Santa Catalina de Siena
Terciaria Dominica. Doctora de la Iglesia.1380.
Considerada una de las grandes místicas de su siglo (siglo XIV), destacó asimismo su faceta de predicadora y escritora, así como su decisiva contribución al regreso del papado a Roma tras el exilio de Aviñón. Es una santa muy venerada y popular en fundaciones, iglesias y santuarios de la Orden Dominicana.
Nacida en Siena (Italia) en1347; murió en Roma en 1380. Fue la penúltima de una familia numerosa de 23 hermanos. Su padre, Giacomo di Benincasa, era tintorero; su madre, Lapa, hija de un poeta del pueblo. Pertenecían a la clase media alta de la facción de mercaderes y pequeños notarios, conocidos como "el Partido de los Doce", que entre una revolución y otra formó la República de Siena desde 1355 hasta 1365.
Desde su infancia Catalina empezó a tener visiones y a practicar austeridades extremas. A la edad de 7 años consagró su virginidad a Cristo. A los 16 años, y renovó la vida de anacoretas del desierto en un pequeño cuarto de la casa de su padre.
Monna Lapa di Puccio di Piagente, fue una madre sorprendida por los “caprichos incomprensibles de una niña demasiado mística”. Porque ella, como cualquier madre de Siena de buena familia, tenía preparado para su hija un buen partido: un joven de una familia acomodada de la ciudad, con la que además les venía muy bien emparentar. Y cuando estaban a punto de concertar el matrimonio entre las familias, a Catalina le dio por cortarse el pelo casi por completo. La madre no era una mujer de genio fácil, la riñó y la gritó como solamente ella sabía hacerlo: “¡Te casarás con quien te digamos, aunque se te rompa el corazón!”. La amenazó: “No te dejaremos en paz hasta que hagas lo que te mandamos”.
Todo fue inútil. La hizo sufrir. Sin querer, desde luego, porque no podía entender que su hija había decidido entregarse a Dios para siempre, y que, además, no tenía la menor intención de irse a un convento. Catalina pensaba vivir célibe, allí, en su propia casa. Lapa seguía empeñada con el casamiento y empleó todas sus tácticas, su genio y su ingenio: le gritaba, le hacía trabajar sin desmayo, le reñía constantemente. Todo en vano. Y un día, Catalina reunió a toda la familia y les habló con una claridad meridiana: “Dejad todas esas negociaciones sobre mi matrimonio, porque en eso jamás obedeceré a vuestra voluntad. Yo tengo que obedecer a Dios antes que a los hombres. Si vosotros no queréis tenerme en casa en estas condiciones, dejadme estar como criada, que haré con mucho gusto todo lo que buenamente me pidáis. Pero si me echáis por haber tomado esta resolución, sabed que esto no cambiará en absoluto mi corazón”.
Fue entonces cuando, ante su sorpresa, su padre, Jacobo Benincasa, dijo gravemente: “Querida hija mía, lejos de nosotros oponernos de ninguna manera a la voluntad de Dios, de quien viene esa resolución tuya. Ahora sabemos con seguridad que no te mueve la obstinación de la juventud sino la misericordia de Dios. Mantén tu promesa libremente y vive como el Espíritu Santo te diga que tienes que hacerlo. Jamás te molestaremos en tu vida de oración ni intentaremos apartarte de tu camino. Pide por nosotros para que seamos dignos del Esposo que has elegido a edad tan temprana”.
Lapa estaba desconcertada. Su propio marido se ponía de parte de la hija, cuando era evidente que era solo una niña, pues tenía 16 años. Pero no tuvo más remedio que ceder. Luego empezó a sospechar, horrorizada, las mortificaciones que hacía su hija. No estaba dispuesta a aquello. Gritaba, lloraba: “¡Ay, hija mía, que te vas a matar!. ¡Que te estás quitando la vida!. ¡Ay, quién me ha robado a mi hija!. ¡Qué dolor tan grande!. ¡Ay, qué desgracia!”.
Y luego vino esa incansable preocupación de su hija por los pobres, y sus constantes limosnas. Aquello le importaba menos: al fin y al cabo, ella también era caritativa. Pero a lo que no estaba dispuesta era a las maledicencias. Ah, no, eso no: ella era de familia distinguida, y todos envidiaban en Siena su vieja casa en la Vía dei Tintori, junto a Fontebranda, y las ropas de sus hijos, y sus posesiones. No, ella nunca había dado que hablar. Y ahora el nombre de su hija corría de plaza en plaza, por culpa de las malas lenguas que arremetían contra ella.
Luego ella, viviendo con su familia, empezó a atender a los enfermos, especialmente aquellos infectados con las enfermedades más repulsivas, a servir a los pobres y trabajar por la conversión de los pecadores. A pesar de siempre sufrir terrible dolor físico, vivir largos intervalos de tiempo sin comer nada excepto el Santísimo Sacramento, ella estaba siempre radiantemente feliz y llena de sabiduría práctica no menor que una elevada profundidad espiritual. Todos sus contemporáneos atestiguan su extraordinario encanto personal, que prevalecía sobre las continuas persecuciones de que era objeto, incluso por los frailes de su propia Orden y sus hermanas en religión.
A los 18 años tomó el hábito de la Orden Tercera de los Dominicos. Se sometía al cilicio (hoy visible en la iglesia de Santa Catalina de la Noche, parte del complejo de Santa María de la Escala) y a prolongados períodos de ayuno, solo alimentada por la Eucaristía. En esta primera fase de su vida, estas prácticas eran llevadas a cabo en solitario.
Sus experiencias místicas no le quitaban las pruebas. Sufría por su temperamento al que dominaba con gran paciencia. En medio de sus dolencias oraba sin cesar para expiar sus ofensas y purificar su corazón. En la noche anterior a su profesión en la Orden, después de pasar por una severa prueba en la cual el demonio se le apareció como un caballero muy guapo y elegante y le ofreció un traje de seda con joyas brillantes, Catalina se tiró sobre el crucifijo y gritó: "¡Mi único, mi amado esposo, Tú sabes que jamás he deseado a nadie más que a ti. Ven en mi ayuda, mi amado Salvador!".
De pronto, frente a Catalina estaba la Madre de Dios, teniendo en sus manos un traje de oro , y con su voz suave y tierna, la Virgen le dijo: "Este vestido, hija mía, lo he traído del corazón de mi Hijo. Estaba escondido en la herida de su costado como en una canasta de oro, y te lo hice con mis propias manos." Entonces con ferviente amor y humildad, Catalina inclinó su cabeza, mientras la Virgen le imponía este vestido celestial".
El hecho de pertenecer a una Tercera Orden, significaba que la persona viviría la espiritualidad dominica, pero en el mundo secular. Ella fue la primera mujer soltera en ser admitida.
A partir de ese momento su celda llegó a ser su paraíso, y se ofrecía a sí misma en oración y mortificación. Durante tres años vivió como en una ermita, manteniéndose en silencio y sin hablar con nadie, excepto Dios y su confesor.
Durante este período, había momentos en que formas repugnantes y figuras tentadoras se presentarían en su imaginación, y las tentaciones más degradantes la asediaban. Posteriormente, el diablo extendió en su alma como una nube y una oscuridad tan grande que fue la prueba más severa jamás imaginable. Santa Catalina continuó con un espíritu de oración ferviente, de humildad y de confianza en Dios. Mediante ello perseveró victoriosa, y al final fue liberada de dichas pruebas que solo habían servido para purificar su corazón. Cuando Jesús la visitó después de este tiempo, ella le pregunto: "¿Dónde estabas Tú, mi divino Esposo, mientras yacía en una condición tan abandonada y aterradora?" Ella escuchó una voz que le decía, "Hija, estaba en tu corazón, fortificándote por la gracia."
En 1366, Santa Catalina experimentó lo que se denominaba un ‘matrimonio místico’ con Jesús. Cuando ella estaba orando en su habitación, se le apareció una visión de Cristo, acompañado por su madre y un cortejo celestial. Tomando la mano de Santa Catalina, Nuestra Señora la llevó hasta Cristo, quien le colocó un anillo y la desposó consigo, manifestando que en ese momento ella estaba sustentada por una fe que podría superar todas las tentaciones. Para Catalina, el anillo estaba siempre visible, aunque era invisible para los demás.
Empezó a reunir discípulos alrededor de ella, hombres y mujeres, quienes formaban una maravillosa confraternidad espiritual, unida así por los lazos de amor místico. Durante el verano de 1370 ella recibió una serie de manifestaciones especiales de misterios divinos, que culminaron en un prolongado trance, una especie de muerte mística, en la que tuvo una visión del Infierno, del Purgatorio y del Cielo, y escuchó una orden divina de abandonar su celda y entrar en la vida pública del mundo.
Empezó a enviar cartas a hombres y mujeres de toda condición de vida, entró en correspondencia con Príncipes y Repúblicas de Italia, fue consultada por enviados del Papa acerca de los asuntos de la Iglesia y se ofreció a sí misma para sanar las heridas de su tierra natal quedándose en la furia de la guerra civil y los destrozos de la facción.
Imploró al Papa Gregorio XI, dejar Aviñón, para reformar el clero y la administración de Estados Papales, y con ardor se lanzó a impulsar la idea del Papa de una Cruzada con la esperanza de unir los poderes de la cristiandad en contra de los infieles, y restaurar la paz en Italia librándola de las compañías errantes de soldados mercenarios. Mientras en Pisa, en 1375, ella recibió los Estigmas, sin embargo, a raíz de su especial oración, las marcas no aparecieron exteriormente en su cuerpo mientras vivió.
Principalmente durante la mala administración de los oficiales papales, la guerra estalló entre Florencia y la Santa Sede, y casi la totalidad de los Estados Papales se levantaron en insurrección. Catalina había sido enviada en una misión por el Papa para asegurar la neutralidad de Pisa y Lucca. En junio de 1376, fue a Aviñón como embajadora de los florentinos, para hacer las pases; pero, debido a la mala fe de la República o de algún malentendido causado por los frecuentes cambios en el gobierno, no tuvo éxito. Sin embargo, ella causó tan profunda impresión en la mente del Papa, que, a pesar de la oposición del Rey de Francia y casi todo el Colegio Sagrado, regresó a Roma en 1377. Catalina pasó gran parte de 1377 produciendo una maravillosa renovación espiritual en los distritos sujetos a la República de Siena, y fue en este tiempo que ella milagrosamente aprendió a escribir, aunque parece haber seguido confiando en sus secretarios para su correspondencia.
Tempranamente en 1378 fue enviada por el Papa Gregorio a Florencia, a realizar un nuevo esfuerzo por la paz. Desdichadamente, debido al faccioso comportamiento de sus asociados florentinos, se vio involucrada en las políticas internas de la ciudad, y durante un tumulto popular (22 de junio) sufrió un atentado contra su vida. Estaba ligeramente decepcionada en su escape, declarando que sus pecados la habían privado de la rosa roja del martirio.
Sin embargo, durante la desastrosa revolución conocida como "el tumulto de Ciomi", se quedó en Florencia o en su territorio hasta que, los primeros días de agosto, llegaron las noticias de que la paz había sido firmada por la República y el nuevo Papa. Catalina entonces, instantáneamente regresó a Siena, donde permaneció unos meses en relativo silencio, dictando su "Diálogo", el libro de sus meditaciones y revelaciones.
Mientras tanto, el Gran Cisma había dividido la Iglesia. Desde el principio, Catalina se adhirió con entusiasmo al reclamante romano, Urbano VI, quien en noviembre de 1378 la llamó a Roma. Su último trabajo político, efectuado prácticamente desde su lecho mortal, fue la reconciliación del Papa Urbano VI con la República Romana en 1380.
Catalina murió joven, con solo 33 años. Pero le dio tiempo a ser una gran santa, conocida en todo el mundo: Santa Catalina de Siena.
El día de su entierro, el 29 de abril de 1380, toda la ciudad se volcó con aquella mujer que había fallecido en la flor de la vida. Los comerciantes, los miserables de Siena a los que su hija había acogido siempre, los artesanos, los nobles, los gobernantes de aquella pequeña República, todos miraban pasar a la madre fervorosamente tras el féretro de su hija. Contaban sus milagros, sus obras de caridad, y relataban en voz baja cómo Catalina, una mujer joven, sin más poder que su amor a Dios, había logrado cerrar uno de los capítulos más tristes de la historia de la Iglesia.
Su palabra pudo lo que no pudieron las influencias más poderosas: logró que el Papa volviera a Roma y abandonara definitivamente Aviñón. Aunque era analfabeta, desde muy pronto muchas personas se agruparon a su alrededor para escucharla. A los 25 años tenía ya una reconocida fama como conciliadora de la paz entre soberanos y como sabia consejera de príncipes. Gregorio XI y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en asuntos gravísimos, y Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.Los habitantes de Siena deseaban tener el cuerpo de Santa Catalina, pero sabiendo que no podrían sacarlo de Roma, decidieron tomar sólo la cabeza y la colocaron en una bolsa. Cuando los guardias romanos los detuvieron, los habitantes de Siena oraron a Santa Catalina para que los ayudara. Al abrir la bolsa para mostrar su contenido a los guardias, la bolsa estaba llena de pétalos de rosa. Cuando llegaron de nuevo a Siena, sin embargo, reabrieron la bolsa y ahí estaba la cabeza de Santa Catalina una vez más. Debido a esta historia, a Santa Catalina de Siena se le ilustra con una rosa.
Su cuerpo yace en el cementerio de Santa María sopra Minerva cerca del Panteón y la cabeza se encuentra en un relicario adornado en la Basílica de San Domenico (también conocida como Basílica Cateriniana, debido a la Santa) en Siena.
Cuerpo de Santa Catalina de Siena
La cabeza momificada y su pulgar derecho, ubicado cerca dentro de un relicario pequeño, todavía se pueden ver en la iglesia a día de hoy.
Cabeza momificada de Santa Catalina de Siena
El Papa Pío II la canonizó en 1461, y en 1970 fue declarada Doctora de la Iglesia por el Papa Pablo VI. Su magisterio carismático es un don de Dios a la Iglesia y a la humanidad. Fue sepultada en la Basílica dominicana de Santa María sopra Minerva.
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