San Martin de Tours

                                                             Obispo de Tours. 397.

Nacido en Sabaria (Hungría), alrededor del año 316, en una familia pagana de tradición militar. En sus años tempranos, cuando su padre, un tribuno militar, fue transferido a Pavía en Italia, Martín lo acompañó hacia aquel sitio, y cuando alcanzó la adolescencia, de acuerdo con las leyes de reclutamiento, se enroló en la Armada Romana a los 15 años de edad.

Tocado por la gracia a temprana edad, fue de los primeros atraídos hacia el Cristianismo, favorecido en el ejército por la conversión del Emperador Constantino.

Su regimiento fue rápidamente enviado a Amiens en Galia, y esta ciudad se transformó en la escena de la celebrada leyenda del manto. En las puertas de la ciudad, un día muy  frío, Martín encontró a un pordiosero con escalofríos y medio desnudo. Movido por la compasión, él dividió su manto en dos partes con su espada y le dio una de ellas al pobre hombre. Algunos de los presentes se burlaron al verle vestido en forma tan ridícula, pero otros quedaron avergonzados de no haber socorrido al mendigo. 

Esa noche vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido con el medio manto que él había regalado al pobre y oyó que le decía: "Martín, hoy me cubriste con tu manto". La parte que le quedo a él se transformó en la famosa reliquia preservada en el Oratorio de los Reyes Franskish bajo el nombre de “Manto de San Martín”. 


Como todavía era catecúmeno desde los 10 años cuando conoció el Cristianismo, pidió el bautismo. Sin embargo, no abandonó inmediatamente el ejército. Pero después de la invasión de los bárbaros, cuando se presentó ante su General Julián César con sus compañeros para recibir su parte del botín, se negó a aceptarla y le dijo: “Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame en adelante servir a Jesucristo. Reparte el botín entre los que van a seguir luchando; yo soy soldado de Jesucristo y no me es lícito combatir”. El General se enfureció y le acusó de cobardía. Martín replicó que estaba dispuesto a marchar al día siguiente a la batalla en primera fila y sin armas en el nombre de Jesucristo. Julián César le mandó encarcelar, pero pronto se llegó a un armisticio con el enemigo, y Martín fue dado de baja en el ejército. Inmediatamente, se dirigió a Poitiers, donde San Hilario era Obispo y el santo doctor le acogió gozosamente entre sus discípulos.

Deseando, además, ver a sus padres nuevamente, retornó a Lombardía a través de los Alpes. Los habitantes de la región, contagiados con el Arrianismo, fueron agriamente hostiles hacia el Catolicismo, por lo que Martín, que no ocultaba su fe, fue maltratado por la orden del Obispo Auxentius de Milán, el líder de la secta cismática en Italia. Martin estuvo deseoso de retornar a la Galia, pero, aprendiendo que los arrianos que atormentaban el país y aun tenían éxito en exiliar a San Hilario al Oriente, decidió buscar abrigo en la isla de Gallinaria (ahora isla de Albenga) en el medio del mar Tirreno. Durante su estancia logró convertir a su madre y a unos amigos, pero su padre persistió en la idolatría.

Tan pronto como Martín aprendió que el decreto imperial autorizó a Hilario a retornar a Galia, se movió rápidamente al lado de su elegido maestro en Poitiers en 361, y obtuvo permiso para estar a alguna distancia, en una región desértica (ahora llamada Liguge), donde adoptó una solitaria vida en Gallinaria. Su ejemplo fue rápidamente seguido, y un gran número de monjes se congregaron a su alrededor. De ese modo fue formada en Thebaid Galicas una legítima laura, desde la cual luego se desarrolló la celebrada Abadía Benedictina de Liguge.

 Martín permaneció cerca de 10 años en esta soledad pero frecuentemente la dejó para orar el Evangelio en las regiones centrales y orientales de la Galia, donde los habitantes rurales se hundían en la oscuridad de la idolatría y daban muestras de todo tipo de supersticiones.

Cuando San Lidorio, segundo Obispo de Tours, murió en el año 371 o 372, el clero de esta ciudad deseó reemplazarlo por Martín. Pero, como Martín permaneció sordo a las plegarias de los diputados quienes traían su mensaje, fue necesario recurrir a una estratagema para vencer su resistencia. Un cierto, Rusticius, un rico ciudadano de Tours, vino y le suplicó que fuera a ver a su esposa, quien estaba en las últimas, para prepararla para su muerte. Sin sospechar, Martín lo siguió con prisa, pero cuando entró a la ciudad, sin importar la oposición de unos pocos dignatarios eclesiásticos, la aclamación popular lo forzó a ser el Obispo de la Iglesia de Tours. San Martín (que no quiere aceptar el cargo) se esconde en un corral de gansos. Pero los graznidos lo delatan. En 371 es proclamado obispo, en contra de su voluntad, por culpa del ganso. Por eso, el día del Santo que es el 11 de noviembre, sacaban en el asador, por haber traicionado al Santo.

Él no cambió además su modo de vida. Escapándose de las distracciones de las grandes ciudades se acomodó en una pequeña celda a corta distancia de Tours, mas allá del Loire. Algunas otras ermitas, se unieron a él allí, y así fue gradualmente formando un nuevo monasterio. Fue varias veces a Trier, donde los Emperadores habían establecido su residencia, para defender el interés de la Iglesia o para pedir perdón por algunas personas condenadas.

Acabó por retirarse a lo que fue más tarde la famosa Abadía de Marmoutier. El sitio, que estaba entonces desierto, tenía por un lado un abrupto acantilado y por el otro, un afluente del Loira. Al poco tiempo, habían ya ido a reunirse con San Martín, 80 monjes y no pocas personas de alta dignidad. 

La piedad, los milagros y la celosa predicación del santo, hicieron decaer el paganismo en Tours y en toda la región. San Martín destruyó muchos templos, árboles sagrados y otros objetos venerados por los paganos

En cierta ocasión, después de demoler un templo, mandó derribar también un pino que se erguía junto a él. El Sumo Sacerdote y otros paganos aceptaron derribarlo por sí mismos, con la condición de que el santo, que tanta confianza tenía en el Dios que predicaba, aceptase colocarse junto al árbol en el sitio que ellos determinasen. Martín accedió y los paganos le ataron al tronco. Cuando estaba a punto de caer sobre él, el santo hizo la señal de la cruz y el tronco se desvió.

En otra ocasión, cuando demolía un templo en Antun, un hombre le atacó, espada en mano. El santo le presentó el pecho, pero el hombre perdió el equilibrio, cayó de espaldas y quedó tan aterrorizado, que pidió perdón al Obispo. Sulpicio Severo narra éstos y otros hechos milagrosos, algunos de los cuales son tan extraordinarios, que el propio Sulpicio Severo dice que, ya en su época, no faltaban “hombres malvados, degenerados y perversos” que se negaban a creerlos. 

El mismo autor refiere algunas de las revelaciones, visiones y profecías con que Dios favoreció a San Martín. Todos los años, solía el santo visitar las parroquias más lejanas de su diócesis, viajando a pie, a lomo de asno o en barca. Según su biógrafo, extendió su apostolado desde la Turena hasta Chartres, París, Antun, Sens y Vienne, donde curó de una enfermedad de los ojos a San Paulino de Nola. En cierta ocasión en que un tiránico oficial imperial llamado Aviciano llegó a Tours con un grupo de prisioneros y se disponía a torturarlos al día siguiente, San Martín partió apresuradamente de Marmoutier para interceder por ellos. Llegó cerca de la medianoche e inmediatamente fue a ver a Aviciano, a quien no dejó en paz sino hasta que perdonó a los prisioneros.

En tanto que San Martín conquistaba almas para Cristo y extendía, pacíficamente su reino, los Priscilianistas, que constituían una secta gnóstico maniquea fundada por Prisciliano, empezaron a turbar la paz en las Galias y en España. Prisciliano apeló al Emperador Máximo de la sentencia del Sínodo de Burdeos del año 348, pero Itacio, Obispo de Ossanova, atacó furiosamente al hereje y aconsejó al Emperador que le condenase a muerte. Ni San Ambrosio de Milán ni San Martín, estuvieron de acuerdo con la actitud de Itacio, quien no sólo pedía la muerte de un hombre, sino que además mezclaba al Emperador en los asuntos de la jurisdicción de la Iglesia. San Martín exhortó a Máximo a no condenar a muerte a los culpables, diciéndoles que bastaba con declarar que eran herejes y estaban excomulgados por los Obispos. Pero Itacio, en vez de aceptar el parecer de San Martín, le acusó de estar complicado en la herejía.

Sulpicio Severo comenta a este propósito que esa era la táctica que Itacio solía emplear contra todos aquéllos que llevaban una vida demasiado ascética para su gusto. Máximo prometió, por respeto a San Martín, que no derramaría la sangre de los acusados; pero, una vez que el santo Obispo partió de Tréveris, el Emperador acabó por ceder y dejó en manos del Prefecto Evodio la decisión final. Evodio, por su parte, viendo que Prisciliano y algunos otros eran realmente culpables de algunos de los cargos que se les hacían, los mandó decapitar. 


San Martín volvió más tarde a Tréveris a interceder tanto por los Priscilianistas españoles, que estaban bajo la amenaza de una sangrienta persecución, como por dos partidarios del difunto Emperador Graciano. Eso le puso en una situación muy difícil, en la que le pareció justificado mantener la comunión con el partido de Itacio, pero más tarde tuvo ciertas dudas sobre si se había mostrado demasiado suave al proceder así.

El Papa San Siricio, censuró tanto al Emperador como a Itacio por su actitud en el asunto de los Priscilianistas. Fue ésa la primera sentencia capital que se impuso por herejía, y el resultado fue que el Priscilianismo se difundió por España.


San Martín tuvo una revelación acerca de su muerte y la predijo a sus discípulos, los cuales le rogaron con lágrimas en los ojos que no los abandonase. Entonces el santo oró así: “Señor, si tu pueblo me necesita todavía, estoy dispuesto a seguir trabajando. Que se haga tu voluntad”. Cuando le sobrecogió la última enfermedad, San Martín se hallaba en un rincón remoto de su diócesis. Murió el 8 de noviembre del año 397. 


La Iglesia de Francia siempre consideró a Martín uno de sus mayores santos, y los hagiógrafos han grabado un gran número de milagros asociados a su intercesión mientras estaba viviendo y luego de su muerte. Su cuerpo, llevado a Tours, fue encerrado en un sarcófago de piedra, encima de la cual sus sucesores, San Britius y San Perpetuo, construyeron la primera y simple capilla, y por último una Basílica en el año 470.

                                              Relicario con el cráneo del Santo. (España)

                                         Sepulcro del Santo en la Basílica de Tours

San Eufronio, Obispo de Autun y amigo de San Perpetuo, le envió una escultura en tabla de mármol para cubrir su tumba. Una gran Basílica fue construida en 1014 la cual se quemó por completo en 1230 y fue reconstruida rápidamente en una gran escala. 


Este santuario fue el centro de grandes peregrinajes nacionales hasta 1562, año fatal cuando los protestantes lo saquearon, destruyendo la sepultura y las reliquias del maravilloso gran trabajador, el objeto de su odio. Erelicario de San Martín fue quemado por los protestantes, y sólo se conservó un pedazo de cráneo y un hueso del brazo. 

La antigua colegiata de San Martín de Tours, que databa principalmente del siglo XI, fue desafectada, vandalizada y transformada en un establo en 1793, luego demolida tras el colapso de las bóvedas en 1797, y de la que solo se conservaron dos torres. La basílica actual, que es mucho más modesta, fue construida entre 1886 y 1902 en el estilo neobizantino por el arquitecto Victor Laloux (inaugurada en 1890). 



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