San Antonio de Padua

 

                                           

                                            Franciscano. Predicador. 1231.

Nacido en Lisboa (Portugal) en 1195 y muerto en Vercelli en 1231. Fue bautizado con el nombre de Fernando. Su padre fue Martin Bouillon, descendiente del renombrado Godofredo de Bouillon, Comandante de la I Cruzada y su madre, Teresa Tavejra, era descendiente de Froilán I, IV Rey de Asturias. Todo lo que sabemos de sus padres es que eran nobles, poderosos y temerosos de Dios. Cuando Fernando nació, ambos eran jóvenes y vivían cerca de la Catedral de Lisboa.

Habiendo sido educado en la escuela de la Catedral, Fernando, a los 15 años, ingresó en 1210 a los Canónigos Regulares de San Agustín en el convento de San Vicente, fuera de los muros de la ciudad. Dos años mas tarde, para evitar ser distraído por amigos y familiares, quienes frecuentemente venían a visitarlo, se fue con permiso de su Superior al Convento de Santa Cruz en Coimbra en 1212, donde permaneció por 8 años, ocupando su tiempo principalmente con el estudio y la oración. Dotado de un gran entendimiento y una memoria prodigiosa, pronto encontró en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres un tesoro de conocimiento teológico.

El Monasterio de Santa Cruz hospedaba a unos 70 religiosos y era el centro cultural más importante de Portugal. Era una especie de Universidad, en la que enseñaban profesores que se habían especializado en París (Francia). Una rica biblioteca ofrecía sus tesoros a todos los sedientos del saber. En ese ambiente, saturado de tantos valores espirituales, teológicos y científicos, Antonio se zambulló como abeja hacendosa en los numerosos manuscritos, asimilando y libando la miel de la sabiduría, que luego esparciría a raudales. Lamentablemente, ese monasterio estaba viviendo días difíciles y pesados nubarrones se cernían sobre él. Fue fundado por el Rey, que tenía derecho de patronato; y se sabe históricamente que esa institución del patronato fue causa de sinsabores y malestares en todas partes. A causa de esas intromisiones, la disciplina regular sufrió muchos deterioros. Tanto en su predicación como en sus sermones, Antonio se mostró muy severo con los prelados, clérigos y religiosos, contra los cuales lanzó acerbas críticas e invectivas. Se podría pensar que, a través de sus ásperas palabras, quería evocar los trastornos que padeció su monasterio por largos años.

En 1220, habiendo visto transportar a la Iglesia de Santa Cruz los restos de los primeros mártires franciscanos, quienes habían muerto en Marruecos en enero de ése mismo año, se sintió inflamado con el deseo del martirio y decidió ingresar con los Frailes Menores para así poder predicar la Fe a los sarracenos y sufrir por amor a Cristo. Habiendo confesado su intención a algunos de los hermanos del Convento de Olivares (cerca de Coimbra), quienes fueron a suplicar al Abad de los Canónigos Regulares, recibió de sus manos el hábito franciscano en el mismo Convento de Santa Croce. Así Fernando dejó a los Canónigos Regulares de San Agustín para incorporarse a la Orden de Frailes Menores, adoptando el nuevo nombre de Antonio, nombre que también adoptó en el Convento de Olivares.

Al poco tiempo de haber ingresado a la Orden, Antonio salió para Marruecos, pero decaído por una severa enfermedad que lo afectó durante todo el invierno, le ordenaron zarpar hacia Portugal en la Primavera siguiente (1221). Su barco, sin embargo, fue atacado por una violenta tormenta y llevado a la costa de Sicilia, donde Antonio permaneció por algún tiempo, mientras se recuperaba su salud.

Mientras Antonio vivía retirado en Monte Paolo, sucedió que un día cierto número de frailes franciscanos y dominicos, fueron enviados juntos a Forli para su ordenación. Antonio se encontraba presente, pero simplemente como acompañante del Provincial. Cuando fue hora de la ordenación, descubrieron que no había ningún predicador designado. El Superior primero preguntó a los dominicos si entre ellos habría alguien que dirigiese algunas palabras a los hermanos reunidos; pero todos declinaron indicando que ninguno estaba preparado. En la emergencia escogieron a Antonio, de quien creían que sólo era capaz de leer el Misal y el Breviario, y le ordenaron hablar lo que el espíritu de Dios pusiera en su boca. Antonio accedió por obediencia, hablando al principio tímida y lentamente, pero pronto exaltado por el fervor, empezó a explicar el sentido mas oculto de las Sagradas Escrituras con tan profunda erudición y sublime doctrina que todos los presentes quedaron atónitos. A partir de ése momento empezó la carrera pública de Antonio. 

Fue como orador, sin embargo, mas que como maestro, que Antonio cosechó sus máximos frutos. Con celo apostólico, tomó a su cargo reformar la moralidad de su tiempo combatiendo de forma especial los vicios del lujo, avaricia y tiranía. El fruto de sus sermones fue, entonces, tan admirable como su misma elocuencia. No fue menos ferviente en la extinción de la herejía, sobre todo la de los cátaros y los patarinos, quienes infestaron el centro y norte de Italia, y probablemente también aquella de los albigenses en el sur de Francia, aunque no existen documentos que lo confirmen. Entre los muchos milagros, con que San Antonio consiguió la conversión de herejes, los tres mas mencionados por sus biógrafos son los siguientes:

 En la época de Antonio no faltaban herejes que negaban la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Entre ellos se destacaba Bonvilo, el cual polemizó con Antonio acerca de esa presencia del Señor y desafió a Antonio con una propuesta bastante original. Le dijo que dejaría sin comer ni beber a su mula por tres días. Al tercer día, se reunirían en la plaza: Bonvilo teniendo por el cabestro a una mula y transportando un balde de agua y una canasta de alfalfa y Antonio en procesión trayendo la custodia con el Santísimo Sacramento. Si la mula se arrodillara ante el Santísimo, él también se arrodillaría y reconocería al Señor sacramentado; si esto no sucedía, seguiría en su negación del misterio eucarístico. Antonio adhirió al desafío. Al tercer día, en una plaza colmada de gente, se vieron dos procesiones: Bonvilo con la mula y Antonio con la custodia. Al acercarse con la custodia, la mula desechó el agua y la canasta de alfalfa y se puso de rodillas ante el Señor sacramentado; y con la mula se arrodilló también el hereje.

El segundo milagro importante es aquel que sucedió cuando algunos herejes italianos le dieron comida envenenada, la cual se desintoxicó al hacer San Antonio, el signo de la Cruz.

 El tercer milagro digno de mencionar es el del famoso sermón a los peces en el banco del río Brenta, vecino a Padua. En Rímini encontró fuerte oposición de los herejes, que impedían al pueblo que asistiera a sus sermones. Entonces recurrió el Santo a la eficacia del milagro. Ante la apatía del público por la palabra de Dios, se fue a orillas del Adriático y empezó a predicar a los peces, diciendo: “Oíd la palabra de Dios, vosotros peces del mar y del río, ya que no la quieren escuchar los infieles herejes”. A su palabra acudieron multitud de peces, que sacaban sus cabezas fuera del agua con grandísima quietud, mansedumbre y orden. Aquel milagro despertó gran entusiasmo en la ciudad, quedando abrumados los herejes.

El celo con el que San Antonio luchó contra la herejía, y las muchas conversiones que logró, le hicieron merecedor del título glorioso de "Malleus hereticorum" (Martillo de los herejes). Aunque sus predicaciones estuvieron sazonadas siempre con la sal de la discreción, San Antonio habló abiertamente a todos, tanto al rico como al pobre, al pueblo y a las autoridades. En un Sínodo en Burgos y en la presencia de muchos prelados, reprendió al Arzobispo, Simón de Sully tan severamente, que logró arrepentimiento y enmienda verdaderos.

 Predicando una noche de Jueves Santo en la Iglesia de St. Pierre du Queriox en Limoges, recordó que tenía que cantar una Lectura del Oficio Divino. Interrumpiendo súbitamente su discurso, se apareció en ese mismo momento entre los frailes del coro para cantar su parte, después de lo cual continuó su predicación. Otro día predicando en la Plaza, milagrosamente protegió a su audiencia de la lluvia.

En St. Junien durante el sermón, predijo que por obra del demonio, el púlpito se vendría abajo, pero que todos permanecerían sanos y salvos. Y así sucedió; mientras estaba predicando, el púlpito se derrumbó, pero nadie se lastimó; ni siquiera el santo mismo.

Una mujer en Ferrara (ciudad italiana), fue salvada de una terrible sospecha. El santo reconcilió a la esposa con el marido, un personaje ilustre, una persona importante de la ciudad. Hizo un verdadero milagro, al hacer hablar a un recién nacido, que tenía pocos días de vida, y que contestó a la pregunta que le había hecho el hombre de Dios. Aquel hombre estaba tan furioso a causa de los infundados celos hacia su mujer, que ni siquiera quiso tocar al niño que acababa de nacer algunos días antes, convencido de que era fruto de un adulterio de la mujer. San Antonio cogió el recién nacido en brazos y le habló: “Te suplico en nombre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nacido de María Virgen, que me digas en voz clara, para que todos puedan oírlo, quién es tu padre”. Y el niño, sin balbucear como hacen los niños pequeños, sino con una voz clara y comprensible como si fuera un chiquillo de diez años, fijando los ojos en su padre, ya que no podía mover las manos, ligadas al cuerpo con las fajas, dijo: “éste es mi padre”. San Antonio se giró hacia el hombre y le dijo: “Toma a tu hijo y ama a tu mujer que está atemorizada y se merece toda tu admiración”.

En Toscana, gran región de Italia, se estaban celebrando solemnemente, como sucede en estos casos, las exequias de un hombre muy rico. En el funeral estaba presente San Antonio que, movido por una inspiración impetuosa, se puso a gritar que el muerto no tenía que ser enterrado en un sitio consagrado, sino a lo largo de las murallas de la ciudad, como un perro. Y esto porque su alma estaba condenada al infierno, y aquel cadáver no tenía corazón, como había dicho el Señor según el santo evangelista Lucas: "Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón". Ante esta exhortación, como es natural, todos se quedaron estupefactos, y tuvo lugar un encendido cambio de opiniones. Al final se abrió el pecho del difunto, y no se encontró su corazón que, según las predicciones del santo, fue encontrado en la caja fuerte donde conservaba su dinero. Por dicho motivo, la ciudadanía alabó con entusiasmo a Dios y a su santo. Y aquel muerto no fue enterrado en el mausoleo que se le había preparado, sino llevado como un asno, a la muralla y allí enterrado.

En un monasterio de Benedictinos, donde cayó enfermo, libró por medio de su túnica a uno de los monjes, de grandes tentaciones. Igualmente, soplando en la cara de un novicio (a quien él mismo había recibido en la Orden), le confirmó la vocación. En Brive, donde fundó un convento, preservó de la lluvia a la dama de compañía de una benefactora quien había llevado verduras a los hermanos para su frugal alimento.

Cuando nuestro santo habitaba en Padua, su padre aún vivía en Portugal. En una ocasión, dos nobles portugueses se hicieron la guerra a muerte. Uno de ellos mató al hijo de su enemigo. Para tapar su crimen, no encontró mejor solución que la de enterrar a su víctima por la noche en el jardín de la casa de los padres de nuestro santo. Tras muchas pesquisas, fue descubierto el cadáver y el padre de Antonio fue tomado preso para responder del crimen. San Antonio supo por revelación de Dios lo que ocurría y aquella misma noche pidió permiso para ausentarse, obteniéndolo fácilmente. Al día siguiente por la mañana estaba en Lisboa (por bilocación). Se dirigió a la casa del juez, y no habiendo podido obtener de éste la libertad de sus padres y parientes, pidió que, al menos, le llevasen a su presencia al niño enterrado. Lo resucitó y ordenó que dijera si las personas a quienes se acusaba eran o no inocentes. Reveló el niño la verdad y los padres de Antonio fueron liberados de la cárcel. Nuestro santo permaneció con ellos todo aquel día. Al día siguiente, fue llevado a Padua por ministerio de los ángeles.

Era la medianoche del Jueves Santo, en la iglesia de Saint Pierre de Queyroix. Terminados los maitines, empezó Antonio a anunciar la palabra de Dios a la gente reunida en torno suyo. Ahora bien, en aquel mismo momento, los frailes menores cantaban en su convento el oficio de la mañana, en el cual nuestro santo, por razón de su cargo de custodio, tenía que recitar una lección. Saint Pierre de Queyroix, distaba bastante del monasterio franciscano, por lo cual no parecía posible que Antonio pudiera encontrarse entre sus hermanos en el momento oportuno. Pues bien, esto fue lo que puntualmente ocurrió. Llegado dicho momento se calló Antonio, y habiéndose mostrado súbitamente al mismo tiempo en el coro de su convento, cantó su lección hasta el final y desapareció enseguida. Salió entonces de su silencio en Saint Pierre y continuó su sermón ante el pueblo.

Después de la muerte de San Francisco, en 1226, Antonio regresó a Italia. Sus pasos los llevaron por Provencia en donde sucedió el siguiente milagro: fatigado por el viaje, él y su acompañante entraron en la casa de una pobre mujer, quien les ofreció pan y vino.  Ella olvidó cerrar la llave del barril, y luego el acompañante del Santo rompió su vaso. Antonio comenzó a orar y repentinamente el vaso estaba entero y el barril lleno de vino nuevamente.

Poco después de su regreso a Italia, Antonio fue electo Ministro Provincial de Emilia, pero para poder dedicar mas tiempo a predicar, renunció a este cargo, en el Capítulo General de Asís en 1230 y se retiró al Convento de Padua, que él mismo había fundado. La última Cuaresma en que predicó fue la de 1231; la multitud que llegaba de todas partes para escucharle, frecuentemente alcanzaba los 30.000 y más. También en Padua, sucedió el famoso milagro del pie amputado, el cual los escritores franciscanos atribuyen a San Antonio. Un joven, llamado Leonardo, en un arranque de ira, pateó a su propia madre. Arrepentido, le confesó su falta a San Antonio quien le dijo: "El pie de aquel que patea a su propia madre, merece ser cortado." Leonardo corrió a casa y se cortó el pie. Enterado de esto, San Antonio tomó el miembro amputado del joven y milagrosamente lo reunió al cuerpo.

Debido a los esfuerzos de San Antonio, la Municipalidad de Padua, en 1231, aprobó una ley a favor de deudores que no pudiesen pagar sus deudas. Una copia de esta ley se conserva en el museo de Padua. Así pues, el triunfo de la carrera misionera de San Antonio se manifiesta no solo en su santidad y sus numerosos milagros, sino también en la popularidad y temática de sus sermones, dado que tuvo que pelear contra los vicios mas obstinados de lujos, avaricia y tiranía. 

Murió a la edad de 36 años en 1231. Había vivido 15 años con sus padres, 10 como Canónigo Regular de San Agustín y 11 años en la Orden de Frailes Menores. Inmediatamente después de su muerte se apareció en Vercelli al Abad, Thomas Gallo, y su muerte también fue anunciada a los habitantes de Padua por un grupo de niños que gritaban: "¡El Padre Santo ha muerto; San Antonio ha muerto!". Gregorio IX, persuadido firmemente de su santidad por los numerosos milagros que había conseguido, lo inscribió a un año de su muerte (en Pentecostés, 30 de mayo de 1232), en el catálogo de los santos de la Catedral de Espoleto. En la Bula de canonización, declaró que había conocido personalmente al santo, y se sabe que el mismo Pontífice, habiendo oído uno de sus sermones en Roma e impactado por su profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras, lo llamó "Arca de la Alianza".

Cuando la urna en donde por 30 años había descansado su cuerpo, fue abierta, todo su cuerpo estaba reducido a polvo excepto la lengua incorrupta, fresca y de un vivo color rojo. San Buenaventura contemplando esta maravilla, tomó la lengua afectuosamente entre sus manos y la besó, exclamando: "Oh Bendita lengua que siempre oró al Señor, e hizo a otros alabarle, ahora es evidente cuán grande mérito tiene ante Dios."

Por regla general, a partir del siglo XVII, se ha representado a San Antonio con el Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un suceso que tuvo mucha difusión y que ocurrió cuando San Antonio estaba de visita en la casa de un amigo. En un momento dado, éste se asomó por la ventana y vio al santo que contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y resplandeciente que sostenía en sus brazos. En las representaciones anteriores al siglo XVII aparece San Antonio sin otro distintivo que un libro, símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas Escrituras. En ocasiones se le representó con un lirio en las manos y también junto a una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante el Santísimo Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue el motivo para que su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia real.

 






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