contaba entre sus miembros tanto mártires cristianos como altos funcionarios del Estado.

En la época de su nacimiento, su padre, que también se llamaba Ambrosio, era Prefecto en la Galia, y en ese carácter gobernaba los actuales territorios de Francia, Bretaña y España, además de Tingitana, en África. Su hermana, Marcelina, se hizo monja, y su hermano, San Sátiro, al ser electo Ambrosio al Episcopado, renunció a la prefectura para vivir con él y relevarlo de las tareas temporales. El padre de Ambrosio, murió alrededor del año 354. A raíz de ello la familia se mudó a Roma.

Según un relato de Paulino de Milán, biógrafo de Ambrosio, cuando este era un bebé, un enjambre de abejas se posó en su rostro mientras yacía en su cuna, dejando una gota de miel. Su padre lo consideró un signo de su futura elocuencia y lengua melosa. Por esta razón, las abejas y las colmenas a menudo aparecen en la simbología del santo.

La santa y virtuosa viuda fue grandemente ayudada en la educación religiosa de los hijos por su hija, Marcelina, quien tenía 10 años más que Ambrosio. Para ese entonces Marcelina ya había recibido el velo de las vírgenes de manos de Liberio, el Pontífice Romano, y vivía en casa de su madre en compañía de otras vírgenes. Fue de ella que el Santo aprendió a mostrar ese amor por la virginidad que luego se convirtió en su característica. Su progreso en conocimientos seculares iba a la par de su crecimiento en la piedad. Fue una bendición especial para Ambrosio mismo y para la Iglesia, el que él hubiese adquirido tan gran dominio del idioma y literatura griega, cuya carencia es tan dolorosamente patente en San Agustín y, en la generación posterior, en San León Magno.

Muy probablemente no hubiese acaecido el cisma griego si las iglesias de Oriente y Occidente hubiesen podido continuar dialogando tan íntimamente como lo hacían San Ambrosio y San Basilio. Una vez terminada su educación liberal, el Santo dedicó su atención al estudio y práctica del Derecho, y muy pronto se distinguió por la elocuencia y habilidad de sus alegatos en la corte del Prefecto pretoriano, Ancius Probus. Fue por ello que este último lo incorporó a su consejo y más tarde obtuvo para él del Emperador Valentiniano el puesto de Gobernador Consular de Liguria y Emilia, con residencia en Milán. “Ve- le dijo el prefecto, profetizando involuntariamente- y condúcete no como juez sino como Obispo”.

No hay forma de saber cuánto tiempo gobernó esa provincia. Lo único que sabemos es que su honesta y humanitaria administración le ganó el afecto y la estimación de todos sus gobernados, pavimentando así el camino para la revolución que iba a tener lugar en su vida poco después. Esto fue algo por demás notable, si tomamos en cuenta que en esa época Milán estaba en medio de un caos religioso causado por las continuas maquinaciones de la facción arriana.

Obispo de Milán

Desde que el heroico Obispo Dionisio, en el año 355, había sido arrastrado en cadenas al exilio en el lejano Oriente, la antiquísima sede de San Bernabé, había estado ocupada por el intruso capadocio, Auxencio, un arriano lleno de odio hacia la fe católica. Este tal, no sólo no conocía la lengua latina, sino que era un perseguidor astuto y violento de sus súbditos ortodoxos.

Para alivio de los católicos, la muerte le sobrevino al tirano en 347 y con ello terminó una servidumbre que había durado casi 20 años. Los Obispos de la región, temiendo que una elección popular diera pie a tumultos populares, solicitaron al Emperador Valentiniano que designara al sucesor por medio de un edicto imperial. El Emperador, sin embargo, ordenó que se llevara la elección según se acostumbraba. Le correspondió entonces a Ambrosio la tarea de mantener el orden ciudadano en tan peligrosa coyuntura.

Se dirigió a la Basílica en la que se encontraban reunidos el desunido clero y el pueblo. Ya ahí, inició un discurso que buscaba motivar a la moderación y la paz, pero fue interrumpido por una voz (la de un niño, según Paulino) que clamaba: “Ambrosio, Obispo”. La multitud inmediatamente comenzó a repetir el grito aquel y, para sorpresa y angustia de Ambrosio, él resultó electo por unanimidad. Aparte de la intervención sobrenatural, él era el único candidato viable: conocido por los católicos como firme creyente en el Credo de Nicea, aceptable para los arrianos y reconocido por todos como alguien que se había mantenido alejado de las controversias teológicas. Sólo había un problema: convencer al azorado Cónsul de que aceptara un puesto para el que no había sido educado. Y además, como muchos otros creyentes de esa época, quizás guiados por una reverencia equivocada hacia la santidad del bautismo, Ambrosio aún era catecúmeno y, consecuentemente, las sabias providencias de la ley canónica, lo hacían inelegible para el episcopado.

Mas Valentiniano, orgulloso de que la favorable opinión que él tenía de Ambrosio hubiera sido aceptada tan entusiastamente por el pueblo y por el clero, confirmó la elección y estipuló severas penas para quienes quisieran ayudarlo a evadirse. Finalmente, el Santo aceptó. Recibió el bautismo de manos de un Obispo católico y 8 días después, fue consagrado Obispo. Tenía 35 años de edad. Pero estaba destinado a edificar la Iglesia durante el espacio comparativamente prolongado de 23 años. Desde el principio dio testimonio de ser lo que siempre ha sido a los ojos del mundo cristiano: el modelo perfecto del Obispo cristiano.

Su primer acto como Obispo, y que luego imitaron muchos santos sucesores, fue el de deshacerse de todas sus posesiones terrenas. Dio a los pobres su propiedad personal; cedió a la Iglesia las tierras que poseía, dejando aparte una provisión para mantener a su amada hermana. La generosidad de su hermano Sátiro le quitó el peso de la administración de las cosas temporales y le permitió dedicarse totalmente a las espirituales. 

Para sobreponerse a su deficiencia de preparación en cuestiones teologales, se dedicó asiduamente al estudio de las Escrituras y de los Padres, mostrando preferencia por Orígenes y San Basilio, cuya influencia se percibe en sus obras. Ambrosio estudió teología con Simpliciano, un presbítero de Roma. Utilizando a su favor su excelente conocimiento del griego, que entonces era raro en Occidente, estudió el Antiguo Testamento y autores griegos como Filón y Orígenes y mantuvo correspondencia con Atanasio y Basilio de Cesárea. Aplicó este conocimiento como predicador, concentrándose especialmente en la exégesis del Antiguo Testamento, y sus habilidades retóricas impresionaron a Agustín de Hipona, quien hasta ahora había pensado mal de los predicadores cristianos.

En la confrontación con los arrianos, Ambrosio buscó refutar teológicamente sus proposiciones, que eran contrarias al credo de Nicea y, por lo tanto, a la ortodoxia oficialmente definida. Los arrianos apelaron a muchos líderes y clérigos de alto nivel en los imperios occidental y oriental. Aunque el Emperador occidental Graciano apoyó la ortodoxia, el joven Valentiniano II, que se convirtió en su colega en el Imperio, se adhirió al credo arriano. Ambrosio no influyó en la posición del joven príncipe. En Oriente, el Emperador Teodosio I también profesó el credo de Nicea; pero había muchos seguidores del arrianismo a lo largo de sus dominios, especialmente entre el clero superior. En este disputado estado de opinión religiosa, dos líderes de los arrianos, los obispos Paladio de Ratiaria y Secundianus de Singidunum, confiando en los números, prevalecieron sobre Graciano para convocar un consejo general de todas las partes del imperio. Esta solicitud parecía tan equitativa que cumplió sin dudarlo. Sin embargo, Ambrosio temía las consecuencias y prevaleció sobre el emperador para que el asunto fuera determinado por un consejo de obispos occidentales. En consecuencia, un sínodo compuesto por 32 obispos se celebró en Aquileia en el año 381. Ambrosio fue elegido presidente y Paladio, llamado a defender sus opiniones, declinó. Luego se votó y Paladio y su asociado Secundiano fueron depuestos de sus oficinas episcopales.

Su fama como elocuente expositor de la doctrina católica pronto llegó a los confines de la tierra. La fuerza de su oratoria está testimoniada no sólo por las repetidas alabanzas de que era objeto, sino, más aún, por la conversión de un retórico de la talla de Agustín.

Cada domingo acudían inmensas multitudes a la Basílica, atraídas por sus elocuentes discursos. Uno de sus temas favoritos era la excelencia de la virginidad, y tuvo tanto éxito en convencer a las doncellas de que adoptaran la vida religiosa que más de una madre prohibió a sus hijas ir a escuchar sus palabras. Ante la acusación de que estaba despoblando el Imperio, el Santo se vio forzado a refutarla a base de interrogar amenamente a los jóvenes acerca de si tenían dificultad en encontrar esposas.

Ambrosio y los Arrianos

Era natural que un prelado de tan altas miras, tan afable, tan caritativo con los pobres, tan dispuesto a entregar sus grandes capacidades al servicio de Cristo y de la humanidad, pronto gozara del amor entusiasta de su pueblo.

La hereje Emperatriz Justina y sus consejeros bárbaros con frecuencia hubieran querido callarlo con el destierro o el asesinato, pero como en el caso de Herodes y Juan Bautista, ellos “temían a la multitud”. Sus heroicas luchas en contra de las agresiones del poder secular lo han inmortalizado como el modelo y pionero de todos los Hildebrandos, Beckets y otros paladines de la libertad religiosa. 

El anciano Valentiniano I murió súbitamente en 375, el año siguiente a la consagración de Ambrosio, dejando a su hermano Valente, arriano, para que hiciera de las suyas en el Este, y a su hijo mayor, Graciano, para que se hiciera cargo de los territorios antes gobernados por Ambrosio, pero sin definir nada sobre el gobierno de Italia.En esa circunstancia, el ejército tomó el mando y proclamó Emperador al hijo de Valentiniano y de su segunda esposa, Justina, un niño de 4 años de edad. Graciano aceptó gustosamente y asignó a su medio hermano la soberanía de Italia, Ilírico (la actual región adriática de Montenegro y Albania) y África. Mientras aún vivía su ortodoxo esposo, Justina prudentemente le ocultó sus creencias arrianas, pero en ese momento, apoyada en la corte por una poderosa facción gótica, hizo pública su decisión de educar a su hijo en la herejía y una vez más intentó arrianizar el Occidente.

Esto la colocó en confrontación abierta con el Obispo de Milán, quien había ya apagado los últimos rescoldos de arrianismo en su diócesis. Esa herejía nunca había sido aceptada por el pueblo ordinario; debía su vitalidad artificial a las intrigas de reyes y cortesanos. El primer choque entre Ambrosio y la Emperatriz aconteció con ocasión de la elección episcopal en la sede de Sirmio, capital del Ilírico, que por entonces era la residencia de Justina. A pesar de los esfuerzos de la Emperatriz, Ambrosio logró que quedara electo un Obispo católico. Esa victoria fue repetida en el Concilio de Aquilea en el año 381, el cual él presidió, cuando logró derrocar a los únicos prelados arrianos que quedaban en el Occidente, Paladio y Secundiano, ambos ilirios.

La batalla campal entre Ambrosio y la Emperatriz, en los años 385-386, ha sido gráficamente descrita por el Cardenal Newman en sus “Historical Sketches”. El asunto en cuestión era la cesión de una de las Basílicas a los arrianos para que celebrasen allí su culto público. A lo largo de la prolongada batalla, Ambrosio demostró en grado eminente las cualidades de un gran líder. Para evitar ceder a los arrianos la Basílica porciana, que la madre del Emperador les había concedido, Ambrosio se plantó y junto con los soldados imperiales que habían ido a desalojarle, se encerró día y noche en el templo, hasta que consiguió la revocación de la orden imperial. Durante el encierro cantaron himnos religiosos (práctica que se conocía en la iglesia griega, pero no en la latina), empezando ahí la gran labor de Ambrosio de introducción en la liturgia del canto (llamado justamente Ambrosiano) y que abrió paso al canto Gregoriano. Tal fue el impacto de esta innovación que el gran San Agustín, que profesaba una gran veneración por Ambrosio, declara que fueron los cantos litúrgicos que oyera en la Basílica de Milán, el determinante último de su conversión.

Su valor en los momentos de mayor peligro sólo era igualado por su admirable moderación. En ciertos momentos críticos del drama, una sola palabra suya podría haber derribado del trono a la Emperatriz y a su hijo. Pero nunca fue pronunciada esa palabra. Un resultado perdurable de esa lucha contra el despotismo fue el rápido desarrollo del canto eclesiástico, del que Ambrosio había colocado los cimientos. Incapaz de vencer la fortaleza del Obispo y el espíritu del pueblo, finalmente la corte desistió de su esfuerzo. No sólo eso, sino que debió acudir a Ambrosio para que hiciera lo posible para salvar el trono del peligro.

Ya había él enviado una embajada a la corte del usurpador, Máximo, que en el 383 había derrotado y dado muerte a Graciano y ahora reinaba en su lugar. Gracias en gran parte a sus esfuerzos, se había logrado un entendimiento entre Máximo y Teodosio, a quien Graciano había designado como gobernante del Oriente. El acuerdo decía que Máximo debería contentarse con sus posesiones presentes y respetar los territorios de Valentiniano II. Tres años después Máximo decidió cruzar los Alpes. El tirano recibió a Ambrosio desfavorablemente y con la excusa, muy honorable al Santo, de que rechazaba mantener comunión con los Obispos que habían apoyado la muerte de Prisciliano (primer caso de pena capital por herejía ordenada por un príncipe cristiano), lo echó de la corte. Poco después Máximo invadió Italia.

Valentiniano y su madre buscaron la protección de Teodosio, quien aceptó defenderlos, derrocó al usurpador y ordenó darle muerte. Por ese tiempo murió Justina y Valentiniano, por consejo de Teodosio, abjuró del arrianismo y se colocó bajo la protección de Ambrosio, con el cual entabló una sincera amistad. 

Incidente de Tesalónica

Fue durante la prolongada estancia de Teodosio en el Occidente que tuvo lugar el episodio más notable de la Iglesia: la penitencia pública ordenada por el Obispo y cumplida por el Emperador. La narración tradicional del acontecimiento, transmitida por Teodoreto a muchos años de distancia, que exalta la firmeza del Santo a costa de su mansedumbre y prudencia, afirma que Ambrosio detuvo al Emperador a la entrada de la Iglesia. Lo regañó y humilló públicamente. La emergencia demandaba que el Obispo pusiera en práctica todas sus virtudes. 

Después de la derrota de Máximo y de la ascensión al poder imperial de Teodosio, se establece un buen clima de entendimiento entre el emperador y el Obispo milanés. De todas formas, estas buenas relaciones se deterioran bastante en 390 por el incidente de Tesalónica, que se inicia con la rebelión de la ciudad contra el Emperador, matando al gobernador de la Iliria. Teodosio, en una primera reacción dominada por la ira, ordenó un castigo severo. Una reconsideración posterior le llevó a revocar la orden anterior, pero la revocación llegó demasiado tarde, y una multitud reunida en el circo de Tesalónica fue pasada a cuchillo. Ambrosio juzgó que el Emperador había cometido un pecado grave de homicidio y, en consecuencia, le escribió una carta invitándole a someterse a la penitencia eclesiástica. Teodosio aceptó la penitencia y vestido de penitente se presentó en la iglesia, manifestando públicamente su falta. Fue reconciliado con la Iglesia en la Navidad del 390.

Para evitar encontrarse con el monarca asesino u ofrecer el Santo Sacrificio en su presencia, y, sobre todo, para darle tiempo de ponderar la atrocidad de una acción tan ajena a su carácter, el Santo se excusó alegando una enfermedad y, sabiendo que ello propiciaría que lo llamaran cobarde, se retiró al campo desde donde envió una carta “escrita por mi propia mano, que sólo usted debe leer”, en la que exhortaba al Emperador a reparar su crimen con una penitencia ejemplar. San Agustín narra, que con “humildad religiosa” Teodosio obedeció y “según la disciplina de la Iglesia, hizo penitencia de tal manera que la vista de su postrada majestad imperial llevó a las personas que intercedían por él a llorar más grandemente que el temor que les había causado la conciencia de la ofensa que él les había infringido cuando ésta los había enojado”. “Despojándose de todos sus emblemas de realeza- dice San Ambrosio en su oración fúnebre, lloró en la Iglesia sus pecados públicamente. No se avergonzó el Emperador de realizar una penitencia pública que muchos individuos evitarían. Ni hubo después día en su vida en que él no llorara su error”. Esta sencilla narración, sin ningún adorno histriónico, tanto honra al Obispo como a su soberano.


Ambrosio contra el Paganismo y el Judaísmo

En su ´´tratado sobre Abraham´´, Ambrosio advierte contra los matrimonios mixtos con paganos, judíos o herejes. En 388, el Emperador Teodosio el Grande fue informado de que una multitud de cristianos, liderados por su obispo, había destruido la sinagoga en Callinicum en el Éufrates. Ordenó la reconstrucción de la sinagoga a expensas del obispo, pero Ambrosio persuadió a Teodosio para que se retirara de esta posición. Le escribió al emperador, señalando que estaba "exponiendo al obispo al peligro de actuar en contra de la verdad o de la muerte"; en la carta "las razones dadas para el rescripto imperial se cumplen, especialmente por la súplica de que los judíos habían quemado muchas iglesias". Ambrosio, refiriéndose a un incidente anterior en el que Magnus Maximus emitió un edicto censurando a los cristianos en Roma por incendiar una sinagoga judía, advirtió a Teodosio de que la gente a su vez exclamó "el emperador se había convertido en judío", lo que implica que si Teodosio intentaba aplicar la ley para proteger a sus súbditos judíos, sería visto de manera similar. Toda la semilla de Efraín. "Y no ores por ese pueblo, y no pidas misericordia por ellos, y no te acerques a Mí en su nombre, porque no te escucharé. ¿O no ves lo que hacen en las ciudades de Judá? Dios prohíbe que se haga intercesión por ellos." Sin embargo, Ambrosio no se opuso a castigar a los que eran directamente responsables de destruir la sinagoga.

En su exposición del Salmo 1, Ambrosio dice: "Virtudes sin fe son hojas, florecientes en apariencia, pero improductivas. ¡Cuántos paganos tienen piedad y sobriedad pero no fruto, porque no logran su propósito! Las hojas caen rápidamente al viento aliento. Algunos judíos exhiben pureza de vida y mucha diligencia y amor al estudio, pero no dan fruto y viven como hojas ".

Bajo su influencia, los emperadores Graciano, Valentiniano II y Teodosio I continuaron la persecución del paganismo; Teodosio emitió los 391 "decretos teodosianos", que con creciente intensidad prohibían las prácticas paganas. El Altar de la Victoria fue eliminado por Graciano. Ambrosio prevaleció sobre Graciano, Valentiniano y Teodosio para rechazar las solicitudes de restauración del altar.


La Estatua de la Victoria es una estatua que se hallaba presente en el Senado Romano, es de origen pagano y fuente de continuas disputas en la antigüedad tardía en el Imperio Romano, donde las luchas de poder entre senadores paganos y senadores cristianos hacían retirar la estatua y volverla a traer al Senado una y otra vez como símbolo de la dominación del cristianismo sobre el paganismo y viceversa. Dicha disputa duró más de un siglo y, aunque incruenta, llegó a llamarse la guerra de las estatuas, ya que se supone que la sustitución de estatuas paganas provocaba gran agitación entre partidarios y detractores de las mismas.

En 393 el Emperador Teodosio I prohibió los Juegos Olímpicos por influencia de Ambrosio, al considerarlos paganos.

Los últimos días de Ambrosio

El asesinato de su joven pupilo, Valentiniano II, que tuvo lugar en la Galia en mayo del 393, mientras Ambrosio cruzaba los Alpes para ir a bautizarlo, causó al Santo una gran aflicción. La elegía que pronunció en Milán es singularmente tierna: describe al fallecido Rey como un mártir, bautizado con su propia sangre. En realidad el usurpador, Eugenio, sí era un infiel en lo hondo de su corazón y abiertamente anunció su intención de restablecer el paganismo. Reabrió los templos paganos y determinó que se instalara de nuevo en el Senado Romano el altar de la Victoria. Este triunfo del paganismo tuvo una corta vida. 

En la primavera del 391, Teodosio de nuevo condujo sus legiones al Occidente y, en una breve campaña, derrotó y mató al tirano. El paganismo romano pereció con él. El Emperador reconoció los méritos del gran Obispo de Milán anunciando su victoria la misma tarde de la batalla y pidiéndole que celebrara un solemne sacrificio de acción de gracias. No vivió Teodosio mucho tiempo después de su triunfo. Murió en Milán pocos meses después (enero del 395) teniendo a Ambrosio junto a su lecho y el nombre de Ambrosio en sus labios. Sólo pasaron dos años para que estas dos almas generosas fueran reunidas por la muerte. Ningún cuerpo humano puede soportar por mucho tiempo la actividad incansable de un Ambrosio. Es significativa una escena, narrada por su secretario, de su extraordinaria capacidad de trabajo. Él murió un Viernes Santo. Al día siguiente, cinco Obispos tuvieron dificultad para administrar el bautismo a una multitud igual a la que él acostumbraba bautizar sin ayuda.

Cuando se corrió el rumor de que estaba seriamente enfermo, el Conde Stilico, “temeroso de que su muerte pudiera significar la destrucción de Italia”, despachó unos emisarios, entre los que estaban los principales ciudadanos, para suplicarle que le rogara a Dios que prolongara sus días. La respuesta del Santo impresionó profundamente a San Agustín: “No he vivido entre ustedes de modo que me avergüence de vivir, ni temo morir porque tenemos a un Señor de bondad”. Durante horas antes de su muerte él permaneció con los brazos extendidos a imitación de su Maestro al agonizar, quien también se le apareció en persona. El Obispo de Vercelli le llevó el Cuerpo de Cristo. “Terminando de consumirlo, exhaló pacíficamente su último aliento”. Era el año 397.

Fue enterrado en su amada Basílica, tal como él había deseado, al lado de los santos mártires Gervasio y Protasio, cuyas reliquias habían sido descubiertas durante su lucha con Justina, evento que les proporcionó un gran consuelo a él y a sus seguidores. En el año 835 las reliquias de los tres santos fueron colocadas por uno de sus sucesores, Angilberto II, en un sarcófago bajo el altar, donde fueron descubiertos en 1864.



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