San Martín I
Papa. Mártir. 655.
Papa N° 74 de la Iglesia. Nacido en Todi (Italia), cerca del Tiber; hijo de Fabricio. Fue electo Papa en Roma, en el año 649. En el papado sucedió a Teodoro I. Ordenó 11 sacerdotes, 5 diáconos y 33 Obispos. Perteneció a la Orden de San Basilio.
Gobernó la Iglesia cuando los líderes de la herejía monotelista fueron apoyados por el Emperador. Esos adversarios hacían grandes esfuerzos por extender su dominio en Oriente y Occidente.
El Papa Teodoro envió a Martín cuando aún era diacono como Nuncio a Constantinopla con el fin de establecer arreglos canónicos con el Patriarca herético Pyrrhus.
Luego de su elección, Martín se consagró a la tarea, aún sin esperar la consagración Imperial, y en el corto plazo llamó a la realización de un Concilio en Lateran, al cual asistieron 105 Obispos. Excomuniones nominales fueron aprobadas contra Sergio, Pyrrus y Pablo de Constantinopla, Ciro de Alejandría y Teodoro de Phran en Arabia. 20 cánones fueron promulgados definiendo la doctrina católica sobre la base de dos voluntades de Cristo. Los decretos fueron firmados por el Papa y por la asamblea de Obispos, luego fueron enviados a otros Obispos y a todo el mundo de la fe, con una Encíclica de Martín. Las actas, con una traducción al griego, fueron enviadas al Emperador Constancio II.
Gozaba entonces la Silla Apostólica de mucha paz, y los fieles descansaban a la sombra de un padre común tan caritativo; pero los herejes excitaron una tormenta tan deshecha, que hubiera corrido peligro de naufragar la fe de aquellos, al no gobernar la nave un piloto tan diestro como vigilante. Confundían los Monotelitas las operaciones en Cristo, defendiendo que no había en él más que una sola voluntad, sin rendirse a creer que en cuanto Dios tiene voluntad divina, y en cuanto Hombre una voluntad humana.
Había publicado el Emperador Constante un Edicto con nombre de “typo o de formulario”, en que, con el pretexto de cortar disputas, igualmente prohibía decir o enseñar que había dos voluntades en Cristo, como que había una sola; con cuyo arbitrio, favoreciendo a los herejes monotelistas, dejaba sin libertad a los católicos para volver por la verdad.
Luego que tuvo noticia de la elección de San Martín, no se descuidó en enviarle el “typo”, suplicándole que lo aprobase y confirmase con su apostólica autoridad, como providencia necesaria para poner fin a las perniciosas disputas que se habían suscitado en el Imperio sobre puntos de religión.
Pero, el Santo Pontífice sospechaba que el tal “typo” no era más que un sagaz artificio inventado por la política imperial para descargar el golpe contra la integridad de la fe, insinuando en los ánimos el veneno del monotelismo. El Papa respondió generosamente que antes perdería mil vidas que aprobar semejante escrito; y que cuando todo el mundo se desviase de la doctrina de los Santos Padres, que todos reconocieron en Cristo un adorable compuesto de dos naturalezas enteras y perfectas, él jamás se apartaría de ella, sin que ni promesas, ni amenazas, ni tormentos, ni la misma muerte fuesen capaces de hacerle ser infiel al depósito de las verdades de la fe que se le habían confiado.
Después de una respuesta tan precisa y tan expresiva de la integridad de su fe, para cortar de raíz el mal que amenazaba a la Iglesia, convocó en San Juan de Letrán, un Concilio de 105 Obispos, en el cual, sin acobardarle ni dársele nada por la indignación del Emperador, condenó su “typo” juntamente con la herejía de su abuelo, el Emperador Heraclio, y declaró excomulgados a todos los que la siguiesen. Después escribió a todos los Obispos de la Iglesia Católica una carta circular llena de vigor apostólico, acompañándola con las actas del Concilio que se había celebrado.
El Patriarca de Constantinopla, Pablo, había urgido al Emperador, a que utilizara medios drásticos para forzar al Papa y a otros Obispos occidentales para que subscribieran la “Typus”. El Emperador envió a Olimpo a Italia, y este arribó cuando el Consejo aún estaba en sesión. Olimpo trató de crear un grupo de Padres que estuviesen favorables a los puntos de vista del Emperador, pero no tuvo éxito. Luego, como una muestra de reconciliación, él deseaba recibir la santa comunión de las manos del Pontífice con la intención de acuchillarlo. Pero la Divina Providencia protegió al Papa y Olimpo dejó Roma para luchar contra los sarracenos en Sicilia, donde murió.
Constancio II cambió de planes y nombró como enviado a Teodoro Calliopas, con órdenes de traer a Martín a Constantinopla. Calliopas llegó a Roma en 653, e ingresando a la Basílica Laterana 2 días más tarde, informó a los clérigos que Martín había sido depuesto como un intruso que no merecía confianza, que debía ser llevado a Constantinopla y que otro debía ser nombrado en su lugar. El Papa a fin de evitar derramamiento de sangre, se declaró disponible para ir frente al Emperador.
Como prisionero fue llevado y acompañado sólo por unos cuantos de sus leales. Sufrió muchas privaciones físicas y arribó a Constantinopla en septiembre de 653 o 654.
San Martín estuvo muy enfermo de disentería. Por entonces escribió en una carta: “No se me ha permitido lavarme, ni siquiera con agua fría, desde hace 47 días. Estoy deshecho, aterido de frío y la disentería no me deja reposo. La comida que me dan me hace daño. Espero que Dios, que lo sabe todo, moverá a mis perseguidores al arrepentimiento después de mi muerte”.
El Senado, ante el cual compareció el Pontífice, acusado de traición, le condenó sin haberse dignado oírle. San Martín les hizo notar a sus acusadores, que la verdadera causa de su condenación era, el haberse negado a firmar el “Typos.” Tras haber sido maltratado y envilecido en público, cosa que provocó la indignación del pueblo, San Martín pasó otros tres meses en la prisión. Finalmente, consiguió escapar con vida, gracias a la intercesión del Patriarca Pablo en su lecho de muerte y, en abril del año 654, fue desterrado a Naxos, en la isla de Crimea.
Estuvo en Naxos durante un año. Desde Abydos fueron enviados mensajeros a la ciudad imperial. Ellos anunciaron la llegada del prisionero, el que fue tildado de herético y rebelde, un enemigo de Dios y del Estado. A su llegada a Constantinopla, Martín fue dejado durante varias horas, expuesto a los insultos y la curiosidad de una multitud de espectadores. Hacia la noche, fue llevado a una prisión llamada Prandearia y dejado en reclusión y cruel confinamiento durante 93 días. Allí sufrió por hambre, sed y frío. Todo eso, no obstante, no quebró su energía y en diciembre fue llevado ante la asamblea del Senado donde el Tesorero Imperial actuaría como juez. Fue objeto de varios cargos políticos, pero la verdad era que el único cargo se traducía en la negativa del Papa a firmar la “Typus”.
Luego el Papa fue llevado a un espacio abierto a la completa vista del Emperador y de una gran multitud. Se pidió que se realizara un anatema contra el Papa, ante lo cual sólo unos pocos respondieron. Un sin número de situaciones indignas le sucedieron, fue desnudado casi completamente, cargado de cadenas, arrastrado por las calles de la ciudad y nuevamente puesto en prisión, en Diomede. Allí permaneció durante 80 días.
Quizá influenciado por la muerte de Pablo, el Patriarca de Constantinopla, Constancio no sentenció al Papa a muerte, sino al exilio. El Emperador fue a ver al Patriarca de Constantinopla Pablo, que se hallaba enfermo de peligro. Le refirió lo que se había ejecutado con el Papa, y el Patriarca, volviendo la cabeza a otro lado, exclamó con un profundo suspiro: “¡Desdichado de mí, Dios mío!. Con esto se llenó la medida de mis pecados”. Sorprendido el Emperador de aquella reflexión, le preguntó la causa; y Pablo respondió: “Pues qué, ¿no es cosa lamentable tratar de esa manera a un Obispo?. Le suplicó después que no pasase adelante, y que se contentase con lo que había hecho ya con el santo prelado. ¡ Ah, y a qué distinta luz se miran los objetos en la hora de la muerte!
En fin, el Santo Pontífice fue desterrado al Quersoneso, ¡ y cuánto tuvo que padecer en aquel destierro!. Fue puesto a bordo de un navío en marzo de 654 o 655, y llegó a su destino en mayo. En esos tiempos, Cherson sufría de una gran hambruna. El venerable Pontífice fue obligado a pasar allí los últimos días de su vida. Escribió un relato sobre el hambre que reinaba en la región, la dificultad para conseguir alimentos, la barbarie de los habitantes y la negligencia con que le trataban:
“Estoy sorprendido de la indiferencia de quienes, habiéndome conocido antes, me han olvidado tan totalmente, que ni siquiera parecen saber que todavía existo. Más me sorprende todavía la indiferencia con que los miembros de la iglesia de San Pedro consideran la suerte de uno de sus hermanos. Si dicha iglesia no tiene dinero, no carece ciertamente de grano, aceite y otras provisiones, de las que podría enviarnos una pequeña cantidad. ¿Cómo es posible que el miedo impida a tantas gentes cumplir el mandato del Señor de socorrer a los necesitados?. ¿Acaso he dado muestras de ser un enemigo de la Iglesia universal o de ellos en particular?. Como quiera que sea, ruego a Dios, por la intercesión de San Pedro, que los conserve firmes e inconmovibles en la verdadera fe. En cuanto a mi pobre cuerpo, Dios se encargará de cuidarlo. Dios está conmigo, ¿por qué voy a preocuparme?. Espero en su misericordia que no prolongará mucho tiempo mi vida”.
El deseo de San Martín se cumplió, ya que murió unos 2 años después. Fue el último Pontífice mártir. Su fiesta se celebra en el Occidente el 12 de noviembre. En el Oriente se celebra en diferentes fechas. La liturgia bizantina le llama “glorioso defensor de la verdadera fe” y “ornato de la divina cátedra de Pedro”. Un contemporáneo de San Martín I le describió como hombre de gran inteligencia, saber y caridad.
















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