San Pio V

                                                                 Papa. 1572.

Papa 225 de la Iglesia Católica. Nacido en Bosco, cerca de Alejandría, Lombardía (Italia), en 1504. Elegido en 1566. 

Era de una pobre aunque noble familia, su destino habría sido ejercer de comerciante, pero fue acogido por los dominicos de Voghera, dónde recibió una buena educación y fue adiestrado en una piedad sólida y austera. Ingresó en la Orden, fue ordenado en 1528 y enseñó teología y filosofía durante 16 años. Entretanto fue Maestro de Novicios y, en varias ocasiones, elegido Prior de diferentes casas de su Orden en las que se esforzó por desarrollar la práctica de las virtudes monacales y extender el espíritu del santo fundador.

Si buscásemos un símbolo para definir la entrega y fidelidad con que Fray Miguel de Alejandría se dedicó a la enseñanza, a la predicación, a la pobreza, a los oficios divinos, al destierro de la herejía en Pavía, en Alba, en Como, no sería menester alejarse del primitivo empleo que tuvo en la infancia: del "buen pastor". 

Austero y tenaz en todo, le comparaban con San Bernardino de Siena en la pobreza y a San Pedro Mártir en el celo por la verdad y por la fe. Más se pareció a éste, pues estaba cortado por el mismo patrón dominicano y, como él, fue Inquisidor en la diócesis de Como.

Caminaba a pie siempre, vestido con su hábito, la mirada puesta en el cumplimiento del deber. No le temía a los peligros, ni los trabajos, ni las amenazas. Se enfrentaba, si era preciso, con el lucero del alba y le cantaba las cuarenta a los nobles y a los herejes cuantas veces era preciso, sin intimidarse nunca. 

El Conde de la Trinidad, furioso, le dijo en Alba que le arrojaría a un pozo; no se inmutó. En Como tuvo que refugiarse en casa de Bernardo Odescalchi porque los mercaderes de libros heréticos habían promovido un tumulto contra él, pues decomisó sus mercancías. En otra ocasión, le aconsejaron que se disfrazase para no ser reconocido por los herejes en tierras de grisones. "Preferiría ser mártir con el hábito puesto, contestó".

A fines de 1550, se fue Fray Miguel a Roma para justificar su conducta de Inquisidor. Las acusaciones de mala fe le estaban formando en la Ciudad Eterna, un ambiente difícil. El Cardenal Caraffa supo comprenderlo y admirarlo. No salió solamente justificado; aumentó su prestigio. Un año más tarde el Papa Julio III, a instancias de Gian Pietro Caraffa, le nombró Comisario General de la Inquisición; con Caraffa y con Cervini fue Fray Miguel el mismo de siempre: un austero religioso, un hombre de oración, un pastor vigilante.

En 1556, fue nombrado Obispo de Sutri por Pablo IV. En 1559 fue transferido a Mondovi dónde restauró las purezas de la fe y la disciplina, gravemente dañadas por las guerras del Piamonte. 

Frecuentemente llamado a Roma, mostró su firme celo en todos los asuntos en que fue consultado. Así ofreció una insuperable oposición al Papa Pío IV cuando éste quiso admitir a Fernando de Medici, entonces con sólo 13 años, en el Sacro Colegio. De nuevo fue él quién derrotó el proyecto de Maximiliano II, Emperador de Alemania, de abolir el celibato eclesiástico.

                                                     Cardenal Fernando de Medici

En 1556, a la muerte del Papa Pío IV, fue, a pesar de sus lágrimas y súplicas, elegido Papa, con gran alegría de toda la Iglesia. Comenzó su Pontificado dando grandes limosnas a los pobres, en lugar de repartir sus gratificaciones de modo casual, como sus predecesores.

Como Pontífice practicó las virtudes que había mostrado como monje y Obispo. En su caridad visitó hospitales y se sentaba al lado de la cama del enfermo, consolándoles y preparándoles para morir. Lavó los pies de los pobres y abrazó a los leprosos. Se comenta que un noble inglés se convirtió al verle besar los pies de un mendigo cubierto con úlceras.

Era muy austero y desterró el lujo de su corte, elevó el orden moral, trabajó con su amigo íntimo, San Carlos Borromeo, para reformar el clero, obligó a los Obispos a que residieran en sus diócesis y a los Cardenales a llevar vidas de simplicidad y piedad. 

Disminuyó los escándalos públicos relegando a las prostitutas a barrios distantes. Su primer acto como Pontífice fue expulsar a todas las prostitutas de Roma. La cantidad de mujeres disolutas que vivían en su diócesis le turbaba. El Senado Romano se resistía ya que, decía, el libertinaje siempre había florecido ahí donde había célibes. Pío prohibió a los residentes de Roma entrar en las tabernas. Introdujo una novedad doctrinal: considerar el adulterio como ofensa capital. 

Empeñado en la renovación moral de la Iglesia, Pío V comunicó a los obispos y párrocos que se encontraban en Roma su intención de hacer cumplir estrictamente el decreto tridentino de residencia de los eclesiásticos. Los desobedientes a la orden del Papa fueron depuestos de sus cargos o encarcelados en el Castillo de Sant'Angelo.


Mediante la bula papal "De Salutis Gregis Dominici" del 1 de noviembre de 1567, Pío V prohibió a toda la cristiandad católica realizar corridas de toros bajo pena de excomunión a perpetuidad. La jerarquía española se excusó basándose en que no querían provocar un desgarramiento en la Iglesia.


Mediante la bula papal "Horrédum Illud Scelus" del 30 de agosto de 1568, Pío V decretó la degradación del estado eclesiástico y la entrega al poder secular para que sea conducido al suplicio a cualquier clérigo católico culpable de sodomía homosexual.

Entre sus primeras acciones llevó a cabo una drástica reducción de los trabajadores domésticos que servían en el Palacio Apostólico (residencia de los Pontífices). Los empleados que continuaron sirviendo al Pontífice debían recibir clases sobre materias teológicas y filosóficas en el Palacio Apostólico y recibir los sacramentos cada dos semanas. A los clérigos de la corte se les ordenó llevar el traje clerical y no descuidar la celebración de la misa. Pío V obligó a los miembros de la Guardia Suiza (guardia personal de los Pontífices) a casarse con sus concubinas o a despedirlas.

No quiso saber nada de nepotismos, mal del tiempo. Cuando le indicaron que convenía elevar a sus parientes, respondió con firmeza: "Dios me ha llamado para que yo sirva a la Iglesia, no para que la Iglesia me sirva a mí". Inexperto en los negocios políticos, que no le atraían, cedió a los ruegos de todos los Cardenales y del Embajador español, nombrando Cardenal y Secretario de Estado a Fray Miguel Bonelli, sobrino segundo, suyo; pero le obligó a seguir viviendo como un mendicante y le exigió una “vida parecida a la suya”; le reprendió tan severamente una vez, que el joven Cardenal enfermó de tristeza; al Cardenal Farnesio, que le sugería que fortificase Anagni, le replicó que la Iglesia no necesitaba cañones ni soldados, sino oración, ayuno, lágrimas y estudio de la Sagrada Escritura.

El Papa preocupado por la inmoralidad sexual de algunos cardenales (Inocencio Ciocchi Del Monte recibió la orden de Pío V de residir en la Abadía de Montecasino para reformar su conducta) y la codicia de otros (Hipólito II de Este había sido descubierto intentando comprar votos para un futuro cónclave) nominó al cardenalato a religiosos de vida ejemplar con el objetivo de mejorar la calidad moral del Colegio Cardenalicio.


La primera disposición importante del Papa, relativo a la puesta por obra de los decretos tridentinos fue la publicación en 1566, del Catecismo Romano empezado bajo el mandato de su predecesor Pío IV.


Mediante la bula papal "Quod a Nobis" de 9 de julio de 1568, Pío V publicaba la primera edición típica del Breviario, que establecía de modo estable para lo sucesivo la regla del oficio divino en el ámbito del rito romano.


En 1567, Pio V proclamó Santo a Tomás de Aquino y además Doctor de la Iglesia, el quinto doctor latín en la su historia. Pio V arregló la publicación de l'opera omnia del Doctor de Aquino.

En 1570, Pío V, hizo de la misa llamada tridentina o gregoriana el único modelo para la Iglesia Católica, excepto allí donde la liturgia de la misa fuera anterior a 1370 y aún estuviera en uso. Esta forma de la misa ha permanecido esencialmente intacta hasta hoy. 


En 1970, a raíz del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI promulgó un nuevo rito, que el Papa Benedicto XVI ha llamado rito ordinario, para la Iglesia Universal, aunque sin derogar jamás la forma tridentina o tradicional codificada por Pío V y que queda en la actualidad como forma extraordinaria.

Otra iniciativa del Papa a favor de la ortodoxia fue la creación de la Congregación del Índice en 1571 con el objeto de mantener actualizado el Index Librorum Prohibitorum.


El 26 de febrero de 1569, Pío V decretó el destierro de los judíos que habitaban los Estados Pontificios (acusados de practicar la adivinación y la nigromancia) a excepción de aquellos que habitaran en Roma y Ancona.

Pero el gran pensamiento y la preocupación constante de su pontificado parecen haber sido la lucha contra protestantes y turcos. En Alemania apoyó a los católicos oprimidos por los príncipes heréticos. En Francia animó a la Liga con sus consejos y con ayuda pecuniaria. En los Países Bajos apoyó a España. 

En Inglaterra, finalmente, excomulgó a Isabel, abrazó la causa de María Estuardo y le escribió para consolarla en prisión. En el ardor de su fe no dudó en mostrar severidad contra los disidentes, cuando fue necesario, y en dar un nuevo impulso a la actividad de la Inquisición, por lo que ha sido inculpado por ciertos historiadores que han exagerado su conducta. Mediante la bula papal "Regnans in Excelsis" de 25 de febrero de 1570, Pío V declaró a la Reina Isabel I de Inglaterra, hereje y liberando a sus súbditos de la obediencia hacia ella y autorizó a cualquier católico para asesinarla y a cualquier monarca católico para destronarla.

Trabajó incesantemente por unir a los Príncipes cristianos contra el enemigo heredado, los turcos. Apoyó a los Caballeros de Malta, enviando dinero para la fortificación de las ciudades libres de Italia, suministrando contribuciones mensuales a los cristianos de Hungría, y se esforzó sobre todo para unir a Maximiliano, Felipe II y Carlos para defender la cristiandad. En 1567, con el mismo propósito, recogió de todos los conventos el diezmo de sus réditos. 


En 1570, cuando Soliman II atacó Chipre, amenazando toda la cristiandad occidental, no descansó hasta unir las fuerzas de Venecia, España, y la Santa Sede. Envió su bendición a Don Juan de Austria, Comandante en jefe de la expedición, recomendando que dejara atrás a todos los soldados de mala vida, y prometiéndole la victoria si así lo hacía. Pidió oraciones públicas y aumentó sus propias súplicas al cielo. En el día de la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, estaba trabajando con los Cardenales, cuando, de repente, interrumpiendo su trabajo, abriendo la ventana y mirando el cielo, exclamó, "Un alto en el trabajo; nuestra gran tarea ahora es dar gracias a Dios por la victoria que acaba de dar al ejército cristiano”.


Estalló en lágrimas cuando oyó hablar de la victoria que dio al poder turco un golpe del que nunca se recuperó. Perdieron los turcos más de 30.000 hombres, con su General o Almirante Alí-Bajá, y más de 300 barcos entre galeras y otras embarcaciones. Se hicieron 5.000 prisioneros, y cobraron libertad cerca de 20.000 cautivos cristianos. Fue inmenso el botín, y el fiero enemigo del nombre cristiano quedó consternado y abatido. En memoria de este triunfo instituyó el primer domingo de octubre la fiesta del Rosario y agregó a la Letanía de Loreto la súplica" Ayuda de los cristianos".

En 1566, solo tres meses después de ser coronado Papa, rechaza las facilidades que su predecesor le había otorgado a los judíos y reinstaura todas las restricciones impuestas por el Papa Pablo IV. Entre ellas el uso de un gorro distintivo, las prohibiciones contra la tenencia de propiedad y la práctica de la medicina con pacientes cristianos. Los judíos fueron confinados al gueto y se les prohibió tener más de una sinagoga por comunidad.

Como Gran Inquisidor, envió las tropas católicas a matar 2.000 valdenses protestantes en el sur de Italia. Después de llegar al trono de Pedro comenzó a implementar las decisiones del Concilio en serio y envió tropas católicas a matar Hugonotes Protestantes en Francia. 


En Roma, encargó al pintor Daniele da Volterra que cubriese en parte las figuras trazadas en la Capilla Sixtina por Miguel Ángel, que las había pintado desnudas en su mayoría.

Pío V murió el 1 de mayo de 1572 afectado por un cáncer a los 68 años, unos meses después de que la armada de la Liga Santa obtuviese un gran triunfo en la batalla de Lepanto, en su lucha contra los turcos musulmanes, el 7 de octubre de 1571. Fue beatificado por Clemente X en 1672, y canonizado por Clemente XI en 1712.




    Urna con las reliquias del Santo en
 la Basílica Santa María la Mayor (Roma)


Conflicto con los Jansenistas:

El nombre y las disputas del teólogo Michel du Bay (conocido por Bayo, en España) llenan por sí solos la historia de la Universidad de Lovaina en la segunda mitad del siglo XVI. El hombre había disfrutado de las mayores dignidades. Sus disputas entrañan los mayores riesgos. Ya se lo advierten con alarma sus mismos compañeros de claustro: “Vemos bien y nos damos cuenta del peligro que se sigue, para nuestra Universidad y para la Iglesia, de vuestra obstinación... se puede temer que estas controversias, iniciadas por vos, terminen, gracias a vuestros discípulos, en un cisma o en la herejía”. Alarma justificada, porque Bayo, personalmente católico, estaba poniendo en circulación una doctrina que no era otra cosa, en realidad, que una forma mitigada de calvinismo.

El debate provocado por Bayo gira en torno a la cuestión, fundamental entre todas, de las relaciones entre el orden natural y el orden de la gracia. En otras palabras, del recto concepto de la vida sobrenatural.  Su punto de vista ha sido resumido así:

Un optimismo radical respecto al estado del hombre antes del primer pecado, considerando que, no sólo los dones de «integridad» (o exención de concupiscencia), de «impasibilidad» (o exención de dolor) y de “inmortalidad” eran debidos a su naturaleza, sino que era una exigencia de la misma su elevación al orden sobrenatural propiamente dicho. “La elevación de la naturaleza humana y su exaltación a la participación de la naturaleza divina, eran debidas a la integridad del primer estado, y por lo mismo, hay que llamarlas naturales, no sobrenaturales”.

Esta concepción iba acompañada de una contrapartida igualmente extrema: un pesimismo radical respecto al estado actual del hombre, después de su caída. Así se explican afirmaciones como ésta: “Todas las obras de los infieles son pecado; todas las virtudes de los filósofos son vicios”. “El libre albedrío, sin la ayuda de la gracia, no tiene fuerzas más que para pecar”.” No hay bien natural alguno en el hombre”. “El hombre peca, y merece la condenación por actos que no puede dejar de realizar”.  

San Pío V debe intervenir. En su bula ”Ex omnibus afflictionibus”, de 1567, condena 79 proposiciones defendidas explícita o implícitamente por Bayo o sus discípulos. Inaugura entonces Bayo una táctica escurridiza, ya que pretende que el Pontífice ha estado mal informado, que la condenación le ha sido arrancada subrepticiamente.

No podrá hacerse esta acusación (de estar mal informado) a Inocencio X, cuando en el siglo siguiente, debe publicar la bula “Cum occasione”. Inocencio X hizo estudiar la cuestión debatida por una comisión de Cardenales, que trabajó durante 2 años, celebrando 50 asambleas, de las que 10 fueron presididas por el mismo Papa, y escuchado ampliamente a representantes de una y otra parte.  Su sentencia, con todo, será condenatoria.  

Los hombres con cuya doctrina se enfrenta son enormemente célebres en la Historia de la Iglesia: Jansenio, Saint-Cyran, Arnault. El primero de ellos, muerto unos 20 años antes en la Sede episcopal de Ypres, legó al partido su nombre: “jansenismo”. 

Cinco proposiciones, desde entonces famosas, expresan el meollo de su doctrina; pueden transcribirse así:

* Ciertos preceptos de Dios son imposibles a los justos, a pesar de su buena voluntad y esfuerzo con las fuerzas de que en aquel momento disponen, y la gracia que lo haría posible, les falta.

* En el estado actual del hombre, nunca puede resistirse a la gracia interior.

* En el estado actual del hombre, el mérito o el demérito no requieren la libertad de albedrío.

* Es verdad que los semipelagianos admitían la necesidad de una gracia interior preveniente para cada acto, pero eran heréticos al afirmar que esta gracia es de tal naturaleza, que depende de la voluntad humana resistirla u obedecerla.

* Es semipelagiano afirmar que Cristo ha muerto por todos los hombres y que ha derramado su sangre por todos.

 Las consecuencias que se siguen de los principios jansenistas son funestas:

“Esta doctrina de predestinación caprichosa, acarreaba, como consecuencia práctica, la desesperación o el libertinaje, o los dos a la vez. 

Un autor de la época lo explica en una forma amena, que no quita nada a la seriedad del raciocinio. En su "Relación del País de Jansenia" (compuesta en forma de parodia de las novelas entonces de moda), sitúa el país de Jansenia en los confines de la Calvinia, de la Desesperia y de la Libertinia, para significar, por medio del vecindaje de estos países fantásticos, el enlace de doctrinas igualmente anticristianas. 

La secta que destruye la libertad, que quiere que los mandamientos sean imposibles, conduce ciertamente al Calvinismo. La opinión de que la gracia nos impele a obrar necesariamente el bien, hágase lo que se quiera, conduce al libertinaje. La doctrina que enseña que Jesucristo no ha muerto por todos los hombres y que su gracia es rehusada a muchos, causa la desesperación. ¡De qué va a servir, en efecto, esperar en Dios y en su Misericordia, si el juicio pronunciado por adelantado es inflexible!.


El jansenismo, es verdad, cree en los sacramentos pero, por una consecuencia necesaria de la inutilidad de las obras y una reverencia farisaica, aleja al hombre de recibirlas. Con “la introducción y difusión de este error llegó a temerse que, apartados los hombres del amor y trato con Dios, se secaran en cierto modo las fuentes de la vida cristiana”. 

A esto viene a unirse una moral de un rigor inhumano, que gusta revestirse de aquellas formas austeras que el vulgo toma fácilmente como distintivo de la santidad.




 

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