San Romualdo

 

                                           Fundador de los Camaldulenses. 1027.

En un siglo en el que la relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un hombre formidable que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la oración, a la soledad y a la penitencia, San Romualdo.

Nació en Ravena (Italia), probablemente cerca del año 950 de la familia Onesti, Duques de Ravena. En su juventud, Romualdo se dio a la vida licenciosa y hasta viciosa de un hombre acomodado del siglo X. 

Educado según las costumbres mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada, dejándose arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus pasiones. Sin embargo de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y serios remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de enmendarse y propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de cacería en los montes, exclamaba: "Dichosos los ermitaños que se alejan del mundo a estas soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no los esclavizan".


Su padre era un hombre de mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo a un enemigo. Y se llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el padre mató al adversario.


 Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la soledad de una montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos. Estuvo tres años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no quería recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del joven, el Duque de Ravena. Pero el Arzobispo hizo de intermediario y Romualdo fue admitido como un monje benedictino.


Dicha Abadía había sido recientemente reformada por San Maieul de Cluny, pero aún no llenaba las aspiraciones de rigor a las que anhelaba San Romualdo. Llevado éste de un celo excesivo, recriminó duramente a algunos que no estaban a la altura de sus expectativas y eso le creó enemistades que, finalmente, lo orillaron a solicitar su cambio a Venecia, donde se colocó bajo la dirección de un ermitaño llamado Marino, junto al que vivió una vida de extraordinaria dureza.

Alrededor del año 978, Pedro Orseolo I, Dux de Venecia, quien había llegado a ese puesto gracias a su complicidad en el asesinato de su antecesor, comenzó a tener remordimientos por su crimen. Aconsejado por Guarino, Abad de San Miguel de Cuxa, en Cataluña, y de Marino y Romualdo, abandonó su cargo y a sus amigos y huyó a Cuxa, donde tomó los hábitos benedictinos. 

Romualdo y Marino erigieron un eremitorio cerca del convento. Por 5 años vivió allí el santo, al que se unió pronto un grupo de discípulos. Estando ahí supo que su padre, Sergio, quien se había hecho monje para expiar sus pecados, tenía serios tormentos morales a causa de su vocación y quería abandonar el convento. Regresó entonces a Italia apresuradamente, sometió a Sergio a una estricta disciplina, y acabó con las dudas de su padre.

Parece ser que San Romualdo dedicó los siguientes 30 años de su vida a viajar a través de Italia, fundando eremitorios y monasterios. Convirtió a Perea en su lugar de reposo favorito. En 1005 se mudó a Val-di-Castro, en donde pasó otros dos años. Apareció en Vallombrosa, de donde se dirigió a la diócesis de Arezzo.

Ponía ante sus ojos la vida de los santos y procuraba imitar los excesos de penitencia que ellos habían practicado. Como los antiguos anacoretas del desierto se habían impuesto ayunos rigurosos, Romualdo quiso también seguir su ejemplo. Durante estos años, Romualdo no comía más que el domingo, y aun entonces, una comida sumamente frugal.

En medio de todo esto, lo acometió el enemigo con las más molestas tentaciones. Le ponía ante los ojos con la mayor viveza los atractivos de la vida del mundo, mientras, por otra parte, la representaba la inutilidad de los esfuerzos que realizaba y de la vida que llevaba. Frente a los repetidos asaltos del enemigo, Romualdo se entregó más de lleno a la oración, de donde sacaba la fuerza necesaria para mantenerse firme en la lucha. Según se refiere, el diablo llegó a maltratar cruelmente su cuerpo, con el objeto de apartarlo de aquella vida de austeridad. Más aún, excitando en su imaginación durante la noche imágenes feas y espantosas, trataba de amedrentarlo con el ejercicio de la vida de perfección.

Pero Romualdo, fiel a la oración y puesta su confianza en Dios, salió victorioso de todas estas batallas. Hacia el año 999 volvió a Italia y se incorporó de nuevo al Monasterio de Classe, donde, en una celda solitaria, continuó la vida de penitencia y de retiro que había comenzado. Allí se renovaron los asaltos del demonio. Las crónicas antiguas refieren que, habiéndolo el demonio flagelado cruelmente un día en el interior de su celda, Romualdo se dirigió al Señor con estas palabras: "Dulcísimo Jesús mío, ¿me habéis abandonado por completo en manos de mis enemigos?". Al oír el demonio el nombre de Jesús, huyó rápidamente, a lo que siguió una gran tranquilidad y dulzura del alma.

Pero Romualdo tuvo que superar otras muchas dificultades, con las que se fue purificando su alma y aquilatando su virtud, hasta disponerlo definitivamente a la fundación de la nueva Orden de los Camaldulenses. Estas dificultades le vinieron de sus mismos monjes. Viviendo en su retiro, no lejos del Monasterio de Classe, un rico caballero le envió una limosna de 7 libras para que las distribuyera entre los monjes pobres. Así lo hizo inmediatamente, repartiéndolo entre otros monasterios más pobres que el suyo, por lo cual los de su monasterio se enfurecieron contra él, y como ya estaban resentidos por sus grandes austeridades, lo tomaron aparte y, después de azotarlo bárbaramente, le obligaron a retirarse.

Pero, precisamente entonces, quiso el Señor valerse de él para la reforma de aquel Monasterio de Classe. En efecto, hallándose a la sazón en Ravena, el Emperador Otón III, lleno siempre de los más elevados ideales de reforma eclesiástica, trabajó eficazmente para la reforma del Monasterio de Classe, y para ello obtuvo de sus monjes que eligieran como Abad a Romualdo. Él mismo en persona fue en busca del solitario y lo introdujo como Abad y reformador en la célebre abadía. Efectivamente, durante dos años se entregó con toda su alma a la importante obra de la reforma del monasterio; pero, viendo que no lograba su intento, acudió al Arzobispo de Ravena y al mismo Otón III, y puso en sus manos su báculo, renunciando a la dignidad de abad.

Tal fue el momento preparado por la Providencia para que iniciara su obra de fundador. En efecto, con toda la experiencia adquirida durante los largos años dedicados a la vida solitaria, e impulsado siempre por sus ansias de vida contemplativa y de la más absoluta soledad, pidió entonces a Otón III le concediera los terrenos y los medios para la construcción de un monasterio, donde pudieran entregarse a una vida mixta de contemplación, soledad y obediencia. 

Efectivamente, el Emperador le hizo construir uno en el lugar denominado Isla de Perea dedicado a San Adalberto, a donde se retiró Romualdo con algunos caballeros del séquito de Otón III, que se decidieron a seguirle. Poco después organizó otros centros de vida eremítica en Italia y en la Istria, y concibió el plan de construir uno en Val de Castro, consistente en un conjunto de celdas separadas, cuyos moradores debían llevar una vida de rigurosa soledad, entregados a la oración y penitencia, pero manteniendo la unión y vida de comunidad. Con esto debía realizarse su ideal de consagración a Dios.


Con frecuencia pronosticó cosas futuras, y daba consejos a todos los que iban a consultarle, inspirado por sabiduría celestial. Siempre había anhelado el martirio, y por fin obtuvo licencia del Papa para predicar el Evangelio en Hungría; pero fue atacado por una grave enfermedad tan pronto como puso los pies en el país, y como el mal volvía cada vez que intentaba actuar, sacó como conclusión que esto era una clara indicación de la voluntad de Dios de que no lo quería ahí. Muy conforme, retornó a Italia, aunque algunos de sus compañeros fueron y predicaron la fe a los magiares. Posteriormente permaneció por bastante tiempo en Monte di Sitrio, pero allí fue acusado de un crimen escandaloso por un joven noble a quien había censurado por su vida disipada.

Aunque parezca extraordinario, los monjes creyeron el embuste, le impusieron severa penitencia, le prohibieron que celebrase misa, y lo incomunicaron. Todo lo soportó en silencio por 6 meses, pero entonces Dios lo amonestó para que no se sometiera más a sentencia tan injusta, pronunciada sin autoridad y sin sombra de fundamento. Pasó 6 años en Sitrio guardando silencio estricto y aumentando sus austeridades en lugar de relajarlas, no obstante su ancianidad. 

Romualdo tuvo alguna influencia en las misiones a los eslavos y prusianos a través del monasterio de Querfurt en Pereum, cerca de Ravena, que Otto III fundó para él y San Bruno, en 1001. Un hijo del Duque Boleslao I de Polonia era monje en este monasterio, y en nombre de su padre le obsequió a Romualdo un magnifico caballo. Él lo cambió por un asno, y declaró que se sentía más unido a Jesucristo, montado sobre tal cabalgadura.

El monasterio más famoso de todos los de San Romualdo es el de Camáldoli, cerca de Arezzo, en la Toscana, fundado por él alrededor del año 1012. Se halla más allá de una montaña, la cual desciende en su parte más alejada en un precipicio escarpado que mira a un agradable valle, que entonces pertenecía a un castellano llamado Maldolo, quien lo cedió al santo; de ahí le viene el nombre de Camáldoli (campo de Máldoli). 

Según la leyenda, fue ahí donde Maldolo, quien en una visión había visto a algunos monjes subir al cielo vestidos de blanco, le donó a Romualdo un terreno, llamado luego Campus Maldoli, o Camaldoli, en el que este último construyó 5 celdas para ermitaños. Estas celdas se convirtieron, a la par del Monasterio de Fontebuono, edificado dos años después, en la Casa Madre de la Orden Camaldulense.

Por las varias observancias que agregó a la regla de San Benito dio principio a una nueva Congregación llamada Camaldulense, en la cual unió la vida cenobítica con la eremítica. Después de que su bienhechor había visto en sueños elevarse una escala desde la tierra al cielo, por la que subían religiosos vestidos de blanco, Romualdo cambió el hábito de negro a blanco. 

La ermita dista poco más de 2 kilómetros del monasterio. Está en la ladera de la montaña, sombreada por un oscuro bosque de abetos. En ella hay 7 manantiales de agua clara. La sola vista de esta soledad en medio de la floresta ayuda a llenar la mente de recogimiento y de amor a la contemplación. En el lado izquierdo de la iglesia está la celda en la cual San Romualdo vivió cuando reunió por primera vez a estos ermitaños Sus celdas, construidas de piedra, cuentan cada una con un pequeño jardín rodeado de muros, y con una capilla en la cual el ocupante puede celebrar la misa. 

Después de algunos años en Camáldoli, Romualdo retornó a sus viajes, y andando el tiempo murió, solo en su celda, en el monasterio de Val-di-Castro, en el año 1027. Un cuarto de siglo antes había profetizado que le llegaría la muerte en dicho sitio y de esa manera. Sobre su tumba se realizaron muchos milagros por lo que, en 1032 se permitió que se alzara ahí un altar. Su cuerpo fue encontrado incorrupto en 1466, y trasladado a Fabriano en 1481.

San Romualdo, como Fundador de la Orden contemplativa de los Camaldulenses, es uno de los mejores representantes de la tendencia reformadora de fines del siglo X y del siglo XI, como reacción contra el deplorable estado de relajación en que se hallaba la Iglesia Católica y gran parte de la vida monástica del tiempo. El movimiento renovador más conocido y más eficaz para toda la Iglesia en este tiempo fue el Cluniacense, iniciado a principios del siglo X en el Monasterio de Cluny. Pero en Italia tuvo manifestaciones características de un ascetismo más intenso, que tendía a una vida mixta, en que se unía la más absoluta soledad y contemplación con la obediencia y vida de comunidad cenobítica. El resultado fueron las nuevas Ordenes de Valleumbrosa y de los Camaldulenses y los núcleos organizados por San Nilo y San Pedro Damiano.

La Orden de los Camaldulenses fue aprobada definitivamente por el Papa Alejandro II en 1072. Contaba entonces solamente 9 monasterios. El cuarto General, Beato Rodolfo, redactó en 1102 las constituciones definitivas, en las que se mitigaba un poco el extremado rigor primitivo.

Orden de los Camaldulenses:

Fundada por San Romualdo, en el  año 1.027, en Camaldoli (Italia), pero tuvo lugar una reforma, en el  año 1.528, a cargo del Beato Paolo Giustianiani. La casa central se  encuentra en Roma. En España poseen un monasterio, el de San Felices, en La Rioja.

El nombre de esta Congregación proviene de Toscana, (Camáldula, Camaldoli). Se trata de una orden monacal que, fundada, como hemos dicho, por San Romualdo, monje benedictino, sigue esta Regla. Por tanto, su historia está unida a la Orden Benedictina, lo que hace que, hasta llegar a la Reforma, tengamos  que hablar, aunque sea en líneas muy generales de aquella.

En un principio, la Orden Benedictina, cuando proliferaron sus monasterios, estos acabaron como entidades independientes. De tal modo que la Casa Madre de Montecasino, no podía arrogarse más que una dignidad primordial puramente honorífica. Así, venía a resultar, que sin la autoridad central y tentados por el afán de riquezas, los monjes caían a menudo en los excesos que origina la abundancia de bienes. 

Una comunidad poco virtuosa, forzosamente, tenía que elegir un Abad tolerante que, naturalmente, cerraría los ojos ante los desórdenes. Así no es de extrañar que no pocas personas ingresaran en la Orden empujadas por un ansia de ociosidad bien alejada de lo  que debía ser auténtica vocación. Es bien cierto que la fundación de las Órdenes Religiosas tuvieron que estar sujetas a tanteos y ensayos, lógicos, por otra parte, en todos los grandes esfuerzos espirituales.


Ya, en el periodo carlovingio se hizo una tentativa para la Reforma de la Orden Benedictina, tornando a la severidad de los primeros días. Un noble, monje del Monasterio de Saint Seinc, descontento con la rutina viciosa de las casas, pidió y obtuvo el permiso para retirarse a sus tierras de Aniano, al sur de  Francia, para fundar allí un monasterio según sus deseos. Su nombre era Benito y se le conoce en la historia con el nombre de San Benito de Aniano.

Monjes suyos pasaron a otros monasterios para dar ejemplo, con su celo, a aquellos que habían perdido la tradición benedictina. Benito de Aniano, marchó a Alemania para fundar otra casa cerca de Aquisgrán y allí murió en el año 822.

 Para Benito de Aniano el remedio para combatir la relajación que imperaba en muchas casas benedictinas era reglamentar la vida de los monjes, prohibiéndoles interpretar la Regla según sus conveniencias. Para conseguirlo redactó un "Codex Regularun" y una concordancia o comentario a la Regla de San Benito. Citamos todo esto porque, al fin y al cabo, no fue otra cosa que el intento de reforma que años más tarde, el Beato Paolo Gustianiani llevaría a efecto y de la cual nació la Orden de los Ermitaños Camaldulenses del Monte Corona. 


Más éxito que la primera reforma, intentada por Benito de Aniano, tuvo la segunda, iniciada con la fundación del Monasterio de Cluny, en el año 910. Desde el primer día, Cluny fue el heredero de los esfuerzos de Benito de Aniano y su segundo Abad Tón, logró llegar mucho más allá. La Orden Benedictina adquirió un nuevo carácter, insistiendo en la  piedad y austeridad prescritas por la Regla de San Benito.

Lo que se precisaba era asociar los monasterios y que todos estuvieran sujetos a un poder central. Poco a poco los monasterios fueron pasando a depender de la autoridad de Cluny. Para tan vasta red de monasterios se dividió la Orden en 10 provincias y para cada provincia, se elegían dos Visitadores, en el Concilio General que se celebraba anualmente. Esta es la época en la que los Abades benedictinos supieron mantener vigorosamente su personalidad y el carácter y la disciplina de una institución tan poderosa que en los siglos XI y XII fue el mejor instrumento de la obra de los Papas en la civilización de Occidente. 

Pero, paulatinamente, esta influencia hubo de perjudicarle; inevitablemente ésta iba unida con riquezas, abundancia y un poder político poco favorable para la vida espiritual. Por tanto, no es de extrañar, que los espíritus verdaderamente deseosos de quietud y soledad se fueran otra vez a vivir a los yermos para consagrarse a las prácticas que recuerdan las de los primeros monjes cristianos.

Cuando como culminación de una larga obra de reforma monástica, impulsada por San Pedro Damián y sobre todo por San Romualdo, decide éste crear una nueva Orden que, siguiendo la Regla de San Benito, se aparte del Císter, naciendo así los Ermitaños Camaldulenses del Monte Corona. 

Era la vuelta a los orígenes, una rectificación de la desviación cluniacense, acudiendo a las fuentes. Esta época coincide con el apogeo de Cluny que se mantiene en estrechas relaciones con el naciente Imperio y la dinastía sajona. Se trata de un monacato que se adapta a la existencia de un Emperador que dirige la vida de la cristiandad y orienta la acción del Papado. Esta fórmula, nacida en la época carolingia y continuada con la dinastía de los Tones, acaba por entrar en crisis al tiempo que desaparece la identidad entre Papa y Emperador. Es el estallido que precede a la lucha entre el Papa Gregorio VII y el Emperador Enrique IV. Es esencial y señala el desplazamiento del centro del movimiento de reforma monástica desde Cluny hasta las fórmulas ascéticas en la línea del también monje benedictino San Romualdo.

                                 Papa Gregorio VII amonesta el Emperador Enrique IV

 San Romualdo, no se aparta de la Regla de San Benito: lo que hace es llevarla a la práctica con todas sus consecuencias. Esta es la norma que imparte a la recién creada comunidad de Ermitaños Camaldulenses del Monte Corona. Si se hace necesario al convento, San Romualdo, insistirá en que la pobreza absoluta debe ser no sólo individual, sino de la comunidad entera. Los camaldulenses no deben poseer plata, ni oro, nada, ni siquiera cobre en los bolsillos. Rezad, cuidad a los enfermos que lo precisen, meditad y orad. Y si queda algo de aquello que consumamos para nuestro sustento, repartirlo día tras día entre aquellos que nada tienen. 

En lo que respecta a Cluny, entre 1.109 y 1.119, bajo el Abad, Ponce de Mengeuil, se precipitó a una profunda crisis, alentada por la propia ambición personal del citado Abad. Su marcha a Jerusalén, dejó a Cluny en manos de Pedro "el Venerable", a quien le fue imposible detener su decadencia. 

Para agravar el hecho, el Abad Ponce Mengeuil, regresó de Jerusalén y atacó a Cluny con gentes de armas, deponiendo a Pedro "el Venerable" y comenzó un reinado de auténtica tiranía, hasta que el Papa excomulgó a Ponce y repuso a Pedro. 

La Orden, de todos modos, casi se encuentra en peligro de extinción, agravada por la epidemia de peste que asola el país. Tan sólo la llegada, en 1.112, de San Bernardo de Fontaines con otros 30 caballeros, hace renacer la esperanza. Y en efecto, se inicia la recuperación de Cluny. Pero todo eso es ya asunto aparte  de la Orden que estudiamos.

Los Camaldulenses continúan, con mayor o menor intensidad, una vida ajustada a la Regla de San Benito. También ellos están precisados de una Reforma. Y esta la lleva a cabo el Beato Paolo Giustianiani, en el año 1.528. Actualmente, la comunidad camaldulense continúa fiel a la Regla de San Benito, pero no pertenece a la Confederación formada por los distintos monasterios y casas benedictinas.



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