San Anastasio el Persa o el Mago

                                                                 Monje. Mártir. 628.

San Anastasio, alguna vez fue mago, se convirtió a la Cruz Santa. Educado, como era natural, en la religión de su patria, el Sabeísmo, o sea la idolatría sidérea, y en la magia, aprendió, siendo niño, de su padre las artes mágicas. Antes de su conversión a la religión de Jesucristo, se llamaba Magúndat. Mozo ya, se alistó en el ejército de su nación, casi en constante guerra con los estados ve­cinos, sirviendo en el arma de caballería.

Hacia el año 610, Sain o Sathin, el Exarca, esto es, Prefecto o Te­niente General del Ejército de los persas, hizo una expedición al Occidente; llegó con sus tropas, saqueándolo todo, hasta Calcedonia, y la sitió por algún tiempo. Formaba parte de este ejército el persa Magúndat. Precisado Sain a volver al Oriente, porque Filípico conducía el ejército de Heraclio, Emperador del Oriente, hacia la Persia, regre­só a su patria Magúndat y se separó del servicio militar, y por al­gún tiempo vivió en compañía de un artífice platero.

Cuando oyó el nombre de Cristo de los cautivos cristianos, comenzó a convertirse a la religión de éstos, abandonando enseguida Per­sia en busca de gentes que le enseñaran la doctrina del Crucificado. Se dirigió a Calcedonia y a Hierápolis, y después a Jerusalén. Estando en esta ciudad en el año 614, en ocasión en que fue tomada por Cosroes II, Rey de la Persia, como viese llevar con gran veneración cautiva a Ctesifon, lugar de aquella nación, la Santa Cruz que nos libró del cautiverio del pecado, yendo con ella multitud de cristia­nos prisioneros, después de tomada Jerusalén, quiso saber Magún­dat, ignorante aún de nuestra religión, qué motivo tenían los cris­tianos para estimar tanto dos maderos cruzados que habían servido para ajusticiar a un hombre.


Informado de esto y bien instruido en la doctrina cristiana, reci­bió el bautismo en el año 620, en el Monasterio del Abad Anastasio, a 4 millas de la misma ciudad. Con este motivo dejó el nombre pagano y tomó el de Anastasio, de origen griego, que significa resucitado, y realmente resucitó él a la vida de la gracia de Dios. No contento con ser cristiano, ingresó en dicho monasterio, que se cree fuera de los Carmelitas, en cuya regla vivió 7 años, empleándolos en los ejercicios más humildes y más perfectos de la vida reli­giosa, para, en breve tiempo, como obrero de última hora, consumar su carrera en este mundo. En los calendarios de los Carmelitas se le considera como de su Orden. Después de admirar y contemplar la constancia de los siervos de Dios en mortificarse y en padecer por Jesucristo, no quiso leer casi otra cosa sino lo que le fomentase el más ardiente deseo de derramar su sangre por amor a Jesús.


Después de 7 años de la más exacta observancia monacal, se trasladó, él pensó, por obra del Espíritu Santo para entrar en demanda de martirio y fue a Cesárea, entonces sometida a los persas. Reprochando a sus compatriotas por la magia y culto al fuego, ambos practicados por él alguna vez, fue tomado prisionero, cruelmente torturado para hacerle abjurar, arrastrado hasta cerca del Éufrates, a un lugar llamado Barsaloe, donde sus sufrimientos fueron renovados mientras al mismo tiempo, le prometieron el honor más alto en el servicio de Rey Chosroes si renunciaba a la Cristiandad. Finalmente, con otros 70, fue estrangulado hasta morir y decapitado. Su cuerpo, arrojado a los perros, fue dejado intacto por ellos, entonces fue transportado a Palestina, después a Constantinopla y finalmente a Roma.

Poco después de muerto Anastasio, cierto demoníaco se vistió con la túnica del mártir y se curó repentinamente. Entre tanto, llegó con su ejército el Emperador Heraclio, después de haber derrotado a los persas, y puso en libertad a los cristianos que aun estaban cautivos, 10 días después del martirio de San Anastasio. En cuanto al cruel Cosroes, viendo su hijo mayor, Siróes, que su padre quería coronar a otro hijo por Rey de Persia, se rebeló contra el autor de sus días, mató a vista de él al hijo a quien quería coronar, y mandó luego quitar la vida a su padre, Cosroes, a saetazos. Así se cumplieron las palabras que el mártir San Anastasio dijo a sus compañeros en la prisión: “Yo concluyo la vida ma­ñana. Algunos de vosotros seréis puestos en libertad dentro de pocos días, y el inicuo e impío Rey Cosroes será matado”.

Justino, el Hegúmeno, o sea Padre Superior del Convento al que per­teneció Anastasio, había mandado otro monje, que después escribió la vida de este mártir, a Cesárea para que le consolase en la prisión, y este religioso le acompañó a Persia; y luego que fue martirizado Anastasio, desde allí llevó a su convento, la túnica sin mangas que usaban los romanos antiguos, y después tam­bién las reliquias del cuerpo del mártir.

Posteriormente fue llevada a Roma su sagrada cabeza con su ve­nerable retrato o imagen, en cuya presencia huían los demonios y sanaban los enfermos; y colocada en la iglesia contigua a la de San Pablo Apóstol, que se llamaba “ad Aquas Salvias”, o de las Tres fuen­tes, que brotaron milagrosamente en el sitio en que San Pablo fue decapitado. Dicha iglesia, que se llama de San Vicente y de San Anastasio, fue construida en el año 624 por el Papa Honorio I, y restau­rada por Adriano I en el año 772, y después renovada por el Papa León III. Es gótica, de 3 naves. Estos dos santos mártires son muy venerados en Roma, como lo prueba el tener otro templo en la misma ciu­dad dedicado en su honor, y con sus nombres, en la plaza de la fuente de Trevi, cerca de la de España.

La historia del glorioso mártir San Anastasio fue muy celebrada desde su muerte. Las actas de su vida comprenden dos tratados: uno que contiene su conversión, la vida monástica y la lucha que sos­tuvo por la fe; y el otro la traslación de las reliquias a Roma y la relación de muchos milagros obrados por su intercesión. A estas ac­tas dieron mucha autoridad los 350 Obispos del VII Con­cilio General y II° de Nicea, en el año 787, o sea 159 años después del martirio de San Anastasio, en la sesión IV, en la cual se propuso el Concilio fijar la doctrina católica sobre el culto de las imágenes sagradas, sirviendo de ejemplo la de San Ana­stasio. Con este fin dijeron los Legados del Papa: “Esta imagen de San Anastasio está hasta el presente en Roma, en su monasterio, con su preciosa cabeza, y en Sicilia hubo una mujer atormentada por el demonio, que sanó con sólo ponerla en Roma junto a la predicha sa­grada imagen de San Anastasio”.

                                                                Reliquias del Santo 

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