Santo Tomás Becket

 

                                            Arzobispo de Canterbury. Mártir. 1170.

Santo Tomás nació en diciembre de 1118 en Londres, de padres que, viniendo de Normandía, se habían establecido en Inglaterra unos años antes. No se puede confiar en la leyenda de que su madre era sarracena. 

Su padre era amigo, entre otros, del acaudalado noble Richer de L'Aigle (posteriormente firmante de la Constitución de Clarendon contra Tomás), que se sentía atraído por las hermanas de Tomás, y fue quien le enseñó al niño, normas de cortesía y buenas maneras, a montar a caballo y a cazar. Gracias a ello, Tomás participó en justas y torneos. A los diez años, Tomás realizó sus primeros estudios de leyes civiles y canónicas en la abadía de los monjes de Merton, en Surrey. También estudió teología en París y Bolonia.

Hacia el año 1141, bajo circunstancias diversamente relatadas, entró el servicio de Teobaldo, Arzobispo de Canterbury, y en esa casa se ganó el favor de su amo y llegó a convertirse en el empleado de más confianza. Teobaldo reconoció su capacidad, valiéndose de él en muchas negociaciones delicadas, y, después de dejarlo ir por un año a estudiar la ley civil y canónica en Bolonia y Auxerre, lo ordenó diácono en 1154, después de otorgarle varias promociones, la más importante de las cuales fue el ser Archidiácono de Canterbury.

Fue precisamente en ese período que el Rey Esteban murió y el joven monarca Enrique II llegó a ser el incuestionable Señor del reino. Él designó a "Tomás de Londres", tal como Becket era entonces más usualmente llamado, como su Canciller, y en ese cargo Tomás a la edad de 36 años llegó a ser, con la excepción posible del Juez, el súbdito más poderoso en los amplios dominios de Enrique. 

Los cronistas hablan con admiración de las relaciones que existieron entre el Canciller y el soberano, quien era 12 años más joven. La gente declaraba que "no tenían mas que un corazón y una mente". Con frecuencia el Rey y su Ministro se comportaban como dos colegiales que juegan. Pero aunque cazaban o montaban juntos a la cabeza de un ejército, no era una simple camaradería en los pasatiempos lo que los unía. Ambos eran incansables trabajadores y los dos, podemos creer, buscaban la prosperidad del reino con profundo empeño. La visión imperial del Rey y su amor del lujo, eran totalmente del gusto de su ministro. Cuando Tomás fue a Francia en 1158 a negociar un tratado matrimonial, viajó con tal pompa que la gente decía: "¿Si éste no es mas que el Canciller cual no será la gloria del Rey mismo?".

A pesar de ser diácono, condujo personalmente los ataques más atrevidos, y Edward Grim también nos da a entender que al cubrir de ruinas el país enemigo con fuego y espada los principios del Canciller no se diferenciaban esencialmente de los de los otros comandantes de su tiempo. Parece haber tenido en todo momento principios claros con respecto a las exigencias de la Iglesia, e incluso durante este período de su cancillería más de una vez se expuso a un grave enojo de Enrique. Por ejemplo, se opuso a la dispensa que Enrique por razones políticas arrancó al Papa, y se esforzó en impedir el matrimonio de María, Abadesa de Romsey con Mateo de Bolonia.

El Arzobispo Teobaldo murió en 1161, y durante el año siguiente Enrique parece haber decidido que sería una buena política el preparar el terreno para esquemas más amplios de reforma por el afianzamiento de la promoción de su Canciller a la primacía.  Desde el principio Tomás se opuso alarmado. "Conozco sus planes para la Iglesia", dijo, "presentará usted exigencias a las cuales yo, si fuera Arzobispo, debería necesariamente oponerme". Pero Enrique no podía ser contradicho, y Tomás bajo la insistencia de Enrique, Cardenal de Pisa, quien lo instó como un servicio a la religión, aceptó a pesar de sus recelos. 

Fue ordenado sacerdote el sábado en "Whitweek" y consagrado Obispo al día siguiente, domingo, 3 de junio de 1162. Parece haber sido Santo Tomás quien obtuvo para Inglaterra el privilegio de guardar la fiesta de la Santísima Trinidad en ese domingo, aniversario de su consagración, y más de un siglo después esta costumbre fue adoptada por la misma Corte papal y eventualmente impuesta al mundo entero.


Un gran cambio se produjo en el estilo de vida del santo después de su consagración como Arzobispo. Aún como Canciller había practicado austeridades secretas, pero ahora a la vista de la batalla que claramente veía delante de él se dio a ayunos y disciplinas, cilicios, prolongadas vigilias, y constante oración. Antes de fin del año 1162 se despojó de todos los signos de la excesiva magnificencia que había previamente exhibido. El 10 de agosto fue descalzo a recibir al Legado que le traía el palio de Roma. 

Contrariamente al deseo del Rey dimitió como Canciller. Después de lo cual Enrique parece haberle exigido el renunciar a ciertos privilegios eclesiásticos que todavía retenía, notablemente como Archidiácono, y cuando no lo hizo enseguida éste mostró un acerbo desagrado. Otros malos entendidos pronto siguieron. El Arzobispo, creyendo tener el permiso explícito del Rey, emprendió la reclamación de los patrimonios confiscados pertenecientes a su diócesis, un procedimiento que de nuevo ofendió a su alteza. Aún más grave fue la abierta resistencia que opuso a la petición del Rey de que se debería pagar al erario real una ofrenda voluntaria para los alguaciles. Como el primer caso registrado de una decidida oposición a la arbitraria voluntad del Rey en materia de impuestos, el incidente es de gran importancia constitucional. La protesta del santo parece haber tenido éxito, pero las relaciones con el Rey se hicieron aún más tensas.


Poco después se llegó al gran tema de conflicto en la resistencia presentada por Tomás a los oficiales del Rey que querían ejercer jurisdicción sobre clérigos criminales. Que el santo mismo no tenía intención de ser indulgente con los clérigos criminales ha sido bien mostrado por Norgate. Era para él, una simple cuestión de principio. Santo Tomás parece haber sospechado siempre de Enrique, de tener un plan para atacar la independencia de lo que el Rey consideraba, como una Iglesia demasiado poderosa. Con esta idea, Enrique convocó a los Obispos a Westminster en 1163, para ratificar ciertos artículos aún no especificados que llamaba las costumbres de su abuelo, uno de cuyos objetivos conocidos era el de someter a los clérigos culpables de crímenes, a la jurisdicción de los tribunales seculares. Los otros Obispos, siendo la petición todavía indefinida, mostraron la voluntad de someterse, pero con la condición "guarde nuestra orden", por la que Santo Tomás inflexiblemente insistió.

El enojo del Rey se manifestó inmediatamente exigiendo del arzobispo la entrega de ciertos castillos que éste había retenido hasta entonces, y por otros actos de hostilidad. Por deferencia a lo que creía ser la voluntad del Papa, el arzobispo en diciembre consintió en hacer algunas concesiones ofreciendo un compromiso personal y privado al Rey de obedecer sus costumbres "lealmente y de buena fe". Pero cuando Enrique poco después en Clarendon en 1164, trató de llevar al santo a una aceptación formal y pública de las "Constituciones de Clarendon", bajo cuyo nombre los 16 artículos, el borrador final del avitæ consuetudines, normalmente se conocían, Santo Tomás, aunque al principio condescendió un poco a los ruegos de los otros Obispos, al final tomó una actitud de intransigente resistencia.


Entonces siguió un período de persecución indigna y vengativa. Cuando se opuso a una demanda hecha contra él por Juan, el Jefe de Policía, Tomás bajo un inicuo pretexto fue hallado culpable de desacato al tribunal. Por eso fue sentenciado a pagar £500; otras exigencias de grandes sumas de dinero siguieron, y finalmente, aunque un descargo completo de toda reclamación contra él como Canciller se había declarado cuando se le hizo Arzobispo, se le exigió el dar cuenta de casi todo el dinero que había pasado por sus manos a su retiro del cargo. Finalmente, una cantidad de casi £30.000 se le exigió. Sus compañeros Obispos convocados por Enrique a un Concilio en Northampton, le suplicaron de acogerse sin reserva a la misericordia del Rey, pero Santo Tomás, en lugar de aceptar, solemnemente los amonestó y los amenazó.

Entonces, después de celebrar Misa, tomó su cruz arzobispal en su propia mano y se presentó de esta manera en la cámara del Consejo Real. El Rey exigió que la sentencia le fuera aplicada, pero en la confusión y discusión que siguieron el santo con la cruz levantada halló su camino a través de la turba de enojados cortesanos. Huyó en secreto esa noche en octubre de 1164, navegó disfrazado a partir de Sándwich (2 de noviembre), y después de ser cordialmente bienvenido por Luis VII de Francia, se echó a los pies del Papa Alejandro III, en ese entonces en Sens, el 23 de noviembre. El Papa, quien había dado una fría recepción a ciertos Legados Episcopales enviados por Enrique, dio la bienvenida al santo muy amablemente, y se negó a aceptar su dimisión de su sede. 

El 30 de noviembre, Tomás fue a tomar su residencia en la Abadía Cisterciense de Pontigny en Borgoña, aunque fue obligado a dejar ese refugio un año más tarde, cuando Enrique, después de confiscar las propiedades del Arzobispo y desterrar a todos los parientes de Becket, amenazó con extender su venganza a toda la orden religiosa Cisterciense, si continuaban en protegerlo.

Becket, en plena posesión de sus prerrogativas, quería que su posición fuera mantenida por medio de la excomunión y la prohibición, pero aunque el Papa Alejandro III simpatizaba con las ideas de Becket, prefería contemporizar y atemperar para lograr sus propósitos. Las diferencias entre el Papa y el Arzobispo se hicieron patentes y empeoraron cuando, en 1167, unos Legados fueron enviados a Inglaterra con autoridad para arbitrar en la cuestión. Obviando esta limitación sobre su jurisdicción y persistiendo en sus principios, Becket pactó con los Legados y se sometió a las condiciones del rey, a cambio de que este respetase los derechos de su Orden. Su firmeza pareció recompensada cuando, en 1170, el Papa estuvo a punto de cumplir sus amenazas de excomulgar al rey. Enrique, inquieto ante esta eventualidad, trató de llegar a un acuerdo que permitiese el regreso de Tomás a Inglaterra y dejarlo continuar con su ministerio.


Ambas partes siguieron irreconciliables y Enrique, apoyado por sus partidarios, se negó a devolver las propiedades eclesiásticas que había invadido. Tomás preparó la sanción contra todos aquellos que habían privado a la Iglesia de sus bienes y contra los obispos que la habían secundado. 

Las negociaciones entre Enrique, el Papa, y el arzobispo se prolongaron durante los siguientes 4 años sin cambio notable de posición. Aunque el santo permaneció firme en su resistencia al principio de las Constituciones de Clarendon, él deseaba hacer cualquier concesión que razonablemente se le pudiera pedir, y el 6 de enero de 1169, cuando los Reyes de Inglaterra y Francia estaban en conferencia en Montmirail, se echó a los pies de Enrique, pero puesto que aún se negaba a aceptar las odiosas costumbres, Enrique lo rechazó. 

Por fin en 1170 cierta forma de reconciliación se arregló. No se mencionó la cuestión de las costumbres y Enrique se declaró dispuesto a ser guiado por el consejo del arzobispo sobre las reparaciones debidas a la sede de Canterbury por la violación reciente de su derecho en el coronamiento del hijo de Enrique por el arzobispo de York, exigencia que el 1 de diciembre de 1170, Santo Tomás presentó, así como sobre el regreso por la familia de Broc, del castillo del arzobispo en Saltwood.

Hasta que punto fue Enrique directamente responsable de la tragedia que ocurrió poco después el 20 diciembre no esta totalmente claro. 


La tensión existente entre ambas partes imposibilitaba una salida satisfactoria y la catástrofe se veía venir. Dos frases del rey, exasperado, "¿no habrá nadie capaz de librarme de este cura turbulento?" y "es conveniente que Becket desaparezca" (es posible que las frases fueran apócrifas; según la tradición fueron dichas en un ataque de ira), fueron interpretadas como una orden para cuatro caballeros anglonormandos, Reginald FitzurseHugo de MorvilleWilliam de Tracy y Richard Brito que, de inmediato, proyectaron el asesinato del arzobispo, que llevaron a cabo el martes 29 de diciembre de 1170 en el atrio de la Catedral de Canterbury, mientras asistía a vísperas con la comunidad monástica. 

Los caballeros acompañados de una tropa de soldados se aparecieron a las afueras de la Catedral de Canterbury exigiendo ver al Arzobispo. Los presbíteros intentaron proteger al Santo y lo forzaron a refugiarse en la Iglesia, pero Tomás les prohibió bajo obediencia cerrar la puerta diciendo que "una iglesia no debe convertirse en un castillo". Los caballeros reclamaban la “traición” del arzobispo. "Aquí estoy", dijo Tomás, "No traidor, sino un sacerdote de Dios. Me extraña que con tal atuendo entren en la iglesia de Dios. ¿Qué quieren conmigo?". Un caballero levantó la espada para atacarle, pero uno que andaba a su lado lo protegió con el brazo. Entonces, los cuatro caballeros arremetieron juntos y asesinaron al Arzobispo en los peldaños del santuario. Mientras moría, Santo Tomás repetía los nombres de sus predecesores asesinados antes que él: “San Denis, San Elphege de Canterbury”. Sus últimas palabras fueron: "Muero voluntariamente por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia".


Una tremenda reacción de dolor siguió a este hecho de sangre. En un extraordinariamente breve espacio de tiempo la devoción al martirizado Arzobispo se había propagado a través de toda Europa. El Papa promulgó la Bula de canonización, poco más de dos años después del martirio, en febrero de 1173. 

El 12 julio de 1174, Enrique II hizo penitencia pública, y fue flagelado en la tumba del Arzobispo.


                                              

 Se cree que los santos restos del mártir fueron destruidos en septiembre de 1538, cuando se desmantelaron casi todos los otros santuarios de Inglaterra; pero el asunto no es de ninguna manera claro, y, aunque el peso de la opinión erudita es adverso, hay aún aquéllos que piensan que un esqueleto encontrado en la cripta en enero de 1888, es el cuerpo de Santo Tomás.

                                              

                                                     Relicario con la túnica ensangrentada 

400 años después, cuando el Rey Enrique VIII rompió la unidad de la Iglesia, Santo Tomás Becket fue sacado del calendario de los santos de Inglaterra, su santuario fue arrasado y sus reliquias quemadas.




                                         



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