San Antonio María Claret

 

                                                             

              Fundador de los Misioneros  Hijos del Sagrado Corazón de María. 1870.

Prelado y misionero español, nació en Sallent, Barcelona, en 1807; muere en Francia en 1870. Hijo de una pequeña familia dedicada a la manufactura de lana, recibió una educación básica en su villa natal, y a la edad de 12 años se volvió un tejedor. 

En el verano de 1825 se trasladó a Barcelona con el propósito de mejorar sus habilidades para el trabajo textil.​ Trabajó en una fábrica de tejidos y estudió dibujo y gramática castellana y francesa en la escuela de la Real Junta de Comercio en La Lonja del Mar.​ Algunas experiencias humanas y religiosas le hicieron replantearse su vida.​ Estando en la playa de la Barceloneta, una ola lo arrastró mar adentro. Invocó a la Virgen y pasó a estar de nuevo en la orilla con la ropa seca.​ Otro día fue a visitar a un amigo, que estaba ausente, y la dueña de la casa intentó seducirle con palabras y gestos. Antonio se escabulló y la mujer, despechada, salió al balcón a decir que él le había insultado.​ En otra ocasión, se juntó con una persona para echar lotería, pero este se volvió un ludópata que le robó a él y a una señora para invertirlo, y perderlo, en el juego. Finalmente, su amigo fue condenado a dos años de cárcel y él se sintió mal por el hecho de que le pudieran considerar cómplice de aquel sujeto. Aconsejado por un sacerdote oratoriano, decidió cambiar de vida.​ Tomó la drástica decisión de hacerse cartujo.​ Para ello, retomó sus estudios de latín. Primero le dio clases particulares un sacerdote llamado Tomás, que falleció poco después, y tras esto recibió clases en la preceptoría de Francesc de Paula Mas i Artigas.

Escucha el llamado de Dios. Al dejar Barcelona, entró al Seminario de Vich en 1829, y se ordenó sacerdote en 1835. Su primera misa la celebró en la parroquia de Sallent el día 21 de junio, con gran satisfacción y alegría de su familia. Su primer destino fue precisamente Sallent, su ciudad natal.

A la muerte de Fernando VII la situación política española se había agravado. Los constitucionales, imitadores de la Revolución Francesa, se habían adueñado del poder. En las Cortes de 1835, se aprobaba la supresión de todos los Institutos religiosos. Se incautaron y subastaron los bienes de la Iglesia y se azuzó al pueblo para la quema de conventos y matanza de frailes. Contra este desorden pronto se levantaron las provincias de Navarra, Cataluña y el País Vasco, estallando la guerra civil entre carlistas e isabelinos. Pero Claret no era político. Era un apóstol. Y se entregó en cuerpo y alma a los quehaceres sacerdotales a pesar de las enormes dificultades que le suponía el ambiente hostil de su ciudad natal. Su caridad no tenía límites. Por eso, los horizontes de una parroquia no satisfacían el ansia apostólica de Claret. Consultó y decidió ir a Roma a inscribirse en "Propaganda Fide", con objeto de ir a predicar el Evangelio a tierras de infieles... Corría el mes de septiembre de 1839. Tenía 31 años.

 En 1848 fue enviado a las Islas Canarias donde sirvió por 15 meses. Regresando a Vich estableció la Congregación de los Misioneros Hijos del Sagrado Corazón de María (1849) y fundó la más grande biblioteca religiosa de Barcelona, la cual lleva su nombre y ha publicado millones de copias de los mejores trabajos católicos antiguos y modernos. 

Tales fueron los frutos de su celosa labor y tan grande y maravilloso fue su trabajo, que el Papa Pio IX le pidió al soberano de España designarlo como Arzobispo de Santiago de Cuba en 1851. Salió de Vich y embarcó de Barcelona el 28 de diciembre. Bien llegó a su destino, inició un cuidadoso trabajo de reforma. El Seminario fue reorganizado, consolidó la disciplina clerical y superó la cifra de 9.000 matrimonios válidos en un plazo de 2 años. Construyó un hospital y numerosas escuelas. Recorrió la diócesis entera tres veces, dándole un incesante apostolado misionero. Claret se dedicó a una serie de campañas misioneras para llevar la Palabra de Dios a todos los poblados y, en cuanto fuera posible, a plantaciones y granjas. Daría una importancia primordial a misiones y ejercicios. El 26 de febrero comenzó con ejercicios espirituales al clero de Santiago.  Los propietarios de los esclavos negros les hacían vivir en la incultura, les obligaban a trabajar los domingos e impedían su instrucción religiosa.​ Claret se preocupó por la evangelización de los negros.​ Para evitar abusos con ellos, publicó en 1851 una carta con las principales leyes de Indias.​ Combatió enérgicamente la legislación y praxis discriminatoria respecto del matrimonio entre personas de distinta raza. Naturalmente su celo engrandeció ante las enemistades y calumnias de los no religiosos, como había sucedido antes en España. 


En aquel entonces en Cuba había movimientos de secesión, aunque Claret no hablaba de política. Poco después de haber llegado a la isla se produjo el primer intento de sublevación puramente cubano y sus líderes cayeron prisioneros y fueron condenados a muerte. Las familias de los condenados pidieron al arzobispo que intercediera por ellos. El general Concha no quiso oír la petición del santo en dos cartas del 25 de julio y del 8 de agosto de 1851. Los cuatro sublevados condenados a muerte, pidieron confesarse con el arzobispo antes de morir. Claret sirvió como mediador entre los demás implicados y el capitán general para obtener que volvieran con disimulo a sus familias. Esa intervención no agradó a los que, desde fuera, buscaban una represión severa para mantener viva la rebelión. Claret sufrió un intento de envenenamiento y lo atribuyó a los partidarios de la anexión de Cuba a los Estados Unidos.

Muchos se formaban en el Seminario de Santiago y, al final, decían que no querían ser curas. Luego, terminaban su formación como abogados en los Estados Unidos y volvían poco afectos a la Iglesia Católica.​ En el seminario de La Habana pasaba lo mismo.​ Claret cambió los estatutos del seminario mejorando la preparación religiosa.​ Consiguió del gobierno de Madrid los recursos necesarios para aumentar el número de sacerdotes y dedicarse a la renovación de los templos y objetos de culto. En Cuba casi no existían las órdenes religiosas, tras la desamortización de 1835. El arzobispo logró que el gobierno autorizase, por Real Cédula del 26 de noviembre de 1852, la instalación de paúles, jesuitas, escolapios e hijas de la caridad.

En 1853 consagró su archidiócesis al Corazón de María y estableció en todas las parroquias la Archicofradía del Corazón de María. En Cuba fundó también la Asociación Apostólica “Nombre de María” y quiso que todos sus miembros se consagrasen al Inmaculado Corazón. Gran parte de sus esquemas de sermones sobre el Corazón de María proceden del tiempo que vivió en Cuba. Claret llamó a María Antonia París, miembro de la Compañía de María, para llevar a cabo una tarea misionera y docente en la isla. En 1853 comenzó a funcionar en Santiago la escuela de niñas blancas y negras. María Antonia París se rebeló contra la legislación discriminatoria según la cual se prohibía la asistencia de niños de ambas razas a un mismo colegio. Sus aulas también acogen a niñas pobres de forma gratuita. María Antonia fundó el 25 de agosto de 1855, el Instituto Apostólico de la Inmaculada Concepción de María, que serían conocidas como las Misioneras Claretianas. El arzobispo firmó las constituciones del instituto. Aumentó notablemente el número de parroquias de su diócesis: al llegar había 26 y creó 40 más. Estableció en las cárceles escuelas de artes y oficios para la formación y ulterior reinserción social de los reclusos. En 1852 se entregó a auxiliar a las víctimas de los terremotos​ y de una epidemia de cólera. Implantó las primeras cajas de ahorros de la historia de Cuba en las parroquias,​ a donde podían acudir los trabajadores, artesanos y pequeños propietarios. El reglamento establecía que las ganancias debían distribuirse entre viudas y pobres y para dotar a muchachas necesitadas.

El 1 de febrero de 1856 en Holguín un hombre con una navaja le hirió la cara y el brazo.​ El 23 de febrero escribió al Papa para darle cuenta del atentado y para preguntarle si debía seguir o abandonar la isla.​ A fines de noviembre recibió la respuesta del Papa, fechada el 8 de mayo, donde le decía que, sabiendo el bien que hacía, él quisiera que se quedase en Cuba, pero "si en tu prudencia conoces que puedes hacerlo sin peligro de tu vida".​ Tras esta respuesta, el santo se lanzó a una actividad creciente. 

El 21 de febrero de 1857 comenzó una misión y visita pastoral a Baracoa, que duró hasta el 8 de marzo. Sin embargo, el 18 de marzo, encontrándose en Santiago, recibió la noticia de que la Reina le llamaba urgentemente a Madrid. El 28 de marzo de 1857 se trasladó a La Habana, donde fue recibido por el obispo Fleix i Solans.​ Predicó a varias congregaciones y pasó con los jesuitas la Semana Santa. El 12 de abril embarcó en el buque de guerra «Pizarro» con destino a Cádiz,​ a donde llegó el 18 de mayo. Pasó por Sevilla y Córdoba de camino a Madrid. 

La Reina Isabel II,  lo hizo su confesor. En ocasiones, los gobernantes han acudido a los santos en petición de consejo. San Luis, Rey de Francia, solía charlar con Santo Tomás de Aquino acerca de los negocios graves de su gobierno "y cuando debía celebrar consejo, tenía costumbre de informar la víspera a Fray Tomás, rogándole se sirviese darle su parecer a primera hora del día siguiente. El Santo cumplía fiel y escrupulosamente esos encargos" No fue este el caso de San Antonio María Claret, designado Confesor de la Reina Isabel II. Su función era específicamente espiritual y no intervenía en modo alguno en ninguna cuestión de gobierno de la Corte, que se debatía con todos los conflictos propios del siglo XIX español. El Santo no disimulaba su animadversión por el ambiente palatino; y aunque la familia real lo apreciaba, su estancia en Palacio fue, en sus propias palabras, un "purgatorio". "Yo no sé, escribe en su autobiografía, conformarme ni aquietarme en permanecer en Madrid. Conozco que no tengo genio de cortesano ni de palaciego; por esto, el tener que vivir en la Corte y estar continuamente en Palacio es para mí un continuo martirio". Escribe, cansado de intrigas palaciegas: "cuasi me habría alegrado de una revolución para que me hubiesen echado".

Antonio residió con el sacerdote Felipe Rovira y el paje Ignasi Betriu en casa del sacerdote amigo Fermín de la Cruz.​ Esta casa se encontraba al lado del Hospital de los Italianos, que estaba cerrado. La iglesia del hospital era sede de la Escuela de Cristo. En ella, Claret confesaba de 4 a 12 de la mañana, a no ser que tuviera que ir al Palacio Real. Allí mismo establecería las conferencias para el clero: todos los martes por la noche se reunían sacerdotes para estudiar un tema de moral, liturgia o espiritualidad. Claret acudía fielmente.​ Muy pronto, comenzó a realizar apostolado por varias iglesias y centros de beneficencia de Madrid. Claret acudía una vez por semana a oír la confesión de la reina, que solía ser muy temprano, antes de la celebración de una misa. Pronto renunció a la carroza que le enviaba la Reina e iba a palacio por sus medios. A menudo, Isabel II le pedía que celebrase la misa y le diese la comunión. La reina oía la misa del santo y comulgaba. Posteriormente, ambos asistían a otra misa, la celebrada por uno de los capellanes.

La Corte no fue sólo un purgatorio para él desde un punto de vista material, por las exigencias de carácter social de su encargo, de alcance específicamente pastoral; se convirtió en un verdadero purgatorio moral. Empezaron a acusarle sin fundamento alguno de que se metía en política, lo que era rigurosamente falso: "En materias de política, escribía en su autobiografía, jamás me he querido meter, ni antes que era mero sacerdote ni ahora tampoco, siendo así que varias veces me han pinchado." Y reconocía que "mi inclinación siempre me ha llamado a las misiones; sin embargo, para complacer a la Señora (la Reina) me he sujetado y me he hecho violencia a mí mismo". Por este motivo tuvo que sufrir "toda clase de infamias, calumnias, dicterios y persecuciones hasta de muerte, muchísimas veces. He sido objeto de pasquines, caricaturas, fotografías ridículas e infamatorias".

Sus enemigos escribieron 2 libros con el mismo título que otros dos libros que había publicado anteriormente “Ramillete y Llave de Oro” consignándolo falsamente como autor de los mismos, e incluyendo en sus páginas, para difamarle, figuras torpes y obscenas. Algunos procedimientos actuales en la red de internet son más antiguos de lo que parece. Su comportamiento en la Corte, sus afanes exclusivamente espirituales, se malinterpretaban torcidamente por los adversarios de la Corona o por los que querían conseguir algún provecho personal; y se inventaban intereses partidarios o injerencias en asuntos temporales que nunca tuvo. "Antes, escribía San Antonio María de sí mismo, era admirado, apreciado y aun alabado de todos, y en el día, a excepción de muy pocos, todos me odian y dicen que el Padre Claret es el peor hombre que jamás ha existido y que soy la causa de todos los males de España".

Claret obtuvo el permiso para resignar su sede y fue designado a la sede titular de Trajanopolis. Su influencia fue dirigida solamente para ayudar a los pobres y para propagar el aprendizaje; vivió frugalmente y residió en un albergue italiano. Por 9 años fue Rector del Monasterio Escorial donde estableció un excelente laboratorio científico, un museo de historia natural, una biblioteca, un colegio y escuelas de música e idiomas. Sus planes fueron frustrados por la Revolución de 1868. Continuó con sus misiones en los pueblos y la distribución de buenos libros acompañado por la Corte Española. 

El día 26 de agosto de 1861, estando en oración en la Iglesia del Rosario del Real Sitio de San Ildefonso, sintió que el Señor le concedía la gracia de conservar las especies sacramentales en su pecho de forma permanente. El 14 de julio de 1865 la Reina firmó el reconocimiento del Reino de Italia, lo que produjo en Claret serios problemas de conciencia ya que el Papa era contrario al reconocimiento. Claret se retiró de Madrid, pasó un tiempo en Cataluña con sus misioneros y, después, se dirigió a Roma para consultar el asunto directamente con el Papa Pío IX. A fines del mismo año, por indicación de Roma a través del Nuncio, regresó a Madrid para reanudar su ministerio junto a la reina, quien tuvo que hacer una previa declaración pública en las Cortes, el 27 de diciembre, de adhesión al Romano Pontífice.

Claret tuvo un importante papel en la elección de obispos en España entre 1857 y 1868. Francisco de Asís Aguilar, obispo de Segorbe, dice en su biografía del santo que los ministros y el nuncio le consultaban y que, cuando un ministro presentaba una terna a la reina, ella le daba preferencia al elegido por su confesor. El 15 de octubre de 1859 fue a matarle un asesino mandado por las logias masónicas. Pasando por la calle de Alcalá, entró por curiosidad o burla en la Iglesia de San José, y al ver predicar a un joven sacerdote con gran devoción, se arrepintió y fue a confesarle sus planes a Claret. Antonio Barjau, colaborador de Claret en Cuba y en el Escorial, habla de otra persona mandada por la masonería para asesinar a Claret que también se arrepintió y fue disfrazado por el paje Ignasi Bertriu para ayudarle a escapar de la venganza de los que le enviaban.

Una de sus meditaciones de «Camino recto y seguro para llegar al cielo» dice: "Si la Santísima Virgen pusiese en tus brazos al Niño Jesús, ¿Qué le dirías? ¡Oh, cómo le adorarías! No es exageración, es una realidad, cuando has comulgado, tienes a Jesús... pídele, pues, su divino amor".​ En la Nochebuena de 1864, encontrándose rezando en la capilla de las Adoratrices de Madrid, se le apareció la Virgen María y le puso al Niño Jesús en sus brazos. 

Al padre Claret le fue atribuido un papel de consejero real en asuntos públicos, lo que le granjeó la aceptación o la feroz crítica de determinados sectores sociales. La Revolución de septiembre de 1868, condujo al exilio a la Reina y con ella a su confesor. Posteriormente a la revolución, fue publicada mucha propaganda anticlerical denigratoria de Sor Patrocinio y el Padre Claret. La Reina se instaló en Biarritz, donde fue recibida por Napoleón III y su esposa, la andaluza Eugenia de Montijo.​ Napoleón III le ofreció a la familia real española un castillo en Pau para que se instalasen allí. Claret se instaló cerca del castillo, en la calle Saint Louis. Los domingos acompañaba a la familia real a la iglesia de Saint Martin. Un día en semana celebraba la misa en la capilla del castillo y los demás en el Colegio de las Ursulinas. Daba lecciones de religión al Príncipe Alfonso y a las Infantas y visitaba los establecimientos de beneficencia. El 6 de noviembre la familia real se trasladó a París, buscando un buen colegio para el Príncipe Alfonso. Allí se instalaron en el hotel Rohan mientras se arreglaba el palacio que habían comprado. Claret se instaló en el colegio que las Hermanas de San José tenían en la calle Monceau, número 17.​ El gobierno revolucionario español decretó que no se le pasase su asignación por lo que se quedó sin nada de dinero. La situación de sus misioneros en España también era crítica. Uno de ellos, Francisco Crusats, fue asesinado en el asalto a la casa de la Salva del Camp. Los demás habían tenido que abandonar sus casas. Poco después, los misioneros abrieron provisionalmente una casa en Perpignan y fundaron un seminario en Prades. Claret permaneció al servicio de su penitente hasta marzo de 1869.

En 1869 se dirigió a Roma para prepararse para el Concilio Vaticano. Debido a su delicada salud se fue a Prades en Francia, donde todavía era acosado con calumnias por sus enemigos españoles. Poco tiempo después, se retiró a la Abadía cisterciense de Fontfroide donde expiró en octubre de 1870.

Sus reliquias fueron transferidas a la comunidad claretiana en Vich en 1897. Después de un tiempo, su corazón fue encontrado incorrupto, y su sepulcro era constantemente visitado por varios peregrinos. Adicionalmente la Congregación de los Misioneros Hijos del Sagrado Corazón de María (aprobada definitivamente por Pío IX, en 1870) cuenta ahora con 110 casas y 2.000 miembros, con misiones en el Oeste de África y en Chocó (Colombia). El Arzobispo Claret elaboró las reglas de varias comunidades de monjas.

En 1887 dieron comienzo los procesos diocesanos para su beatificación en Vich, Barcelona, Tarragona, Lérida, Madrid y Carcasona. El 4 de diciembre de 1899 se introducía la causa en Roma. Se examinaron miles de páginas de sus textos y el 8 de junio de 1904 se reconocía la validez de todos. El 6 de enero de 1926 se proclamó la heroicidad de sus virtudes. El 18 de febrero de 1934 se aprobaron dos milagros atribuidos a su intercesión. El primer milagro fue la curación de Javiera Mestre, de quince años, quien se encontraba, en mayo de 1897, en la ciudad de Lérida, afectada por viruelas confluentes. Hallándose en peligro de muerte, después de pedir la intercesión del venerable Claret, de la noche a la mañana, fue curada completamente. El segundo milagro fue la curación de Benigna Sibila Alsina, del Instituto de Hermanas Filipenses, quien en 1930 sufría de una grave úlcera en la región del bajo vientre. Los médicos juzgaron, como último remedio, una operación quirúrgica, imposible de realizar por la debilidad extrema de la paciente. La enferma y sus hermanas de comunidad rogaron a Dios por intercesión del venerable Antonio María Claret y sobrevino la sanación de forma instantánea y completa. Fue beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934. El 7 de mayo de 1950 fue canonizado por Pío XII.​ El 8 de mayo de 1950, Pío XII dio un discurso a los peregrinos reunidos en Roma con motivo de la canonización de Claret. En él, lo definió como "honra de su Patria y de la Iglesia".



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