San Matías Apóstol

 

                                                     Apóstol. Mártir. 80.

Matías fue uno de los 70 discípulos de Jesús, y había estado con Él desde el bautismo realizado por Juan, hasta la Ascensión (Hechos de los Apóstoles 1: 21,22). 

También se señala (Hechos de los Apóstoles I, 15-26) que en los días siguientes a la Ascensión, Pedro propuso la realización de una asamblea, en la cual se llegaron a contar 120, a fin de seleccionar a quien debía de llenar dentro del apostolado, el lugar del traidor Judas.


Nos cuenta el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech. 1, 15-26), cómo Dios eligió a Matías para que ocupara el lugar de Judas Iscariote, completando así el número de los doce Apóstoles:

 “Uno de aquellos días, Pedro tomó la palabra en medio de ellos (había allí como ciento veinte personas), y les dijo: “Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura, pues el Espíritu Santo había anunciado por boca de David el gesto de Judas; este hombre, que guio a los que prendieron a Jesús, era uno de nuestro grupo y había sido llamado a compartir nuestro ministerio común. Tenemos, pues, que escoger a un hombre de entre los que anduvieron con nosotros durante todo el tiempo en que el Señor Jesús actuó en medio de nosotros, desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue llevado de nuestro lado. Uno de ellos deberá ser, junto con nosotros, testigo de su resurrección.” 

Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías. Entonces oraron así: “Tú, Señor, conoces el corazón de todos. Muéstranos a cuál de los dos has elegido para ocupar este cargo, y recibir este ministerio y apostolado del que Judas se retiró para ir al lugar que le correspondía.” Echaron a suertes entre ellos y le tocó a Matías, que fue agregado a los once apóstoles.”

Según ciertas informaciones, San Matías predicó el Evangelio en Macedonia, donde los impíos griegos, deseando probar el poder de la enseñanza que el Santo Apóstol proclamaba, lo arrestaron y obligaron a beber el veneno que priva al hombre de la visión. Sin embargo, San Matías, después de tragar el veneno en nombre de Cristo, no sufrió ningún daño e incluso sanó a más de 250 personas que habían quedado ciegas por causa de este veneno, colocando sus manos sobre ellos e invocando el nombre de Cristo. 

El demonio, incapaz de soportar tal reproche, se presentó a los paganos en forma de un joven y los instó a matar a Matías, porque éste quería abolir la adoración de sus dioses. Cuando fueron a agarrar al santo Apóstol, lo buscaron infructuosamente durante tres días; pero Matías, aunque caminaba en medio de ellos, se hizo invisible a ellos. Después, el santo Apóstol se presentó a los paganos que lo buscaban y voluntariamente se entregó a sus manos; estos lo ataron, lo encerraron en una mazmorra donde se aparecieron unos demonios que hacían rechinan sus dientes de rabia. Pero a la noche siguiente, el Señor se le apareció en una brillante luz, quien luego de alentar a San Matías y liberarlo de sus ataduras abrió las puertas de la prisión y lo liberó. 

Al despuntar el alba, el Apóstol se paró en medio de la gente, predicando el nombre de Cristo con una valentía todavía mayor. Cuando varias personas, que eran duras de corazón y se rehusaban a creer su prédica se enfurecieron y quisieron golpearlo con sus manos, repentinamente la tierra tembló y se los tragó. Sobrecogidos de horror, los que se salvaron aceptaron a Cristo y se bautizaron.

Después, el Apóstol de Cristo regresó nuevamente a su parte, Judea, donde convirtió a muchos de los hijos de Israel al Señor Jesucristo, proclamando a ellos la Palabra de Dios y confirmando esto con señales y milagros.

Por el nombre de Cristo, San Matías devolvió la visión a los ciegos, el oído a los sordos, la vida a los muertos. Puso de pie a los lisiados, purificó a los leprosos y expulsó demonios.

Llamando santo a Moisés y exhortando a todos a guardar la ley dada a él por Dios en las tablas de piedra, Matías al mismo tiempo les enseñó a creer en Cristo, quien había sido profetizado por el mismo Moisés en señales y prefiguraciones, anunciado por los profetas, enviado por Dios el Padre para salvar al mundo y se encarnó de la purísima e inmaculada Virgen. Así mismo, interpretó señalando que todas las profecías relacionadas a Cristo se cumplieron en el Mesías que había llegado.

Por ese tiempo el Sumo Sacerdote de los judíos era Ananías, que odiaba a Cristo y blasfemaba su nombre; era un perseguidor de los cristianos, el cual ordenó arrojar al Santo Apóstol Jacobo, desde el pináculo del templo matándolo de esta forma. 

Cuando San Matías, que iba por Galilea, predicaba a Cristo el Hijo de Dios en las sinagogas de esos lugares, los judíos, enceguecidos por el descreimiento y la maldad, se enfurecieron; agarraron al Santo Apóstol y lo llevaron a Jerusalén donde el mencionado Ananías, el Sumo Sacerdote, luego de convocar el Sanedrín y llamar a juicio al Santo Apóstol, se dirigió a la asamblea, que carecía de conciencia propia, diciendo: "Todo el mundo, y esta asamblea, conoce la deshonra que nuestro pueblo se ha infligido sobre sí, y no por nuestra propia voluntad, sino por la corrupción de unos cuantos que se han alejado de nosotros y por el insaciable interés propio, o más bien la tiranía de los Prefectos romanos... No le privaremos del tiempo para reflexionar, porque no queremos su destrucción, sino su corrección. Dejemos que escoja una de las dos alternativas: o que siga la ley dada por Dios a través de Moisés y así conserve su vida, o que se llame cristiano y muera".

Al responder, Matías, elevando sus manos, dijo: "Hombres y hermanos, no deseo decir mucho sobre la acusación que hacen en contra mía. Para mí el llamarse cristiano no es un crimen, sino la gloria. Porque el mismo Señor dijo a través del profeta Isaías que en los últimos días sus ‘sirvientes serán llamados con un nuevo hombre’ (Is. 65:15)".

El Sumo Sacerdote Ananías exclamó: "¿No es crimen considerar la sagrada ley como nada, no honrar a Dios y escuchar vacías historias de hechicerías?"

 "Si vosotros me escucharais" replicó San Matías, "os explicaría que la enseñanza proclamada por nosotros no está llena de mitos y hechicería, sino que la misma verdad atestiguó con la ley hace mucho tiempo".

Cuando el Sumo Sacerdote dio su permiso, Matías abrió la boca y comenzó a interpretar los símbolos y profecías del Antiguo Testamento con relación a Jesucristo. Como prometió Dios a los antepasados, Abraham, Isaac y Jacob, hacer nacer a un hombre de su semilla, a través del cual todas las tribus de la tierra serían bendecidas, sobre lo cual David también habla en las palabras de su salmo: "En Él se bendecirán todas las tribus de la tierra, todas las naciones lo llamarán bendito" (Ps. 71:17); a cómo el arbusto sin quemar anunció la encarnación de Cristo de la purísima Virgen, a quien Isaías predijo, diciendo: "He aquí que la Virgen concebirá, y parirá hijo, y llamará su nombre Emmanuel" (Is. 7:14); es decir, "Dios con nosotros." Moisés también claramente proclamó a Cristo, diciendo: "El Señor tu Dios te levantará como profeta de tus hermanos, como yo; a quien oiréis" (Deut. 18:15). También predijo los voluntarios sufrimientos del Salvador, cuando al levantar la serpiente con el bastón, Isaías señaló, diciendo: "Fue conducido como una oveja al matadero" (Is. 53:7); y "fue contado con los perversos" (53:12). El profeta Jonás, que salió ileso del vientre de la ballena, fue un anuncio de la resurrección del Señor al tercer día.

Estas amplias explicaciones de los libros del Antiguo Testamento que hablan de Cristo Jesús, enfurecieron tanto a Ananías que hablan de Cristo Jesús, que no pudo controlarse, diciendo: "¿Cómo te atreves a infringir la ley? ¿No conoces las bien sabidas palabras de las Escrituras que dicen: ‘Cuándo se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te diere señal o prodigio, y acaeciere la señal o prodigio que él te dijo, diciendo: ‘Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosle... ese profeta o soñador de sueños, ha de ser muerto...’" (Deut. 13:1-5)?


Matías respondió: "Ese de quien hablo no solamente es un profeta, sino el Señor de los profetas, el es Dios, el Hijo de Dios, cuyos milagros atestiguan. Por eso, creo en él y tengo la esperanza de no cambiar mi confesión de su Santísimo Nombre". 

"¿Si te dan un momento para reflexionar, te arrepentirías?", preguntó el Sumo Sacerdote. "Ojalá que nunca me salga de la verdad que ya he recibido", contestó el Santo Apóstol. "Creo con todo mi corazón y confieso abiertamente que Jesús de Nazaret, a quien vosotros rechazasteis y entregasteis a la muerte, es el Hijo de Dios, el cual es de una esencia e igualmente eterno con el Padre; y yo soy su sirviente".

Entonces el Sumo Sacerdote, dejó de escuchar e hizo crujir los dientes, diciendo: "¡Él blasfema! ¡Él blasfema!. ¡Que escuche la ley!’. Inmediatamente abrieron el libro de la ley y se leyó el pasaje donde está escrito: "Quienquiera que maldiga a Dios deberá sobrellevar su pecado. El que nombra el nombre del Señor, debe morir apedreado por toda la congregación de Israel" (Lev. 24:15-16). Luego de leerse este pasaje, el Sumo Sacerdote dijo al Apóstol de Cristo: "Tus palabras atestiguan en tu contra; que tu sangre caiga en tu propia cabeza".


 Entonces el Sumo Sacerdote condenó a San Matías a la muerte por apedreamiento; y condujeron al Apóstol para ejecutarlo. Cuando llegaron al lugar llamado Betlaskila, o sea, la casa de los condenados al apedreamiento, San Matías dijo a los judíos que lo habían llevado hasta allí, "¡Hipócritas! Con razón el profeta David dijo de esos como vosotros: ‘Cazarán el alma del justo y condenarán la sangre inocente’ (Ps. 93:21). Lo mismo dijo el profeta Ezequiel de esta especie de hombres, que ‘Anunciando muerte al que debe vivir y vida al que debe morir’" (Ez. 13:19).


Después de decir estas palabras el Apóstol de Cristo, dos testigos, tal como lo exige la ley, colocaron sus manos sobre su cabeza y atestiguaron que él había blasfemado a Dios, a la ley y a Moisés; y estos fueron los primeros en arrojar piedras a Matías. 

Este último pidió que enterraran junto a él las dos primeras piedras, como testigos de sus sufrimientos por Cristo. Posteriormente, otros también comenzaron a arrojarle piedras, golpeando al Santo Apóstol; éste, levantando y elevando sus manos entregó su espíritu en manos de su Señor. 

Después, los perversos judíos agregaron otro insulto a su tormento; después de la muerte del mártir, para complacer a los romanos, lo decapitaron con una espada, como si el Apóstol de Cristo hubiera sido un opositor del César. 


Así, después de haber combatido en la buena lucha, Matías terminó su marcha. Los fieles, luego de recoger el cuerpo del Apóstol, lo hicieron enterrar, enviando glorificación a nuestro Señor Jesucristo, a quien, con el Padre y el Espíritu Santo, sean el honor y la gloria, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Se dice que su cuerpo estuvo mucho tiempo en Jerusalén y que Santa Elena lo trasladó a Roma. Las reliquias del Apóstol Matías, por encargo de Santa Elena, fueron trasladadas a Tréveris. El Apóstol es patrono de esta ciudad. La fiesta de este santo se ubica poco después de la fiesta de la Ascensión de Jesús a los Cielos y antes de la de Pentecostés. Es que en este intervalo de tiempo los Apóstoles, encerrados en el cenáculo, orando y esperando, según narra el Libro de los “Hechos de los Apóstoles” sólo tomaron una iniciativa: buscar un sustituto para Judas. Jesús había elegido 12 Apóstoles y les había dicho que, a su regreso glorioso, los doce se sentarían sobre doce tronos para regir las Tribus de Israel. Y ahora faltaba uno.

Reliquias del Santo en Padua (Italia)



Urna con los restos del Apóstol en Triers (Alemania)


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