Santa Clotilde de Francia

 

                                                      Reina de los francos. 545.

Francia es considerada por la Iglesia Católica como "Hija primogénita de la Iglesia". Un título que se le concedió gracias a una de sus reinas, convertida en santa. Cuando Clotilde nació a principios del siglo V, el territorio que actualmente ocupa el estado francés, era entonces un mosaico de reinos nacidos tras la desaparición del Imperio Romano. A pesar de que el cristianismo era una de las religiones practicada, era sobre todo su rama arriana y las creencias paganas las que dominaban, sobre todo entre los reyes y señores. Cuando el rey de los francos, Clodoveo I, se casó con Clotilde, esta terminaría convirtiéndolo al cristianismo católico.


Nacida probablemente en Lyon (Francia) en 474; muerta en Tours en 545, Clotilde fue la mujer de Clodoveo I, e hija de Chilperico, Rey de los borgoñones de Lyon y Caretena. 

Tras la muerte del Rey Gundioco, el reino de Borgoña se había dividido entre sus 4 hijos, reinando Chilperico en Lyon, Gundebaldo en Vienne, y Godegisilo en Ginebra; la capital de Gundemaro no se menciona. Chilperico y probablemente Godegisilo eran católicos, mientras que Gundebaldo profesaba el arrianismo.


Clotilde fue educada religiosamente por su madre Caretena, que, según Sidonio Apolinar y Fortunato de Poitiers, era una mujer notable.  En 493, su tío Gundebaldo asesinó a Chilperico y ahogó a su madre, Caretena, además de provocar el exilio de su hermana, Crona, que se hizo monja.

Fue poco después de la muerte de Chilperico cuando Clodoveo pidió y obtuvo la mano de Clotilde. Clodoveo era nueve años mayor que Clotilde y con quince años, en el 481, se convirtió en el jefe de su tribu y fue coronado rey de los francos salios. Daba comienzo así la primera dinastía de los reyes de Francia, los Merovingios, pues se designaba así a dicha dinastía por el abuelo de Clodoveo que se llamaba Meroveo. Y a partir de entonces, el afán de Clodoveo no es otro que la expansión de sus dominios en el territorio francés a costa de otros reyes. De manera que cuando conoció a Clotilde, Clodoveo ya era dueño de más de la mitad de la actual Francia.


La expansión territorial del reino de Clodoveo se llevó a cabo mediante conquistas militares y alianzas con los reyes vecinos. Y aquí es donde engancha su boda con Clotilde, en la que tuvo que ver y no poco el santo obispo de Reims, San Remigio, que le contó al rey de los francos las excelencias de Clotilde, y como consejero suyo que era le expuso la conveniencia de casarse con ella. Así es que previo permiso y acuerdo con el rey de los burgundios, el fratricida Gundebaldo, Clodoveo y Clotilde se casaron en el año 492.

Los poemas populares sustituían al Rey Godegisilo, tío y protector de Clotilde, por su hermano Gundebaldo, que era presentado como el perseguidor de la joven princesa. Se suponía que Gundebaldo había asesinado a Chilperico, arrojado a su mujer a un pozo con una piedra atada al cuello, y desterrado a sus 2 hijas. 


Clodoveo al oír hablar de la belleza de Clotilde, envió a su amigo Aureliano disfrazado de mendigo, para visitarla en secreto, y darle un anillo de oro de su amo; entonces pidió a Gundebaldo la mano de la joven Princesa. Gundebaldo, que temía al poderoso Rey de los francos, no se atrevió a rehusar, y Clotilde acompañó a Aureliano y su escolta en su viaje de vuelta.


Se apresuraron a alcanzar el territorio franco, pues Clotilde temía que Aredius, el fiel consejero de Gundebaldo, a su vuelta de Constantinopla adonde había sido enviado en una misión, influyera en su amo para que se retractara de su promesa. Sus temores estaban justificados. Poco después de la partida de la Princesa, Aredius volvió y provocó que Gundebaldo se arrepintiera del matrimonio. Se despacharon tropas para traer de vuelta a Clotilde, pero era demasiado tarde, pues estaba a salvo en suelo franco. 

Los detalles de este relato son puramente legendarios. Está establecido históricamente que la muerte de Chilperico fue lamentada por Gundebaldo, y que Caretena vivió hasta 506: murió “llena de años”, dice su epitafio, habiendo tenido la alegría de ver a sus hijos criados en la religión católica. Aureliano y Aredius son personajes históricos, aunque se sabe poco de ellos, lo que dice la leyenda es muy improbable.

Clotilde, Princesa de Lyon de Francia, contrajo matrimonio con Clodoveo el Grande, Rey de los francos. No podía haber encontrado un marido más sanguinario: mató a los miembros de su familia y a los jefes francos que los secundaban. 

Sin embargo, Clotilde fue preparándolo para su conversión, auxiliada por algunos Obispos. El Rey la autorizó para que sus hijos fueran bautizados. Cuando los alemanes invadieron su reino, viendo perdida la batalla de Tobiac, el Rey gritó: “¡Dios de Clotilde, si me das la victoria, me haré cristiano!”. Y venció. 

Semanas mas tarde recibió el bautismo en Reims junto a 3.000 guerreros. La Galia de los francos se había vuelto oficialmente cristiana.


Clotilde, como esposa de Clodoveo, pronto adquirió un gran ascendiente sobre él, del que se valió para exhortarle a abrazar la fe católica. Durante mucho tiempo sus esfuerzos fueron infructuosos, aunque el Rey permitió el bautismo de Ingomiro, su primer hijo. El niño murió en su infancia, lo que pareció dar a Clodoveo un argumento contra el Dios de Clotilde, pero no obstante esto, la joven Reina obtuvo de nuevo el consentimiento de su marido para el bautismo de su segundo hijo, Clodomiro.

 Así el futuro del catolicismo estaba ya asegurado en el Reino franco. El propio Clodoveo fue poco después convertido en dramáticas circunstancias, y fue bautizado en Reims por San Remigio, en 496. Así Clotilde llevó a cabo la misión asignada a ella por la Providencia; fue el instrumento de la conversión de un gran pueblo, que durante siglos sería el faro de la civilización católica.

San Gregorio de Tours dice que la Reina Clotilde era admirada por todos a causa de su gran generosidad en repartir limosnas, y por la pureza de su vida y sus largas y fervorosas oraciones; la gente decía que más parecía una religiosa que una reina.


Clotilde dio a Clodoveo 5 hijos: 4 varones, Ingomiro, que murió en la infancia, y los Reyes Clodomiro, Childeberto, y Clotario, y una hija, llamada Clotilde como su madre. Poco más se sabe de Clotilde durante la vida de su marido, pero puede conjeturarse que intercedió ante él, en la época de la disputa entre los Reyes de Borgoña, para ganarlo a la causa de Godegisilo contra Gundebaldo. La moderación desplegada por Clodoveo en esta lucha, en la que, aunque victorioso, no buscó sacar partido de su victoria, además de la alianza que después concluyó con Gundebaldo, fueron indudablemente debidas a la influencia de Clotilde, que debe haber visto con horror la lucha fratricida.


Clodoveo murió en París en 511, y Clotilde le enterró en lo que era entonces el Mons Lucotetius, en la Iglesia de los Apóstoles (después, de Santa Genoveva), que habían construido juntos para servirles como mausoleo, y que Clotilde se encargó de completar. 


La viudez de esta noble mujer fue entristecida por crueles pruebas. Su hijo Clodomiro, yerno de Gundebaldo, guerreó contra su primo Segismundo, que había sucedido a Gundebaldo en el trono de Borgoña, le capturó, y le hizo dar muerte con su mujer e hijos en Coulmiers, cerca de Orleáns.

Según la épica popular de los francos fue incitado a esta guerra por Clotilde, que pensaba vengar en Segismundo el asesinato de sus padres; pero, como ya se ha visto, Clotilde no tenía nada que vengar, y, por el contrario, fue probablemente ella la que arregló la alianza entre Clodoveo y Gundebaldo. Aquí la leyenda está en desacuerdo con la verdad, difamando cruelmente la memoria de Clotilde, que tuvo el dolor de ver perecer a Clodomiro en su atroz guerra con los borgoñones; fue vencido y muerto en la batalla de Veseruntia en 524, por Godomaro, hermano de Segismundo.

Clotilde tomó a su cuidado sus tres hijos de corta edad: Teodoaldo, Gunterio, y Clodoaldo.

 Childeberto y Clotario, sin embargo, que habían dividido entre ellos la herencia de su hermano mayor, no deseaban que vivieran los niños, a los que habrían de rendir cuentas más tarde. Mediante una astucia retiraron a los niños del cuidado vigilante de su madre y mataron a los dos mayores; el tercero escapó y entró en un monasterio, al que dio su nombre (Saint-Cloud, cerca de París). 

El dolor de Clotilde fue tan grande que París se le hizo insoportable, y se retiró a Tours, junto a la tumba de San Martín, al que tenía gran devoción, donde pasó el resto de su vida en oración y dedicada a las buenas obras. Pero aún le esperaban pruebas allí. 

Su hija Clotilde, esposa de Amalarico, el Rey visigodo, que era cruelmente maltratada por su marido, pidió ayuda a su hermano Childeberto. Éste fue a su rescate y derrotó a Amalarico en una batalla, en la que este último murió; Clotilde, sin embargo, murió en el viaje a su casa, exhausta por las privaciones que había soportado.


Finalmente, como para coronar el largo martirio de Clotilde, sus dos únicos hijos supervivientes, Childeberto y Clotario, comenzaron una disputa, y emprendieron una seria guerra. Clotario, perseguido de cerca por Childeberto, al que se había unido Teodeberto, hijo de Teodorico I, se refugió en el bosque de Brottonne, en Normandía, donde temía ser exterminado él y su ejército por las fuerzas superiores de sus adversarios. Entonces, dice Gregorio de Tours, Clotilde se postró de rodillas ante la tumba de San Martín, y le suplicó con lágrimas durante toda la noche que no permitiera que otro fratricidio afligiera a la familia de Clodoveo. Repentinamente se suscitó una terrible tempestad y dispersó a los dos ejércitos que estaban a punto de empezar una lucha cuerpo a cuerpo; así, dice el cronista, respondió el santo a las oraciones de la afligida madre.


Esta fue la última de las pruebas de Clotilde. Rica en virtudes y buenas obras, tras una viudez de 34 años, durante los cuales vivió más como una religiosa que como una Reina, murió y fue enterrada en París, en la iglesia de los Apóstoles, junto a su marido e hijos.


En una época temprana fue venerada por la Iglesia como santa, y aunque la poesía popular contemporánea desfigura su noble personalidad haciéndola un modelo de furia salvaje, Clotilde ha entrado ahora en posesión de una fama pura y sin tacha, que ninguna leyenda podrá oscurecer.

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