Santa Bibiana de Roma
Virgen. Mártir. 367.
La más antigua mención de la mártir romana Santa Bibiana (Viviana) en una fuente histórica fidedigna se encuentra en el “Liber Pontificalis”, en cuya biografía del Papa Simplicio (468-483) declara que este Papa “dedicó, cerca del ‘palatium Licinianum’, una Basílica a la santa mártir Bibiana, en la cual descansan sus restos mortales”. Esta Basílica aún existe.
En tiempos posteriores, se originó una leyenda sobre ella, que se relaciona con las Actas de los martirios de San Juan y San Pablo, y que no tiene base histórica para ser creída.
Según esta leyenda, Bibiana era la hija de un antiguo Prefecto, Flaviano, quien fuera desterrado por Juliano el Apóstata. La esposa de Flaviano, Dafrosa, y sus dos hijas, Demetria y Bibiana, fueron también perseguidas por Juliano.
Dafrosa y Demetria murieron de causas naturales y fueron enterradas por Bibiana en su propia casa; pero Bibiana fue torturada, y murió a causa del sufrimiento. Dos días después, un sacerdote llamado Juan la enterró cerca de su madre y hermana en su casa, y luego la casa fue convertida en una iglesia. Es evidente que la leyenda intenta explicar el origen de la iglesia, y la presencia de los restos mortales de los ya mencionados confesores dentro de la misma.
Según otra leyenda, nació en Roma en el año 352. Era hija de Dafrosa y Flaviano, el Prefecto de la ciudad. Sus padres eran muy buenos cristianos. Los perseguidores arrestaron a Flaviano, le quemaron el rostro con un hierro candente y le desterraron a Acquapendente, según se lee en el Martirologio Romano, el 22 de este mes.
Después de la muerte de Flaviano, Dafrosa, que se mostró tan fiel a Cristo como su marido, estuvo encarcelada algún tiempo en su propia casa y finalmente fue decapitada. Bibiana y su hermana Demetria fueron castigadas con la confiscación de todos sus bienes, de suerte que durante 5 meses sufrieron grandes pobrezas. Las dos vírgenes pasaron ese tiempo en su casa, orando y ayunando. Durante el juicio, Demetria cayó muerta delante del juez.
Este confió a Bibiana al cuidado de Rufina, mujer muy artera, para que poco a poco, la hiciese cambiar de parecer. Pero los halagos de Rufina se estrellaron contra la constancia de Bibiana. Viendo que no conseguía apartarla de la fe y de la práctica de la castidad, Rufina empezó a emplear métodos brutales que resultaron igualmente infructuosos.
Finalmente, la santa falleció atada a una columna, mientras la azotaban con látigos cargados de plomo. Los verdugos abandonaron el cuerpo para que se lo comieran los perros. Pero al cabo de dos días, como los perros no se acercasen al cadáver, un sacerdote llamado Juan se lo robó durante la noche y lo sepultó cerca del Palacio de Licinio, en la misma casa en que estaban enterradas su madre y su hermana.








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