San Remigio de Reims

                                                              Obispo de Reims. 533.

Durante las invasiones de los bárbaros en Europa, en el siglo V, la Galia romana presentaba todos los síntomas de decadencia, propios del final de una era histórica.  El 16 de marzo del año 455 el Emperador Valentiniano III sucumbía bajo los golpes de dos soldados de la Guardia Imperial en el Campo de Marte. Con su muerte se extinguía la dinastía teodosiana, último linaje que reinaría en Roma, y se aceleraba el fin de un imperio ya en declive.

A partir de ese día el trono de los Césares sería disputado durante más de veinte años por gobernantes efímeros, juguetes de maniobras políticas o de pasiones humanas desordenadas. Viejo y desgastado, el Estado romano se disgregaba antes de caer definitivamente, minado en su interior, corroído en su base por la decadencia de las costumbres, así como por la desorganización política, militar y financiera. “Entre los romanos no había ya educación, sino corrupción moral e intrigas, la vida de familia estaba destruida” El Imperio Romano agonizaba y la Iglesia, a través de grandes santos, luchaba para convertir a los bárbaros invasores, atrayéndolos a su seno. San Remigio fue uno de sus principales apóstoles.

San Remigio, el gran apóstol de Francia, fue ilustre por la ciencia, la elocuencia, la santidad y los milagros que jalonaron sus largos 70 años de episcopado.


Según la tradición, Remigio nació en el sitio de Cerny-en-Laonnois, cerca de la ciudad de Laon hacia el año 437 en una familia de la alta sociedad Galo Romana. También se afirma que fue hijo de Emilio, conde de Laon, y de Santa Celina, hija del obispo de Soissons, pero ese Emilio no está atestiguado en parte alguna ni podía llevar ese título, que es anacrónico.

Remigio hizo rápidos progresos en la ciencia. San Sidonio Apolinar, quien lo trató cuando era joven, le consideraba como uno de los más eminentes oradores de la época. A los 22 años, es decir, a una edad en que difícilmente se obtiene la ordenación sacerdotal fue elegido Obispo de Reims. A pesar de su juventud, recibió inmediatamente las órdenes sacerdotales y fue consagrado Obispo.

El gran acontecimiento del episcopado de San Remigio fue la conversión de Clodoveo, quinto rey de los bárbaros francos. Este pueblo, salido de las planicies de Holanda, se dirigió al sur, apoderándose de las mejores tierras de los Países Bajos, de Picardía y de la Îlede-France (la región de París). Clodoveo se convirtió en rey en plena adolescencia, pues tenía entre 14 y 15 años de edad; pero ya entonces era un valiente, audaz y gran guerrero.

Al establecer su gobierno en la antigua Galia romana, que había conquistado, San Remigio le envió una carta en la cual decía: “Un gran rumor nos ha llegado; dícese que acabas de tomar las riendas del gobierno de nuestra nación. No es una maravilla que seas tú lo que fueron tus padres; pero mira que no te abandone nunca el juicio de Dios, a fin de que por tus méritos logres conservar ese puesto donde te han colocado tu industria y tu nobleza, porque, como dice el vulgo, los actos del hombre se prueban por su fin. Rodéate de consejeros que sepan acrecentar tu honra. Sé casto y honesto; honra a los sacerdotes y atiende a sus consejos, pues si vives en armonía con ellos darás el bienestar al país. Consuela a los afligidos, protege a las viudas, alimenta a los huérfanos, haz que todo el mundo te ame y te tema. Salga de tus labios la voz de la justicia, deja abierta a todo el mundo la puerta de tu tienda, y no permitas que nadie se marche triste de tu presencia. Juega con los jóvenes, puesto que eres joven; pero aconséjate con los ancianos, y si quieres reinar, muéstrate digno de ello”.

Aún siendo pagano, Clodoveo no perseguía a los cristianos y tenía respeto por los obispos y sacerdotes de las ciudades que sometía a su dominio.

El conocido episodio de Soissons muestra, aunque con métodos bárbaros, en cuánta consideración tenía Clodoveo al santo arzobispo. Sus soldados paganos habían saqueado una iglesia de esa ciudad, llevándose ornamentos y vasos sagrados. San Remigio lamentó sobre todo la pérdida de un cáliz de plata, finamente cincelado, y pidió a Clodoveo que, si fuera posible, se lo restituyera. A la hora de la repartición de los despojos, el rey pidió como un favor que no se echase la suerte sobre ese cáliz, sino que se lo diesen a él. Todos concordaron, menos un soldado más bárbaro, que con un golpe de hacha lo damnificó, respondiendo insolentemente al rey, que él no tenía más derecho que los demás.

 Clodoveo disimuló su disgusto como pudo. Unos días más tarde, mientras pasaba revista a su tropa, se detuvo frente al insolente y con el pretexto de que sus armas no estaban en orden, las tiró al suelo. Entonces, dándole un potente golpe de hacha en la cabeza lo mató, mientras le decía: “Así lo hiciste con el cáliz de Soissons”.

Clodoveo, el Rey de la Galia del Norte, era todavía pagano, aunque no se mostraba hostil a la Iglesia. Había contraído matrimonio con Santa Clotilde, hija de Chilperico, Rey de Borgoña. Clotilde, que era cristiana, había multiplicado los intentos para convertir a su marido. Clodoveo aceptó que su hijo primogénito recibiese el bautismo, pero el heredero murió poco después y Clodoveo señaló como culpable a su esposa por haberle bautizado. “Si lo hubiésemos consagrado a mis dioses, le dijo, no habría muerto. Pero como le bautizamos en el nombre de tu Dios, era imposible que viviese”.

No obstante la acusación, Clotilde bautizó también al siguiente de sus hijos y el niño cayó enfermo. El Rey se enfureció: “¡Mira los efectos del bautismo!, gritó colérico. Nuestro hijo está condenado a muerte, como su hermano, por haber sido bautizado en el nombre de Cristo”.

Aunque el niño recuperó la salud, el reacio Clodoveo necesitaba todavía mayores pruebas para convertirse. Finalmente, el dedo de Dios se manifestó en forma irrecusable en el año 496, cuando los germanos cruzaron el Rin y los francos salieron a combatirlos. Un relato cuenta que Santa Clotilde se despidió de su esposo con estas palabras: “Señor, si queréis obtener la victoria, invocad al Dios de los cristianos. Si tenéis confianza en Él, nadie será capaz de resistiros”.

El belicoso monarca prometió convertirse al Cristianismo si salía victorioso. El triunfo le parecía imposible a Clodoveo cuando, movido por la desesperación o por el recuerdo de las palabras de su esposa, gritó hacia el cielo: “¡Oh Cristo, a quien mi esposa invoca como Hijo de Dios, te pido que me ayudes!. He invocado a mis dioses, y se han mostrado impotentes. Ahora te invoco a Ti. Creo en Ti. Si me salvas de mis enemigos, recibiré el bautismo en tu nombre”. Al punto, los francos atacaron a los contrarios con extraordinario valor y los germanos quedaron derrotados.

Se dice que, al regreso de esa expedición. Clodoveo pasó por Toul para ver a San Vedasto, a quien pidió que le instruyese en la fe durante el viaje. Pero entre tanto Santa Clotilde, temerosa de que su esposo olvidase su promesa una vez pasado el entusiasmo de la victoria, mandó llamar a San Remigio y le pidió que aprovechase la ocasión para tocar el corazón de Clodoveo. Cuando el Rey divisó a su esposa al volver de la guerra, gritó: “Clodoveo ha vencido a los germanos y tú has vencido a Clodoveo. Por fin has conseguido lo que tanto deseabas”. Santa Clotilde respondió: “Los dos triunfos son obra del Señor de los ejércitos”.

El monarca dijo a su mujer que el pueblo se resistiría tal vez a olvidar a sus antiguos dioses, pero que él iba a tratar de convencerlo, siguiendo las instrucciones de San Remigio. Así pues, reunió a los oficiales y a los soldados. Pero, antes de que tuviese tiempo de dirigirles la palabra, todo el ejército gritó al unísono: “Abjuramos de los dioses mortales y estamos prontos a seguir al Dios inmortal que predica Remigio”.

San Remigio y San Vedasto procedieron a instruir al pueblo para el bautismo. Con el fin de impresionar la imaginación de aquel pueblo bárbaro, Santa Clotilde mandó que se adornase con guirnaldas la calle que conducía del palacio a la iglesia y que en ésta y en el bautisterio se encendiese un gran número de antorchas y se quemase incienso para perfumar el ambiente. Los catecúmenos se dirigieron a la iglesia en procesión, cantando las letanías y cargando cada uno una cruz. 


San Remigio conducía de la mano al Rey, seguido por la Reina y todo el pueblo. Se dice que ante la pila bautismal el santo Obispo dirigió al Rey estas palabras memorables: “Humíllate; adora lo que has quemado y quema lo que has adorado”. Esta frase resume perfectamente el cambio que la penitencia debe operar en cada cristiano.

Más tarde, San Remigio bautizó a las dos hermanas del Rey y a 3.000 de sus soldados, sin contar las mujeres y los niños. En la tarea, le ayudaron otros Obispos y sacerdotes. 

Hincmaro de Reims, quien escribió la biografía de San Remigio en el siglo IX, es el primer autor que menciona la siguiente leyenda: como los acólitos hubiesen olvidado el crisma para las unciones en el bautismo de Clodoveo, San Remigio se puso en oración; al punto bajó del cielo una paloma que llevaba en el pico una ampolleta con el santo crisma. 

En la Abadía de San Remigio se conservó la pretendida reliquia y se empleó en la consagración de los Reyes de Francia hasta la coronación de Carlos X, en 1825. Aunque la Revolución destruyó la reliquia, los fragmentos de la “Santa Ampolla” se conservan todavía en la Catedral de Reims.

                                                                       Santa Ampolla

 Se dice también que San Remigio confirió a Clodoveo el poder de curar “el mal de los reyes” (la escrófula); en todo caso, en la ceremonia de la coronación de los Reyes de Francia hasta Carlos X, se hacía mención de ese poder, relacionado con las reliquias de San Marculfo, quien murió hacia el año 558.

Bajo la protección de Clodoveo, San Remigio predicó el Evangelio a los francos. Dios le favoreció con un don extraordinario de milagros, si hemos de creer lo que cuentan sus biógrafos. Los Obispos reunidos en Lyon en un Sínodo contra los arrianos declararon que se habían sentido movidos a defender celosamente la fe católica por el ejemplo de Remigio, “quien con múltiples milagros y signos ha destruido en todas partes los altares de los ídolos”.

El santo promovió especialmente la ortodoxia en Borgoña, que estaba infestada de arrianos. En un Sínodo que tuvo lugar en el año 517, San Remigio convirtió a un Obispo arriano que había ido a discutir con él.

 Poco después de la muerte de Clodoveo, los Obispos de París, Sens y Auxerre escribieron a San Remigio, a propósito de un sacerdote llamado Claudio, a quien el santo había ordenado a instancias de Clodoveo. Los Obispos le echaban en cara el haber concedido la ordenación a un hombre indigno, le acusaban de haberse vendido al monarca e insinuaban cierta complicidad en los abusos financieros cometidos por Claudio. San Remigio no tuvo empacho en responder a los Obispos que tales acusaciones les habían sido dictadas por el despecho; sin embargo, su respuesta era un modelo de caridad y paciencia. Por lo que se refería al desprecio con que consideraban su avanzada edad, el santo contestó: “Más bien deberíais regocijaros fraternalmente conmigo, pues, a pesar de mi edad, no tengo que comparecer ante vosotros como acusado ni pediros misericordia”. En cambio, empleaba un tono muy diferente al hablar de cierto Obispo que había ejercido la jurisdicción fuera de su diócesis: “Si Vuestra Excelencia ignoraba los cánones, el mal consistió en atreverse a salir de la diócesis antes de haberlos estudiado. Tenga cuidado Vuestra Excelencia en no violar los derechos ajenos, si no quiere perder los propios”.

San Remigio sobrevivió a Clodoveo. Era ya un venerable anciano cuando Dios lo hizo participar de su cruz, enviándole muchas molestias; entre ellas, perdió temporalmente la vista corporal. Besando la mano divina que así lo hería, el santo arzobispo falleció el día 13 de enero de 533, a los 96 años de edad.

La Santa Ampolla

Se trata de una preciada reliquia que según la tradición fue entregada por una paloma en el momento del bautismo de Clodoveo I por San Remigio en la catedral de Reims. Era una botella de pequeñas dimensiones que contenía el crisma que era necesario para la ceremonia y que debido a la multitud que rodeaba los oficiantes no podía llegar. Esta reliquia se utilizó para consagrar casi todos los reyes de Francia hasta la Revolución. A causa de su significado religioso y político fue destruido y sólo se pudieron recuperar algunos fragmentos.

                                                           Relicario de la Santa Ampolla

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