Santa Juana de Arco
Virgen Guerrera. 1431.
Nacida en Domremy, Champagne (Francia), probablemente en 1412 y muerta en Rouen. El pueblo de Domremy estaba situado sobre los confines del territorio que reconocía el dominio del Duque de Burgundy, pero en el prolongado conflicto entre los Armagnacs (el partido de Carlos VII, Rey de Francia), por un lado, y los Burgundios aliados con los ingleses, por el otro, Domremy siempre se mantuvo leal a Carlos.
La Guerra de los Cien Años había comenzado en 1337 como una disputa por la herencia del trono francés, intercalada con períodos ocasionales de relativa paz. Casi todos los combates habían tenido lugar en Francia y el empleo por parte del ejército inglés de unas destructivas tácticas de tierra quemada habían devastado la economía gala. La población de Francia todavía no había recuperado su número previo a la pandemia de Peste negra de mediados del siglo XIV y sus comerciantes estaban aislados de los mercados extranjeros. Antes de la aparición de Juana de Arco, los ingleses casi habían logrado su objetivo de una monarquía dual bajo el control inglés y el ejército francés no había logrado ninguna victoria importante en lo que dura una generación. En palabras de la historiadora Kelly DeVries, "El reino de Francia ni siquiera era una sombra de lo que había sido en el siglo XIII".
El rey francés en el momento del nacimiento de Juana, Carlos VI, sufría episodios de locura que a menudo le incapacitaban para gobernar. Su hermano Luis, duque de Orleans, y su primo Juan Sin Miedo, duque de Borgoña, competían por la regencia de Francia y la tutela de los niños herederos al trono. Esta disputa incluía acusaciones de que Luis estaba teniendo una relación extramarital con la reina, Isabel de Baviera, y de que Juan Sin Miedo había secuestrado a los herederos del trono. El conflicto culminó en el asesinato del duque de Orleans en 1407 por orden del duque de Borgoña.
El joven Carlos de Orleans sucedió a su padre como duque y fue puesto bajo la custodia de su suegro, el conde de Armagnac. Su facción se conoció como la facción «Armagnac», y el partido contrario dirigido por el duque de Borgoña se llamó la «facción de Borgoña». Enrique V de Inglaterra se aprovechó de estas divisiones internas cuando invadió el reino en 1415, obteniendo una victoria resonante en Azincourt el 25 de octubre y posteriormente capturando muchas ciudades del norte de Francia durante una campaña en 1417. En 1418, París fue tomada por los borgoñones, que masacraron al conde de Armagnac y a unos 2500 de sus seguidores. El futuro rey francés, Carlos VII, asumió el título de Delfín, el heredero del trono, a la edad de 14 años, después de las muertes consecutivas de sus cuatro hermanos mayores. Su primer acto oficial significativo fue firmar un tratado de paz con el duque de Borgoña en 1419, pero esto terminó en desastre cuando los partidarios de Armagnac asesinaron a Juan Sin Miedo durante una reunión bajo la garantía de protección de Carlos. El nuevo duque de Borgoña, Felipe el Bueno, culpó a Carlos por el asesinato y se alió con los ingleses, tras lo cual las fuerzas aliadas conquistaron una gran parte de Francia.
En 1420, la Reina de Francia, Isabel de Baviera, firmó el Tratado de Troyes, que otorgó la sucesión del trono francés a Enrique V y sus herederos en lugar de a su hijo Carlos. Este acuerdo revivió las sospechas de que el delfín era el producto ilegítimo del rumoreado romance de Isabel con el difunto duque de Orleans. Enrique V y Carlos VI murieron con dos meses de diferencia en 1422, dejando a un niño, Enrique VI de Inglaterra, como monarca nominal de ambos reinos. El hermano de Enrique V, Juan de Lancaster, primer duque de Bedford, se convirtió en regente.
Cuando Juana de Arco comenzó a influir en los acontecimientos en 1429, casi todo el norte de Francia y algunas partes del suroeste estaban bajo control anglo-borgoñón. Los ingleses controlaban París y Ruan, mientras que la facción borgoñona controlaba Reims, tradicional lugar de coronación de los reyes franceses. Esto era crucial, porque ninguno de los contendientes por la corona había sido todavía entronizado. Desde 1428, Orleans estaba siendo asediada por los ingleses, una de las pocas ciudades aún leales a Carlos VII y un objetivo importante, ya que ocupaba una posición estratégica a orillas del río Loira y era el último obstáculo importante para dominar el resto de Francia. Nadie era optimista sobre la resistencia de la ciudad. Durante generaciones hubo profecías en Francia que prometían que la nación sería salvada por una virgen de las "fronteras de Lorena", "que obraría milagros" y "que Francia se perderá por una mujer [Isabel de Baviera] y luego será restaurada por una virgen".
Jaime de Arco, el padre de Juana, era un pequeño campesino agricultor, pobre, pero no necesitado. Juana, al parecer, era la menor de una familia de 5 personas. Nunca aprendió a leer o escribir, pero tenía habilidad para trabajar cosiendo e hilando, y la tradicional idea de que ella pasaba los días de su infancia en las praderas, sola con sus ovejas y sus vacunos, parece ser infundada. Todos los testigos durante el proceso de rehabilitación, hablaron de ella como una niña singularmente piadosa, seria más allá de su edad, quien solía arrodillarse en la iglesia, absorta en la oración, y amaba tiernamente a los pobres. Enormes intentos fueron hechos durante el juicio que se siguió a Juana para imputarle ciertas prácticas supersticiosas, supuestamente llevadas a cabo en torno a determinado árbol, popularmente conocido como "El Árbol de las Hadas", pero la sinceridad de sus respuestas dejaron perplejos a sus jueces. Ciertamente, ella jugaba y bailaba allí junto con los demás niños, y hubo tejido coronas para la estatua de Nuestra Señora, pero desde que ella cumplió sus 12 años se mantuvo distante de tales pasatiempos.
Fue a la edad de 13 años, en el verano de 1425, cuando Juana tomó por primera vez conciencia de tal manifestación, cuyo carácter sobrenatural sería ahora cuestionado precipitadamente, y que posteriormente ella comenzó a llamar sus "voces" o su "consejero". Al principio fue simplemente una voz, como si alguien hubiera hablado muy cerca de ella, pero parece claro también, que dicha voz era acompañada por un resplandor; y más adelante ella descubrió claramente, de algún modo, la apariencia de aquellos que le hablaban, reconociéndolos individualmente como San Miguel (quien estaba acompañado por otros ángeles), Santa Margarita, Santa Catalina y otros. Juana fue siempre reacia a hablar acerca de sus voces. No mencionó nada acerca de ellas a su confesor, y constantemente rechazó, en su juicio, ser embaucada en descripciones sobre la apariencia de dichos santos ni explicar cómo los hubo reconocido. Pese a todo, ella les dijo a sus jueces: "Los he visto con estos mismos ojos, tan bien como los puedo ver a ustedes".
Pese a que Juana nunca realizó ninguna declaración hasta la fecha en la cual las voces le revelaron su misión, parece cierto que la llamada de Dios le fue dada a conocer gradualmente. Pero, para el mes de mayo de 1428, ella no tenía ya dudas de que era conminada a ir en ayuda del Rey, y las voces se tornaron insistentes, urgiéndole a presentarse ante Roberto Baudricourt, quien gobernaba para Carlos VII en la vecina ciudad de Vaucouleurs. Ese viaje lo consumó un mes después, pero Baudricourt, un soldado grosero y disoluto, la trató a ella y a su misión con escaso respeto, diciéndole al primo que la acompañaba: "Llévala nuevamente a casa junto con su padre y propínale una buena paliza".
Mientras tanto, la situación militar del Rey Carlos y sus seguidores iba tornándose desesperante. Orleáns fue sitiada en 1428, y para finales del año la derrota total parecía inminente. Las voces de Juana se convirtieron en urgentes, y hasta amenazantes. Era en vano que ella se resistiese diciéndoles: "Yo soy una pobre chica; no sé montar ni pelear". Las voces sólo reiteraron: "Es Dios quien comanda esto". Rindiéndose finalmente, ella partió de Domremy en enero de 1429, y visitó nuevamente Vaucouleurs.
Baudricourt permanecía aún escéptico, pero, dado que ella permanecía en la ciudad, su perseverancia gradualmente causó efecto sobre él. En febrero ella profetizó una gran derrota que padecerían las fuerzas francesas en las afueras de Orleáns (la batalla de los Herrings). Dado que dicha declaración fue oficialmente confirmada unos pocos días más tarde, su causa ganó terreno. Finalmente ella se vio afectada a buscar al Rey en Chinon, y comenzó su camino hacia allí con una modesta escolta de tres hombres armados, estando vestida, por propia requisitoria, con vestuario masculino (indudablemente como una protección a su pudor en la áspera vida del campamento militar). Ella siempre durmió completamente vestida, y todos aquellos quienes estuvieron más íntimamente cerca de ella, declararon que había algo alrededor de ella que reprimía cualquier pensamiento impropio a su reputación.
Ella llegó a Chinon en marzo, y dos días después fue admitida en la presencia de Carlos VII. Para probarla, el Rey se había disfrazado, pero ella inmediatamente lo saludó en medio de todo un grupo de espectadores. Desde el principio una importante porción de la corte (La Trémoille, la favorita de la realeza, la principal entre todas ellas), se opuso a ella como una visionaria loca, pero un signo secreto, comunicado a Juana por medio de sus voces, que ella dio a conocer a Carlos, indujo al Rey, sin demasiado entusiasmo, a creer en su misión.
Aún así, antes de que Juana pudiera ser empleada en operaciones militares fue enviada a Poitiers para ser examinada por un numeroso comité de sabios Obispos y Doctores. El examen fue de un carácter profundo y formal. Es lamentable al extremo que las actas de los procesos, a las cuales posteriormente Juana apeló con frecuencia durante su juicio, hayan desaparecido todas. Todo lo que sabemos es que su ardiente fe, simpleza, y honestidad causaron una impresión favorable. Los teólogos no encontraron nada herético en sus afirmaciones acerca de las orientaciones sobrenaturales, y, sin pronunciarse sobre la validez de su misión, ellos pensaron que ella podría ser empleada de un modo seguro y probada adicionalmente.
De vuelta en Chinon, Juana hizo sus preparativos para la campaña. En lugar de la espada ofrecida por el Rey, ella rogó que se realizara la búsqueda de una antigua espada enterrada, según ella aseguró, detrás del altar en la Capilla de Santa Catalina de Fierbois. Esta fue encontrada en el mismísimo punto indicado por sus voces. Fue hecha para ella en el mismo momento en que el abanderado pronunció las palabras: "Jesús, María", junto con un cuadro de Dios Padre y varios ángeles arrodillados presentando una flor de lis.
Pero tal vez el hecho más interesante relacionado con esta primera etapa de su misión es una carta de un Sire de Rotslaer escrita desde Lyon en abril de 1429, la cual fue transportada a Bruselas y debidamente registrada, tal como lo atestigua el manuscrito de dicho día, antes de que cualquiera de los hechos referidos en ella tuvieran su realización. La Doncella, reporta él, dijo "que ella salvaría a Orleáns y obligaría a los ingleses a levantar el sitio, que ella misma en una batalla previa a Orleáns sería herida por una asta pero que no moriría de eso, y que el Rey, durante el transcurso del verano venidero, sería coronado en Reims, junto con otras cosas que el Rey conservaba en secreto."
Antes de entrar en la campaña, Juana emplazó al Rey de Inglaterra a retirar sus tropas del suelo francés. Los Comandantes ingleses estaban furiosos por la audacia de la demanda, pero Juana a través de un movimiento rápido ingresó a Orleáns en abril. Su presencia allí inmediatamente obró maravillas. Para mayo las fuerzas inglesas que rodeaban la ciudad habían sido todas capturadas, y el estado de sitio levantado, pese a que el día 7, Juana fue herida en su pecho por una flecha. Ni bien la Doncella se marchó, ella deseó hacer el seguimiento de todos esos éxitos con toda rapidez, por un lado debido a un sonoro instinto guerrero, y por otro lado porque sus voces le habían dicho que disponía sólo de un año para terminar. Pero el Rey y sus consejeros, especialmente La Trémoille y el Arzobispo de Reims, fueron lentos para moverse. Sin embargo, cuando Juana elevó una súplica formal, una breve campaña fue comenzada sobre el Loira, la cual después de una serie de éxitos, finalizó en junio con una gran victoria en Patay, donde los refuerzos ingleses enviados desde París bajo el mando de John fueron completamente derrotados.
El camino hacia Reims estaba ahora prácticamente abierto, pero la Doncella tuvo la mayor dificultad en persuadir a los Comandantes de que no se retirasen antes de Troyes, el cual estaba al principio cerrado contra ellos. Ellos capturaron la ciudad y luego, todavía a su pesar, la siguieron hacia Reims, donde, en julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado, con la Doncella a su lado junto con su estandarte, porque como ella explicó: "así como fue compartido el esfuerzo, es justo que debiera ser compartida la victoria".
Un intento fallido en París fue llevado a cabo a finales de agosto. A pesar de que St-Denis fue ocupada sin oposición, el asalto que fue realizado en la ciudad en septiembre no fue respaldado con seriedad y Juana, mientras alentaba heroicamente a sus hombres a cubrir el foso fue herida en el muslo con una ballesta. El Duque de Alençon la retiró casi a la fuerza, y el asalto fue abandonado. Este traspié indudablemente debilitó el prestigio de Juana, y poco después, cuando, a través de los Cancilleres políticos de Carlos, una tregua fue acordada con el Duque de Burgundy, ella bajó tristemente sus armas sobre el altar de St-Denis.
En Melun sus voces le hicieron saber que ella sería tomada prisionera antes del día de San Juan (24 de junio). Tampoco esta vez el cumplimiento de las predicciones resultó demorado.
Parecía que ella se hubiera lanzado a sí misma a la campaña del 24 de mayo al amanecer para defender la ciudad contra los ataques de los Burgundios. A la noche ella resolvió intentar una retirada, pero su pequeña tropa de unos 500 hombres se encontró con una fuerza muy superior. Sus seguidores fueron repelidos y abandonaron la lucha de manera desesperada. Por algún error o pánico de Guillaume de Flavy, quien comandaba en Compiègne, el puente levadizo fue elevado mientras aún muchos de aquellos que habían emprendido la retirada permanecían afuera, con Juana entre ellos. Ella fue derribada de su caballo y fue hecha prisionera por un seguidor de Juan de Luxemburgo. Guillaume de Flavy había sido acusado de traición deliberada, pero entonces no parecía una adecuada razón para suponer eso. Él perseveró en mantener resueltamente Compiègne para su Rey, mientras los pensamientos constantes de Juana durante los primeros meses de su cautiverio consistían en escaparse y acudir a asistirlo en esta tarea de defender la ciudad.
No existen palabras que puedan describir adecuadamente la desgraciada ingratitud y apatía de Carlos y sus consejeros en dejar librada a la Doncella a su propio destino. Si las fuerzas militares no habían servido, ellos aún tenían prisioneros tales como el Conde de Suffolk en sus manos, por quien ella podría haber sido cambiada. Juana fue vendida por Juan de Luxemburgo a los ingleses por una suma que representaría unos cuantos cientos de miles de dólares en moneda actual. No puede dudarse que los ingleses, por una parte debido a que temían a su prisionera con un terror supersticioso, y por otra parte porque estaban avergonzados del pavor que ella inspiraba, estaban determinados a tomar su vida a cualquier precio. Ellos no podían condenarla a muerte por haberlos derrotado, pero podían sentenciarla como una bruja o una hereje.
Por otra parte, ellos tenían entre sus manos una herramienta lista en Pierre Cauchon, el Obispo de Beauvais, un hombre inescrupuloso y ambicioso quien era la razón de ser del partido Burgundio. El pretexto para invocar su autoridad fue hallado en el hecho de que Compiègne, donde Juana fue capturada, estaba ubicada en la diócesis de Beauvais. Aún así, dado que Beauvais estaba en manos de los franceses, el juicio tuvo lugar en Rouen (sede que, para dicha época, se encontraba vacante. Esto sacó a flote muchos aspectos de legalidad técnica los cuales fueron minuciosamente resueltos por los partidos interesados).
El juicio por herejía al que fue sometida Juana de Arco tuvo motivaciones políticas. El tribunal estaba compuesto enteramente por clérigos pro ingleses y borgoñones, y supervisado por comandantes ingleses, incluidos el duque de Bedford y el conde de Warwick. En palabras de la medievalista británica Beverly Boyd, la Corona inglesa pretendía que ese juicio fuera «una estratagema para deshacerse de una extraña prisionera de guerra con la máxima vergüenza para sus enemigos». Los procedimientos judiciales comenzaron el 9 de enero de 1431 en Ruan, ciudad sede del gobierno de ocupación inglés. El procedimiento fue sospechoso en varios puntos, lo que luego provocaría críticas al tribunal por parte del Inquisidor jefe que investigó el juicio después de la guerra.
Según la ley eclesiástica, el obispo Pierre Cauchon carecía de jurisdicción sobre el caso, pues debía su nombramiento a su apoyo partidista a la Corona inglesa, que financió el juicio. El bajo nivel de las pruebas presentadas también violó las reglas inquisitoriales. El notario clerical Nicolas Bailly, a quien se le encargó recoger testimonios contra Juana, no pudo encontrar evidencias adversas, por lo que el tribunal carecía de fundamentos para iniciar un juicio. Al abrir un juicio de todos modos, el tribunal también violó la ley eclesiástica al negarle a Juana el derecho a un asesor legal. Además, el hecho de que todos los miembros de ese tribunal fueran clérigos pro ingleses era contrario al requisito de la Iglesia medieval de que los juicios por herejía fueran juzgados por un grupo imparcial o equilibrado de clérigos. Tras la apertura de la primera vista pública, Juana se quejó de que todos los presentes eran enemigos de su causa y pidió que se invitara a "eclesiásticos del lado francés" para tener cierto equilibrio, pero su solicitud fue denegada. El vice inquisidor del norte de Francia, Jean Lemaitre, se opuso al juicio desde el principio, y varios testigos presenciales dijeron más tarde que los ingleses amenazaron su vida para que cooperara. Otros clérigos participantes en el juicio también recibieron amenazas para que no rehusaran cooperar, como le sucedió al fraile dominico Isambart de la Pierre.
Los archivos del juicio contienen declaraciones de Juana que los testigos dijeron más tarde que asombraron al tribunal, ya que era una campesina analfabeta y, sin embargo, pudo evadir las trampas teológicas que el tribunal le planteó para atraparla. El intercambio más famoso de la transcripción es un ejercicio de sutileza: «Cuando se le preguntó si sabía que estaba en la gracia de Dios, respondió: 'Si no lo estoy, que Dios me ponga allí; y si lo estoy, que Dios me mantenga así. Sería la criatura más triste del mundo si supiera que no estaba en su gracia». Era una pregunta trampa porque la doctrina de la Iglesia sostenía que nadie podía estar seguro de contar con la gracia de Dios. Si hubiera respondido que sí, habría sido acusada de herejía. Si hubiera respondido que no, entonces habría confesado su propia culpa. El notario del tribunal, Boisguillaume, declaró más tarde que en el momento en que escucharon su respuesta: "Los que la interrogaban quedaron estupefactos".
Varios miembros del tribunal declararon más tarde que algunas partes importantes de la trascripción fueron falsificadas para perjudicar a Juana. Según las pautas inquisitoriales, ella debería haber sido confinada en una prisión eclesiástica bajo la supervisión de guardias femeninas, es decir, monjas. En cambio, los ingleses la mantuvieron en una prisión secular custodiada por sus propios soldados. El obispo Cauchon negó las peticiones de Juana al Concilio de Basilea y al Papa, que deberían haber detenido su juicio. Los doce artículos de acusación que resumían las conclusiones del tribunal contradecían el expediente judicial, que ya había sido manipulado por los jueces. Bajo amenaza de ejecución inmediata, la acusada analfabeta firmó un documento de abjuración que no entendió, tras lo cual el tribunal sustituyó esa abjuración por otra diferente en el archivo oficial de la causa.
Antes de que hubiera sido entregada a manos inglesas, ella había intentado escapar tirándose desesperadamente por una ventana de la torre de Beaurevoir, un acto de aparente atrevimiento por el cual ella fue sumamente intimidada por sus jueces. Esto también sirvió como pretexto para la aspereza exhibida durante su confinamiento en Rouen, donde fue al principio retenida en una jaula de hierro, encadenada por el cuello, manos y pies. Adicionalmente, no le fueron concedidos privilegios espirituales (por ejemplo, asistir a una Misa), en consideración de los cargos de herejía y los vestidos masculinos que ella lucía.
Ellos la presionaron en lo referente a sus visiones, pero sobre muchos puntos, Juana se negó a responder. Su actitud siempre fue carente de temor, y para el 1 de marzo, Juana anunció enfáticamente que "dentro del espacio de 7 años, los ingleses deberán pagar un precio más alto que Orleáns." En rigor de verdad, París fue perdida a manos de Enrique VI en noviembre de 1437, (seis años y ocho meses después).
Los exámenes finalizaron el 17 de marzo. 70 proposiciones fueron entonces preparadas, formando una muy desordenada y desleal presentación de los "crímenes" de Juana, pero, después de que a ella le fue permitido oír y responder a tales acusaciones, otro conjunto de 12 proposiciones, fue preparada, mejor fundamentadas y con menor cantidad de palabras extravagantes. Con todo este sumario con sus fechorías delante de ellos, una amplia mayoría de los 22 jueces que tomaron parte en las deliberaciones declararon que las visiones y las voces de Juana eran "falsas y diabólicas", y decidieron que si ella se negaba a retractarse sería entregada al brazo secular, (que equivalía a afirmar que sería quemada viva). Ciertas admoniciones formales, primeramente de índole privada, y luego públicas, fueron administradas a la pobre víctima, pero ella se negó a hacer ninguna presentación que los jueces pudieran haber considerado como satisfactoria.
El 9 de mayo ella fue amenazada con tortura, pero aún se mantuvo firme. Mientras tanto, las 12 proposiciones fueron remitidas a la Universidad de París, la cual, comportándose con una simpatía extravagante por los ingleses, denunció a la Doncella con violentos términos. Fortalecidos por esta aprobación, los jueces, que eran 47, tomaron una deliberación final, y 42 de ellos reafirmaron que Juana debería ser declarada hereje y derivada al poder civil, en caso en que ella aún continuase negándose a retractarse. Una admonición adicional le fue realizada en la prisión el 22 de mayo, pero Juana se mantuvo inquebrantable. Al día siguiente fue colocada una estaca en el cementerio de St-Ouen, y ante la presencia de una gran multitud ella fue solemnemente amonestada por última vez.
Después de una enérgica protesta contra las insultantes reflexiones del Predicador acerca de su Rey Carlos VII, las connotaciones de la escena parecieron finalmente haber hecho mella sobre su mente y su cuerpo agotados por tantas luchas. Su valor le falló por una vez. Ella consintió en firmar una especie de retractación, pero nunca se sabrán cuáles han sido los términos precisos de tal retractación. Lo que fue leído en voz alta a Juana y fuera firmado por ella debe haber sido algo bien diferente, según 5 testigos en el juicio de rehabilitación, incluyendo a Jean Massieu, el oficial que personalmente tuvo a su cargo la lectura en voz alta de dicho documento, quien declaró que se trató de sólo un tema de unas pocas líneas. Aún así, la pobre víctima no firmó incondicionalmente, sino que llanamente declaró que ella sólo se retractaría siempre y cuando fuera la voluntad de Dios. Empero, en virtud de tal concesión, Juana no fue quemada viva entonces, sino que fue conducida nuevamente a prisión.
Los ingleses y los Burgundios estaban furiosos, pero Cauchon, al parecer, los aplacó diciéndoles: "Ya la tendremos". Indudablemente la posición de Juana sería ahora, en caso de una reincidencia, peor que antes, dado que una segunda retractación ya no podría salvarla de las llamas. Por otra parte, dado que uno de los puntos acerca del cual ella había sido condenada era la utilización de indumentaria masculina, una reiteración de dichos atuendos constituiría por sí mismos una reincidencia en la herejía, y esto ocurrió a los pocos días siguientes, obedeciendo, según fuera alegado posteriormente, a una trampa tendida deliberadamente por sus guardias con la connivencia de Cauchon. Juana, ya sea para defender su pudor del agravio y la indignación, o porque sus prendas femeninas fueron alejadas de ella, o, tal vez, simplemente porque ella estaba agotada de la lucha y estaba convencida de que sus enemigos se hallaban determinados a derramar su sangre bajo cualquier pretexto, una vez más se colocó las vestimentas de varón que habían sido dejadas adrede en su camino.
El final llegó pronto. El 29 de mayo una corte de 37 jueces decidió unánimemente que la Doncella debía ser tratada como una hereje reincidente, y esta sentencia fue llevada a cabo al día siguiente (30 de mayo de 1431) bajo circunstancias de intenso patetismo. A ella le fue permitido, sin embargo, hacer su confesión y recibir la Comunión. Su comportamiento en la estaca fue suficiente como para conmover hasta las lágrimas aún a sus más encarnizados enemigos. Ella pidió una cruz, la cual, luego de que fuera abrazada por ella, fue sostenida ante ella mientras continuamente recitaba el nombre de Jesús. "Hasta el fin," (dijo Manchon, el anotador del juicio), "ella declaró que sus voces provenían de Dios y que no la habían engañado". Después de su muerte, sus cenizas fueron esparcidas en el Sena.
Veinticuatro años más tarde, una revisión de su juicio, el llamado “procès de réhabilitation”, fue abierto en París con el consentimiento de la Santa Sede. El sentimiento popular era entonces muy diferente, y, excluyendo algunas raras excepciones, todos los testigos estaban ansiosos de rendir su tributo a las virtudes y a los dones sobrenaturales de la Doncella. El primer juicio había sido llevado adelante sin referencias al Papa, más aún había sido realizado a despecho de la apelación de Santa Juana a la Cabeza de la Iglesia. Luego, una corte de apelación constituida por el Papa, después de largas investigaciones y exámenes de testigos, revisaron y anularon la sentencia pronunciada por el tribunal local que presidía Cauchon. La ilegalidad de los procedimientos anteriores fue puesta de manifiesto, lo cual habló bien de la sinceridad de esta nueva investigación, la cual no ha podido ser hecha sin incluir algún grado de reproche tanto sobre el Rey de Francia y la Iglesia en general, al haberse comprobado que había sido plasmada tamaña injusticia y sufrida por demasiado tiempo como para continuar sin reparación.
En el siglo XVI la convirtieron en símbolo de la Liga Católica y en 1803 fue declarada símbolo nacional de Francia por decisión de Napoleón Bonaparte. Por último, la causa de su beatificación fue introducida ante la Santa Sede, en 1869, por Monseñor Dupanloup, Obispo de Orleáns, y, después de atravesar por todas las instancias y siendo indudablemente confirmada con los requeridos milagros, el proceso finalizó con el decreto publicado por Pío X en 1909.
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