Santa Agnes o Inés de Montepulciano
Abadesa. 1317.
Nacida en las cercanías de Montepulciano en Tuscany (Italia), alrededor de 1268; murió en el mismo lugar en 1317. Con 4 años ya sabía rezar el Padre Nuestro y el Avemaría, y en varias ocasiones prefería dejar los juegos infantiles para ir a hablar con Dios en algún rincón más recogido del jardín. Incluso antes de cumplir los 10 años sentía, atraída por una voz que le susurraba en el fondo de su corazón, el deseo de abrazar la vida religiosa.
Pero muy pronto empezaron las luchas y las pruebas: cuando le manifestó a sus padres esos buenos anhelos, ellos intentaron disuadirla por todos los medios. Ocurrió entonces que, al pasar un día por una colina próxima a las murallas de Montepulciano, Inés fue atacada violentamente por una bandada de demonios que, habiendo asumido la forma de cuervos, graznaban con furia y le herían en la cabeza con sus garras y sus picos. En ese paraje había una casa de perdición que más tarde sería derrumbada y sustituida por una casa de esposas de Cristo fundada por la santa, y parecía que los espíritus infernales habían previsto el perjuicio que eso les iba a traer.
Mucha preocupación le trajo a sus padres el inusitado episodio, tras el cual la niña les presentó de modo categórico los planes de Dios con respecto a ella, y les informaba que hechos similares se sucederían si continuaban oponiéndose al cumplimiento de su vocación. Temerosos, no tuvieron otra elección que la de rendirse a los designios de lo alto: entregaron su hija a la vida religiosa, dejándola que ingresara en el Monasterio de las religiosas “del Saco”, así llamadas porque usaban, por humildad, un escapulario hecho de arpillera. A la edad de 9 años entró a ese Monasterio.
Habiendo sido premiada con incontables gracias místicas, su vida de oración transcurría en un continuo éxtasis. Durante sus coloquios espirituales, no raras veces entraba en largas levitaciones. En los lugares en los que se arrodillaba para rezar brotaban habitualmente rosas y lirios, que exhalaban un perfume único de agradable olor. Así que, asumida de esa manera por tales fenómenos sobrenaturales, no lograba ocultar a sus hermanas las llamas de amor a Dios que ardían en su corazón. Muchas veces las religiosas, al entrar en la capilla, la encontraban sumergida en arrobamientos, con la capa cubierta por una especie de suave maná. Y el día en que emitió los votos y recibió el velo, ya en Proceno, la capilla quedó repleta de ese mismo maná venido del Cielo, que caía formando crucecitas, como simbolizando la aceptación del Crucificado a la oblación de sí misma hecha por su tierna esposa.
Cuatro años después fue comisionada por el Papa Nicolás IV para asistir en la fundación de un Monasterio en Proceno, y se convirtió en su superiora a la edad de 15 años.
Dada la fama de santa que ya por entonces tenía, sus familiares y amigos comienzan a presionarla para que funde un nuevo monasterio en Montepulciano, pues ellos pensaban que podía hacer mucho bien a las gentes, al igual que había sucedido en Proceno. De momento ella no se decidió a hacerlo; pero seguía con su vida austera, ayunando casi todos los días, durmiendo en el suelo, con una piedra por almohada, teniendo éxtasis y levitaciones incluso realizando pequeños milagros, como el de que la despensa vacía se llenara milagrosamente, un día en que no tenían nada para comer.
Poco a poco se fue convenciendo de que efectivamente esta nueva fundación era la voluntad de Dios, pero le asediaba una duda todavía; no acababa de decidirse bajo que maestro espiritual estaría amparado este nuevo monasterio. Dudaba entre San Agustín, Santo Domingo, o San Francisco. Un día estando en oración, tuvo una visión. Era un mar en el que había tres naves y en cada una de ellas como patrón, uno de estos tres santos. Los tres la invitaban a subir a su nave; ella dudaba, pero entonces Santo Domingo tendió su mano hacia ella y les dijo a los otros dos: “Ella viene conmigo, porque es la voluntad de Dios” Era la señal que necesitaba.
Puso manos a la obra y fue levantado el monasterio en Montepulciano, con el apoyo y las donaciones de amigos y familiares, bajo la dirección de los Padres Dominicos entregándose a él en cuerpo y alma y dedicando su tiempo a la dirección y formación de esas religiosas, siendo todavía muy joven, pues tenía solo 31 años.
Había en una ciudad vecina a Proceno un poseso que se comportaba de forma cada vez más alarmante. Como ningún sacerdote de la región conseguía resolver el caso, los parientes del pobre hombre, desesperados ya y deseosos de obtener su curación, decidieron recurrir a la santa abadesa, cuyos milagros eran conocidos en los alrededores. Dándose cuenta de que sería imposible llevar al atormentado hasta ella, le pidieron que los acompañara hasta el infeliz. Tan pronto como la sierva de Cristo entró en la ciudad, el orgulloso e insensato demonio, que hasta hacía poco parecía no darle importancia a ninguna palabra que le decían, empezó a hacer rodar violentamente de un lado a otro el cuerpo del poseso. Al pisar la santa religiosa el umbral de la puerta de la casa, se escuchó el lloriqueo cobarde y derrotado del demonio, diciendo: “Ya no puedo quedarme aquí, porque la virgen Inés ha entrado”. Con eso, el atribulado hombre se vio libre del espíritu que desde tanto tiempo lo torturaba.
Pasados unos años, su salud comienza a resquebrajarse seguramente como consecuencia de tanto ayuno y sacrificio. Viendo las hermanas que la cosa iba cada vez peor, la convencen para acudir a unos baños termales, ella aceptó; pero al poco de regresar, entregó su alma a Dios el 20 de abril de 1317, a los 49 años. Fue beatificada por el Papa Clemente VIII en 1608 y canonizada por Benedicto XIII el 10 de diciembre de 1726.
Santa Catalina de Siena cultivó una intensa devoción a Santa Inés, pues el Señor le había revelado que en el Cielo serían grandes compañeras. En una de sus visitas a Montepulciano, al inclinarse para venerar los restos mortales de la santa, milagrosamente los pies de ésta empezaron a moverse, elevándose hasta sus labios, que con extrema reverencia los besó. Y la venerable religiosa así permaneció, con uno de sus pies un poco en alto, como recuerdo del estupendo acontecimiento. Hasta hoy día, estando su cuerpo semi incorrupto, puede ser venerado en el santuario de Montepulciano, en Italia, con un pie más alzado. Allí Santa Inés ha beneficiado a numerosas almas con prodigiosas curaciones físicas y espirituales, mereciendo ser aclamada como intercesora de los necesitados y terror de los espíritus infernales.
El beato dominico Raimundo de Capua, confesor de Santa Catalina de Siena se encargaría de escribir la vida de ambas santas.
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