San Sebastián de Milán
Soldado. Mártir. 286.
Poco se puede probar de su existencia más allá del martirio que sufrió. En la cronología del “Depositio Martyrium”, en el año 354, se menciona que Sebastián fue sepultado en la Vía Apia.
Sebastián fue un oficial en la Guardia Imperial y que secretamente había realizado muchos actos de caridad y amor basados en la fe. Cuando en 286, finalmente se descubrió que era un cristiano, fue entregado a arqueros mauritanos, quienes le incrustaron flechas en el cuerpo. No obstante sobrevivió, fue sanado por la viuda Santa Irene. Finalmente fue muerto a flechazos.
Dicen los antiguos documentos que Sebastián era Capitán de la Guardia en el Palacio Imperial en Roma, y aprovechaba ese cargo para ayudar lo más posible a los cristianos perseguidos.
Pero un día lo denunciaron ante el Emperador por ser cristiano. Maximino lo llamó y lo puso ante la siguiente disyuntiva: o dejar de ser cristiano y entonces ser ascendido en el ejército, o si persistía en seguir creyendo en Cristo ser degradado de sus cargos y ser atravesado a flechazos. Sebastián declaró que sería seguidor de Cristo hasta el último momento de su vida, y entonces por orden del Emperador fue atravesado a flechazos.
Según sus "actas," atribuidas sin razón suficiente a San Ambrosio, Sebastián nació en Narbona de la Galia, aunque sus padres eran originarios de Milán, y fue educado en aquella ciudad. Era un fervoroso servidor de Jesucristo. Aunque la vida militar no correspondía a sus inclinaciones, hacia el año 283 fue a Roma e ingresó en el ejército, al servicio del Emperador Carino, con el propósito de ayudar a los confesores y mártires cristianos, sin despertar sospechas.
Los mártires Marcos y Marceliano, condenados a muerte, estaban a punto de flaquear en la fe ante las lágrimas de sus amigos, cuando San Sebastián intervino y les exhortó apasionadamente a la constancia; sus palabras ardientes impresionaron profundamente a los mártires que entregaron sus vidas con alegría.
Zoé, la esposa de Nicóstrato, que había perdido desde hacía 6 años el uso de la palabra, se postró a los pies de Sebastián. Cuando el santo trazó sobre ella la señal de la cruz, Zoé recobró la palabra. Este milagro convirtió a Zoé y a su esposo, que era el Jefe de los Escribanos ("primiscrinius"), a los padres de Marcos y Marceliano, al carcelero Claudio y a otros 16 prisioneros.
Nicóstrato, que estaba al cargo de los prisioneros, les llevó a su propia casa, donde un sacerdote llamado Policarpo les instruyó y les bautizó. Al enterarse de lo sucedido y al saber que Tranquilino, el padre de Marcos y Marceliano, había sido curado de la gota al recibir el bautismo, Cromacio, Gobernador de Roma, se sintió movido a seguir su ejemplo, pues él también sufría de ese mal. Hizo, pues, venir a San Sebastián, quien le curó de su enfermedad. Cromacio recibió el bautismo junto con su hijo Tiburcio, libertó a los prisioneros convertidos, dio la libertad a sus propios esclavos, y dimitió de su cargo.
Poco después, Carino murió en Ilírico, derrotado por Diocleciano, quien el año siguiente nombró a Maximiano su colega en el Imperio. Aunque no había habido nuevos edictos persecutorios, los magistrados continuaban la persecución en la misma forma que bajo el gobierno de Carino.
Diocleciano, que admiraba el valor y el carácter de San Sebastián, quería guardarle cerca de sí. Como ignoraba la fe religiosa que profesaba el santo, le elevó a la alta dignidad de Capitán de una Compañía de Guardias Pretorianos.
Cuando Diocleciano partió al Oriente, Maximiano prodigó a San Sebastián las mismas muestras de distinción y respeto. Cromacio se retiró a Campania, junto con otros muchos convertidos. Esto hizo surgir una admirable discusión entre San Sebastián y el sacerdote Policarpo, para determinar quién de ellos iría en la comitiva de Cromacio a fin de continuar la instrucción de los neófitos, y quién se quedaría en el puesto peligroso de la ciudad para alentar y ayudar a los mártires.
El Papa Cayo, a quien apelaron para que decidiese, determinó que Sebastián se quedara en la ciudad. Como la persecución arreciara, el Papa y otros cristianos se refugiaron en el año 286, en el mismo Palacio Imperial, que era el sitio más seguro, en los apartamentos de un Oficial de la corte llamado Cástulo.
Zoé fue la primera que cayó prisionera, mientras se hallaba orando en la tumba de San Pedro, el día de la fiesta del Apóstol. Colgada por los tobillos sobre una hoguera, murió sofocada.
Tranquilino, avergonzado de demostrar menos valor que una mujer, se dirigió a orar en la tumba de San Pablo, y ahí murió apedreado.
Nicóstrato, Claudio, Castorio y Victorino, después de ser torturados tres veces fueron arrojados al mar.
Tiburcio, delatado por un traidor, fue decapitado. Cástulo, acusado por el mismo traidor, fue dos veces torturado en el potro y después quemado vivo.
Marcos y Marceliano murieron atravesados por las flechas, tras haber permanecido 24 horas con los pies clavados a una estaca.
San Sebastián, que había ayudado a tantos mártires en su tránsito al cielo, fue finalmente conducido ante Diocleciano, quien le reprochó amargamente su ingratitud, y le entregó a un cuerpo de arqueros de la Mauritania para que le mataran. Sus verdugos abandonaron su cuerpo atravesado por las flechas, creyéndole muerto.
Cuando Irene, la viuda de San Cástulo, fue a recoger el cadáver, encontró al santo todavía vivo y le llevó a su casa. Ahí se restableció de las heridas y quedó sano, pero se negó a huir, a pesar de los ruegos de sus amigos.
Un día, el santo se apostó en una escalera por la que el Emperador iba a pasar, y le echó en cara las abominables crueldades cometidas contra los cristianos. Tal libertad de lenguaje por parte de un hombre a quien todos creían muerto, dejó mudo de asombro, por un momento, al Emperador; pero, una vez repuesto de su sorpresa, dio la orden de que acabaran con la vida de Sebastián a mazazos y arrojaran su cuerpo en la fosa común.
Una mujer llamada Lucía, a quien el santo se apareció en sueños, transportó su cuerpo al sitio llamado "ad catacumbas," donde se levanta hoy la Basílica de San Sebastián.
Los historiadores piensan que esta biografía es una fábula piadosa, escrita a fines del siglo V. Lo único que sabemos con certeza sobre San Sebastián, es que fue martirizado en Roma; que tenía alguna relación con Milán, donde ya era venerado en tiempos de San Ambrosio, y que fue enterrado en la Vía Apia, probablemente muy cerca de la actual Basílica de San Sebastián, en el cementerio "ad catacumbas."
Aunque el arte medieval y renacentista representa a San Sebastián atravesado por las flechas o llevando una flecha en la mano, este atributo es de aparición relativamente tardía. Un mosaico de San Pietro in Vincoli, que data más o menos del año 680, le representa como un hombre barbado, que lleva en la mano la corona del martirio. Un antiguo ventanal de la Catedral de Estrasburgo, le pinta como un caballero, con espada y escudo, pero sin flechas.
Se invoca a San Sebastián como patrón contra las plagas, y ciertos escritores de nota, como Male y Pedrizet, opinan que esta tradición está relacionada con un famoso incidente del primer libro de la "Ilíada" y que tiene su origen en la valiente actitud de San Sebastián frente a la lluvia de flechas disparadas contra él. Pero el Padre Delehaye afirma, probablemente con razón, que la tradición debió más bien originarse en la coincidencia entre el fin de una plaga y la invocación de San Sebastián. El hecho de que San Sebastián sea el patrono de los arqueros y de los soldados en general, proviene naturalmente de la leyenda.
En el año 367 una Basílica, una de las 7 principales iglesias de Roma, fue construida sobre su tumba. La iglesia actual fue completada en 1611 por el Cardenal Scipio Borghese. Partes de sus reliquias, fueron llevadas, en el año 826 a San Medard en Soissons.
En la actualidad, una inmejorable forma de medir la fama de San Sebastián, es contabilizar el número de santuarios y templos que dicen contar con un fragmento de su cuerpo a modo de reliquia. Ya en 1821, se enumeran todos y cada uno de los cuerpos del santo que circulaban por aquel entonces en Europa.
El primero de ellos se hallaba, decapitado, en Roma, en las catacumbas de la iglesia homónima.
Cuerpo del Santo en RomaLa cabeza del Santo, separada del cuerpo, formaba parte del tesoro de San Pedro del Vaticano.
Relicario con el cráneo del Santo en BarcelonaEl segundo de los cuerpos se encontraba en la abadía francesa de Saint Medard de Soissons y fue destruido en 1554 por los hugonotes. El tercero y cuarto de los cuerpos del santo se sitúa en las localidades de Piligny, cercana a Nantes y en un suburbio de Narbona, ciudad natal de San Sebastián. En la misma fuente se habla de una cabeza y un brazo localizada en la iglesia de San Saturnino de Toulouse, unos sesos propiedad de los franciscanos de Angers, un brazo en posesión de los jacobinos de la misma villa francesa, amén de otras tantas extremidades en la Casa de Dios en Auvergne, Montbrisson, Forez y Avignon. Otras tantas piezas del cuerpo del Santo se hallan diseminadas en templos de Sevilla, Málaga, Valladolid, Compostela, Palma de Mallorca (a donde llegaron tras una milagrosa travesía en barco que hoy todavía se celebra), Tafalla, Praga, Múnich, Brunswich, Colonia, París, Tréves, Sens, Troyes, Beauvais, Tournay, Aix, Pronza, Bruselas, Marsella y un larguísimo etcétera.
Como curiosidad, destacar lo relatado por el estudioso M. Pouqueville que, investigando sobre la autenticidad de las reliquias del tesoro de la catedral de Raguse, dio con una tibia de exageradas dimensiones, presuntamente atribuida a San Sebastián. Posteriormente se demostró que el hueso pertenecía, en realidad, a un caballo.
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