San José de Calasanz

 

                                            Fundador de los Escolapios. 1648.

Fue un sacerdote católico, pedagogo y santo español, fundador de la primera escuela cristiana   popular de Europa. En una época en que la educación tenía por destinatarios casi exclusivos a los miembros de las familias adineradas, José de Calasanz fue un pionero de la educación colectiva al alcance de todos.​ El 13 de agosto de 1948 José de Calasanz fue declarado patrono universal de las escuelas cristianas en el mundo por el Papa Pío XII.

Nacido en 1556, en el castillo de Calasanz, en Peralta del la Sal, Aragón (España). Sus padres, Don Pedro Calasanz (gobernador de la región) y Doña María Gastonia, dieron a José, el más joven de 7 hijos, una buena educación en casa y en la escuela de Peralta. José era un joven estudioso, responsable, generoso y con una gran simpatía personal, que le permitía tener muchos amigos entre sus compañeros de estudios. 

Cuando cumplió los 14 años, manifestó la decisión de hacerse sacerdote. Su entrega, su generosidad, su anhelo por ayudar a los demás, iban unidos a una fuerte y vivencial fe en Dios, aumentada por el ejemplo y la educación recibida por parte de su familia. 

Después de sus estudios clásicos de humanidades en Estadilla, estudió filosofía y derecho en Lérida y recibió el grado de Doctor en Leyes, y completó con honores sus estudios teológicos en Valencia y Alcalá de Henares.

Su madre y hermanos habían muerto, Don Pedro deseaba que José se casara para perpetuar la familia. Dios intervino a través de una enfermedad, en 1582, que llevó rápidamente a José al borde de la tumba. Tras su recuperación fue ordenado sacerdote, en 1583, por Hugo Ambrosio de Moncada, Obispo de Urgel.


José empezó su labor como sacerdote en la diócesis de Albarracín dónde el Obispo De la Figuera lo nombró su Teólogo y Confesor, Examinador del Sínodo, Procurador y, cuando el Obispo fue transferido a Lérida, su teólogo lo siguió a la nueva diócesis. En 1586, de la Figuera fue enviado, como Visitador Apostólico a la Abadía de Montserrat y José le acompañó como secretario. Había un problema de desunión entre aquellos monjes, de tal manera que al cabo de unos días, el obispo Pascual de la Figuera apareció muerto a causa de un envenenamiento. Así que Calasanz salió de aquel peligro, huyendo. 


Solo se regresó con apremio a Calasanz para estar presente en la muerte de su padre. Entonces fue llamado por su Obispo de Urgel para actuar como Vicario General en el distrito de Tremp.

En 1592 se embarcó para Roma, donde encontró un protector en el Cardenal Marco Antonio Colonna que lo eligió como su teólogo e instructor de su sobrino. Roma ofrecía un campo espléndido para los trabajos de caridad, sobre todo para la instrucción de niños abandonados, sin casa ni hogar, muchos de los cuales había perdido a sus padres. 

Antes de cumplir los seis años de su estancia en Roma, el río Tíber se desbordó provocando la más catastrófica inundación del siglo. Como resultado de ella hubo más de 2.000 muertos, y centenares de familias quedaron sin techo ni alimentos. Calasanz, con gran integridad, trabajó infatigablemente en la operación de ayuda a los afectados.

Se integró en una cofradía (grupo de personas que se dedicaban a ayudar a los enfermos) y comenzó a recorrer los barrios afectados. Le impactó ver tantos niños sin escuela por falta de medios económicos y comenzó a idear la creación de una escuela gratuita abierta a todos los niños, especialmente a los más necesitados. Propuso su idea a las autoridades eclesiásticas y a gente cristiana rica. Sin embargo, todos la rechazaron.


Calasanz no se desanimó y decidió lanzarse solo a la aventura. Pidió una vieja sacristía en una parroquia de un barrio humilde de Roma, y así, en la parroquia de Santa Dorotea, comenzó en 1597 la primera escuela gratuita de Europa, con un nombre muy conocido posteriormente: "Escuela Pía".


Los alumnos, pocos en un principio, no contaban con recursos para comprar el material escolar. Calasanz utilizó para esto el poco dinero que recibió de su trabajo con el cardenal Colonna. Con la ayuda de otros profesores jóvenes a los que contagió su entusiasmo, Calasanz dedicó desde aquel momento toda su vida a una misma idea: abrir las puertas de las escuelas a todos. La idea novedosa que introdujo José de Calasanz es la de enseñar a las clases populares en aulas con numerosos alumnos, ya que hasta ese momento la enseñanza se limitaba a las clases impartidas individualmente o a pequeños grupos por un preceptor. 

El Papa Clemente VIII dio una contribución anual y muchos otros compartieron la buena obra, para que en poco tiempo José tuviera aproximadamente 1.000 niños bajo su cargo. En 1602 alquiló una casa en San Andrés del Valle y comenzó una vida de comunidad con sus ayudantes e inició la fundación de la Orden de las Escuelas Pías. 

En una época en que los estudios humanísticos dominaban la cultura de la época, Calasanz percibió la importancia de las matemáticas y la ciencia para el futuro y dio instrucciones frecuentes para que las matemáticas y la ciencia se enseñaran en sus escuelas y para que sus maestros tuvieran una base más firme en esas materias. Calasanz era amigo de Galileo Galilei y envió a algunos distinguidos escolapios como discípulos del gran científico. Compartió y defendió su controvertida visión del cosmos.

Cuando Galileo cayó en desgracia, Calasanz instruyó a los miembros de su congregación para que le proporcionaran cualquier ayuda que necesitara y autorizó a los escolapios a continuar estudiando las matemáticas y la ciencia con él. Desafortunadamente, los que se oponían a Calasanz y a su trabajo usaron el apoyo y la asistencia de los escolapios a Galileo como una excusa para atacarlo, ya que algunos lo acusaban de hereje. A pesar de estos ataques, Calasanz continuó apoyando a Galileo. Cuando, en 1637, Galileo perdió la vista, Calasanz ordenó al escolapio Clemente Settimi que fuera su secretario.

Calasanz aportó la misma comprensión y simpatía que había mostrado a Galileo a su amistad con el gran filósofo Tommaso Campanella (1558-1639), una de las mentes más profundas y fértiles de su tiempo, que produjo famosas obras filosóficas. Aunque también fue muy controvertido, Campanella mantuvo una fuerte y fructífera amistad con Calasanz.

El filósofo cuyas visiones utópicas proponían reformas sociales en las que la educación de las masas desempeñaba un papel importante debió ser un espíritu afín para Calasanz, que ya estaba poniendo en práctica tales ideas utópicas. Calasanz, con su coraje y su mente abierta, invitó al controvertido pensador a Frascati para ayudar a enseñar filosofía a sus maestros. Así, Campanella, que se había unido al apoyo de Galileo, también vino a la defensa de Calasanz con su "Liber Apologeticus".

Mucha envidia y oposición se levantaron contra él y su nuevo instituto, pero todas fueron superadas a tiempo. En 1612 la escuela fue trasladada al Palacio Torres, adjunto a San Pantaleón. Aquí José pasó los restantes años de su vida, dedicado a su vocación. 

Vivió y murió como un fiel hijo de la iglesia, un verdadero amigo de los niños desamparados. Su cuerpo descansa en San Pantaleón. Fue solemnemente beatificado en 1748, y canonizado por Clemente XIII, en 1767.

Dificultades que padeció:

Como explica Fray Justo Pérez de Urbel, lo que sucedió en vida del Fundador en el seno de la Orden de las Escuelas Pías, fue "una de esas cosas que Dios permite para purificar un alma y levantarla a las cumbres más altas del heroísmo. Toda una Orden va a ser sacudida y zarandeada por las tormentas más furiosas de la pasión, para descubrir en toda su belleza maravillosa la paciencia y la humildad del Fundador".

El Fundador se encontró ante una masa ingente de niños y con una notable escasez de maestros. Se intentaron varias soluciones, como la unión con la Congregación Luquesa, que fracasaron. Al fin, se fundaron las Escuelas Pías, que tuvieron un notable desarrollo. Pero en 1636 la situación se volvió borrascosa.

"Hijos míos, rogad por mí; que el Señor me dé paciencia para vencer las tribulaciones. Debo ser zarandeado intensamente. San Francisco tuvo un sólo Fray Elías; yo tendré muchos”, decía.

La situación interna de la Orden en aquellos determinados momentos se deduce por las palabras del propio Calasanz: "Comunico a vuestra reverencia (escribía el Santo a un Provincial en 1635) que muchos de los nuestros se hallan en las más tristes disposiciones. No pueden ir peor las cosas y sólo de la mano de Dios espero el remedio."

En Roma un Coadjutor intentó quitarle la vida; otros le amenazaron descaradamente; otro se le acercó una vez, estando en la sacristía, para decirle que era un inútil y que debía renunciar.


El confuso ambiente espiritual de la época; la interrelación (confusión, tantas veces) que se daba, en algunos ambientes eclesiásticos, de las cuestiones religiosas con las temporales; la deficiente situación del clero y el delicado momento político que atravesaban los diversos Estados de la península italiana. Bastará con señalar que las contradicciones más graves que sufrió el Santo tuvieron un nombre propio: el Padre Mario Sozzi, un personaje de perfil oscuro y contradictorio.

Este sacerdote que vistió el hábito escolapio en 1630 era un hombre "inquieto, soberbio -escribe Giner-, lleno de sospechas contra sus hermanos en religión, a los que impacientaba con sus delaciones por fútiles motivos. Después de vagar por algunos colegios, siempre mal soportado por los religiosos, fue mandado por segunda vez a Florencia". Allí descubrió un ignominioso asunto de meretricio, en el que estaba involucrado un Canónigo de la Catedral. Su delación le granjeó las simpatías del Inquisidor de Florencia y, posteriormente, la Inquisición Romana. Más tarde el General lo trasladó a Narni, a instancias de su comunidad a la que hacía la vida imposible. Pero el Padre Mario consiguió que por influencia del Asesor del Santo Oficio, Monseñor Albizzi, se le trasladara de nuevo a Florencia.

 Allí denunció de nuevo a otros Escolapios de herejía, en unas turbias actuaciones en las que tuvo siempre la habilidad de presentarse como un hombre perseguido. Logró engañar al Santo Oficio, que impuso al Fundador que lo nombrara Provincial de Toscana, ante el escándalo de los religiosos, que conocían la verdad de los hechos. Al llegar a Florencia muchos no quisieron recibirle. El Padre Mario hizo recaer entonces todas las sospechas sobre el propio Fundador, lanzando el infundio de que era él, el mismo José de Calasanz, el que instigaba, desde Roma, las reticencias de los otros Escolapios contra él.


En julio de 1642 se trasladó de nuevo a Roma donde siguió con sus maquinaciones. Consiguió que Monseñor Albizzi enviara un notario al Padre General amenazando con graves penas a los que no le obedecieran. "Apoyado en la protección del Santo Oficio relata Giner-, insinuó amenazas contra el Cardenal Cesarini, Protector de la Orden." Cesarini mandó entonces que se registrara la habitación del Padre Mario, y a pesar de las advertencias del Santo Fundador que presagiaba consecuencias graves, los mandatarios del Cardenal llevaron a efecto el registro.

La reacción del Padre Mario fue acusar al Santo, ante Monseñor Albizzi "como responsable del registro y violador de la jurisdicción del Santo Oficio, pues entre los documentos había algunos relacionados con el Santo Tribunal. Monseñor Albizzi, fiándose de las calumnias del Padre Mario se presentó en persona en la Casa de San Pantaleón". Era el 15 de agosto de 1642. "José, que estaba en la iglesia, se presentó a la puerta, pero fue recibido con este lacónico saludo: “Sois preso”. Inmediatamente se encontró rodeado de soldados, que se apoderaron de él para llevarle a las prisiones de la Inquisición, sin darle tiempo para coger el capote ni el sombrero. La multitud se agolpaba en la calle atraída por el súbito infortunio de aquel anciano de 86 años".

"Marchaba el siervo de Dios -comentaba un testigo- sin turbarse, a la hora del mediodía, en lo más fuerte del calor, por la larga calle de Bianchi, con la cabeza descubierta y el semblante tranquilo y alegre".

Entraron en la cárcel a las 12, donde el Santo se quedó profundamente dormido. A las 6 horas llegó Albizzi: "No saldrá de aquí en tanto no sean devueltas las escrituras que ayer tarde le fueron robadas al Padre Mario."

El asunto se aclaró: ninguno estaba presente cuando se hizo el registro por orden del Cardenal Cesarini. Dejaron libre al Fundador aquella misma tarde, pero no cesaron las maquinaciones del Padre Mario, que logró, con la ayuda de Albizzi, que la Inquisición le confirmase como Provincial de Toscana bajo su total jurisdicción, con plena independencia de su General y allí marchó de nuevo en el mes de octubre. En Toscana siguió promoviendo nuevos escándalos eclesiásticos, y su actitud fue mal vista por el Gran Duque que, en plena lucha entre Médicis y Barberinis, acabó desterrando al Padre Mario de Toscana acusándole de vasallo infiel, embustero y espía de guerra.


De nuevo las iras del Padre Mario recayeron sobre el General y se concretaron en el tristemente famoso Memorial Calumnioso que envió, según su costumbre, al Santo Oficio. Ese Memorial, escribe Bau, "es un monumento de habilidad en lo que dice, en lo que calla, en lo que insinúa, en lo que remacha, en lo que entrelaza, en lo que pide, en lo que rehúsa, en lo que intriga...".

Engañado de nuevo, Monseñor Albizzi pidió a Urbano VIII que nombrase al Padre Mario, Vicario General de toda la Orden con todos los derechos, facultades y honores. La intención del Papa era posiblemente que Calasanz se quedase con el título honorífico de General y que el Padre Mario asumiese el gobierno efectivo. Se hablaba ya de una posible extinción de la Orden. Tras diversas peripecias se promulgó más tarde un Decreto en el que, entre otras cosas, se suspendió al Fundador de su cargo y a sus 4 Asistentes, y se nombró a otros 4, el primero de los cuales sería el Padre Mario.

A partir de entonces, al Fundador "se le trataba despóticamente, se le tenía de rodillas como a un culpable, se le vigilaba como a un malhechor. “Viejo chocho -le decía el nuevo Superior-, no quieren obedecerme y usted no los sosiega”. José callaba, obedecía y se esforzaba por hacer obedecer a los demás.

Durante ese período, el Padre Mario tiranizó a la Comunidad, hasta el extremo de que los Asistentes recién elegidos renunciaron a su cargo, asqueados por la conducta altanera e insoportable del triunfante Primer Asistente. Pero su gloria duró poco. Todavía no se había cumplido el año de su gobierno, cuando a finales de aquel verano contrajo una terrible enfermedad, tal vez lepra, que en poco tiempo se lo llevó a la tumba. El 10 de noviembre de 1643 murió sin reconciliarse con su víctima". Sin embargo el Santo intentó "visitarle, consolarle y aconsejarle" hasta el último momento, pero el Padre Mario no lo consintió.

No se acabaron las penas de San José de Calasanz tras la muerte del Padre Mario. Tuvo que soportar nuevas maquinaciones y persecuciones contra él, que sobrellevó con una paciencia ejemplar. No en vano se ha comparado su figura con el Santo Job. 

Fue elegido, como fruto de una antigua intriga del Padre Mario, el Padre Querubini, considerado por muchos "el trapo más sucio de todo el Instituto", que supo presentarse, al igual que el Padre Mario, como una víctima inocente de las maledicencias ante los cardenales. Ante esta situación volvió a debatirse de nuevo la extinción de la Orden.


Más tarde se consiguió una sentencia por la que el Fundador fue reintegrado oficialmente a su puesto; pero fue tanta la alegría de los Escolapios fieles al conocer la noticia que, Monseñor Albizzi, engañado por los seguidores de Mario y Querubini, logró qué la sentencia se sobreseyera antes de que se hiciera oficial.

Nuevas intrigas provocaron que antes de fallecer el Santo tuviese la amargura de contemplar la promulgación del Breve del Papa Inocencio X “Ea quae pro felici” de 16 de marzo de 1646, que tenía como fin disolver la Orden de las Escuelas Pías. En agosto de 1648, murió San José de Calasanz, infundiendo en todos los que le seguían su confianza en la restauración total del Instituto, como sucedió tiempo más tarde.


Fundador de la primera Orden religiosa dedicada específicamente a la educación cristiana popular a través de la escuela, insistió siempre en tres rasgos carismáticos de la misma, presentes germinalmente desde el principio, afirmados explícitamente en las Constituciones de 1621 y perfilados en los años de expansión y de conflicto: dar prioridad a la educación desde la infancia, a la educación de los pobres y a la educación en la piedad.

Aportes a la Educación:

 Su aportación a la historia de la educación ha sido muy notable: creó y organizó por primera vez la Escuela Primaria, dividiéndola en 3 clases: leer, escribir y ábaco o matemáticas elementales; la de leer se subdividía en dos y hasta en tres y cuatro clases: “Escuela de la Santa Cruz, (de leer deletreando o de pequeñines); “Escuela del Salterio”, (de leerlo corriendo y oraciones necesarias); “Escuela de leer” (de corrido libros en lengua vulgar). Una organización tan actual no se encuentra en ningún pedagogo ni escritor de la época. 

El objetivo principal de esta escuela de leer era el aprendizaje de una buena lectura; los secundarios, estabilización de la piedad y enseñanza de la lengua vulgar; el método, intuitivo y simultáneo. De la clase de leer de corrido se pasaba a la “Escuela de escribir”, donde en 3 o 4 meses se aprendía una suficiente forma de letra; entonces se dividía en dos: práctica, para los que ejercían después algún arte, en que por la mañana se enseñaba el ábaco y por la tarde la escritura, llamándose “Escuela de ábaco”; y literaria, para los que seguirían después las letras, en que por la mañana se enseñaban los nominativos y por la tarde la escritura, como en la práctica.

El objetivo principal de la Escuelas de escribir era conseguir una escritura ligera, disciplinada, casi caligráfica y una ortografía perfecta y los secundarios, idénticos a los de la de leer; además de las muestras de los maestros cada alumno tenía su libro de escribir con muestras de la forma de letra adoptada; la altura, inclinación y espaciamiento de las mesas de esta clase eran cuidadosamente estudiadas. La caligrafía rayaba a veces el dibujo artístico en sus rasgueos, exhibiéndose después en exposiciones escolares. 

En este aspecto José de Cafaso, fue insuperado e insuperable, en frase del Arzobispo de Upsala Gramay, su coetáneo. La Escuela de ábaco era de las principales; su programa comprendía las 4 operaciones fundamentales, con enteros y fraccionarios y especialmente la aritmética comercial y frecuentemente militar. La de escribir era la de selección y orientación en que el profesor, de acuerdo con los padres del alumno, la capacidad de éste y posibilidades económicas decidía su oficio o profesión. En cada clase elemental había generalmente 2 maestros, principal y ayudante; sólo se admitían 50 alumnos, excepcionalmente 60 y se empleaba el método simultáneo.



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