San Ramón Nonato

 

                                                 Religioso Mercedario. Cardenal. 1240.

Nacido en 1200 o 1204 en Portell en la diócesis de Urgel en Cataluña (España). Se le representa con el hábito de su Orden rodeado de esclavos redimidos, con un candado en sus labios. 


Sus padres eran descendientes de la antigua y noble casa de los Vizcondes de Cardona. Según la tradición fue extraído del vientre de su madre fallecida horas antes, es decir, se trataría de la primera operación cesárea que se registra en los anales de la obstetricia. Debido a ello el pueblo le dio el apodo de "Nonato" (no nacido), que con el tiempo se convirtió en su apellido y que él nunca cambió.


De familia noble pero pobre, mostró tempranos rasgos de piedad y gran talento. Con los años, Ramón comenzó a llevar al pastoreo las ovejas de su padre, en las proximidades de la ermita donde su finada madre había pedido su venida a la vida. Allí, ante la imagen de la Madre con el Niño, Ramón pasaba sus horas en contemplación y oración. 

María viendo la devoción de Ramón se le aparece y le dice “Tú eres mi hijo, yo soy tu Madre” y él que no tenía madre, se encontró con dos madres, la que ya estaba en el cielo y la que desde el cielo lo acompañaba en la tierra.

Cuenta la tradición que se quedaba en estos diálogos con María durante horas, a tal punto que no cuidaba las ovejas. Los vecinos le hicieron llegar al padre la noticia de su descuido y es así que salió en su búsqueda y en el campo divisó que su majada estaba al cuidado de un joven que irradiaba luz y sin saber quién era, aunque intuyéndolo, fue a la ermita y encontró a Ramón en éxtasis.

 Cuando sintió la presencia de su padre salió de ese estado de contemplación y le pidió perdón por no estar cumpliendo la tarea encomendada. Su padre lo abrazó tiernamente y le dijo que no se preocupara, que mientras él estaba en el buen diálogo con María, ella había enviado un ángel para que hiciera su trabajo. 

Su padre con el tiempo, le dio permiso para tomar el hábito de los Mercedarios de Barcelona, de las manos de su fundador, San Pedro Nolasco. Por ese entonces Ramón tenía 20 años e inicia su noviciado. La orden de los Mercedarios, fundada por San Pedro Nolasco tenía como finalidad, el rescate de cautivos católicos en manos de musulmanes del Norte de África.

 En esa etapa se hacen más evidentes y vivas las angustias y necesidades de los hermanos que sufren cautividad. Profundiza en ese amor a María, que se compromete con sus hijos que están cautivos. Descubre el sentido de dar la vida por los hermanos si fuese necesario, al modo de Cristo Redentor. 

Hace su profesión religiosa y continúa sus estudios. A los 24 años es ordenado sacerdote. Los mercedarios empeñados en la redención de los cautivos escogían cada año en Capítulo General a los redentores, que eran religiosos elegidos para la delicada, dura y hermosa misión de ir a rescatar a los cautivos. 


Estos redentores debían ser hombres de una probada fe, fuertes, de inteligencia y capacidad negociadora, conocedores de las lenguas y de las culturas, porque para poder rescatar a los cautivos había que conocer la idiosincrasia de otros pueblos y estar dispuestos a sufrir por la causa del Evangelio. En Nonato se dan estas características, por eso es elegido para esta hermosa tarea.

En 1226 se embarca y llega a Argelia donde gracias a su santidad y habilidad pudo rescatar 140 cautivos. Cuando le faltaba el dinero se ofrecía él mismo como rehén. Era celoso en la enseñanza de la religión cristiana e hizo muchos conversos, lo que le valió el rencor de las autoridades mahometanas.

En el año 1236, nuevamente designado como redentor se dirige a Argelia, allí ante la gran cantidad de cautivos que encuentra y ver que el dinero no le alcanzaba para el rescate de todos, y cumpliendo su 4º voto, decide quedarse como rehén en lugar de ellos, mientras sus compañeros conseguían el dinero para su rescate. 

Compartiendo el sufrimiento, la prisión y el mal trato que padecían los cautivos, Nonato comienza a consolarlos, a darles ánimo, a hablarles de ese Dios que nunca nos olvida, de esa Madre que nunca nos deja, que siempre está a nuestro lado, que rompe las cadenas de la esclavitud. Y así su prédica y aliento no sólo llama la atención de los cristianos cautivos, sino también de sus captores, con lo cual comienzan a interesarse por su predicación, llegando a convertir a algunos de ellos. Esto enfurece a los jefes principales y queriéndolo hacer callar deciden aplicarle como escarmiento ejemplarizante un tormento hasta ese momento desconocido: perforan sus labios y le ponen un candado. 

Pero quien ha escuchado la Palabra sabe que no puede callar lo que ha visto y oído y no hay nada ni nadie que pueda impedir que el mensaje se propague. A pesar de ese tormento continúa predicando, cada dos o tres días le sacaban el candado para darle de comer. (A raíz de este tormento es considerado protector contra las habladurías y chismes, para que San Ramón nos proteja de quienes hablan mal de nosotros y su maldad no nos llegue).

Ocho meses fue el tiempo que demoraron en juntar el dinero para poder rescatarlo. Es decir que durante ocho meses Ramón sufrió este castigo, un candado en su boca. Ocho meses en los que sintió la presencia maternal de María que le decía: “Hijo mío confía, estoy con vos”.


 Su vida, su ejemplo, su prédica, su entrega total a Dios y a los hermanos no pasó inadvertida y es así que el Papa Gregorio IX lo promueve a la dignidad cardenalicia en el año 1239. Sin embargo, no llega a asumir este título.

Puesto en camino se dirige hacia el castillo de Cardona, pero el cansancio, las huellas del cautiverio, de las torturas físicas, habían ido quebrantando su salud y dándose cuenta que su vida terrena llegaba a su fin, pide el viático (la sagrada comunión). Como no se encontraba allí otro sacerdote, la Madre que siempre estuvo a su lado llama a su Hijo, llama a Jesús, quien le trae la sagrada comunión. El mismo Jesús se le da como alimento (por eso la iconografía representa a San Ramón con una custodia en su mano).


Apenas se conoció la noticia de su muerte comenzó a acudir la gente de todas las comarcas y poblados para venerar y despedir los restos de este santo. Como no se percibía signo de descomposición, sino que su cuerpo despedía un suave aroma a rosas, se lo veló durante 15 días.


Por las cuestiones humanas y de cariño, comenzaron las disputas del lugar donde seria enterrado. La familia del Conde de Cardona quería llevarlo al castillo; el pueblo y el clero pretendían que fuera enterrado en a Iglesia y los religiosos de la Orden de la Merced lo querían en su convento. Para dirimir esta cuestión se propuso poner sus restos sobre una mula ciega, considerando que donde se detuviera sería el lugar que el santo había elegido para quedarse. Y es así que al pasar por los llanos de Bergús cerca de Cardona, la mula se detuvo y dio una vuelta, creyeron que era el lugar (aquí se erigió un oratorio), pero siguió y llegando al paraje de Torá se detuvo, dio otra vuelta y prosiguió. En este sitio se levantó una hermosa cruz con un baldaquino y todo el pueblo seguía a la bestia orando y cantando.


Finalmente llega a la ermita de San Nicolás, lugar tan querido por él, podríamos decir que vuelve al inicio, vuelve al lugar donde soñaron y anhelaron su nacimiento. La mula dando tres vueltas en honor a la Santísima Trinidad cayó muerta con su preciada carga. Allí se construyó el santuario de San Ramón, que aún hoy existe. 

                                             Sepulcro del Santo en Cardona  (España)

La gente sigue la tradición de dar tres vueltas alrededor, al llegar al lugar. Su cuerpo permaneció incorrupto hasta la Guerra Civil Española, cuando fue destruido, conservándose hoy sólo una reliquia. 

San Ramón Nonato, es un santo de una actualidad incuestionable en nuestro tiempo, ya que nos invita a defender la vida en todas sus etapas. En 1657 su nombre fue inscrito en el martirologio romano por Alejandro VII.



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