San Bernardino de Siena
Predicador. Propagador de la devoción al Santo Nombre. 1444.
Frecuentemente se le llama el “Apóstol de Italia”. Nació en 1380 en el seno de la noble familia de Albizzeschi, en Massa, un poblado sienés del que su padre era Gobernador. A los 6 años Bernardino quedó huérfano y fue educado cuidadosamente por sus piadosas tías. Su juventud transcurrió limpia y activamente.
En 1397, luego de tomar un curso de derecho civil y canónico, ingresó a la Confraternidad de Nuestra Señora, adyacente al gran Hospital de Santa Maria de la Scala. Tres años después, la peste invadió Siena de nuevo y él abandonó la vida de reclusión y oración que había abrazado para atender a las víctimas de la plaga.
Apoyado por 10 compañeros se echó a cuestas la dirección del Hospital. A pesar de su juventud, Bernardino hizo frente exitosamente a la tarea, pero su dedicación incansable y heroica a ella quebrantó su salud de tal manera que jamás la recuperó por completo.
Habiendo repartido su patrimonio entre los pobres, Bernardino tomó el hábito de los Frailes Menores de San Francisco, en Siena, en 1402. Pronto, sin embargo, se retiró al Convento de los Observantes, en Columbaio, en las afueras de la ciudad. Profesó en 1403, y fue ordenado sacerdote en 1404.
Fue en 1417 que su don de elocuencia se hizo evidente, y al fin de ese año fue que verdaderamente comenzó su vida misionera. A partir de entonces varias ciudades se disputaban el honor de escucharlo, viéndose él obligado a predicar en los mercados, ante auditorios de más de 30.000 personas. Paulatinamente Bernardino fue ejerciendo cada vez mayor influencia en las turbulentas y lujosas ciudades italianas. Se cuenta que los penitentes acudían a la confesión “como hormigas”, y que en varias ciudades las reformas sugeridas por el santo quedaron incorporadas en leyes que se conocen como “Riformazioni di frate Bernardino” (Reformas de Fray Bernardino).
Predicaba con libertad apostólica, criticando abiertamente a Visconti, Duque de Milán, y reprendiendo sin temor la maldad que existía en los puestos del gobierno debilitados por el “Quattrocento”. A dondequiera que iba denunciaba los vicios imperantes tan efectivamente que se prendían hogueras a las que se arrojaba carreta tras carreta de “vanidades”. Uno de los principales objetos del ataque del santo era la usura, y con ello contribuyó a que se establecieran sociedades benéficas de préstamo, conocidas como “Monti di Pietá” (Monte de Piedad o Montepio).
Pero el tema central de Bernardino era la paz. Recorrió a pie lo largo y ancho de Italia actuando como pacificador, y su gran elocuencia fue efectivamente utilizada para apaciguar el odio de los Güelfos y Gibelinos. En Cremona, y como resultado de su predicación, los exilados políticos no sólo fueron repatriados, sino que se les reintegraron las posesiones que se les habían confiscado.
A pesar de su popularidad, Bernardino hubo de sufrir persecución y oposición. Utilizando como base de un sagaz ataque, los carteles usados para promover la devoción al Santo Nombre, los seguidores del dominico Manfredo de Vercelli, cuya falsa predicación acerca del Anticristo había sido denunciada por Bernardino, acusaron a éste de herejía. Se acusó al santo de haber inventado una devoción nueva y profana que exponía a la gente al riesgo de idolatría.
Se le llamó a comparecer ante el Papa. Esto sucedió en 1427. Martín V recibió fríamente a Bernardino y le prohibió utilizar los carteles hasta que su comportamiento hubiese sido examinado. Humildemente, el santo obedeció y sus escritos y sermones fueron entregados a una comisión. Se fijó fecha para su juicio. Este tuvo lugar frente al Papa, en San Pedro, el 8 de junio, siendo su abogado San Juan Capistrano.
La malicia y la fatuidad de los cargos contra Bernardino quedaron tan claramente demostrados que el Papa no solamente hubo de justificar y recomendar la enseñanza del santo, sino que lo invitó a predicar en Roma. Posteriormente Martín V aprobó la elección de Bernardino como Obispo de Siena. Empero, el santo declinó ese honor, así como también lo hizo de las sedes de Ferrara y Urbino, que le fueron ofrecidas en 1431 y 1435, respectivamente, diciendo en tono de broma que su diócesis era toda Italia.
Luego de la subida al papado de Eugenio IV, los enemigos de Bernardino volvieron a acusarlo, a lo que el Papa respondió con una bula, de 1432, en la que declaraba nulas las acusaciones y sus torpes argucias, reduciendo con ello al silencio a los calumniadores. A lo que parece, el caso tampoco se reabrió durante el Concilio de Basilea, contrario a lo que algunos han afirmado. La reivindicación de la doctrina de Bernardino fue perpetuada a través de la celebración del triunfo del Santo Nombre, autorizada primero a los Frailes Menores y luego extendida a la Iglesia Universal en 1722.
Bernardino acompañó al Emperador Segismundo a Roma, en 1433, para su coronación y poco después se retiró a la soledad para redactar una serie de sermones. Reanudó sus tareas misioneras en 1436, pero hubo de abandonarlas en 1438, al ser elegido Vicario General de los Observantes en Italia. Bernardino había trabajado intensamente para extender esta rama de los Frailes Menores desde el comienzo de su vida religiosa, pero ello no quiere decir que él haya sido su fundador. El origen de los Observantes se ubica a mediados del siglo XIV. Si bien no es el fundador, Bernardino se convirtió para los Observantes lo que San Bernardo para los Cistercienses: su principal apoyo e infatigable propagador. Para tener idea del celo que ponía en ello, basta saber que mientras que la Orden contaba con 130 frailes al ingresar en ella Bernardino, a la muerte de éste sumaban ya más de 4.000.
Y a más del número de frailes que él recibió en la Orden, Bernardino personalmente fundó o reformó, al menos 300 conventos de frailes. No contento con extender su familia religiosa en casa, Bernardino envió misioneros a diferentes partes del Oriente y fue gracias a sus esfuerzos que tantos embajadores de naciones cismáticas asistieron al Concilio de Florencia, en el que encontramos al santo dirigiéndose a los Padres en griego.
Habiendo persuadido en 1442 al Papa de aceptar su renuncia como Vicario General para poder dedicarse únicamente a la predicación, Bernardino retomó sus labores misioneras. Aunque Eugenio IV publicó una Bula en 1443, en la que encargaba a Bernardino predicar la indulgencia por la Cruzada contra los turcos, no hay datos que sustenten ninguna acción de Bernardino en ese sentido. No hay tampoco razón alguna para creer que el santo haya predicado siquiera alguna vez fuera de Italia y el viaje misionero a Palestina, mencionado por alguno de sus primeros biógrafos, parece ser fruto solamente de una confusión de nombres.
En 1444, Bernardino, deseoso que no quedase región en Italia sin escuchar su voz, a pesar de sus enfermedades se lanzó a evangelizar el reino de Nápoles. Demasiado enfermo para caminar, hubo de viajar a lomo de asno. Pero desgastado por 40 años de laborioso apostolado, e invadido por la fiebre, el santo debió ser trasladado a Aquila casi en agonía. Allí, acostado en el suelo, pasó al Señor en la vigilia de la Ascensión, el 20 de mayo.
Los magistrados se rehusaron a permitir que el cuerpo del santo fuera llevado a Siena. En vez de eso fue sepultado en el Convento de los Observantes luego de un funeral de singular esplendor. A su muerte se sucedieron muchos milagros y fue canonizado por Nicolás V en 1450.
En 1472 su cuerpo fue trasladado solemnemente a la nueva iglesia de los Observantes de Aquila, que había sido construida para ese propósito, y depositado en una capilla regalada por Luis XI de Francia. Un terremoto destruyó totalmente esa capilla en 1703, pero fue substituida por otra, en donde son venerados los restos de San Bernardino hasta el día de hoy.
San Bernardino es reconocido como el mayor
misionero de Italia del siglo XV; el más grande predicador de su tiempo; el
apóstol del Santo Nombre; el restaurador de la Orden de los Frailes.
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