Beato Pío IX

                                                                     Papa. 1878.

 Papa N° 255 de la Iglesia Católica. Papa de 1846-78. Ultimo soberano de los Estados PontificiosNació en Sinigaglia (Italia) en 1792. Fue el noveno hijo de Girolamo (miembro de la noble familia del Conde Mastai Ferretti) y de su esposa Caterina Solazzi. Fue bautizado el mismo día de nacer en el Duomo de la ciudad.

Recibió la confirmación el 9 de junio 1799 del Cardenal Bernardino Honorati, obispo de Senigallia, y la Primera Comunión el 2 de febrero de 1803. Cursó sus estudios clásicos en el famoso Colegio de Nobles de Volterra, dirigido por los Padres Escolapios, del 1803 al 1808; sus estudios fueron interrumpidos de improviso por un repentino ataque epiléptico, como consecuencia de un traumatismo en el cráneo causado por un grave accidente, al caer al cauce de un torrente en octubre de 1797. Fue a Roma a estudiar Filosofía y Teología, pero partió en 1810 debido a disturbios políticos. 

En enero de 1808, prácticamente toda Italia estaba bajo el dominio, directo o indirecto, del Emperador Napoleón. Tan sólo el Papa Pío VII, como soberano de los Estados Pontificios que se extendían por el centro de la Península, mantenía visos de independencia frente al todopoderoso amo de Europa. Por eso, cuando el general François de Miollis, al mando de un ejército de 6.000 hombres, solicitó permiso para cruzar pacíficamente el Estado papal en su camino al reino de Nápoles, Pío VII fue presa del temor.

Pío VII recordaba bien lo que le había ocurrido a su predecesor, Pío VI, cuando en 1797 los ejércitos revolucionarios franceses invadieron Italia, detuvieron al Pontífice y lo deportaron a Francia. Allí falleció tres años más tarde.

 Tras ello, un puñado de cardenales lograron reunirse en Venecia y escogieron al cardenal Chiaramonti, pariente lejano de Pío VI, como nuevo Papa con el nombre de Pío VII. El nuevo Pontífice parecía en sintonía con los nuevos aires revolucionarios, pues cuando aún era cardenal había pronunciado una homilía de Navidad en la que afirmó: "Las virtudes cristianas convierten a los hombres en buenos demócratas [...] la igualdad no es una idea de filósofos, sino de Cristo [...] Y no debéis creer que la religión católica está contra la democracia".

La ambición sin límites de Napoleón hizo que enseguida reaparecieran las tensiones. En 1802, el Emperador promulgó una legislación que colocaba a la Iglesia francesa bajo el control total del Estado, y dos años más tarde llevó su prepotencia hasta el punto de obligar al Papa a acudir a París a su coronación como Emperador para luego humillarlo coronándose a sí mismo u luego coronar a su esposa, mientras el Papa se encontraba sentado. 

Napoleón intentó retener al Pontífice en Francia, pero éste le advirtió de que en tal caso los cardenales tenían órdenes de considerar que había renunciado a su cargo y escoger otro Papa. En 1806, cuando Pío VII intentó quedarse fuera del bloqueo continental contra Gran Bretaña alegando que como Papa debía ser neutral, Napoleón le escribió: «Su Santidad es soberano de Roma, pero yo soy el Emperador; todos mis enemigos han de ser los suyos».

Así se llegó a los acontecimientos de enero de 1808. El avance del ejército de Miollis hacia Roma se hizo siguiendo las instrucciones que Napoleón dio a su hermano José, entonces Rey de Nápoles. El 2 de febrero, las tropas imperiales entraron en la Ciudad Eterna, tomándola por sorpresa y sin apenas disparar un tiro. Pío VII se retiró al palacio del Quirinal y lo fortificó con las escasas tropas que le seguían siendo fieles, la Guardia Noble y la Guardia Suiza. Partes del territorio pontificio fueron anexionadas al reino de Italia. Pero ni siquiera con eso tenía suficiente el Emperador.


Un año más tarde, tras su inesperada derrota en la batalla de Essling, Napoleón quiso dar impresión de fuerza y el 27 de mayo de 1809 decretó la anexión a Francia del territorio papal restante. El Papa podía seguir residiendo en Roma y recibiría un estipendio anual de dos millones de francos. Esta vez Pío VII decidió alzar la voz. El 10 de junio, promulgó la bula Quam memorandum, en la que, sin mencionar expresamente a Napoleón, excomulgaba a los ladrones del patrimonio de San Pedro. A continuación estallaron disturbios en Roma contra la ocupación militar extranjera, que los franceses se apresuraron a sofocar.

Fue entonces cuando Napoleón, indignado por haber sido excomulgado, ordenó el arresto del Pontífice. En la noche del 5 al 6 de julio de 1809, el general de la gendarmería Étienne Radet encabezó una variopinta fuerza de un millar de soldados, policías y reclutas de la recién creada Guardia Cívica de Roma. Los guiaba un antiguo empleado al que habían despedido por ladrón.

Tras esperar a que el Papa apagase la luz, hacia las dos de la madrugada saltaron los muros y entraron en el Quirinal, forzando puertas y ventanas. El Papa ordenó no ofrecer resistencia, se vistió apresuradamente y recibió a Radet. Cuando éste le exigió que renunciara a la soberanía sobre los Estados Pontificios y anulara la bula de excomunión, Pío VII respondió: «Non possiamo, non dobbiamo, non vogliamo», es decir: «No podemos, no debemos, no queremos»

Cerca de Siena, el carruaje volcó y Pío VII acabó en el barro, cuando le preguntaron qué había sentido al arrestar al Papa, respondió que todo había sido normal hasta que él y el Papa se miraron a los ojos. "En ese momento, mi Primera Comunión apareció ante mis ojos". Entonces Napoleón convocó un concilio en París, pero se llevó una desagradable sorpresa porque los prelados apoyaron a su Pontífice.

Como el Papa se negaba a someterse, Radet procedió a su deportación a Francia. Pío VII apenas tuvo tiempo de reunir el equipaje más indispensable y ordenar que destruyesen su anillo, temiendo que lo usase algún usurpador. El largo viaje fue duro para un anciano de 67 años de salud frágil.

Llegó a su destino, Savona, cerca de Génova, a finales de año. Allí fue bien atendido, e incluso estableció una relación amistosa con su carcelero, Antoine Brignole-Sale, prefecto de Montenotte. En septiembre de 1809, Miollis fue recompensado con el título de Conde del Imperio y Radet fue nombrado Barón. Años después, una vez en su poder, Napoleón intentó atraer al Papa a su causa, pero éste se mostró irreductible. Se negó a tocar los dos millones que le habían ofrecido, rechazó a los obispos designados por el Emperador y no quiso reconocer su divorcio de Josefina ni su nuevo matrimonio con María Luisa de Austria. Al cabo de tres meses, Napoleón tuvo que disolver el concilio.

En mayo de 1812, justo antes de la invasión de Rusia, Napoleón decidió trasladar a su prisionero al palacio de Fontainebleau, temiendo que los británicos pudieran liberarle en un golpe de mano. Al cruzar los Alpes, Pío VII cayó tan enfermo que le administraron la extremaunción, pero sobrevivió. Llegó a Fontainebleau el 20 de julio, donde volvió a caer enfermo. En enero de 1813, Napoleón lo visitó en un intento de forzarlo a firmar un nuevo Concordato que lo convertiría en un títere francés. Pío cedió, pero se retractó poco después.

El 23 de enero de 1814 Napoleón puso a Pío VII en libertad, pensando que así frenaría las intrigas del general Murat, rey de Nápoles, con los aliados. Pero como Pío no quiso dejarse manipular, Napoleón procedió a arrestarlo de nuevo y deportarlo de un lado para otro. Finalmente, el Pontífice fue liberado por los austríacos cuando se hallaba en Parma. El 6 de abril, Napoleón abdicaba y el 24 de mayo Pío VII hacía una entrada triunfal en Roma, donde moriría en 1823.

El futuro Papa, regresó en 1814 y para dar gusto a la voluntad de su padre, pidió ser admitido en la Guardia Noble del Papa. Debido a que sufría ataques epilépticos, no fue admitido y, entonces siguiendo el deseo de su madre y su propia inclinación, estudió teología en el Seminario Romano de 1814-18. Mientras tanto, su enfermedad cesó y pudo ser ordenado sacerdote en 1819.

El Papa Pío VII lo nombró Director Espiritual del Orfanatorio popularmente conocido como "Tata Giovanni," en Roma. El mismo Papa lo nombró Arzobispo de Espoleto en 1827. 

En 1831, cuando 4.000 revolucionarios huyeron del ejército australiano y amenazaron con lanzarse sobre Espoleto, el Arzobispo los persuadió de deponer las armas y desbandarse, indujo al Comandante austriaco a perdonarlos y les dio suficiente dinero para regresar a sus hogares. 

En 1832, el Papa Gregorio XVI lo transfirió a la diócesis de Imola y en 1840 fue creado Cardenal Presbítero con la iglesia titular de Santi Pietro e Marcellino. Permaneció en la diócesis de Imola hasta su elevación al papado. Su gran caridad y amabilidad lo hicieron amado por la gente, mientras que su amistad con algunos revolucionarios, le ganó fama de liberal.

En 1846, el cónclave que siguió a la muerte de Gregorio XVI en 1846 tuvo lugar en un momento de ambiente político inestable en Italia. Esto motivó que varios cardenales extranjeros decidieran no asistir a él. A su comienzo, solo estaban presentes 46 de los 62 cardenales. Los Cardenales se reunieron en el Quirinal para el Cónclave. Estaban divididos en dos bandos, los conservadores, quienes favorecían la continuidad del absolutismo en el gobierno temporal de la Iglesia y los liberales, quienes deseaban reformas políticas moderadas. 

Al cuarto escrutinio, el Cardenal Mastai Ferreti, el candidato liberal, recibió tres votos más de los requeridos. El Cardenal Arzobispo de Milán, Gaysruck, llegó demasiado tarde para hacer uso del derecho de exclusión contra tal elección, otorgado por el gobierno austriaco. El nuevo Papa aceptó la tiara y en memoria de Pío VII, su antiguo benefactor, tomó el nombre de Pío IX. Su coronación tuvo lugar en la Basílica de San Pedro. Su elección fue recibida con júbilo por su caridad hacia los pobres.

La "joven Italia" clamaba por mayor libertad política. La rígida actitud del Papa Gregorio XVI y su Secretario de Estado, Cardenal Lambruschini, pusieron a los Estados Pontificios al borde de la revolución. El nuevo Papa estaba a favor de una reforma política. Su primer gran acto político fue la garantía de una amnistía general para los exiliados políticos y los prisioneros de 1846. Este acto fue recibido con entusiasmo por la gente, pero muchos hombres prudentes tenían temores razonables al respecto. Algunos reaccionarios extremistas denunciaron al Papa de estar confabulado con los francmasones y los carbonari. No se le ocurrió a la naturaleza amable de Pío IX que muchos de los perdonados usarían su libertad para expandir sus ideas revolucionarias. El Papa, sin embargo, deseaba otorgar las reformas políticas que creía importantes para el bienestar de la gente y compatibles con la soberanía papal. En 1847 anunció su intención de establecer un consejo de asesores (Consulta di Stato), compuesto de laicos de varias provincias del territorio pontificio. Esto fue seguido por el establecimiento de una guardia civil y el gabinete.

Pero entre más concesiones hacía el Papa, más y más insistentes se volvían las demandas. Clubes secretos de Roma, especialmente el "Círculo Romano”, bajo la dirección de Ciceruacchio, fanatizaban a las masas con su radicalismo y eran los verdaderos gobernantes de Roma. Espolearon a la gente para que no quedara satisfecha con nada menos que un gobierno constitucional, la entera laicización del ministerio y una declaración de guerra a la odiada y reaccionara Austria. 

En 1848, una manifestación callejera obtuvo la forzada promesa del Papa de un ministerio laico y se vio obligado a prometer una Constitución, pero en su discurso del 29 de abril solemnemente proclamó que, como el Padre de la Cristiandad, nunca podría declarar la guerra a la católica Austria. 

Manifestación tras manifestación, el Papa fue denunciado por traidor a su país. Su Primer Ministro Rossi, fue apuñalado a muerte mientras bajaba los escalones de la Cancillería, mientras había ido a inaugurar el Parlamento y, al siguiente día, el mismo Papa fue retenido en el Quirinal. Palma, un Prelado Papal, quien estaba parado ante una ventana recibió un balazo y el Papa fue obligado a prometer un ministerio democrático.

Con la ayuda del embajador bávaro, Conde Spaur, Pío IX escapó del Quirinal disfrazado de monje el 24 de noviembre y partió a Gaëta donde se le reunieron la mayoría de los Cardenales.

Mientras tanto, Roma era gobernada por traidores y aventureros que abolieron el poder temporal del Papa. En 1849 y bajo el nombre de República Democrática aterrorizaron al pueblo y cometieron abusos indecibles. El Papa apeló a Francia, Austria, España y Nápoles. Las tropas francesas al mando del General Oudinot restauraron el orden en el territorio. En 1850 regresó a Roma Pío IX, para no volver a ser jamás un político liberal.

El Cardenal Antonelli, su Secretario de Estado, ejerció una notable influencia política hasta su muerte en 1876. El reinado temporal de Pío IX, hasta la pérdida de la última de sus posesiones temporales en 1870, fue una lucha constante, por una mano contra las intrigas de los revolucionarios y por la otra, contra el gobernante piamontés Víctor Emmanuel, su hábil Premier Cavour y otros estadistas antipapales quienes pedían una Italia unida con Roma como su capital y el gobernante piamontés como su Rey. 

Las dificultades políticas fueron aumentadas aún más por el doble juego de Napoleón III y la necesidad de confiar en las tropas austriacas y francesas para el mantenimiento del orden en Roma y las legaciones pontificias en el norte.

Pero la caída de su poder temporal fue sellada cuando en 1858, Cavour y Napoleón III se reunieron en Plombières, concertando una guerra combinada contra Austria y la consecuente extensión territorial del Reino de Cerdeña. Enviaron sus agentes a varias ciudades de los Estados Pontificios a propagar la idea de una Italia unificada. La derrota de Austria en Magenta en 1859 y el retiro de las tropas austríacas de las Legaciones Pontificias, inauguraron la disolución de los Estados Pontificios. 

La insurrección en algunas ciudades de la Romagna fue entendida como una petición de anexar su provincia al Piamonte en septiembre de 1859. En febrero de 1860, Víctor Emmanuel exigió la anexión de Umbría y, cuando Pío IX se resistió a esta demanda, se apresuró a anexarla por la fuerza. Luego de derrotar a las fuerzas papales en Castelfidarde y en Ancona, privó al Papa de todas sus posesiones con la excepción de Roma y sus proximidades. Finalmente, en 1870, completó la pérdida de los territorios papales al tomar Roma y hacerla la capital de la Italia unificada.

Los esfuerzos de Pío IX para conservar los Estados de la Iglesia fueron en vano ya que el 20 de septiembre de 1870 el ejército piamontés entró en Roma y puso fin a la soberanía de los Papas que había durado más de mil años.

Se negó a reconocer el reino de Italia, a establecer relaciones diplomáticas con él y rechazó las garantías personales que se ofrecían y excomulgó al Rey Víctor Manuel II de Saboya. Mediante la bula Non Expedit prohibió a los católicos, bajo severas penas canónicas, toda participación activa en la política italiana, incluido el sufragio.

La llamada Ley de Garantías de 1871, acordó al Papa los derechos de un soberano, una remuneración de 3 ¼ millones de liras y la extraterritorialidad de algunos palacios papales en Roma, pero nunca fue aceptada por Pío IX. Los Papas se consideraron a sí mismos prisioneros hasta 1929, cuando el Papa Pío XI firmó el Tratado de Letrán con Benito Mussolini por medio del cual se creó el Estado de la Ciudad del Vaticano como un estado independiente dentro de Roma.

La pérdida de su poder temporal, fue solo una de las muchas pruebas que llenaron el largo pontificado de Pío IX. Apenas si hubo algún país, católico o protestante donde no fueran violados los derechos de la Iglesia. 

En el Piamonte, el Concordato de 1841 fue hecho a un lado, los títulos abolidos, laicizada la educación, se suprimieron los monasterios, Órdenes religiosas fueron expulsadas y los Obispos que se oponían a esta legislación anticlerical, fueron apresados o expulsados. En vano, Pío IX protestó contra tales abusos en sus discursos de 1850, 1852, 1853 y finalmente en 1855, al publicar al mundo las numerosas injusticias que cometió el gobierno piamontés contra la Iglesia y sus representantes. 

En Würtemberg logró establecer un Concordato con el gobierno, pero debido a la oposición de los estados protestantes, nunca fue hecha ley y fue revocado por un veto real en 1861. Lo mismo ocurrió en el Gran Ducado de Baden, donde el Concordato de 1859 fue abolido en 1860.

Igualmente hostil hacia la Iglesia era la política de Prusia y otros estados alemanes, donde las legislaciones anticlericales alcanzaron su máximo, durante el notorio Kulturkampf, inaugurado en 1873. 

Los violentos ataques cometidos en Suiza en contra de los Obispos y el clero fueron solemnemente denunciados por el Papa en su Carta Encíclica de 1873 y, como respuesta, el Internuncio Papal fue expulsado en enero de 1874. 

El Concordato que había concluido con Rusia, fue letra muerta y se cometieron horribles crueldades contra los católicos luego de la insurrección polaca de 1863 y se rompieron las relaciones con Roma en 1866. 

La legislación anticlerical en Colombia fue denunciada en su alocución de 1852 y de nuevo, junto con la de México en 1861. Se logró un Concordato muy favorable para la Iglesia con Austria, pero la agitación protestante contra el Concordato era tan fuerte, que el Emperador se vio forzado a ratificar el matrimonio civil y las escuelas de leyes en 1868. En 1870, el Concordato fue abolido por el gobierno austriaco y en 1874, las leyes fueron promulgadas, con lo que quedaban todos los asuntos eclesiásticos, menos la administración interna en manos del gobierno.

Es sorprendente el valor con el que peleó, en medio de muchas y graves pruebas, contra el liberalismo, el cual amenazaba con destruir la esencia de la fe y la religión. En su Encíclica “Quanta Cura” de 1864, condenó 16 proposiciones que tocaban errores en la época. 

Esta encíclica fue acompañada por el famoso Syllabus Errorum,” una tabla de 8 proposiciones previamente censuradas que caían en panteísmo, naturalismo, racionalismo, indiferentismo, socialismo, comunismo, francmasonería y varios tipos de liberalismo religioso. A pesar de los malentendidos que se combinaban con malicia para representar al Syllabus como una guía de cerradez religiosa y cobarde servilismo a la autoridad papal, dio un inestimable servicio a la Iglesia y a la sociedad en general al desenmascarar el falso liberalismo que había empezado a derramar su sutil veneno en el mero centro del Catolicismo.

Fue un liberal desilusionado, promulgó leyes todavía más severas contra los judíos. Un judío de buena posición fue encarcelado, durante el pontificado de Pío IX, por emplear a una anciana cristiana para que se ocupara de su ropa blanca. Por esa época, en la mayor parte del mundo los judíos disfrutaban de libertad y de dignidad. En Roma y los Estados Pontificios no era así. La casa de catecúmenos seguía abierta para sus finalidades. 

En 1858 ocurrió un hecho que acaso fuera el peor abuso de todos. En Bolonia, una muchacha comunicó a su confesor que 6 años antes había estado trabajando en secreto e ilegalmente como criada de una familia judía llamada Mortara. Tenían un niño, de un año de edad, que dicha muchacha creyó que se hallaba a punto de morir, de modo que lo bautizó. Su confesor le dijo que tenía, el deber, de comunicárselo a las autoridades. Actuando por órdenes clericales, la policía se apoderó del muchachito, Edgardo, de 7 años de edad y lo envió a Roma para que fuese educado como cristiano. Esta causa célebre, provocó una fuerte tempestad en toda Europa.

El Emperador Francisco José de Austria y Napoleón III de Francia advirtieron al Papa que estaba contraviniendo la opinión mundial. En Mansión House, en Londres, se organizó una gran manifestación. Un eminente judío británico, Sir Joseph Montefiore, viajó hasta Roma para abogar personalmente ante el Papa. Pío IX permaneció impertérrito. Tras un desfile triunfal por las calles del gueto romano, Edgardo Mortara recibió su solemne bautismo. Fue educado como cristiano y, con el tiempo, se convertiría en un famoso sacerdote misionero. Una vez más, un Papa, una persona devota, demostró carecer de todo sentido de justicia natural hacia los judíos.

En 1853 se reconcilió con las monarquías protestantes de los Países Bajos e Inglaterra, las cuales permitieron el restablecimiento en sus países de la jerarquía católica.

En 1854, en presencia de más de 200 Obispos, proclamó la Inmaculada Concepción de la Virgen María como un dogma de fe de la Iglesia. 

También promovió la devoción al Sagrado Corazón y en 1856, extendió su festividad a todo el mundo con el rito de un doble mayor. A su instancia, el mundo católico fue consagrado al Sagrado Corazón de Jesús en 1875. 

En 1869, publicó la Bula “Aeterni Patris,” convocando el Concilio Vaticano, el cual inauguró en la presencia de 700 Obispos en diciembre de 1869. Durante su IV sesión solemne, la Infalibilidad Papal fue hecha un dogma de fe. En 1853, restauró la jerarquía católica en Holanda erigiendo la Arquidiócesis de Utrecht y las cuatro sedes sufragáneas de Haarlem, Bois-le-Duc, Roermond y Breda.

El suyo fue el segundo pontificado más largo de la historia con un total de 31 años, siete meses y 17 días, solo superado por el de San Pedro. Sus restos reposan en la Iglesia de San Lorenzo Fuori le Mura. Fue beatificado por Juan Pablo II en el 2000.

Hasta el día de hoy, los círculos liberales y anticlericales de Italia, ven en Pío IX, al retrógrado Pontífice que se opuso a la reunificación de Italia y a la formación de un estado-nación moderno. 

La beatificación de este Papa, consternó a algunos sectores liberales de la Iglesia, ya que fue el que publicó en 1864, el “Sillabus de Errores”, en el que se condenaban los ideales liberales, tales como la libertad de conciencia y la separación de Iglesia-Estado. Aquellos católicos liberales, que veían un valor positivo en estas ideas, se vieron desalentados o silenciados.

En 1869, Pío IX, convocó el I Concilio Vaticano, con la idea de proclamar como Dogma de fe, la Infalibilidad Papal. Muchos Obispos se oponían, entre ellos el Cardenal Filippo Guidi, que protestó en privado ante el Papa, alegando que “la tradición europea no es favorable al dogma”. El Papa exclamó: “La tradición soy yo”, y confinó a Guidi a un Convento hasta que se convenciera, a fuerza de rezos, de la posición del Papa. Al final, Guidi votó con la mayoría partidaria de la infalibilidad. 

Pío IX logró vivir lo suficiente para presenciar la muerte de su antiguo adversario, el Rey Víctor Manuel II de Italia en enero de 1878. Tan pronto como se enteró de la gravedad de la situación del rey, Pío IX lo absolvió de todas las excomuniones y otras penas eclesiásticas. El propio Pío IX murió un mes después, el 7 de febrero de 1878 a las 5:40 de la tarde, de una epilepsia que dio lugar a un ataque y un repentino ataque al corazón, mientras rezaba el rosario con sus colaboradores.

Su cuerpo fue enterrado en la gruta de la Basílica de San Pedro, pero se trasladó en procesión la noche el 13 de julio de 1881 a la Basílica de San Lorenzo Extramuros, tal y como él mismo había señalado en su testamento. Cuando el cortejo se acercaba al río Tíber, un grupo de romanos anticlericales amenazó con lanzar el ataúd al río. Solo la llegada de un contingente de la milicia libró al cuerpo de Pío IX de semejante acto.

El proceso para la beatificación de Pío IX (que en sus primeras etapas, desde 1878 tuvo la firme oposición del gobierno italiano) se inició el 11 de febrero de 1907 y se reanudó en tres ocasiones.​ Sin ningún tipo de oposición italiana, el Papa Juan Pablo II lo declaró Venerable el 6 de julio de 1985 y lo beatificó el 3 de septiembre de 2000 (cuando también se incluyó la beatificación del Papa Juan XXIII). Se le conmemora litúrgicamente el 7 de febrero, aniversario de su muerte.

La beatificación de Pío IX fue controvertida y criticada tanto por judíos como por cristianos debido a la percepción de su política como autoritaria y reaccionaria, la acusación de abuso del poder episcopal y el antisemitismo (en concreto, el caso de Edgardo Mortara).​ Los críticos sostienen que su beatificación coloca "una carga insoportable sobre las relaciones entre los judíos y católicos", especialmente teniendo en cuenta los gestos conciliadores del Papa Juan Pablo II hacia el judaísmo.​ El proceso coincidió con la canonización de Edith Stein, también polémica judía conversa al catolicismo. 


Sillabus de Errores” de Pío IX:

Específicamente anatematizó el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indiferentismo, el latitudinarismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo (al que calificó como el error del siglo),​ las sociedades secretas, el biblismo, y la autonomía de la sociedad civil. Reafirmaba la invalidez del matrimonio celebrado entre católicos no separados de la Iglesia, que se celebrase ante una autoridad civil, por un defecto de forma canónica.

El Cardenal Antoneli,  por mandato de su Santidad remitió a todos los Obispos católicos del mundo este documento “Syllabus complectens praecipuos nostrae aetatis”, expresando en una carta adjunta el deseo del Papa del modo siguiente: "Nuestro Santísimo Señor el Sumo Pontífice Pío IX, sumamente preocupado por la salvación de las almas y por la sana doctrina, no ha cesado, desde el principio de su pontificado, de proscribir y condenar las principales teorías erróneas de esta desgraciada época nuestra por medio de sus encíclicas, alocuciones consistoriales y otras cartas apostólicas ya publicadas y como puede haber sucedido que todos estos documentos pontificios no hayan llegado a conocimiento de cada uno de los ordinarios,  querido el Sumo Pontífice que se redacte y se envíe a todos los Obispos del orbe católico un catálogo de los indicados errores, para que el Episcopado pueda tener a la vista todas, las erróneas doctrinas que han sido reprobadas y condenadas por el Sumo Pontífice".

Índice de los principales errores de nuestro siglo:

Sobre la razón humana:

  *La razón humana es el único juez. La revelación divina es imperfecta y está por consiguiente sujeta a un progreso continuo e indefinido correspondiente al progreso de la razón humana.


Sobre las profecías y los milagros:

   Expuestos y narrados en la Sagrada Escritura son ficciones poéticas, y los misterios de la fe cristiana resultado de investigaciones filosóficas; y en los libros del antiguo y del nuevo Testamento se encierran mitos; y el mismo Jesucristo es una invención de esta especie.

Racionalismo moderado:

Equiparándose la razón humana a la misma religión, se sigue que las ciencias teológicas deben de ser tratadas exactamente lo mismo que las filosóficas.

*Siendo una cosa el filósofo y otra cosa distinta la filosofía:

 Aquel tiene el derecho y la obligación de someterse a la autoridad que él mismo ha probado ser la verdadera; pero la filosofía no puede ni debe someterse a ninguna autoridad.

Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera.

En el culto de cualquiera religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación.

Es bien por lo menos esperar la eterna salvación de todos aquellos que no están en la verdadera Iglesia de Cristo.


El protestantismo: no es más que una forma diversa de la misma verdadera religión cristiana, en la cual, lo mismo que en la Iglesia, es posible agradar a Dios.

La potestad eclesiástica, no debe ejercer su autoridad sin la venia y consentimiento del gobierno civil.

La obligación de los maestros y de los escritores católicos se refiere sólo a aquellas materias que por el juicio infalible de la Iglesia son propuestas a todos como dogma de fe para que todos los crean.

La Iglesia no tiene la potestad de emplear la fuerza, ni potestad ninguna temporal directa ni indirecta.

La Iglesia no tiene derecho nativo legítimo de adquirir y poseer.

La inmunidad de la Iglesia y de las personas eclesiásticas trae su origen del derecho civil.

El fuero eclesiástico en las causas temporales de los clérigos, ahora sean estas civiles, ahora criminales, debe ser completamente abolido aun sin necesidad de consultar a la Sede Apostólica, y a pesar de sus reclamaciones.


No pertenece únicamente a la potestad de jurisdicción eclesiástica dirigir en virtud de un derecho propio y nativo la enseñanza de la Teología.

En caso de colisión entre las leyes de una y otra potestad debe prevalecer el derecho civil.

La potestad secular tiene el derecho de rescindir, declarar nulos y anular sin consentimiento de la Sede Apostólica y aun contra sus mismas reclamaciones los tratados solemnes (por nombre Concordatos) concluidos con la Sede Apostólica en orden al uso de los derechos concernientes a la inmunidad eclesiástica.

Todo el régimen de las escuelas públicas, en donde se forma la juventud de algún estado cristiano, a excepción en algunos puntos de los seminarios episcopales, puede y debe ser de la atribución de la autoridad civil; y de tal manera puede y debe ser de ella, que en ninguna otra autoridad se reconozca el derecho de inmiscuirse en la disciplina de las escuelas, en el régimen de los estudios, en la colación de los grados, ni en la elección y aprobación de los maestros.

Aun en los mismos Seminarios del clero depende de la autoridad civil el orden de los estudios.

La óptima constitución de la sociedad civil exige que las escuelas populares, concurridas de los niños de cualquiera clase del pueblo, y en general los institutos públicos, destinados a la enseñanza de las letras y a otros estudios superiores, y a la educación de la juventud, estén exentos de toda autoridad, acción moderadora e injerencia de la Iglesia, y que se sometan al pleno arbitrio de la autoridad civil y política, al gusto de los gobernantes, y según la norma de las opiniones corrientes del siglo.

Los católicos pueden aprobar aquella forma de educar a la juventud, que esté separada, disociada de la fe católica y de la potestad de la Iglesia, y mire solamente a la ciencia de las cosas naturales, y de un modo exclusivo, o por lo menos primario, los fines de la vida civil y terrena.

La autoridad secular tiene por sí el derecho de presentar los Obispos, y puede exigirles que comiencen a administrar la diócesis antes que reciban de la Santa Sede la institución canónica y las letras apostólicas. Más aún, el Gobierno laical tiene el derecho de deponer a los Obispos del ejercicio del ministerio pastoral, y no está obligado a obedecer al Romano Pontífice en las cosas tocantes a la institución de los Obispados y de los Obispos.

El Gobierno puede, usando de su derecho, variar la edad prescrita por la Iglesia para la profesión religiosa, tanto de las mujeres como de los hombres, e intimar a las comunidades religiosas que no admitan a nadie a los votos solemnes sin su permiso.

Deben abrogarse las leyes que pertenecen a la defensa del estado de las comunidades religiosas, y de sus derechos y obligaciones; y aun el Gobierno civil puede venir en auxilio de todos los que quieran dejar la manera de vida religiosa que hubiesen comenzado, y romper sus votos solemnes; y puede igualmente extinguir completamente las mismas comunidades religiosas, como asimismo las Iglesias colegiatas y los beneficios simples, aun los de derecho de patronato, y sujetar y reivindicar sus bienes y rentas a la administración y arbitrio de la potestad civil.

Es bien que la Iglesia sea separada del Estado y el Estado de la Iglesia.

Las leyes de las costumbres no necesitan de la sanción divina, y de ningún modo es preciso que las leyes humanas se conformen con el derecho natural, o reciban de Dios su fuerza de obligar.

La ciencia de las cosas filosóficas y de las costumbres puede y debe declinar o desviarse de la autoridad divina y eclesiástica.

Negar la obediencia a los Príncipes legítimos, y lo que es más, rebelarse contra ellos, es cosa lícita. Así la violación de cualquier santísimo juramento, como cualquiera otra acción criminal e infame, no solamente no es de reprobar, pero también es razón reputarla por enteramente lícita, y alabarla sumamente cuando se hace por amor a la patria.


No se puede en ninguna manera sufrir que se diga que Cristo haya elevado el matrimonio a la dignidad de sacramento.

El sacramento del matrimonio no es sino una cosa accesoria al contrato y separable de este, y el mismo sacramento consiste en la sola bendición nupcial.

El vínculo del matrimonio no es indisoluble por derecho natural, y en varios casos puede sancionarse por la autoridad civil el divorcio propiamente dicho.

La Iglesia no tiene la potestad de introducir impedimentos dirimentes del matrimonio, sino a la autoridad civil compete esta facultad, por la cual deben ser quitados los impedimentos existentes.

Los cánones tridentinos en que se impone excomunión a los que se atrevan a negar a la Iglesia la facultad de establecer los impedimentos dirimentes, o no son dogmáticos o han de entenderse de esta potestad recibida.

La forma del Concilio Tridentino no obliga bajo pena de nulidad en aquellos lugares donde la ley civil prescriba otra forma y quiera que sea válido el matrimonio celebrado en esta nueva forma. Bonifacio VIII fue el primero que aseguró que el voto de castidad emitido en la ordenación hace nulo el matrimonio.

Por virtud de contrato meramente civil puede tener lugar entre los cristianos el verdadero matrimonio; y es falso que, o el contrato de matrimonio entre los cristianos es siempre sacramento, o que el contrato es nulo si se excluye el sacramento.

Las causas matrimoniales y los esponsales por su naturaleza pertenecen al fuero civil.  Aquí se pueden dar por puestos los otros dos errores de la abolición del celibato de los clérigos, y de la preferencia del estado de matrimonio al estado de virginidad. Ambos han sido condenados.

En esta nuestra edad no conviene ya que la religión católica sea tenida como la única religión del Estado, con exclusión de otros cultos.

De aquí que laudablemente se ha establecido por la ley en algunos países católicos, que a los extranjeros que vayan allí, les sea lícito tener público ejercicio del culto propio de cada uno.

Es sin duda falso que la libertad civil de cualquiera culto, y lo mismo la amplia facultad concedida a todos de manifestar abiertamente y en público cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca a corromper más fácilmente las costumbres y los ánimos, y a propagar la peste del indiferentismo.



Vida Sacramental en tiempos de Pío IX

Una de las características del pontificado de Pío IX fue la superación del jansenismo en la Iglesia católica. El jansenismo es un movimiento del siglo XVI en cuya base está una doctrina sobre la gracia, que dio por resultado una especie de catolicismo “calvinizado”.

En síntesis, la posición dogmática del jansenismo era que el pecado original había provocado una corrupción radical de la naturaleza humana. La voluntad humana desde la caída de Adán es impotente ante el asalto de la concupiscencia. No puede evitarse el pecado en tanto al hombre no le sea concedida la gracia divina. La gracia es omnipotente e irresistible. Si Dios concede la gracia, el hombre evita el pecado; sin la gracia no se puede hacer otra cosa que pecar. Sin embargo, la gracia solo se concede a unos pocos, a quien Dios desea salvar; por lo tanto Cristo no murió por todos los hombres, sino por unos pocos.


Esta doctrina fue reprobada repetidas veces por los Romanos Pontífices; sin embargo este movimiento seguía ejerciendo influencia en el catolicismo, especialmente en Francia y en los Países BajosEn particular, la práctica jansenista del uso de los sacramentos en general, y de la penitencia y la eucaristía en particular era contraria al espíritu de la Iglesia post-tridentina.

Para el movimiento jansenista la comunión eucarística solo era una recompensa para el que triunfaba en la virtud; es más, rechazar la recompensa era, incluso, más meritorio que aceptarla. Por ello, en los territorios de influencia jansenista, era frecuente que los fieles católicos recibieran raramente la comunión.


Dadas estas premisas, podemos señalar, por contraposición, que una de características de la vida sacramental promovida durante el pontificado de Pío IX como superación del jansenismo, es la mayor frecuencia en la recepción de los sacramentos, en especial de la eucaristía y la penitencia, así como un aumento de las devociones de los fieles católicos. En síntesis, y sin afán de exhaustividad, podemos enumerar:

- Aumento de la piedad eucarística y de la adoración al Santísimo Sacramento fuera de la celebración eucarística. Y así, en efecto, en 1851 Pío IX recomienda oficialmente la Adoración Perpetua.


- Otro rasgo de la superación del jansenismo es la extensión a toda la Iglesia de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Pío IX proclama venerable a Margarita María Alacoque y extiende la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús a la Iglesia Universal. En este sentido, es destacable la iniciativa para consagrar al Sagrado Corazón individuos, familias, congregaciones religiosas, incluso Estados. Hubo una petición presentada a Pío IX al acabar el Concilio Vaticano I suscrita por casi todos los obispos y superiores de Órdenes religiosas y más de 1.000.000 de fieles laicos para consagrar el mundo entero al Sagrado Corazón de Jesús.


- Redescubrimiento de Cristo: El jansenismo daba más importancia a la majestad abstracta de Dios que a Cristo “Perfectus Deus, Perfectus Homo”. Ahora la piedad se hace más cristocéntrica; de modo que, con propiedad, algunos autores señalan la espiritualidad de esta época como la del “redescubrimiento de Cristo”. En este sentido, y con carácter anecdótico, se puede señalar la gran popularidad y difusión que tuvieron algunas obras de espiritualidad centrada en la vida de Cristo, como por ejemplo “la Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” de Catalina de Emmerik.

También en este campo, el jansenismo había dejado su huella, generando una teología moral que se caracterizaba por un rigorismo muy acentuado; se puede sintetizar señalando que entendían que las obras de los no cristianos no tenían absolutamente ningún valor; además rechazaban el dolor de atrición (en contradicción con el Concilio de Trento) por considerarlo sumamente imperfecto.

Frente a esta postura moral, surgió ya en el siglo XVIII la figura de San Alfonso María de Ligorio, cuya renovación en este campo es recomendada por Roma en numerosas ocasiones. Pío IX, en este sentido, en un gesto muy significativo, proclamó a San Alfonso María de Ligorio Doctor de la Iglesia en 1871, a petición de un número muy elevado del episcopado mundial (unos 600 obispos). Esta nueva perspectiva moral fue acogida con entusiasmo por los clérigos.

Beatificación de Pío IX

La beatificación del Papa Pío IX, ha sido una de las más polémicas de la historia. Juan Pablo II, en la ceremonia, reconoció que ha sido “un Papa muy querido y también muy calumniado”.  


En general, las polémicas en torno a este Obispo de Roma, que gobernó la Iglesia de 1846 a 1878, son fruto de posiciones ideológicas o de interpretaciones de vicisitudes extrapoladas de su contexto histórico. El contexto en el que vivió y reinó como Pontífice es el que delimitó el mismo Juan Pablo II en la ceremonia de beatificación de este Papa: “La santidad vive en la historia y todo santo no está exento de los límites y condiciones propios de nuestra humanidad. Al beatificar a uno de sus hijos, la Iglesia no celebra particulares opciones históricas realizadas por él, más bien lo propone a la imitación y a la veneración por sus virtudes, para alabanza de la gracia divina que en ellas resplandece”.

Algunos críticos acusan a Pío IX de haber sido un Papa Rey, autoritario y brutal. Las crónicas, sin embargo, lo recuerdan como un Pontífice justo y bueno con sus súbditos. Lo demuestran algunos hechos: Los impuestos pagados en aquella época en el Estado Pontificio eran la mitad de los que se exigían en Francia e incluso un cuarto de los que se pagaban en Inglaterra.  

Se acusa a Pío IX de ir contra el progreso, sin embargo, en una época en la que viajar en tren era un privilegio para pocos, hizo construir 400 kilómetros de ferrocarril, emprendió grandes obras públicas, como la aspiración de los terrenos cenagosos de Ostia y Ferrara, bonificó y promovió la agricultura, amplió los principales puertos que se asoman al mar Adriático, promovió desde 1847 la iluminación con gas, dio un impulso decisivo a las excavaciones arqueológicos y a las obras de restauración. 

Bajo su gobierno, Roma tenía un hospital por cada 9.000 habitantes, mientras que Londres, que entonces se encontraba en la cumbre del Imperio, tenía uno por 40.000 habitantes. Roma disponía de un instituto de beneficencia por cada 2.700 habitantes; Londres uno por cada 7.000. 

Entre 1850 y 1870, Pío IX promovió jardines de infancia, dormitorios para las personas sin techo, hornos que vendían pan a precios muy bajos para los indigentes, casas populares, dispensarios médicos gratuitos para los pobres. A partir de marzo de 1847, Pío IX promulgó en Roma una amplia libertad de prensa, como nunca antes se había visto en un Estado italiano. Los historiadores, incluso los que no comparten sus ideas, hablan de él como un Pontífice bueno y caritativo.

Cuando era un joven sacerdote, Giovanni Mastai Ferretti pasó muchos años en el Orfelinato romano de Tata Giovanni, centro de formación profesional para muchachos abandonados. Como Obispo de Spoleto, más tarde, tras el terremoto que flageló la diócesis, intervino para reconstruir 328 casas, monasterios y conventos. Siendo Obispo de Ímola, para ayudar a los pobres, vendió la cubertería de plata de la diócesis. 

Vivió siempre en pobreza, incluso cuando fue elegido Papa, que en aquella época era también monarca de los territorios pontificios: redujo el número de sus cortesanos, vendió la mayor parte de sus caballos, hizo disminuir el precio del pan y de la sal, promovió obras públicas para los desempleados, logró que los gastos diarios para comida no superaran nunca las 5 liras. 

En julio de 1846 concedió la amnistía para los delitos políticos, liberando a 1.643 encarcelados, muchos de los cuales habían cometido atentados contra la Iglesia. Sacó de la cárcel a muchos prisioneros por deudas pagando con su bolsillo a los acreedores. 

Como el mismo Papa recordó el día de la beatificación y al día siguiente, en Roma se le recuerda por su cercanía a la gente: le gustaba predicar en las parroquias, administrar los sacramentos en las iglesias y en los hospitales, encontrarse con los pobres y necesitados vestido de cura sin ningún tipo de etiqueta. Siendo Papa se adeudó personalmente para ayudar a la población romana castigada por una epidemia de cólera. 

Tras la victoria de las tropas pontificias en Mentana, se encontró con los prisioneros de las tropas de Giuseppe Garibaldi (1807-1882), el General italiano que desempeñó un papel decisivo en la unificación de Italia y conquista de los Estados Pontificios, les ofreció vestidos y les devolvió la libertad.

La noche de Pascua de 1848, por orden del Papa, se echaron por tierra las puertas del ghetto de Roma para integrarlos a la sociedad, con una medida que se adelantó al resto de las legislaciones europeas. El mismo Pío IX decretó la abolición de indignos y humillantes cumplimientos, que gracias a él dejaron de ser considerados como extranjeros en Italia. Hizo concesiones notables a los judíos. Los hizo partícipes de las limosnas papales y los liberó del tributo que todos los años, con un humillante cortejo, debían llevar al Capitolio.

Algunas de las críticas de antisemitismo lanzadas contra Pío IX se basan en una frase, sacada de contexto, en la que decía: “Los judíos eran hijos de Dios, pero se convirtieron en perros por su dureza de corazón”. 

Para comprender la afirmación, nos hemos remontado al texto original. En agosto de 1871, un mes antes de que las tropas de los Saboya conquistaran el Estado Vaticano, Pío IX se encontró con la Pía Unión de las Mujeres Católicas, a quienes dijo: “Cuando nuestra fe triunfe ante los ataques de éstos, nuestros enemigos, entonces ciertamente tendrá lugar la liberación. Os recomiendo en especial a vosotras, Pías Mujeres, que tengáis esta fe y que, según vuestra fe, trabajéis incansablemente con confianza y fervor, como ya veo que hacéis, y no abandonéis nunca la oración”. 

“Recordad el ejemplo de la Cananea (Mateo 15, 21-28) -continuó diciendo el Pontífice. La Cananea era una mujer buena, aunque gentil. Pidió a Jesucristo la gracia de la liberación de su hijita, poseída por el demonio que la vejaba. 

Pero Jesucristo no la escuchó y, al final, como indignado, respondió que no era conveniente tomar el pan de los hijos y dárselo a los perros. "Sí (decía la mujer); tú has venido para dar el pan también a los perros; pues incluso los mismos perros recogen las migas que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús se dio la vuelta e hizo una apología de aquella buena mujer y alabó su fe, y la consoló con la gracia liberando a su hijita. De este modo, dejó de ser perro, para convertirse también ella en hija. Pues bien, los judíos, que eran hijos en la casa de Dios, por su dureza e incredulidad, se convirtieron en perros. Y hay muchos de estos perros hoy día en Roma y escuchamos cómo ladran por todas las calles, y nos están molestando en todo lugar. Esperamos que vuelvan a ser hijos. Nosotros, mientras tanto, imitemos la humildad y la constancia de la Cananea y no dudéis que, si se hizo digna de las misericordias de Dios ella, que era gentil, nosotros también seremos dignos, pues somos hijos de Dios”.

Entrevistado sobre el sentido de esta cita por Zenit, Monseñor Brunero Gherardini, postulador de la causa de beatificación, ha explicado que “ya después de la muerte de Pío IX, los enemigos de la Iglesia trataron de hacer especulaciones con esta frase, aislando del contexto y sin tener en cuenta la referencia evangélica. Por este motivo, nunca fue interpretada por los historiadores serios como una ataque contra los judíos, y de hecho no se menciona en los 12 volúmenes de la "positio", es decir, la relación en la que se pide la beatificación".

 En el proceso de beatificación de Pío IX, el defensor de la fe, conocido con el nombre de "abogado del Diablo", planteó 13 oposiciones a la causa sobre cuestiones específicas, pero ninguna de estas refería la frase. Esta frase no aparece ni siquiera en la deposición de los testigos”. 

Según Monseñor Gherardini, la frase incriminada tiene que ser interpretada también en el contexto de la época. Pío IX, “al hablar de los ataques violentos que incluso amenazaban a su persona, pretendía reflexionar sobre aquellos a quienes él trató cómo hijos y que se comportaron como perros. Lo dijo con la esperanza de que volvieran a ser hijos”. 

Por otra parte, diferentes escritores judíos han hablado sin hostilidad de Pío IX. Abraham Berliner, por ejemplo, en su “Historia de los judíos de Roma”, escribe que Pío IX era benévolo con los judíos. Nada más ser elegido, “pensó también en los inocentes del ghetto, en los judíos que allí vivían como en una prisión, y dispuso que aquellos que se encontraban en restricciones económicas recibieran las ayudas con las que dio algo de alegría a los pobres de Roma”.

Otro de los motivos por los que se ha acusado a Pío XII de estar contra los judíos se debe al caso de Edgardo Mortara. Es la historia de un niño que nació en el seno de una familia judía pero que fue bautizado en circunstancias extremas (estaba a punto de morir) por una persona, sin que lo supieran sus padres. El niño se salvó, pero surgió la pregunta: ¿es posible no educar en la fe a un bautizado?. Se trataba de un interrogante dramático en aquella época. Al final, el Papa decidió asignar la educación del niño a instituciones de la Iglesia, quitando la patria potestad a sus padres. Se trata indudablemente de una decisión polémica, que hay que comprender en su contexto histórico. 

 


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