Santa Afra de Augsburgo

 

                                            

                                                          Mártir. 304.

 La ciudad de Augusta (la actual Augsburgo) se encontraba situada en la parte norte de la Provincia Romana de Rhtia sobre el río Lech, no lejos de su confluencia con el río Danubio. Era una colonia romana importante, investida con derechos municipales (municipium) por el Emperador Adriano, en la cual el Cristianismo había penetrado aún antes de la era de Constantino.

 Es un hecho histórico indiscutible que una cristiana llamada Afra fue decapitada en Augsburgo durante la persecución de Diocleciano en el año 304 por su inconmovible profesión de fe y que ya en una época temprana su tumba era objeto de gran veneración.

  Los abuelos de Afra llegaron procedentes de Chipre a Augsburgo y allí fueron iniciados en la adoración de la diosa Venus. Afra fue entregada como prostituta al servicio de la diosa por su propia madre Hilaria o Hilara. Durante la persecución de Diocleciano, Narciso, Obispo de Gerundum en España se refugió de sus perseguidores en Augsburgo y encontró asilo en el hogar de Afra.

Por sus esfuerzos, la familia se convirtió al Cristianismo, y fueron bautizados. Al partir Narciso ordenó presbítero u Obispo al hermano de Hilaria llamado Dionisio. Esta historia del martirio de Afra termina mencionando que su mamá y 3 doncellas de Afra (Digna, Eunomia o Eumenia, y Eutropia o Euprepia), quienes después que los restos de la mártir fueron colocados en su tumba, ellas también sufrieron martirio siendo quemadas.

El juez Gayo, que conocía bien a Afra, le dijo: "Ofrece sacrificios a los dioses; mejor es vivir que morir en los tormentos". Afra replicó: "Yo fui una gran pecadora antes de conocer a Dios. Pero no quiero añadir otros crímenes a mi vida pasada, de suerte que no haré lo que me ordenas". Gayo le dijo: "Me han dicho que eres una prostituta. Así pues, lo mejor es que ofrezcas sacrificios, ya que estás lejos del Dios de los cristianos y Él no querrá aceptarte". Afra replicó: «Mi Señor Jesucristo dijo que había venido del cielo a salvar a los pecadores. El Evangelio cuenta que una pecadora le lavó los pies con sus lágrimas y obtuvo su perdón. Cristo jamás rechazó a los miserables sino que comía con ellos". Al ver Gayo que no podía convencerla, dictó sentencia contra ella. La santa respondió: "Bien está que sufra el cuerpo que ha pecado. No perderé mi alma adorando a los falsos dioses".

 Los verdugos condujeron a Afra a una isla del río Lech. Después de desnudarla, la ataron a una estaca y prendieron fuego a las ramas que habían amontonado junto a ella. Las últimas palabras de Afra fueron: "Gracias te doy, Señor Jesús, por la bondad con que te dignas aceptar este holocausto que se consuma en tu nombre. Tú te ofreciste en la cruz por los pecados del mundo. Yo me ofrezco como víctima tuya, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén". Con estas palabras exhaló el último suspiro, sofocada por el humo.



Tres servidoras de la mártir, Digna, Eunomia y Euprepa, quienes habían seguido a su ama en su vida de pecado, pero que se convirtieron y bautizaron junto con ella, presenciaron el martirio. Acompañadas por Hilaria, la madre de Afra, recogieron el cadáver por la noche y le dieron sepultura. Cuando se hallaban aún junto a la tumba, Gayo se enteró de sus andanzas. Inmediatamente despachó a un pelotón de soldados, con órdenes de obligarlas a sacrificar a los dioses; si se negaban a ello, debían ser quemadas ahí mismo. Los soldados emplearon halagos y amenazas, pero al comprobar que resultaban inútiles, acumularon ramas en el interior de la bóveda, cerraron la entrada, y quemaron vivas a las cuatro mujeres.

Afra, fue condenada a morir quemada porque se confesó cristiana, y se rehusó a participar en ritos paganos. Fue ejecutada en la pequeña isla del río Lech y sus restos fueron sepultados cerca del lugar de su muerte. El testimonio de Venantius Fortunatus señala que su tumba fue objeto de gran veneración durante el siglo VI. Sus restos permanecen hasta ahora en Augsburgo en la iglesia de los Santos Ulrico y Afra, al lado de la cual se levanta una famosa Abadía Benedictina.

 La iglesia de Santa Afra, a las puertas de Augsburgo, fue construida según la tradición en el lugar de su ejecución. Venancio Fortunato, un importante poeta de la época merovingia, mencionó este lugar alrededor del año 572 como lugar de culto y de peregrinación. La iglesia fue destruida en el año 955 durante una invasión húngara. Santa Afra fue canonizada en el año 1064 por el Papa Alejandro II. Es la patrona de los penitentes, prostitutas, de las almas en pena y se pide por ella en casos de accidentes por incendio.

Una reliquia de Santa Afra se conserva en la iglesia de San Juan de Ebringen, en Hegovia, en el cuerpo de una estatua de Afra de aproximadamente un metro de altura. No se ha aclarado cómo llegó el culto a Afra a Ebringen. Como regalo del Emperador Enrique IV, cuyo cumpleaños era el día de Santa Afra, se guardó una espina dorsal de la santa en la capilla de Afra de la catedral imperial de Espira, pero se encuentra actualmente desaparecida. También hay una fuente de Santa Afra en una capilla medio abandonada en dirección a Gottmadingen.







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