San Silvestre I

 

                                                                    Papa. 335.

Fue hijo de un romano llamado Rufino. La  "Vita Beati Sylvestri" dice que su madre se llamaba Justa. Su padre, Rufino, le pone desde niño bajo la dirección del prudente y piadoso presbítero romano Cirino, y enseguida se empieza a distinguir por una abnegada caridad, ofreciendo su casa a todos los peregrinos que acudían a visitar la tumba de los apóstoles. 


En una ocasión llama a su puerta Timoteo de Antioquía, gran apóstol de la palabra y de santa vida. Pronto se dan cuenta de ello los paganos, y una noche, cuando vuelve cansado a la casa de Silvestre, es apresado por las turbas y condenado a morir entre los más horribles tormentos. Silvestre no se atemoriza ante el peligro, y poco después, aprovechando las sombras de la noche, se apodera de las reliquias y les da honrosa sepultura.

Sospechando el prefecto de Roma, Tarquinio Perpena de aquel celoso muchacho, y creyendo que acaso guardaba las riquezas que suponía tener Timoteo le manda llamar a su presencia, y entre ambos se entabla este diálogo, que nos han conservado las actas:

- Adora al instante a nuestros dioses -le dice el prefecto- y deposita en sus altares los tesoros de Timoteo, si es que quieres salvar tu vida.

Silvestre no titubea, y más sabiendo la pobreza en que había vivido el mártir de Cristo.

-¡Insensato! -le dice-, yerras si piensas ejecutar tus amenazas, porque esta misma noche te será arrancada el alma, y así reconocerás que el único verdadero Dios es el que tú persigues; el mismo que adoramos los cristianos.

Tarquinio se enfurece y manda encerrar al joven; pero en la misma noche una espina que se le atraviesa en la garganta pone fin a su vida, y con ello Silvestre es puesto en libertad.

Sea lo que fuere del hecho, la verdad es que Silvestre era apreciado en la Roma de entonces por su humildad y apostolado, y muy pronto, a los treinta años, es ordenado sacerdote por el Papa San Marcelino. 


Horas difíciles eran aquellas para la Iglesia. Desde el año 286, el Emperador Diocleciano había asociado al Imperio al nada escrupuloso Maximiano Hercúleo, y poco más tarde ambos augustos adoptan como césares a Constancio Cloro para las Galias y Bretaña y al cruel Galerio para el Oriente. A qué obedeció la nueva postura de Diocleciano, se desconoce en parte; pero pronto se iba a organizar en su reinado una terrible persecución, que llevaba el intento de deshacer desde sus cimientos toda la Iglesia.

Por otra parte, no faltaban disensiones entre los mismos fieles, y sobre todo se hacia más acuciante el peligro de una nueva secta, el donatismo, que iba teniendo grandes prosélitos entre los cristianos de África. Silvestre toma parte por la ortodoxia, creándose pronto enemigos, pero esto no impide para que la Iglesia de Roma tenga puestos sus ojos en aquel varón de Dios, "puro, de piedad ferviente, mortificado y humilde", como le retratan las actas, y a quien había de designar para suceder al Papa San Melquiades en la silla de San Pedro.

San Silvestre es elegido Papa el 31 de enero del año 314, siendo cónsules Constantino y Volusiano y en el año noveno del imperio de Constantino. Largo va a ser su pontificado (23 años, 10 meses y 11 días) y lleno de grandes acontecimientos. Un año antes, en febrero del 313, había sido decretada la libertad de la Iglesia por el edicto de Milán, y desde entonces cuenta con el apoyo decidido del emperador y con la simpatía de los numerosos prosélitos que se presentan cada día.

El paganismo, sin embargo, no podía acomodarse al nuevo sesgo que tomaban las cosas. Y de ser cierto lo del bautismo de Constantino que nos cuentan las actas, habríamos de encajarlo precisamente en estos primeros años del nuevo Papa. Parece ser que, en una de las ausencias del Emperador, los magistrados de Roma se aprovecharon para iniciar de nuevo la persecución. 

Silvestre mismo tiene que salir de la ciudad, y se refugia con sus sacerdotes en el monte Soracte o Syraptim, llamado después de San Silvestre, y que dista unas siete leguas de Roma. Cuando vuelve Constantino, se encuentra de manos con una tragedia dentro de su misma familia, pues nada menos que a Crispo, su hijo y heredero, se le acusaba de haber cometido adulterio con su segunda mujer, Fausta. Llevado de la cólera, el Emperador manda darle muerte: pero es castigado de improviso con una repugnante lepra, que le cubre todo el cuerpo. 


Enseguida acuden a palacio los médicos más renombrados, que se ven impotentes en procurarle remedio, y como última solución, y para aplacar la ira de los dioses, le proponen bañe su cuerpo en la sangre todavía caliente de una multitud de niños sacrificados con este fin. Cuando se van a hacer los preparativos y ya el cortejo imperial iba a subir las gradas del Capitolio, Constantino se conmueve ante los gemidos de las madres de los inocentes, que piden misericordia, y ordena se retire inmediatamente el sacrificio. Aquella misma noche se le aparecen en sueños dos venerables ancianos, Pedro y Pablo, que le recomiendan busque al obispo Silvestre, que está escondido, el cual les mostrará el verdadero baño de salvación que le curaría.

A la mañana siguiente aparece por las calles de Roma, y conducido con toda pompa por la guardia pretoriana, Silvestre, el perseguido. El encuentro con el emperador es benévolo. Entablan un diálogo de pura formación cristiana, y al fin el Pontífice le increpa con toda solemnidad: "Si así es, ¡oh príncipe!, humillaos en la ceniza y en las lágrimas, y durante ocho días deponed la corona imperial, y en el retiro de vuestro palacio confesad vuestros pecados, mandad que cesen los sacrificios de los ídolos, devolved la libertad a los cristianos que gimen en los calabozos y en las minas, repartid abundantes limosnas, y veréis cumplidos vuestros deseos".

Constantino lo promete todo, se fija el día para el bautismo, y, llegados por fin ante el baptisterio de San Juan de Letrán, se despoja el emperador de todas sus vestiduras, entra en la piscina, es bautizado por San Silvestre, y cuando sale, ante la expectación de todos, aparece completamente curado. De ahora en adelante, dicen las actas, Constantino será el gran favorecedor de los cristianos, y, no contento con eso, va a dejar al Papa su sede de Roma, retirándose con toda su corte a Constantinopla.


Toda esta historia nos indica, al menos, la gran preponderancia que iba tomando la Iglesia frente al Estado. De ello se ha de aprovechar San Silvestre para reconstruir iglesias devastadas y enmendar las corrompidas costumbres. Entre las nuevas leyes que bajo la égida del Pontífice iba a dar el emperador, sobresalen: la validez de la emancipación de esclavos realizada ante la Iglesia, el descanso dominical, normas contra los sodomitas; la educación de los hijos, revocación del destierro a que estaban condenados los cristianos, restitución de sus bienes, revocación de las leyes Julia y Popea contra el celibato, reconociendo de este modo la posibilidad de un celibato santo dentro del cristianismo: varios decretos asegurando el foro judicial de los clérigos, prohibición de los agoreros, de los juegos en que iban mezclada la inmoralidad y el engaño, etc., etc. Roma iba, de este modo, muriendo a su tradición pagana, para renacer poco a poco a la nueva Roma cristiana.

También el Pontífice envió delegados al I Concilio Ecuménico. Lo que no se conoce con exactitud es si Constantino había llegado a algún acuerdo previo con Silvestre respecto a la convocatoria del Concilio, ni tampoco si existió la autorización papal expresa en el decreto, además de las firmas de los Legados.

Durante el Pontificado de Silvestre fueron construidas en Roma las grandes iglesias auspiciadas por Constantino, por ejemplo: la Basílica y el Baptisterio del Laterano cerca del antiguo Palacio Imperial donde vivía el Papa, la Basílica del Palacio Sesoriano (Santa Croce), la Iglesia de San Pedro en el Vaticano, y varios templos sobre las tumbas de los mártires. 

                                                          
                                                        Basílica de Letrán, Vaticano

Sin duda que el Papa colaboró en la construcción de esas iglesias. La memoria de Silvestre está especialmente relacionada con la iglesia titular de Equicio, que toma su nombre del presbítero romano del que se cuenta que construyó dicho templo en su propiedad. Estaba situada cerca de las termas de Diocleciano, y aún existe. Parte de lo que queda del edificio parece datar del siglo IV.

Además, se sabe que fue en su tiempo que se redactó el primer martirologio de mártires romanos. También se conecta a Silvestre con la escuela romana de canto. Construyó una iglesia sobre las catacumbas de Priscila, en la Vía Salaria, cuyas ruinas ya fueron sacadas a la luz. Fue en esta iglesia donde fue sepultado el Papa.

                                                       
                                                    Catacumbas de Priscila
                             
Fue el primero en ceñir la Tiara. Celebró el Primer Concilio Ecuménico de Nicea que formuló el Credo. 

Creó la Corona Férrea con un Clavo de la Cruz. Convirtió el Palacio Lateranense en San Juan de Letrán, la primera Catedral de Roma.


                                                                      
                                                                    Corona Férrea

El largo pontificado de San Silvestre (del 314 al 335) transcurrió paralelo al gobierno del Emperador Constantino, época muy importante para la Iglesia que acababa de salir de la clandestinidad y de las persecuciones. Fue en ese período cuando se formó una organización eclesiástica que duraría varios siglos. En esta obra tuvo Constantino un lugar de consideración. Este, efectivamente, era el heredero de la gran tradición romana imperial y por eso se consideraba el legítimo representante de la divinidad (nunca renunció a ostentar el titulo pagano de “Pontifex Maximus´), y por tanto del Dios de los cristianos.

                                                          
                                                     Emperador Constantino

Fue él, por tanto, y no el Papa Silvestre, quien convocó en el 314 un sínodo para acabar con el cisma que había estallado en África; y fue también él quien convocó en el 325 el Primer Concilio Ecuménico de la historia, en Nicea (Bitinia), residencia veraniega del Emperador.

Al obrar así, Constantino introdujo un método de intromisión del poder civil en los asuntos eclesiásticos que tendría desastrosas consecuencias. Pero por ahora las consecuencias fueron positivas, entre otras cosas por la buena armonía que reinaba entre el Papa Silvestre y Constantino. Este, en efecto, no ahorró sus aprobaciones y sus apoyos aún económicos para la vasta obra de construcción de edificios eclesiásticos.

Precisamente Constantino, en su calidad de “Pontifex Maximus”, fue quien pudo autorizar y consentir el “sacrilegium” de construir una gran basílica en honor de San Pedro sobre la colina Vaticana, después de haber parcialmente destruido o tapado el cementerio pagano, descubierto por las excavaciones ordenadas por Pio XII en 1939. Fue también la colaboración entre el Papa Silvestre y Constantino la que permitió la construcción de otras dos importantes basílicas romanas, una en honor de San Pablo sobre la vía Ostiense, y sobre todo la otra en honor de San Juan. Inclusive, Constantino quiso manifestar su simpatía por el Papa Silvestre dándole su mismo palacio lateranense, que desde entonces y por varios siglos fue la residencia de los Papas.

                                
                                  Basílica de San Pedro construida por Constantino

A San Silvestre le regaló Constantino, el Palacio de Letrán en Roma, y desde entonces estuvo allí la residencia de los Pontífices. Dicen que a San Silvestre le correspondió el honor de bautizar a Constantino, el Primer Emperador que se hizo cristiano (todos los anteriores habían sido paganos). 

Constantino manifiesta una verdadera simpatía por la nueva religión, pero no por eso deja de vivir en su juventud el paganismo depurado de su padre, Constancio Cloro. Cuando se proclama Emperador en el año 306, adopta con la diadema el culto a la tetrarquía romana, y especialmente el de Júpiter y Hércules. 


Su contacto con los cristianos le lleva a un monoteísmo especial, que se concreta en el culto del sol invictus. Más tarde, cuando vence a su rival Majencio en el 312, Constantino aparece identificado del todo con el cristianismo; pero este es supersticioso y con gran reminiscencia pagana. De hecho, nunca abandona las atribuciones de Pontífice Máximo, concibe el cristianismo como una religión imperial, semejante a la anterior, y en su misma vida no ofrece nunca las características de un auténtico convencido.

El Papa San Silvestre luchó contra el Arrianismo. El Arrianismo debe su nombre al Obispo Arrio (256-336), quien se formó en Antioquía. Fue sacerdote de Alejandría y después Obispo libio, y desde aproximadamente el 318 difundió la creencia de que no hay tres personas en Dios, sino una sola persona, el Padre. Afirmaba que Jesucristo no era divino, sino alguien que fue creado por Dios para apoyarlo en su plan. Al ser creado por Dios, hubo un tiempo en el que no existía, deduciéndose de esto que el Verbo no es eterno, o sea no es divino. En poco tiempo, con estas ideas, consigue formar un gran grupo de seguidores en Alejandría.


La ortodoxia reveló siempre que Cristo era Dios encarnado en un hombre, no era un hombre influido ni creado por Dios, era Dios, y jamás retrocedió de esta afirmación. Sin embargo, al ser esto considerado como un misterio, es comprensible que no fuera aceptado por muchísima gente que, como los seguidores de Arrio, se inclinaban por pensamientos más racionales, por lo tanto más comprensibles. 

En el año 320, Alejandro, Obispo de Alejandría, convoca un Sínodo de mas de 100 Obispos de Egipto y Libia que excomulga a Arrio por sus ideas heréticas. El arrianismo, sin embargo, se extiende por todo el Oriente rápidamente, sobre todo en las grandes masas de gente humilde, campesinos, siervos y soldados. 

En el año 325, el Emperador Constantino convoca el Concilio de Nicea, que condena al arrianismo a instancias del diácono de Alejandría y jefe del partido antiarriano, San Atanasio, que consigue crear una definición de la fe ortodoxa:

 "Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre..."


Arrio fue condenado al destierro, al igual que Eusebio de Nicomedia y otros muchos partidarios. A pesar de las duras conclusiones del Concilio de Nicea, Constantino, al que probablemente le preocupara más el apoyo que podía lograr del cristianismo que la doctrina en sí, fue convencido por su entorno para perdonar a Eusebio, y poco a poco a todos los demás, incluso a Arrio, pero este muere en 336 antes de poder regresar.

A la muerte de Constantino, su hijo Constancio (337-361) apoyó al arrianismo, que terminó introduciéndose en casi todo el ejército y en los numerosos bárbaros que vivían en el Imperio y que lo llevarían luego a Occidente. 

En un Concilio celebrado en Antioquía en 341, Eusebio de Nicomedia logró hacer aceptar varias fórmulas de la doctrina arriana sobre la naturaleza de Cristo pero tuvo tal oposición, que los Emperadores, Constancio en Oriente y Constante en Occidente llamaron a un Concilio en Sárdica (Sofía) que eliminó todas las herejías del Concilio de Antioquía y depuso a varios Obispos arrianos, reponiendo a muchos ortodoxos, entre ellos Atanasio, anteriormente proscrito. 


A la muerte del Emperador Constancio en 361, el arrianismo se quedó sin su protector, y poco a poco fue prohibido en todo el Imperio, bajo la guerra declarada de los Padres de la Iglesia, los capadocios San Basilio y San Gregorio Nacianceno. La muerte oficial del arrianismo se produjo en el Concilio de Constantinopla del año 381, aunque siguió vivo por muchísimos años pero con muy pocos seguidores.


Resulta ésta una de las herejías más importantes surgidas desde dentro del Cristianismo. Su nombre recuerda a su promotor, el sacerdote libio y al parecer de origen judío, Arrio, dotado de una gran elocuencia y erudición. Discípulo de Luciano de Antioquía (fundador de una célebre escuela teológica), fue ordenado sacerdote ejerciendo su ministerio en Baucalis, una de las 9 iglesias de Alejandría. No fue sino hasta haber alcanzado la edad de 60 años en el 320, cuando comenzó a predicar sus particulares doctrinas, caracterizadas por un descarnado realismo teológico tendiente a eliminar el sentido del ‘misterio’ que, para muchos, se debió a una fuerte influencia de las escuelas filosóficas vigentes por entonces (aristotelismo, platonismo, estoicismo y muy especialmente las enseñanzas del judío alejandrino, Filón). 

Tales influencias resultaron a la postre, la clave para que sus ideas se impusieran rápidamente entre sus contemporáneos. Arrio enseñaba que Dios era uno, trascendental al mundo, en el que no había más que un principio, el Padre. Si bien no negó explícitamente la doctrina Trinitaria, la comprensión que hacía de la misma lo alejó definitivamente de la ortodoxia. Así, al identificar los términos engendrado y creado, creía que el Verbo no podía ser equiparado a Dios-Padre puesto que Aquél era la primer creación de Dios, superior a todas las demás, al que solía designar con los títulos de Logos, Sophía y hasta Dios, pero aclarando que el Hijo no era igual ni consubstancial al Padre, ya que, entre el Verbo y Dios existía una abismo de diferencia. 


Recurriendo a sus propias palabras, Arrio afirmaba “el Hijo no siempre ha existido, el mismo Logos de Dios ha sido creado de la nada, y hubo un tiempo en que no existía; no existía antes de ser hecho, y también Él tuvo comienzo. El Logos no es verdadero Dios. Aunque sea llamado Dios, no es verdaderamente tal”. 

En consecuencia, para Arrio, el Hijo era una especie de Demiurgo, un segundo Dios, en otras palabras, un intermediario entre Dios y las criaturas, no engendrado sino creado, y que tuvo a su cargo la creación. Su enérgico rechazo a la doctrina de la generación estuvo motivada en impedir, por considerarlo inadmisible, una visión dualista del Dios uno y único. Tampoco llegó al extremo de negar la Encarnación del Verbo, sin embargo creía que Cristo no era una persona divina, ya que el Logos encarnado no era verdadero Dios. Por otra parte, su interpretación lo llevó a considerar que el Verbo al encarnarse ocupó el lugar del alma humana, por lo que Cristo carecía de ella. Sus doctrinas relativas al Espíritu Santo siguieron la misma suerte que las del Verbo, esto es, resaltó su condición de creatura, pero de un rango aún inferior a la de Aquél. 

La historia nos relata la rápida difusión que las doctrinas arrianas tuvieron por el Imperio Romano, principalmente entre los cuadros militares, los nobles y hasta el clero (sobre todo del norte de África y Palestina).

 Ante el imparable proselitismo de los arrianos y advertido de sus nefastas doctrinas, el Obispo de Antioquía, Alejandro, actuó en consonancia, generándose una fuerte controversia entre los dos partidos en pugna: el católico y el arriano. Ante ese estado de cosas, el Emperador Constantino I, el Grande, quien en un principio se mantuvo al margen, junto al Papa San Silvestre I,  decidieron convocar a un Concilio que zanjara el asunto. 


Previo a ello, en el año 324, y gracias a la prédica del Obispo de Córdoba, Osio, se convocó a un Sínodo donde Arrio y sus doctrinas fueron condenadas. Así, en Nicea, se llevó a cabo el I Concilio Ecuménico, en el que participaron 318 Padres Conciliares entre los cuales se encontraban los Legados del Papa y los representantes del arrianismo. Estos últimos al negarse a firmar el célebre ‘Símbolo de Nicea’ (que reafirmó el llamado ‘Símbolo de los Apóstoles’ y la Encarnación del Verbo) como la condena impuesta a las doctrinas de Arrio, terminaron por retirarse del Concilio.

El texto final del Símbolo dispuso:  

“Creemos: en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de lo visible e invisible, y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado unigénito del Padre, es decir, de la misma sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, engendrado, no creado, consubstancial al Padre, por el cual todas las cosas fueron hechas, las celestes y las terrestres, el cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó y se hizo carne, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos, vendrá a juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo. Más los que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hipóstasis o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia Católica”.

En otras palabras, se reafirmó que Cristo no es un segundo Dios o un semi-Dios, sino que es Dios como el Padre lo es, y sólo Dios es el único mediador a través del Logos (o Verbo), el Hijo de Dios que es Dios, como el Padre es Dios. En consecuencia, sólo Dios puede realizar la divinización a través de la Encarnación y de la Redención. A pesar de la condena recibida, Arrio no se retractó, siendo por ello desterrado. Sin amilanarse, continuó difundiendo sus doctrinas heréticas hasta lograr el favor y la protección de gran parte de la nobleza, del ejército y del clero. 

Por su parte, el Emperador Constantino había relajado en mucho sus medidas contra los arrianos, lo que les permitió (intrigas mediante), acosar al Obispo Atanasio, logrando que sufriera su primer destierro en el año 335. Este gran hombre sufrió durante su vida, cinco destierros ordenados por diversos Emperadores (Constancio, Juliano el Apóstata y Valente) destierros que ocuparon una buena parte de su vida. 

Ello no impidió que en el año 366 fuera rehabilitado en su sede episcopal por el Emperador Teodosio el Grande, puesto que ocupó hasta su muerte en el año 373. A pesar de los esfuerzos de los partidarios de Arrio para lograr su rehabilitación, este murió en Bizancio (336), por lo que sus seguidores decidieron continuar su labor, ganando para su causa inmensas regiones de Europa, particularmente Alemania (con la conversión de los pueblos visigodos) y España, como así también regiones del norte de África. La llegada al trono imperial de Constancio en el 350, implicó que el arrianismo se convirtiera en su religión oficial. 

Así, los arrianos convocaron diversos Sínodos y Concilios, como los de Sirmio  en el 351, Tracia (359) y Constantinopla (360) en los que impusieron una fórmula de fe arriana. 

Esta situación de incertidumbre de los defensores de la ortodoxia duró hasta la llegada al trono de Teodosio el Grande (379-395), quien convocó, junto al Papa San Dámaso I (366-384) a un nuevo Concilio Ecuménico, el I de Constantinopla (381). Allí fue confirmado el ‘Símbolo de Nicea’ y nuevamente condenadas las doctrinas arrianas.

Hombres de la talla de  San Atanasio, San Gregorio Magno y el Obispo de Córdoba (España), Osio, se constituyeron en sus principales detractores. Si bien el arrianismo decayó definitivamente en el siglo VII, no sin antes producir una variante a la que se la llamó semi-arrianismo, muchas de sus teorías, principalmente las cristológicas y trinitarias, renacieron con la Reforma Protestante en el siglo XVI, bajo las ideas de Miguel Servet y por los antitrinitarios liderados por Fauso Socino, entre otros. Contemporáneamente, fueron recogidas por numerosas sectas como es caso de los Testigos de Jehová.

San Silvestre muere el 31 de diciembre del año 337. Fue sepultado en el cementerio de Priscila, en la vía Salaria, en una basílica donde estaba enterrado el Papa San Marcelo, y que desde entonces se llamó de San Silvestre. Por el año 1890 se creyó identificar sus ruinas en el transcurso de unas excavaciones, y por fin lo logra en 1907 el arqueólogo Marucchi. Reconstruida una iglesia sobre los primitivos cimientos, fue inaugurada el 31 de diciembre del mismo año, reinando en la Iglesia el santo Pio X.

Concilio de Nicea:

Es el Primer Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, que se celebró en el año 325 con motivo de la herejía de Arrio (Arrianismo). Anteriormente, en el año 320, o en el 321, San Alejandro, Obispo de Alejandría, había convocado en dicha ciudad un Concilio en el cual más de 100 Obispos de Egipto y Libia anatematizaron a Arrio. Pero éste continuó oficiando en su iglesia y reclutando adeptos. Cuando, finalmente, fue expulsado, se dirigió a Palestina y, desde allí, a Nicomedia. 

Durante este tiempo, San Alejandro publicó su "Epístola Encíclica", que fue contestada por Arrio. A partir de este momento fue evidente que la polémica había llegado a un punto que escapaba a la posibilidad del control humano. Sozomenes menciona un Concilio de Bitinia del que surgió una encíclica dirigida a todos los Obispos solicitándoles que recibieran a los arrianos en la comunión de la Iglesia. Esta disputa, junto con la guerra que pronto estalló entre Constantino y Licinio, complicó la situación y en parte, el agravamiento del conflicto religioso durante los años 322-323.


Finalmente, después de haber vencido a Licinio y haber sido proclamado Emperador único, Constantino se ocupó de restablecer la paz religiosa y el orden civil. Envió cartas a San Alejandro y a Arrio lamentando sus acaloradas controversias relativas a asuntos sin importancia práctica y aconsejándoles que se pusieran de acuerdo sin demora. Era evidente que el Emperador no se daba cuenta entonces de la importancia de la controversia de Arrio.

Osio de Córdoba, su consejero en asuntos religiosos, llevó la carta del Emperador a Alejandría, pero fracasó en su misión conciliatoria. Ante esto, el Emperador, aconsejado tal vez por Osio, pensó que no había mejor solución para restaurar la paz en la Iglesia que convocar un Concilio Ecuménico.

El propio Emperador, en unas respetuosas cartas, rogó a los Obispos de los distintos países que acudieran sin demora a Nicea. Asistieron al Concilio varios Obispos de fuera del Imperio Romano (por ejemplo, de Persia). Las sesiones se celebraron en el templo principal y en el vestíbulo central del Palacio Imperial. Verdaderamente, era necesario un gran espacio para recibir a una asamblea tan numerosa, aunque el número exacto de asistentes no se conoce con certeza.

Eusebio habla de más de 250 Obispos, aunque manuscritos árabes posteriores mencionan la cifra de 2.000, una evidente exageración que imposibilita conocer el número total aproximado de Obispos, así como el de sacerdotes, diáconos y acólitos que, según se dice, también estaban presentes, en gran número. 

San Atanasio, miembro del Concilio, habla de 300 y en su carta "Ad Afros" menciona explícitamente 318. Esta cifra está aceptada casi universalmente y no parece que haya razón alguna para rechazarla. La mayor parte de los Obispos presentes eran griegos; entre los latinos solamente conocemos a Osio de Córdoba, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria, Nicasio de Dijon, Dono de Estridón, en Panonia, y los dos sacerdotes de Roma, Víctor y Vincentius, que representaban al Papa. 

La asamblea contaba entre sus miembros más famosos a San Alejandro de Alejandría, Eustasio de Antioquía, Macario de Jerusalén, Eusebio de Nicomedia, Eusebio de Cesárea y Nicolás de Myra. Alguno de ellos habían padecido durante la última persecución; otros no estaban suficientemente familiarizados con la teología cristiana. Entre los miembros figuraba un joven diácono, Atanasio de Alejandría, para quien este Concilio fue el preludio de una vida de conflictos y de gloria.

El año 325 es aceptado, sin duda, como el del Primer Concilio de Nicea. La apertura del Concilio se realizó por Constantino con gran solemnidad. El Emperador esperó, antes de realizar su entrada, a que todos los Obispos hubiesen ocupado sus lugares. Vestía de oro y estaba cubierto con piedras preciosas, según la costumbre de los soberanos orientales. Se le preparó un trono de oro y sólo después de que el Emperador hubiera ocupado su sitio los Obispos pudieron tomar asiento. 

Después de ser saludado en una breve alocución, el Emperador pronunció un discurso en latín, expresando su deseo de que se restableciera la paz religiosa. El Emperador abrió la sesión en calidad de presidente honorífico y, además, asistió a las sesiones posteriores, pero dejó la dirección de las discusiones teológicas, como era justo, en manos de las autoridades eclesiásticas del Concilio. Parece que el presidente fue, realmente, Osio de Córdoba, asistido por los representantes del Papa, Víctor y Vincentius.

El Emperador empezó por hacer comprender a los Obispos que tenían entre manos un asunto más importante y de más envergadura que las simples polémicas personales y las interminables recriminaciones mutuas. Sin embargo, tuvo que aceptar la imposición de escuchar las últimas palabras de los debates que habían tenido lugar previamente a su llegada. 

Rufino nos dice que se celebraron sesiones diarias y que Arrio era citado a menudo antes de la asamblea; sus opiniones se discutían seriamente y se escuchaban con atención los argumentos en contra. La mayoría, especialmente quienes eran defensores de la fe, se declararon enérgicamente contra las impías doctrinas de Arrio. San Atanasio nos asegura que las actividades del Concilio no se vieron, de ninguna manera, perturbadas por la presencia de Constantino. En aquella época, el Emperador había escapado de la influencia de Eusebio de Nicomedia y estaba bajo la de Osio, a quien, junto con San Atanasio, hay que atribuir una influencia preponderante en la formulación del símbolo del Primer Concilio Ecuménico, del cual el texto que figura a continuación es una traducción literal:

“Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la sustancia [ek tes ousias] del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre “homoousion to patri” por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tierra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y volverá para juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo. Aquellos que dicen: hubo un tiempo en el que Él no existía, y Él no existía antes de ser engendrado; y que Él fue creado de la nada (ex ouk onton); o quienes mantienen que Él es de otra naturaleza o de otra sustancia [que el Padre], o que el Hijo de Dios es creado, o mudable, o sujeto a cambios, [a ellos] la Iglesia Católica los anatematiza”.

La adhesión fue general y entusiasta. Todos los Obispos, salvo 5, se declararon prestos a suscribir dicha fórmula, convencidos de que contenía la antigua fe de la Iglesia Apostólica. Los oponentes quedaron pronto reducidos a dos, Teón de Marmárica y Segundo de Tolomeo, que  fueron exilados y anatematizados. Arrio y sus escritos fueron también marcados con el anatema, sus libros fueron arrojados al fuego y él fue exiliado a Iliria. Las listas de los firmantes han llegado hasta nosotros muy mutiladas, desfiguradas por los errores de los copistas.

Una vez acabadas las sesiones del Concilio, Constantino celebró el vigésimo aniversario de su ascensión al imperio e invitó a los Obispos a un espléndido banquete, al final del cual cada uno recibió ricos presentes. Varios días después el Emperador solicitó que tuviera lugar una sesión final, a la cual asistió para exhortar a los Obispos a que trabajaran para el mantenimiento de la paz; se encomendó a sus oraciones y autorizó a los Padres de la Iglesia a que regresaran a sus diócesis. La mayor parte de ellos se apresuró a hacerlo así para poner en conocimiento de sus respectivas provincias las resoluciones del Concilio.

Otros Concilios:

Concilio de Constantinopla: año 381

Nicea no fue suficiente para resolver el conflicto arriano; más aún, los enfrentamientos entre nicenos y arrianos fue en aumento. Los emperadores Constancio (337-361) y Valente (364-378) favorecieron el arrianismo, por lo que el problema lejos de resolverse se agravó, añadiéndosele uno más: el Macedonianismo. 

El macedonianismo es una herejía derivada del pensamiento arriano. El obispo de Constantinopla, Macedonio negó la divinidad del Espíritu Santo, lo consideraba inferior al Hijo y éste inferior al Padre. San Atanasio llamó a los seguidores de este obispo "pneumatómacos" es decir, luchadores contra el Espíritu Santo. 

Muchos obispos orientales pedían la celebración de un concilio, para resolver las controversias teológicas habidas desde Nicea. El Emperador Teodosio (378-395) convocó un nuevo concilio al que asistieron unos 150 obispos, todos ellos orientales. No fueron invitados los obispos occidentales, por lo que en un principio, este concilio no fue considerado como ecuménico. Años después, el Concilio de Calcedonia (451) cuarto ecuménico, lo consideró como tal. 

Este Concilio fue convocado en mayo de 381 por el Emperador Teodosio para proporcionar una sucesión católica a la sede patriarcal de Constantinopla, confirmar el símbolo de fe de Nicea, reconciliar a los semiarrianos con la Iglesia y poner fin a la herejía macedonia.

Originalmente era sólo un Concilio de la Iglesia de Oriente; son inválidos los argumentos de Cesare Baronio para probar que fue convocado por el Papa San Dámaso I. Estuvieron presentes 150 obispos católicos y 36 obispos heréticos (macedonios y semi-arrianos), y fue presidido por Melecio de Antioquía; después de su muerte, por los sucesivos Patriarcas de Constantinopla, San Gregorio Nacianceno y Nestorio.


El Espíritu Santo es verdadero Dios, como el Hijo y el Padre. (Símbolo Niceno  Constantinopolitano). Nestorio, Patriarca de Constantinopla, negó la unión del Verbo Divino con la humanidad en unidad de persona; afirmó que Jesús era un puro hombre en quien habitaba el Hijo del Eterno Padre, y si Jesús no era Dios tampoco María podía ser Madre de Dios.

También fue condenada la doctrina de Pelagio y Celestino que negaban la transmisión del pecado de Adán a su descendencia y defendían la bondad, puramente humana para hacer el bien sin el concurso del auxilio divino.

La primera medida fue confirmar a Gregorio Nacianceno como obispo de Constantinopla. Las actas de este concilio han desaparecido casi totalmente; sus procedimientos se conocen principalmente por las narraciones de los historiadores eclesiásticos SócratesSozomen y Teodoreto. 

Hay buena razón para creer que redactó un tratado formal (tomos) sobre la doctrina católica de la Trinidad, también en contra del apolinarianismo. Este importante documento se ha perdido, excepto el primer canon del concilio y su famoso Credo (Niceno-Constantinopolitano). Este último es tradicionalmente tomado como una ampliación del Credo de Nicea, con énfasis en la divinidad del Espíritu Santo. Sin embargo, parece tener un origen más temprano, y fue compuesto probablemente (369-373) por San Cirilo de Jerusalén como una expresión de la fe de esa Iglesia, aunque su adopción por este concilio, le dio una autoridad especial, tanto como credo bautismal como fórmula teológica. 


Recientemente Harnack, ha mantenido, sobre bases no muy concluyentes, que no fue hasta después del Concilio de Calcedonia (451), que este credo (la fórmula de Jerusalén con la adición de Nicea) fue atribuido a los Padres de ese Concilio. En Calcedonia, ciertamente, fue recitado dos veces y aparece dos veces en las Actas de ese Concilio; fue también leído y aceptado en el Sexto Concilio General que se efectuó en Constantinopla en el año 680. La muy antigua versión latina de su texto se debe a Dionisio el Exiguo.

Tras el Primer Concilio de Constantinopla, las disputas teológicas acerca de la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, fueron sustituidas por las disputas cristológicas acerca de cómo se integraban en Jesucristo sus naturalezas humanas y divinas, y que darán lugar al nestorianismo, el monofisismo y el monotelismo.

Concilio de Éfeso: año 431

San Celestino I contra el nestorianismo. En el reinado de Teodosio el Joven. Definió la unidad de persona en Cristo y la maternidad divina de María. Cristo, Dios-Hombre es un solo sujeto (=Persona); la unión hipostática es substancial, no accidental, física, no moral. Condenación de los errores pelagianos.

Una vez solucionada la cuestión trinitaria a finales del siglo IV, los años siguientes estarán marcados por las discusiones cristológicas. En Oriente, Apolinar de Laodicea (+ 390) había negado que Cristo tuviese un alma racional, y sostenía que el Logos divino había tomado en Cristo el lugar del espíritu humano.

Como reacción varios sínodos reafirmaron la humanidad plena de Cristo y condenaron la doctrina de Apolinar. Surgieron en Oriente dos escuelas opuestas. Una situada en Alejandría subrayaba la unidad entre el Logos divino y la humanidad de Cristo, la llamada cristología Logos-Sarx. Otra, la de Antioquía afirmaba la distinción y la complementariedad de las dos naturalezas en Cristo.

En el 428 el Emperador Teodosio II hizo subir a la sede patriarcal de Constantinopla a Nestorio, monje antioqueno, que dominaba la oratoria. Predicaba la dualidad de naturalezas en Cristo, añadiendo que entre ambas sólo había una unidad moral.

En consecuencia, rechazaba el título de Theotókos dado a la Virgen María, aunque le reconocía el de Christotókos. Según Nestorio, Cristo no era el Hijo de Dios, sino más bien el hombre al que se había unido el Hijo de Dios. Es decir, aborda el problema de Cristo no del lado de la unidad, sino del lado de la dualidad, distinguiendo fuertemente las naturalezas, casi entendiéndolas como dos sujetos autónomos, como dos personas.

Cirilo, obispo de Alejandría tuvo conocimiento de la doctrina nestoriana, probablemente por los embajadores o enviados en la ciudad imperial. Enseguida escribió unas cartas a los monjes de Constantinopla y al mismo Nestorio pidiéndole explicaciones y exponiendo con claridad la doctrina común de la Iglesia.


Cirilo escribe en el 430 una carta al Papa Celestino (422-432) dándole cuenta del problema planteado por Nestorioadjuntándole una traducción latina y una selección de textos patrísticos. Después de la recepción de estos escritos el Papa convoca un sínodo en el 430. En él se condena la doctrina nestoriana y se invita a Nestorio a retractarse bajo pena de excomunión.

Celestino da cuenta de esta decisión a Cirilo, a Nestorio, al clero y al pueblo de Constantinopla y a varios obispos de Oriente. Celestino encomienda a Cirilo la tarea de ejecutar esta sentencia en su nombre y con la autoridad de la Sede romana. En noviembre del 430, Cirilo reúne un sínodo de obispos de la región en Alejandría y redacta un largo documento doctrinal, que en unión con doce anatematismos fue enviado a Nestorio.

Aquí parece que Cirilo sobrepasa las instrucciones del Papa, que no había hablado más que de una retractación, y comete la imprudencia de imponer a Nestorio las fórmulas de la teología alejandrina, que chocaban violentamente con las fórmulas mantenidas por la teología antioquena. Esta actitud de Cirilo hace que Nestorio endurezca su posición y acuse a Cirilo de apolinarismo.


La escuela de Alejandría fue fundada aproximadamente hacia el año 180 por Panteno, pero sus orígenes son probablemente anteriores, algunos los remontan hasta San Marcos el Evangelista; en ella enseñaron grandes teólogos y Padres de la Iglesia. Su método de estudio de las Sagradas Escrituras fue de carácter simbólico-alegórico, muy distinto de los métodos de la exégesis literal propugnados por la Escuela de Antioquía.

Cuatro obispos enviados por Cirilo le entregaron el requerimiento a Nestorio un domingo, el 30 de noviembre o el 7 de diciembre. Pero Nestorio estaba evidentemente bien informado de lo que debía esperar. Se consideró a sí mismo como víctima de una calumnia ante el Papa, y optó por no entregarse en manos de Cirilo. Éste era, en su opinión, no sólo un enemigo personal, sino un teólogo peligroso, que estaba reviviendo hasta cierto punto los errores de Apolinar.

Nestorio tenía influencia sobre el Emperador de Oriente, Teodosio II, al que indujo a convocar un Concilio General para juzgar sobre la discrepancia entre el Patriarca de Alejandría y él mismo, y trabajó tan bien que las cartas de convocatoria del emperador a todos los metropolitanos se publicaron el 19 de noviembre, unos días antes de que los mensajeros de Cirilo llegaran. El Emperador pudo tomar esta decisión sin que pareciera que favorecía demasiado a Nestorio, porque los monjes de la capital, a quienes Nestorio había excomulgado por su oposición a su enseñanza herética, habían apelado también a él para que convocara un concilio. Nestorio, por tanto, no prestó atención al ultimátum del Papa, y rechazó dejarse guiar por el consejo de someterse que le ofreció su amigo Juan, el Patriarca de Antioquía.

El Papa estaba contento de que todo Oriente se uniera para condenar la nueva herejía. Envió a dos obispos, Arcadio y Proyecto para representarle a él y a su concilio romano, y al sacerdote romano Felipe, como su representante personal. Por lo tanto, Felipe tomó el primer lugar, aunque, al no ser obispo, no podía presidir. Probablemente era lógico que el Patriarca de Alejandría sería el presidente. Se ordenó a los legados que no tomaran parte en las discusiones, sino que juzgaran sobre ellas. Parece que Calcedonia, veinte años después, estableció el precedente de que los Legados Papales fueran siempre técnicamente los presidentes de un Concilio Ecuménico, y en lo sucesivo esto fue considerado cuestión lógica, y los historiadores griegos suponían que ese debió ser el caso en Nicea.

El emperador estaba ansioso por la presencia del prelado más venerado de todo el mundo, Agustín, y envió un mensajero especial al gran hombre con una carta en términos honorables. Pero el santo había muerto durante el sitio de Hipona en agosto anterior, aunque los disturbios de África habían impedido que la noticia llegara a Constantinopla.

Teodosio escribió una carta airada a Cirilo, y una atemperada al concilio. El tono de esta última epístola y de las instrucciones dadas al comandante imperial, Conde Candidiano, de ser absolutamente imparcial, son atribuidas por las actas coptas a la influencia ejercida sobre el emperador por el Abad Víctor, que había sido enviado a Constantinopla por Cirilo para actuar como su agente en la corte debido a la veneración y amistad que se sabía que Teodosio sentía por el santo varón.


Nestorio, con 16 obispos, y Cirilo, con 50, llegaron antes de Pentecostés a Éfeso. Las actas coptas nos cuentan que los dos partidos llegaron el mismo día, y que por la tarde Nestorio propuso que todos se reunieran en el oficio de Vísperas. Los demás obispos rehusaron. Memnón, obispo de Éfeso, temía la violencia, y envió sólo a su clero a la iglesia. La mención de un tal Flaviano, que parece ser el obispo de Filippi, arroja alguna duda sobre esta historia, pues ese obispo no llegó hasta más tarde. Memnón de Éfeso tenía cuarenta sufragáneos presente, sin contar doce de Panfilia (a los que Juan de Antioquia llama herejes). Juvenal de Jerusalén, con los obispos vecinos a quienes consideraba como sus sufragáneos, y Flaviano de Filipos, con un contingente de las regiones que consideraban a Tesalónica como su metrópoli, llegaron poco después de Pentecostés.

El Patriarca de Antioquía, Juan, un viejo amigo de Nestorio, escribió para explicar que sus sufragáneos no podrían salir hasta después de la octava de Pascua. (Las actas coptas dicen que había una hambruna en Antioquia). El viaje de treinta días se había alargado por la muerte de algunos caballos; realizaría las últimas cinco o seis etapas con calma. Pero no llegó, y se dijo que se estaba entreteniendo porque no deseaba unirse a la condena de Nestorio. Mientras tanto el calor era sofocante; muchos obispos estaban enfermos, dos o tres murieron. Dos de los metropolitanos de Juan, los de Apamea y de Hierápolis, llegaron y declararon que Juan no deseaba que la apertura del concilio se aplazara por su retraso. Sin embargo, estos dos obispos y Teodoreto de Ciro, con otros 65, escribieron un memorial dirigido a San Cirilo y a Juvenal de Jerusalén, pidiendo que se esperara a la llegada de Juan. El conde Candidiano llegó, con el decreto imperial, y adoptó la misma opinión.

Pero Cirilo y la mayoría determinaron abrir el concilio el 22 de junio, al haber pasado dieciséis días desde que Juan anunció su llegada en cinco o seis. Estaba claro para la mayoría que este retraso era intencionado, y probablemente tenían razón. Aun así es lamentable que no se hicieran todas las concesiones posibles, especialmente cuando aún no habían llegado noticias de Roma. Porque Cirilo había escrito al Papa en relación con una importante cuestión de procedimiento. Nestorio no se había retractado en los diez días fijados por el Papa, y por consiguiente la mayoría de los obispos lo trataban como excomulgado. ¿Se le concedería un nuevo juicio, aunque el Papa ya lo hubiera condenado? ¿O, por el contrario, meramente se le iba a dar la oportunidad de explicar o excusar su contumacia? Uno podía presumir que el Papa Celestino, al aprobar el concilio, pretendía que Nestorio tuviera un juicio completo, y de hecho esto declaraba en su carta que aún estaba en camino. Pero como no le había llegado la respuesta a Cirilo, este santo consideró que no tenía derecho a tratar la sentencia del Papa como una cuestión de discusión ulterior, y sin duda no deseaba mucho hacerlo así.

Nestorio se negó a comparecer ante la asamblea conciliar. En la sesión de apertura se leyó un documento doctrinal de Cirilo sobre la unión hipostática de las dos naturalezas en Cristo. También se leyeron otros documentos que fueron aprobados, y se dio una sentencia condenatoria contra Nestorio privándole de la dignidad episcopal.

En la segunda sesión se incorporaron los legados romanos y aprobaron las actas de la sesión anterior. Mientras tanto, llegaron los antioquenos, con Juan de Antioquía a la cabeza, que se negaron a aceptar la condena de Nestorio y reunieron un anti-concilio, que declaró fuera de la comunión a Cirilo de Alejandría y a Memnón de Éfeso.

Intervino el emperador y trató de resolver la embarazosa situación de dos concilios enfrentados deponiendo a los principales responsables: Nestorio, Cirilo y Memnón. Después de varias sesiones el emperador disolvió el concilio y permitió a San Cirilo y a Memnón regresar a sus respectivas sedes de Alejandría y Éfeso, mientras que Nestorio regresó a su monasterio de Antioquía, siendo sustituido en la sede constantinopolitana por Maximiano.

Continuaron los esfuerzos por llegar a un acuerdo definitivo que fue sancionado en el año 433 entre Cirilo de Alejandría y Juan de Antioquía. Ambos suscribieron un texto doctrinal llamado «fórmula de unión», en la que ambas partes atenuaron las posiciones personales asumidas en el concilio efesino.

De todas formas, la fórmula de unión, expresa en sustancia la doctrina del concilio y la condena de Nestorio. Tampoco hay que olvidar la existencia de un núcleo duro de nestorianos, que tendrán como puntos de apoyo las escuelas de Edesa y Nísibe, y formarán una Iglesia cismática en torno a la sede de Seleucia Tesifonte.

                                          

Desde el punto de vista disciplinar, se puede afirmar que la única decisión propia de este Concilio fue la deposición de Nestorio. De todas maneras, quedó esclarecida la doctrina cristológica, sobre todo si la vemos a la luz de las definiciones posteriores, especialmente del Concilio de Calcedonia.

La disputa se centró fundamentalmente en torno al título con el cual debía tratarse a María, si solo Christotokos (madre de Cristo, es decir, de Jesús humano y mortal) o a lo más Theotdócos (portadora de Dios), como defendían los nestorianos, o además el de Theotokos (Madre de Dios o Madre María Santa Virgen, o sea, también del Logos divino), como defendían los partidarios de Cirilo.​ Finalmente se adoptó como verdad de doctrina la propuesta por Cirilo, y se le concedió a María el título de Madre de Dios, y los nestorianos o difisitas, fueron condenados como herejes.

Cabe destacar que esta discusión en cuanto al término Christotokos o Theotokos no tenía a María como centro de atención, sino que se enfocaba en la Cristología que suponía, es decir, si Cristo es un ser formado de dos personas (el Hijo que es Dios por una parte y Jesús entendido como el hijo humano de María por otra parte) en un solo ser (doxa nestoriana) o, por el contrario, la miafisita: doxa que proclama a Cristo ser una persona única: Dios encarnado con aspecto humano. El nestorianismo refutaba el concepto de encarnación, que estaba en juego al discutir los términos griegos anteriores y abrazaba el concepto de cohabitación o yuxtaposición.

La doctrina nestoriana, que sigue las enseñanzas del exégeta Teodoro de Mopsuestia, insiste en el carácter distintivo de la divinidad y humanidad de Jesús, lo que movió a los críticos de esta confesión a acusar a los nestorianos de creer que Cristo no era Dios, sino solo el hijo de María. Concretamente, Nestorio se oponía a que María fuera llamada Theotokos (Madre de Dios) porque le resultaba una incongruencia lógica y una blasfemia.


El nestorianismo fue desterrado del Imperio Romano, y la diáspora nestoriana encontró refugio en el Imperio sasánida. Gran parte de los habitantes del Imperio Persa (en especial en Irak) y los Lajmidas abrazaron esta denominación cristiana conocida en el Imperio Romano con el adjetivo de "nestorianismo".




Los nestorianos realizaron la difusión del cristianismo en Oriente, llegando a India y China, a través de la Ruta de la Seda. Su difusión y expansión por Asia se fue reduciendo con el paso de los siglos, entre otras cosas, por las persecuciones que sufrieron y diferentes escisiones propias, que en algún caso incluso llevó a su unión con Roma. 



En la actualidad, se les conoce de diferentes maneras (principalmente como cristianos asirios) ya que el término nestoriano, utilizado en Occidente, no es aceptado y utilizado por los seguidores actuales de dicho credo. Una de las iglesias nestorianas más extendidas es la Iglesia Asiria de Oriente, encontrándose nestorianos en la actualidad en lugares como India, Irak y Siria y comunidades dispersas por EE.UU.


Los nestorianos representan uno de los ejemplos de comunidades minoritarias cuya labor científica fue vital para Occidente y, aunque casi desconocidos, su legado merece la pena ser recordado.


 Concilio de Calcedonia: año 451

El Concilio de Calcedonia es el IV Concilio Ecuménico de la Iglesia Cristiana. Fue convocado el 8 de octubre del año 451 por el Emperador romano de Oriente, Marciano, a instancias del Papa León I, para refutar las doctrinas adoptadas en el Conciliábulo de Éfeso  del año 499 (en ocasiones llamado ‘Latrocinio de Éfeso’). 

Muchos teólogos alejandrinos no admitían la doctrina definida en Éfeso de la unión de las dos naturalezas en Cristo, pues a su juicio decir dos naturalezas equivaldría a decir dos personas. Según ellos después de la Encarnación, ya no hubo en Cristo dos naturalezas, sino una sola (de allí proviene el monofisismo) porque la naturaleza humana habría sido absorbida por la divina. 


Esta doctrina fue anunciada en Constantinopla por el Archimandrita Eutiques, superior de un monasterio de la ciudad y personaje muy relacionado con la corte. Un Sínodo  presidido por el Patriarca Flaviano le privó de su cargo eclesiástico en el año 448. 

Pero entonces entró en escena, en apoyo de Eutiques, el ambicioso Patriarca de Alejandría, Dióscuro que consiguió que el Emperador Teodosio II convocase al año siguiente (año 449) un Concilio en Éfeso, cuya presidencia asumió el propio Patriarca de Alejandría.

El Papa León I envió legados portadores de una «Epístola dogmática» acerca de la cuestión cristológica, dirigida a Flaviano de Constantinopla. Pero Dióscuro, respaldado por la autoridad imperial, impuso con violencia su voluntad al Concilio: no se permitió la lectura de la carta del Papa, Flaviano fue depuesto y desterrado, se condenó la doctrina de las dos naturalezas en Cristo y se cometieron, en suma, tales desmanes que el Papa León I calificó aquella asamblea de "Latrocinio de Éfeso".


La reacción contra el "Sínodo de ladrones" no se hizo esperar. El Papa San León pidió la reunión de un nuevo concilio; la muerte de Teodosio II y la asunción del Imperio por su hermana la Emperatriz Pulqueria y el esposo de ésta, Marciano, facilitaron el camino. 

El concilio, que se inauguró en Calcedonia el 8 de octubre del año 451, fue el más concurrido de la Antigüedad cristiana, aunque la cifra de 600 obispos dada habitualmente sea excesiva: parece que asistieron alrededor de 360. 

El concilio condenó el "latrocinio" de Éfeso, a Dióscuro y sus secuaces. Las seis primeras sesiones estuvieron totalmente dedicadas a las cuestiones dogmáticas: se leyó el Símbolo niceno-constantinopolitano y la «Epístola dogmática» a Flaviano del Papa León I, que fue aclamada con unánime adhesión: "Es la fe de los Padres, la fe de los Apóstoles. Pedro ha hablado por boca de León". 

Sobre la base de la «Epístola» se redactó una nueva profesión de fe, en la que se definía la doctrina cristológica acerca de los puntos que habían sido objeto de controversia: "profesamos un solo y único Cristo Jesús, Hijo Único, a quien reconocemos en dos naturalezas, sin que haya confusión, ni división, ni separación entre ellas...; los atributos de cada naturaleza son salvaguardados y subsisten en una sola persona y en una sola hipóstasis". La profesión de fe fue suscrita por todos los obispos presentes.


No obstante, el Concilio de Calcedonia supuso la primera división importante en el seno de la Iglesia, en tanto que algunas comunidades cristianas orientales rechazaron las declaraciones de fe conciliares, entre ellas la Iglesia armenia, la Iglesia copta y la Iglesia jacobita.



Además, el Concilio condenó como herético el docetismo y prohibió la ordenación sacerdotal a cambio de dinero. En total, en Calcedonia fueron promulgados 27 cánones, referentes a la disciplina y conducta debidas de los miembros de la Iglesia, así como a la jerarquía de ésta.


Todos ellos fueron aceptados por la Iglesia occidental. Un vigésimo octavo canon, no reconocido por León I, hubiera otorgado al Patriarca de Constantinopla una posición preeminente entre los Patriarcas orientales, en una situación jerárquica similar a la del Papa  en Occidente.

Concilio II de Constantinopla: año 553

Este Concilio, el II de Constantinopla, se convocó como para solucionar discrepancias y atraer a los descarriados monofisitas de los cuales se formaron muchas fracciones, sobre todo en el Medio Oriente y Norte de África. El gran interesado en la unión fue el Emperador Justiniano. Después de interminables divisiones y discusiones se reunió el Concilio y promulgó sus decretos.


Reunido por el Emperador Justiniano, por ausencia del Papa Vigilio. Contra los Tres Capítulos. Condenó los escritos de Teodoro de Mopsuestia y de Teodoro de Ciro contra San Cirilo y el Concilio de Éfeso.

 Se confirma la condenación de los errores precedentes (trinitarios y cristológicos), ratificando el sentido genérico de las definiciones conciliares. Se condenan también los errores derivados de Orígenes junto con los Tres Capítulos influidos de Nestorianismo. 

A Sergio, Patriarca de Constantinopla, se le atribuye esta nueva herejía, llamada (Monotelismo), una voluntad. Admitía en Cristo las dos naturalezas pero le reconocía una sola voluntad. Tenía en mente la idea de atraer a los monofisitas, al tiempo que pensaba no errar en cuanto a la verdad católica. Al tomar fuerza esta opinión y entrar en la polémica grandes personajes de la época, obligó a convocar el Concilio. En Cristo hay dos voluntades, como hay dos naturalezas, aunque sea una sola la Persona, que es la del Verbo.

La teología griega estudia a fondo el problema de Dios y el del Hombre-Dios. Fueron los teólogos griegos los que llevaron a cabo la formulación de los dogmas. Era explicable dado el carácter especulativo de los mismos, en el fondo, herederos de una vastísima cultura filosófica. 


Los teólogos occidentales se ocuparon de los problemas prácticos y morales, como buenos descendientes de la civilización jurídica romana; por esta razón en sus sínodos trataban temas como el de la salvación del hombre, de la redención, de la colaboración a la gracia, de la necesidad de la misma. 

Después de Calcedonia, las aguas seguían revueltas. Los monofisitas rechazaban las personas y los escritos de tres teólogos por ser sospechosos de nestorianismo: Teodoro de Mopsuesta, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. En realidad estos escritos merecían ser condenados, si bien en Calcedonia sus autores habían sido declarados inocentes pues se retractaron del contenido de los mismos. A esta controversia se le llamó la cuestión de los "Tres Capítulos". 

Después de la recepción del Concilio de Calcedoniaquedaba subyacente el acercamiento de los monofisitas, que se resistían a aceptar el concilio por considerarlo nestoriano. Los emperadores estaban especialmente sensibilizados en este tema, por lo que suponía una división dentro del Imperio. Un intento de acercamiento a los disidentes tuvo lugar en el año 484 con el Henotikón, es decir, la "fórmula de unión", pactada por el Patriarca Acacio de Constantinopla con los monofisitas.

En este documento se condenaba tanto a Nestorio como a Eutiques, apelando como único modelo y regla de fe a la "de los 318 padres de Nicea, fuera de la cual no hay ninguna definición de fe". El Henotikón no sólo no supuso un entendimiento con los monofisitas, sino que originó un cisma con Roma, que duró 35 años, hasta el año 519 con la fórmula de Hormisdaselaborada por el Papa de este nombre y suscrita por el Emperador Justino I.

Con la llegada de Justiniano (527-565) al poder, la idea de unidad del Imperio se impone tanto en el terreno político, como en el eclesiástico. El emperador se apoya en las tesis de la llamada «teología neocalcedoniana», que buscaba el acercamiento con los monofisitas. En esta línea hay que entender el decreto imperial de los años 543-544, que se conoce con el nombre de condena de los «Tres capítulos». Se trata de textos de tres teólogos de la escuela antioquena (Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa).

Los monofisitas convencieron al Emperador Justiniano I a que publicara un edicto de condenación de los "Tres Capítulos" y de sus autores. Y así lo hizo en el año 543, con gran indignación de los occidentales que veían en el edicto imperial un rechazo a las decisiones de Calcedonia. 

El Emperador forzó al Papa Virgilio (537-555) a presentarse en Constantinopla para resolver el conflicto. En enero del 547 llegó el Papa a Constantinopla y fue tanta la presión que hicieron sobre él, que el indeciso Papa publicó un documento: el Iudicatum (548) condenando los "Tres Capítulos". Este documento papal provocó en Occidente un gran malestar, pues fue considerado como un rechazo a Calcedonia y un triunfo del monofisismo. 

Alarmado el Pontífice ante la reacción occidental revocó el "Iudicatum" y redactó un nuevo documento, el "Constitutum" (553) y aceptó la convocatoria para un nuevo concilio. En este documento el Papa corrige en parte lo declarado en el "Iudicatum" y lo envía a la consideración de los Padres conciliares. 

El Concilio, en el que participaron unos 150 obispos, se enfrentó al Papa condenando los "Tres Capítulos". El Papa, cansado y enfermo, aceptó las decisiones del Concilio, sirviéndose de otro "Constitutum" (554). Este Concilio condenó una vez más el nestorianismo, pero no logró combatir del todo el monofisismo, que siguió, incluso, más fuerte que antes. El resultado final fue muy pobre, pues en lo dogmático no tuvo importancia y en lo pastoral no se consiguió la unión con los monofisitas. Pero, sobre todo, quedó malparada la figura del Papa Vigilio. 

Un sínodo celebrado en Cartago lanzó la excomunión contra el Papa. El mismo emperador ordenó que se borrara el nombre del Papa de los dípticos de las iglesias. Sus afirmaciones y retractaciones desconcertaron a la Iglesia. En el año 555 moría el Papa Vigilio.

Sus sucesores intentaron explicar a los occidentales el verdadero significado de la condenación de los "Tres Capítulos" y reconocieron este Concilio como el V Ecuménico. Pero la figura del Papa Vigilio quedó maltrecha en la historia de la Iglesia. 

Y para concluir, no es aceptable en modo alguno la conducta de Justiniano I, que trató al Papa Vigilio como un prisionero al que secuestró mediante la policía imperial en el año 545 mientras el Pontífice celebraba misa. Fue conducido bajo escolta hasta Constantinopla y allí sometido a una prisión domiciliaria. Era la consecuencia de un lamentable cesaropapismo, muy en boga en aquellos siglos de nuestra historia.


Concilio III De Constantinopla: años 680-681.


En el reinado de los Papas San Agatón I y San León II. Contra el monotelismo. Condenó al Papa Honorio. 

A pesar de lo condenado en concilios anteriores, el monofisismo continuaba ejerciendo un poderoso influjo en el Oriente europeo. Una nueva doctrina derivada del monofisismo aparece en el mundo oriental: el monotelismo. Su autor fue el Patriarca de Constantinopla, Sergio. 

En un intento de atraerse a los monofisitas, Sergio, partiendo de la unidad personal en Cristo (Éfeso) y de sus dos naturalezas (Calcedonia) afirmó que en Cristo había una sola voluntad (en griego thelema). Con esta fórmula, Sergio intentaba contentar a los católicos ortodoxos al admitir las dos naturalezas y a los monofisitas, pues esa única voluntad era una velada manifestación de una sola naturaleza. Un deseo de agradar a unos y otros. El Emperador Heraclio vio en aquella doctrina la solución del conflicto e inició una campaña de aceptación de la nueva fórmula. Pero ni católicos, ni monofisitas la aceptaron. 

El Patriarca de Jerusalén, Sofronio, en un sínodo celebrado en el 634 condenó el monotelismo defendiendo la dualidad de voluntades en Cristo, derivada de la dualidad de naturalezas. Sergio de Constantinopla, viéndose descubierto, escribió una carta al Papa Honorio restando importancia al asunto y presentando a Sofronio como un espíritu inquieto, a quién debe imponérsele silencio. También Sofronio escribió al Pontífice; éste le contestó pidiéndole silencio. 

El Papa Honorio pensó que aquel asunto no tenía importancia, y que todo era una simple cuestión de palabras. Escribió dos cartas a Sergio y en cierto sentido favorables al monotelismo. La expresión discutida de Honorio es ésta: «unde et unam voluntatem fatemur Domini nostri Iesu Christi» (confesamos una sola voluntad en Jesucristo). Ésta es la histórica "cuestión del Papa Honorio" que fue interpretada de muchas maneras. Lo cierto es que el Papa con su falta de visión contribuyó al rápido desarrollo de la herejía. 

Envalentonado Sergio, redactó una fórmula de fe, la "Ekthesis" en la que abiertamente se proponía el monotelismo. El Emperador Heraclio la respaldó como ley imperial. Los orientales la aceptaron, los occidentales unánimemente la rechazaron. El nuevo Patriarca de Constantinopla, Paulo ideó una nueva fórmula de unión, el "Typus", en la que se imponía silencio a ambas partes. 

El Papa Martín I (649-653) en un sínodo de Letrán, en presencia de 105 obispos condenó la Ekthesis y el Typus, excomulgando a Sergio y a Paulo. El Emperador Constante II mandó prender al Papa Martín que murió en el destierro. 

El nuevo Emperador Constantino IV, de convicciones ortodoxas, quiso poner fin al asunto, e invitó al Papa a la celebración de un Concilio. El Papa Agatón, aceptó complacido la celebración del que sería el Concilio III de Constantinopla (680-681). Envió diez legados con una carta dogmática suscrita por el propio Papa, en la que se definía la doble voluntad en Cristo, la divina y la humana. 

Al Concilio asistieron 170 obispos. Fue leída la epístola de Agatón, con una explicación completísima basada en la doctrina de los Santos Padres. Toda la asamblea aceptó el contenido de la carta, aceptando la doctrina de las dos voluntades como dogma de fe. Se condenó el monotelismo y con él, todos sus cabecillas incluido el Papa Honorio. 


El Papa Agatón murió antes de la finalización del Concilio (septiembre, 681) y su sucesor León II confirmó lo determinado en el Concilio, pero no aceptó que al Papa Honorio se le llamara hereje, sino "negligente". 

Al haberse celebrado este Concilio en la gran sala del Palacio imperial "trullum", se le conoce como Concilio Trullano I; al no haberse dictado en anteriores concilios normas disciplinares, el Emperador Justiniano II convocó un nuevo concilio, el Trullano II. El Papa, ni envió legados, ni lo aceptó, pues en sus 102 cánones se manifiesta una fuerte oposición a la Iglesia latina. Para la Iglesia oriental, el Trullano II goza de carácter ecuménico. 

Posteriormente, el monotelismo hizo causa común con el monofisismo y aún perdura hasta nuestros días.

Concilio II De Nicea: año 787.

Este es el último Concilio Ecuménico aceptado por católicos y ortodoxos. Y difiere bastante de los anteriores.  Hasta el presente, los seis primeros concilios habían tenido un marcado carácter dogmático precisando la verdadera doctrina sobre la Santísima Trinidad y la figura de Cristo. Surge ahora una grave desviación en el culto y en la liturgia, amparada de una manera eficiente por los emperadores bizantinos y es la iconoclastia o persecución de los iconos e imágenes. 

La veneración a las imágenes representadas en pinturas y esculturas se remonta a la época de las catacumbas. Y la Iglesia nunca lo prohibió, salvo en alguna excepción por el peligro de idolatría. 

                                                             Catacumbas de Roma

                                        El Buen Pastor (Catacumba de San Calixto)
                 
                             Cripta de los Cinco Santos (Catacumbas de San Calixto)

Al pueblo cristiano siempre agradó la veneración a las imágenes, pues a través de ellas contactaban con Dios, y veían en la Virgen y en los santos modelos de vida cristiana y de intercesores ante la divinidad. Algo parecido ocurrió con las reliquias. 

Fue el Emperador León III el Isáurico el que inició la persecución iconoclasta. Los motivos no están del todo claros. Unos piensan que se debe al influjo de los judíos, enemigos de las imágenes, otros que a la influencia de los musulmanes, otros que a la actitud de herejes y maniqueos. 

Lo cierto es que en el año 727, León III mandó destruir la imagen de Cristo de uno de los palacios imperiales. 

El pueblo se amotinó asesinando a varios oficiales del emperador. Éste respondió con inusitada crueldad, con cárceles, destierros, mutilaciones, azotes. 

La persecución imperial se convirtió en un vandalismo feroz que destrozó innumerables obras de arte y que llevó al martirio a monjes, clérigos y laicos. Con Constantino V Coprónimo (740) hijo del anterior, la persecución se incrementó destruyendo reliquias e incluso azotando al Patriarca y ensañándose contra centenares de monjes mutilándolos y asesinándolos. 

 El emperador Constantino V, convocó en el año 753 un concilio que se reunió en Hiereia al año siguiente. Los 338 padres se consideraron a sí mismos concilio ecuménico. Pero no hubo representación papal y el concilio no fue recibido más tarde como ecuménico. Su decreto sinodal Horos condenaba las imágenes, afirmando que la única imagen de Cristo era la eucaristía. Siguieron nuevas persecuciones, que se convirtieron en una campaña general contra los monjes que, con el pueblo sencillo, defendían el uso de las imágenes.


En el año 787 se celebró el II Concilio de Nicea, convocado por la Emperatriz Irene. El Papa Adriano (772-795) alabó las buenas intenciones de la Emperatriz y envió dos legados. Asistieron más de 300 obispos. Los enviados pontificios leyeron una carta escrita por el propio Papa y la asamblea exclamó: "así cree, así piensa, así dogmatiza todo el santo sínodo". De esta manera fueron anatematizados los defensores de la herejía iconoclasta.

Se proclamó la licitud del culto a las imágenes, distinguiendo entre "prokynesis" (veneración y respeto) y "latreia" (adoración). A los iconos e imágenes se les venerará y no se les adorará. 

Destronada Irene, reapareció la persecución con León V el Armenio (813-820) y sucesores. Con la Emperatriz Teodora (843) se impuso la paz definitiva. Desde entonces la Iglesia Oriental celebra anualmente la "fiesta de la ortodoxia" en recuerdo a los mártires víctimas del furor iconoclasta. Hoy nadie pone en duda la importancia de los iconos e imágenes en el culto cristiano. 


Constituyen un medio adecuado que nos recuerda que los santos en el cielo son un modelo a seguir y unos intercesores a quienes invocar, evitando las posibles exageraciones que pueden darse en la veneración de sus representaciones pictóricas o escultóricas.

       


Concilio IV De Constantinopla: años 869-970.

Este Concilio fue reconocido como ecuménico por la Iglesia Católica y no por la Iglesia Ortodoxa griega. Un nuevo sínodo realizado en Constantinopla (879-880) y presidido por el rehabilitado Focio rechazó las conclusiones del IV Concilio de Constantinopla. De esta manera se rompía el acercamiento entre ambas Iglesias.

La separación entre Oriente y Occidente fue lenta pero inexorable. Las rivalidades comenzaron desde la división del Imperio Romano a raíz del testamento de Teodosio I. Poco a poco fueron distanciándose ambos bloques por diversos motivos: diferencias de cultura, de idioma, de liturgia, de leyes, de política, de costumbres, de carácter, de mentalidad. 

La Iglesia griega estaba vinculada al poder bizantino; el emperador nombrado destituía a los Patriarcas de Constantinopla según sus conveniencias. En el siglo anterior, el ambiente de ruptura se había incrementado a raíz del furor iconoclasta tan mal visto por los occidentales.

 La reciente creación del Sacro Imperio Romano motivó el distanciamiento de los Papas que, en adelante, ya no buscarán la protección de Bizancio. Dos imperios diferentes y distintos aparecen en el seno de la cristiandad. Las dos iglesias terminarán por no entenderse. 

En el año 847 es proclamado en Constantinopla un nuevo Patriarca, San Ignacio, gran defensor de la fe y de la pureza de costumbres. A un personaje de palacio llamado Bardas, el Patriarca Ignacio le niega la comunión eucarística por vivir incestuosamente con su nuera. Bardas juró vengarse. Acusó a Ignacio de participar en una conspiración contra la vida del propio Bardas.


Ignacio fue desterrado y, en su lugar, fue designado Patriarca de Constantinopla un seglar muy culto, pero ambicioso e intrigante llamado Focio. En seis días recibió todas las órdenes sagradas de manos de un obispos excomulgado. La consagración era ilícita, pero Bardas consiguió que fuera aceptado el nuevo Patriarca. 

Focio reunió un sínodo que declaró depuesto al Papa en el año 867 y escribió dos encíclicas acusando a los occidentales de imponer el celibato a los clérigos, de falsear el símbolo de la fe con la fórmula "Filioque", de no permitir a los sacerdotes administrar la confirmación y de otras menudencias como el afeitarse, ayunar los sábados, usar lacticinios (manjar de leche) en la primera semana de Cuaresma... 

Pero las circunstancias empezaron a ser desfavorables para Focio, pues Bardas caía asesinado. Una revuelta en el palacio imperial provocó el asesinato del Emperador Miguel III el Beodo, gran protector de Focio. 

El nuevo soberano Basilio I depuso a Focio y devolvió la sede patriarcal a Ignacio, restableciendo la paz con Roma. El nuevo Papa Adriano II convocó un concilio: el IV de Constantinopla y envió tres legados. 

El Concilio se celebró en Santa Sofía. Comenzó sus sesiones en octubre del 869 y se clausuró en febrero del 870; se celebraron diez sesiones. En la primera sesión fue juzgado y condenado Focio. Nuevamente se condenó la iconoclastia y se proclamó el carácter primacial del obispo de Roma. Focio estuvo presente en las sesiones quinta y séptima y no quiso reconocer su culpabilidad. 

En la última sesión se presentó el Emperador Basilio y su hijo; en ella se promulgaron 27 cánones. El tercero proclama la veneración de las imágenes del Salvador, de su Madre Inmaculada, de los ángeles y de los santos. El undécimo condena la extraña teoría de la existencia de dos almas por persona: el hombre tiene una sola alma racional e intelectiva. El duodécimo prohíbe la promoción y consagración de obispos nombrados por mandato de los príncipes. 

El diecisiete afirma que los concilios pueden celebrarse sin la asistencia de los príncipes seculares. Y el veintiuno proclama la reverencia y honor "al santísimo Papa de la antigua Roma" y a los demás patriarcas, anatematizando a todo aquel que intentase expulsarlos de su ejercicio pastoral. 

Este Concilio fue reconocido como ecuménico por la Iglesia Católica y no por la Iglesia Ortodoxa griega. Un nuevo sínodo realizado en Constantinopla (879-880) y presidido por el rehabilitado Focio rechazó las conclusiones del IV Concilio de Constantinopla. Este sínodo es considerado como el octavo ecuménico por la Iglesia griega; en él se negó al Pontífice romano toda jurisdicción en el Oriente cristiano. De esta manera se rompía el acercamiento entre ambas Iglesias. 

Años después, Focio murió desterrado y en el olvido. Actualmente es venerado como santo en la Iglesia Oriental. El cisma había comenzado.


Concilio I De Letrán: año 1123

Este Concilio no proclamó ningún dogma. Sus decisiones fueron todas disciplinares. pero se dio un gran paso en la solución de algunos de los graves problemas que afligían a la cristiandad medieval.

Hasta ahora, los Concilios ecuménicos se habían celebrado en el Oriente cristiano, desde ahora se celebrarán en el Occidente latino. El Lateranense I fue convocado por el Papa Calixto II (1119-1124). Y se celebró en la Basílica de Letrán, la Catedral de Roma, sede episcopal del Papa. 

Tres graves problemas afectaban a la Iglesia desde el siglo anterior: la investidura laica, la simonía y la clerogamia. 

Desde antiguo, los obispos eran elegidos por el clero y por el pueblo y consagrados por el metropolitano de la región. Pero con el advenimiento del feudalismo, los nobles, príncipes y reyes empezaron a intervenir en la elección de obispos y de abades, sin tener presente las aptitudes y vocación de los mismos. Los reyes y príncipes conferían la investidura (entrega simbólica del anillo y del báculo) a un obispo a cambio del juramento de fidelidad de éste (vasallaje). Siempre lo hacían al amigo más adicto y fiel, tuviera o no vocación. El resultado fue que estos obispos se convertían en auténticos vasallos de los monarcas y a su vez en "señores" del territorio del obispado. Al morir el obispo, el territorio retornaba al monarca repitiendo de nuevo la concesión de la investidura a otro obispo. 

Muy grave fue también el problema de la simonía o venta de un bien espiritual por un precio material y en este caso la concesión de un obispado al candidato que en pública subasta pagara mejor. Muchos de estos obispos o abades simoníacos compraban el cargo mediante dinero obtenido de préstamos, y luego ya en posesión de su diócesis o monasterio satisfacían la deuda, vendiendo objetos de arte, beneficios, etc. El resultado era lamentable. 


Estos obispos y abades sin vocación, incumplían el deber del celibato (clerogamia), viviendo públicamente con sus concubinas, con el consiguiente daño moral a los fieles. Igual ocurría en el clero. 


No obstante debe advertirse que hasta el Concilio de Letrán (1123) el matrimonio de los clérigos era ilícito, pero no inválido. Por esta razón se comprende que muchos clérigos vivieran con absoluta tranquilidad de conciencia. La Iglesia condenaba todos estos desórdenes y urgía el celibato clerical. A los fieles se les prohibía el trato con los sacerdotes concubinarios; a éstos se les excomulgaba si celebraban la Eucaristía. Pero todas estas medidas resultaron ineficaces. 

El Papa Gregorio VII (1073- 1085) emprendió una serie de reformas e igualmente hicieron sus sucesores; es la llamada "reforma gregoriana". 

El concilio de 1123 está incluido en la serie de concilios ecuménicos. Había sido convocado en diciembre de 1122, inmediatamente después del Concordato de Worms, acuerdo entre el Papa y el Emperador, que había causado satisfacción general en la Iglesia, por poner fin a la concesión arbitraria de beneficios eclesiásticos por parte de los laicos.

Restableció la libertad de las elecciones abaciales y episcopales, separó los asuntos espirituales de los temporales y ratificó el principio de que la autoridad espiritual solamente podía emanar de la Iglesia y, en último lugar, abolía las exorbitantes exigencias de los Emperadores para interferir en las elecciones papales. La emoción causada por este Concordato, el primero firmado, fue tan profunda que en muchos documentos de la época, el año 1122 se menciona como el principio de una nueva era.

El IX Concilio Ecuménico, I de Letrán, tuvo que afrontar, entre otros, el gravísimo problema de las "investiduras". A partir del siglo IV la Iglesia y el Estado fueron estrechando sus relaciones y lo mismo sucedió con los pueblos bárbaros a medida que iban abrazando el Cristianismo. Esta situación si bien era benéfica para el orden civil como para el religioso, sin embargo, en el correr de los siglos surgieron graves dificultades y en especial para la Iglesia.

Los reyes fueron transmitiendo cierta autoridad política a los Obispos y Abades de monasterios en el ámbito de sus jurisdicciones religiosas, y aún títulos de nobleza. Todo esto trajo una intervención directa de los laicos en asuntos totalmente eclesiásticos, como: el nombramiento de obispos y abades, y aún la entrega del báculo y del anillo, propios del cargo; en esto consistía el derecho de investidura laical. Hubo muchos abusos derivados de influencias políticas, parentesco, etc.; candidatos indignos y sin vocación lograron puestos de relevancia en la Iglesia. Para atajar esos escándalos y evitar las intromisiones ajenas se convocó el Concilio.

Se reivindica el derecho de la Iglesia en la elección y consagración de los Obispos contra la investidura de los laicos. Se condena la simonía y el concubinato de los eclesiásticos como herejías. 

En la historia de la Iglesia ha habido hasta ahora 265 Papas como también unos 35 Antipapas, que usurparon la dignidad pontificia durante algún tiempo, debido a influencias políticas de los reyes o desavenencias entre Obispos y Cardenales principalmente.

Siguiendo el deseo del arzobispo de Maguncia, el Papa Calixto II convocó un Concilio General al que fueron invitados todos los obispos y arzobispos de Occidente. 300 obispos y más de 600 abades se reunieron en Roma en marzo de 1123. Calixto II lo presidió en persona.


Ambos originales del Concordato de Worms fueron leídos y ratificados, y se promulgaron 22 cánones sobre disciplina, la mayoría de ellos reforzando los decretos conciliares previos:

Los cánones 3 y 11 prohíben a los sacerdotes, diáconos subdiáconos y monjes casarse o tener concubinas; también se prohíbe que tengan en sus casas mujeres, excepto las aprobadas por los cánones antiguos. Los matrimonios de clérigos son nulos de pleno jure y los que los hayan contraído están sujetos a las penas.

El canon 6 declara la nulidad de las ordenaciones realizadas por el Heresiarca Burdino (Antipapa Gregorio VIII) después de su condena.

El canon 11 es una salvaguardia para las familias y posesiones de los cruzados.

El canon 14, sobre la excomunión de los laicos que se apropian de las ofrendas hechas a las Iglesia y aquellos que fortifican las iglesias como si fueran fortalezas.


Concilio II De Letrán: año 1139

Puede resultar extraño que se convoque un Concilio universal a los dieciséis años de celebrado el anterior. Pero las circunstancias así lo aconsejaron. Pues ocurrió un lamentable cisma en la Iglesia, motivado por las rivalidades de dos familias romanas y de dos grupos de cardenales enfrentados entre sí.

En la misma noche de la muerte del Papa Honorio II (1130), veinte cardenales eligieron de inmediato a Inocencio II con el beneplácito de la familia de los Frangipani. Poco después veintitrés cardenales eligieron a Anacleto II de la familia rival de los Pierleoni. Esta doble elección dio origen a un cisma que duró ocho años. 

El Antipapa Anacleto II gozaba de la simpatía de los romanos y logró mantenerse en Roma. Inocencio II huyó por mar a Francia. Fue San Bernardo quien en un sínodo intervino eficazmente en este problema; apostó por Inocencio II pues había sido elegido antes que su rival. Francia, Inglaterra y España aceptaron esta proposición. 

En aquellos ocho años ocurrieron muchas discusiones y conflictos de orden político y canónico sobre la legitimidad del verdadero Papa, originando una cierta división en la Cristiandad. 

En 1138 muere el Antipapa Anacleto y con su muerte terminó el cisma. Al año siguiente el Papa Inocencio II convocó el Segundo Concilio de Letrán, con la finalidad de dar oficialmente por terminado el cisma. El número de participantes oscila según las fuentes entre 500 y 1.000, algunos de ellos procedentes del Oriente cristiano. En la sesión inicial, el Papa anuló todos los decretos de Anacleto II, depuso a todos los obispos y abades nombrados por él y se mostró intransigente con todo lo realizado por su rival. San Bernardo lamentó esta actitud. 

                                                             Papa Inocencio II
                       

El Concilio condenó ciertos errores dogmáticos divulgados por predicadores populares como Pedro de Bruys y que dieron origen a la secta de los petrobrusianos. Éstos consideraban inválido el bautismo a los niños, defendían la destrucción de los templos, rechazaban la cruz, negaban la presencia de Cristo en la Eucaristía, declaraban la inutilidad de los sufragios y oraciones por los difuntos. Toda la legislación conciliar estuvo inspirada por los cánones de la reforma gregoriana. Prohíbe una vez más la simonía, la usura, el uso de las armas mortales, los torneos, la investidura laica, el concubinato clerical. 

Se impone la "Tregua de Dios". Se prohíbe a los monjes el estudio de la medicina y del Derecho romano. Se declara inválido y nulo el matrimonio de los clérigos a partir del subdiaconado pues hasta entonces el matrimonio clerical era considerado como ilícito. 

El canon 28 confiere a los cabildos catedralicios y a los superiores de la órdenes religiosas el derecho a elegir al obispo. En total de los 30 cánones, solamente dos conciernen a la fe; los restantes tuvieron naturaleza disciplinar. 


El ambiente en la Roma de aquellos años era de una marcada inestabilidad política y que afectaba al Papa como soberano de los Estados Pontificios. Un canónigo de San Agustín llamado Arnoldo de Brescia, discípulo de Abelardo, gran predicador fue también condenado en este Concilio. Criticaba el poder temporal del Papa y la corrupción del clero. Años después, desterrado marchó a Francia, de donde también fue expulsado. A la muerte de Inocencio II, retorna a Roma y proclama la República Romana. En 1155 fue condenado a la hoguera. 


Los Concilios medievales, en general, se centran más en problemas disciplinares que en dogmáticos. La razón es debida a la menor existencia de herejías en este período de la historia, y a la mayor necesidad de reformas en las costumbres y en los comportamientos morales del clero y del pueblo cristiano de la época.

Concilio III De Letrán: año 1179

Nuevamente la Iglesia romana se vio sacudida por un nuevo cisma que duró dieciocho años. Tal situación se explica porque en la Europa cristiana de este período histórico se enfrentan dos partidos o sectores de opinión: los partidarios del Papa o güelfos y los del emperador o gibelinos. 

Ambos partidos discuten sobre la primacía en la cristiandad. Esta lucha por el "dominium mundi" enfrentará a papas y emperadores. En el colegio cardenalicio hay una manifiesta división entre partidarios del Papa y partidarios del emperador. Y en el escenario político aparece un elemento discordante: el Emperador Federico Barbarroja, hombre de grandes dotes caballerescas, de sentimientos cristianos, pero profundamente absolutista y cesaropapista. 

Acababa de morir el único Papa inglés de la historia, Adriano IV. La mayoría de los cardenales eligió a una persona de gran formación, pero odiado por los alemanes, Alejandro III. 

Un pequeño grupo de cardenales, afines al emperador, eligió a Víctor IV. Esta doble elección creó un serio problema en la Iglesia. El emperador Barbarroja convocó un sínodo en Pavía (1160) en el que se proclamó la legitimidad de Víctor IV.

Alejandro III, el Papa legítimo tuvo que huir de Roma y se refugió en Francia, no sin antes haber excomulgado a su rival y desligar a los súbditos del emperador del juramento de fidelidad. 

En 1164 muere el Antipapa Víctor IV. El Emperador hizo elegir un nuevo Antipapa: Pascual III. De nuevo, Alejandro III tuvo que huir. A Pascual III le sucedió otro Antipapa, Calixto III. La situación se complicaba. El propio emperador advirtió que aquel cisma era un obstáculo para su política. Alejandro tuvo la alegría de recibir la sumisión del Antipapa Calixto III (Juan de Struma) que estando cercado en Viterbo por Cristian de Maguncia, acabo rindiéndose y se sometió al Papa en Tusculum (29 agosto 1178) quien le recibió con amabilidad y le nombró gobernador de Benevento. 

                                                         Antipapa Calixto III
          

Algunos de sus seguidores eligieron a otro Antipapa (Inocencio III) pero poco después se sometió y fue confinado en el monasterio de La Cava.

                                                         Antipapa Inocencio III

Al ser derrotado Barbarroja por la Liga lombarda en la batalla de Legnano (1176) el emperador cambió de opinión y en Venecia aceptó como verdadero Papa a Alejandro III; le pidió perdón y el Papa allí presente junto a las puertas de San Marcos, le dio el ósculo de paz (1178). Y así fue como terminó el cisma. Alejandro III regresó a Roma y al año siguiente (1179) convocó el III Concilio de Letrán. 

Asistieron unos 400 obispos y un gran número de abades provenientes de diversos estados europeos, entre ellos de España. Además numerosos embajadores de los reyes y príncipes. No han llegado hasta nosotros las actas conciliares pero conocemos los 27 cánones suscritos por los padres asistentes. 

San Lorenzo, arzobispo de Dublín presidía a los obispos de Irlanda; El Papa consagró en presencia del concilio a dos obispos ingleses y dos escoceses, uno de los cuales había llegado solo con un caballo a Roma y el otro a pie. También estaba presente un obispo de Islandia que no tenía otros ingresos que la leche de tres vacas, una de las cuales se secó y la diócesis le proporcionó otra.

Los dos primeros cánones intentan evitar los posibles futuros cismas, determinando que para la elección válida de un Papa es necesaria una mayoría de dos tercios de votos. Se establece que el candidato al episcopado tenga al menos 30 años cumplidos, debiendo ser elegido por los canónigos de la Catedral. Una vez más se condena el concubinato clerical, la simonía, la usura, la piratería. Incurren en excomunión quienes faciliten armas a los musulmanes. El último canon anatematiza a los cátaros o albigenses y a quienes les ofrezcan alojamiento. Los cátaros se extendieron por gran parte de Europa, especialmente por el sur de Francia. 


Mantenían un odio feroz a la Iglesia, saqueaban e incendiaban templos, asesinaban a clérigos y defendían un dualismo de carácter gnóstico como herencia del maniqueismo. Rechazaban la encarnación de Cristo. Defendían el suicidio y la endura (morirse de hambre) y proclamaban la inmoralidad del matrimonio. La Iglesia vio en ellos un peligro para la fe. Su fanatismo fue causa de la futura Inquisición. Y lo peor era que gran parte de la nobleza los defendía, pues los albigenses manifestaban que a la Iglesia no le era lícito poseer bienes terrenos, pudiendo los nobles despojarla de ellos. No sólo este Concilio los condenó. Otros muchos papas, concilios y sínodos los reprobaron. 

El Concilio III de Letrán fue un concilio trascendental. Sus decretos y cánones disciplinares ejercieron un gran influjo en una sociedad en la que si bien no hubo grandes errores dogmáticos, sí existieron graves desviaciones morales y serias confusiones sobre la naturaleza de la Iglesia y de su jerarquía.

Concilio IV De Letrán: año 1215.

En 1198 fue elegido Papa Inocencio III. Había estudiado teología en París y Derecho en Bolonia. Mejor jurista que teólogo. Gran gobernante y profundamente espiritual. Para Inocencio III, el Papa es el Vicario de Cristo. Cristo, además de Sacerdote, es Rey de reyes. El Papa debe participar de ese doble poder: el espiritual y el temporal. El poder espiritual del Papa es ilimitado. El temporal es de dos clases: "directo", que es el ejercido por el Papa sobre los Estados Pontificios, y el "indirecto" que se extiende a toda la Cristiandad cuando así lo exija el bien espiritual de los ciudadanos; puede pues el Papa desposeer a un príncipe. 

Este Pontífice ha sido injustamente tratado por la crítica; sin embargo nunca fue ambicioso en lo temporal. Fueron las circunstancias de la época las que le motivaron a comportarse como soberano universal llegando a ser el árbitro de Europa. Restauró los Estados Pontificios. Defendió el reino de Sicilia. Intervino en Inglaterra, nación de la que fue soberano feudal. Aragón fue vasallo de la Santa Sede siendo rey Pedro II. Designa a su antiguo pupilo Federico  II para la corona imperial. Portugal, Polonia, Bohemia, Hungría, Bulgaria y Francia mantuvieron estrechas relaciones con este Papa y algunas de estas naciones en régimen cuasi-feudal.


Organizó la Cuarta Cruzada, que fue un fracaso y también la llamada "Cruzada contra los algibenses". 

Pero su obra más singular y trascendental fue el Concilio IV de Letrán (1215). Asistieron 412 obispos y más de 800 abades. Se pretendió un doble objetivo: la reconquista de Tierra Santa y la reforma de la Iglesia en todos sus aspectos. 

Inocencio III se encontró rodeado por 71 patriarcas y metropolitanos, incluyendo los Patriarcas de Constantinopla y Jerusalén; 412 obispos y 900 abades y priores. Los Patriarcas de Antioquía y Alejandría fueron representados por delegados. Aparecieron enviados del Emperador Federico II y de Enrique, Emperador latino de Constantinopla, de los reyes de Francia, Inglaterra, Aragón, Hungría, Chipre , Jerusalén y otros príncipes.

El Papa inauguró el Concilio con una alocución cuyas visiones generales sobrepasaban el poder de expresión del orador. Dijo el Papa que había deseado celebrar esta Pascua antes de morir, se declaró listo para beber el cáliz de la pasión, por la defensa de la fe católica, por el socorro de Tierra Santa y para establecer la libertad de la Iglesia. 

El canon primero con el que comienza el Concilio es una profesión de fe según el símbolo niceno-constantinopolitano. Con él se intenta condenar a los albigenses y a otros herejes. Curiosamente aparece por primera vez el término "transubstanciación" aplicado a la Eucaristía. 

El canon segundo es una reprobación a las confusas doctrinas trinitarias del abad Joaquín de Fiore y a su interpretación teológica de la Historia.  Pese a ser un buen abad y a sus debates teológicos, también se distinguió por sus profecías, fundadas en la exégesis bíblica, gracias a la hermenéutica postulando la historia del mundo en tres eras distintas, una por cada persona de la Trinidad. Defendió una concepción histórica de Dios y la Humanidad, en la cual la historia concluye con una renovación espiritual de la Iglesia, convirtiendo el mundo en un monasterio único que estaría habitado por monjes espirituales ideales. Afirmó que el fin del mundo estaría previsto para 1260. En el IV Concilio de Letrán (1215-16), se condenaron algunas de sus opiniones respecto a la Trinidad, la creación, Cristo Redentor y los Sacramentos; sin embargo no se atacó a su persona, pues ya se había extendido la fama de santidad entre el pueblo. En 1220 el Papa Honorio III lo declaró perfectamente católico y mandó divulgar esta sentencia. Los seguidores de Joaquín de Fiore enviaron una relación de milagros atribuidos a él, con vistas a la canonización.

El canon tercero condena la actitud de los valdenses que con apariencia de piedad, se arrogan la autoridad de predicar sin permiso de la Santa Sede o del obispo del lugar. 

El célebre y todavía actual canon 21 establece como obligatoria para todo creyente, la práctica de la confesión anual y la comunión pascual. Si alguno se negare a ello permanentemente, debe negársele la cristiana sepultura. El confesor queda obligado al secreto sacramental y si lo viola será depuesto de su oficio sacerdotal. 

Otros muchos cánones (en total 70) se refieren a la organización de las diócesis. A los obispos se les encomienda la celebración anual de sínodos; a que designen en las catedrales predicadores y confesores competentes, maestros de gramática y teólogos bien preparados. Se dan normas para fomentar la vida espiritual de los clérigos. Se prohíbe la acumulación de beneficios de una misma persona; se proscriben las tasas arancelarias por la administración de los sacramentos y se recalca la obligatoriedad del Evangelio en lengua vernácula. 

Ante la proliferación de órdenes religiosas, prohíbe el Concilio la fundación de nuevas instituciones. También se regulan los impedimentos de consanguinidad y afinidad de los matrimonios prohibiendo los matrimonios clandestinos.

Los últimos cánones hacen referencia a las relaciones de los cristianos con los judíos prohibiendo los contratos usurarios; los judíos deberán vestir de forma distinta a como lo hacen los cristianos. El último canon es una exhortación a príncipes y cristianos con el fin de liberar los Santos Lugares.

El IV Concilio de Letrán fue también escenario de algunas importantes decisiones políticas. Federico II vio ratificados sus derechos al trono imperial en detrimento del derrotado Otón de Brunswick. La Carta Magna fue objeto de reprobación pontificia.

Por último, el conde Raimundo VI de Tolosa, acusado de entendimiento con los herejes del Mediodía francés, fue despojado de sus tierras en beneficio del jefe militar de la cruzada anti-cátara, Simón de Montfort.

La importancia de este Concilio fue considerable. El conjunto de sus decretos y cánones aprobados y promulgados pasaron en su mayor parte a la legislación del "Corpus Iuris Canonici". Al año siguiente, en julio de 1216, moría Inocencio III. Él se sirvió de su enorme influencia y la puso al servicio de la Iglesia. Su vida privada fue eminentemente sacerdotal y edificante. El historiador protestante alemán Gregorovius lo llamó el "Augusto del Pontificado".

Concilio I De Lyon: año 1245 en Francia

En este Concilio, el Papa Inocencio IV expuso los males que afligían a la Iglesia, comparándolos con las cinco llagas de Cristo.

Para comprender el motivo y el significado de este Concilio hay que remontarse a algunos años anteriores al mismo. El Papa Honorio III coronó como Emperador al nieto de Barbarroja, Federico II (1220). 

Éste prometió bajo juramento, renunciar a sus pretensiones sobre Sicilia y organizar una Cruzada a Tierra Santa. Pero no cumplió su juramento. El Emperador unió la corona de Alemania con la de Sicilia en su hijo Enrique y esta decisión ponía en serio peligro la seguridad de los Estados Pontificios. 

Tampoco emprendió la Cruzada a Tierra Santa ante la grave situación de los Santos Lugares por los ataques de los musulmanes. El Papa Gregorio IX, ante tal actitud, lo excomulgó en el año 1227.

                                                         Papa Gregorio IX

En adelante, el Emperador Federico II que tanto debía a su tutor Inocencio III y al Papa Honorio, se convirtió en el gran enemigo del pontificado. La reacción del emperador fue violentísima; su ensañamiento hacia la Iglesia, indescriptible.


El Papa volvió a excomulgarlo en el año 1229, exonerando a todos sus súbditos del juramento de fidelidad. El Papa Gregorio IX huyó de Roma. Los atropellos contra la Iglesia promovidos por el emperador aumentaron: incautación de los bienes de los monasterios, encarcelamiento y muerte a sacerdotes, destrucción e incendio de templos, procesos a presuntos herejes con penas de muerte. Razón por la cual Gregorio IX organizó la Inquisición episcopal y papal como medida para evitar los abusos imperiales. Fueron diez años de atropellos contra la Iglesia. 

El Papa mandó predicar una especie de cruzada moral contra Federico II. En 1240, Gregorio IX convocó un Concilio, pero Federico II temeroso de que volvieran a condenarlo, mandó interceptar los navíos en los que viajaban los padres conciliares, apresando a tres cardenales y a unos cien obispos. Unos murieron ahogados, otros asesinados y otros encarcelados. Nunca jamás en la Edad Media, el pontificado y la Iglesia habían sufrido tanto.


En 1241, muere Gregorio IX sin haber podido celebrar el concilio y tras un largo periodo de sede vacante fue elegido Inocencio IV (1243-1254). El nuevo Pontífice intentó conseguir una reconciliación con el emperador, pero fue inútil.

                                                            Papa Inocencio IV

Al ser Roma una ciudad insegura marchó el nuevo Papa a la ciudad libre de Lyon y allí convocó el Concilio I de Lyon (Lugdonense I). Asistieron unos 150 participantes, la mayor parte de Francia y de España, pocos de Italia e Inglaterra y muy pocos de Alemania. El discurso de apertura fue lo mejor del concilio. El Papa expuso los males que afligían a la Iglesia, comparándolos con las "cinco llagas de Cristo": la persecución de la Iglesia por parte del emperador, la caída de Jerusalén en manos de los sarracenos, la irrupción de los mongoles en Hungría, el cisma de los griegos y los pecados de los obispos y de los fieles. 

Fue condenado sin paliativos el emperador y depuesto de su cargo, pese a la defensa de su representante. La deposición del emperador fue firmada por todos los obispos presentes y los franciscanos y dominicos fueron encargados de hacerla pública por toda la cristiandad.

 No se publicó ningún decreto dogmático; sólo se trataron cuestiones referentes a la liturgia de los sacramentos, a la elección de los obispos, a la celebración de los cónclaves, a la forma de los juicios eclesiásticos y a otros asuntos de índole moral y penal. El asunto central del Concilio fue la sentencia contra el emperador, acusado de perjurio, de perseguir a la Iglesia, de perturbar la paz y de ser sospechoso de herejía.

Desde 1246 hasta 1250, las luchas entre los güelfos (partidarios del Papa) y gibelinos (partidarios del emperador) ensangrentaron el norte de Italia y el centro de Alemania. 

En Parma, los ejércitos imperiales sufrieron una grave derrota, lo que debilitó el prestigio de Federico II. En 1250 muere el emperador en Apulia no sin antes reconciliarse con la Iglesia y recibir los santos sacramentos, lo que muestra que nunca había perdido la fe. Sin embargo, Dante lo condenó al infierno. 

La sede imperial quedó vacante durante el "Gran Interregno". Esta pugna entre Pontificado e Imperio fue lamentable. Años después el Pontificado sufrió la grave crisis del "Destierro de Aviñón" y el Imperio quedó fragmentado en una confederación de múltiples estados independientes.


La lucha por el "dominium mundi" había sido un fracaso para los Papas y para los Emperadores. El resultado adverso de las cruzada, promovidas por papas y reyes, es un índice significativo de la decadencia de los dirigentes del Occidente cristiano en esta etapa de la historia.

Concilio II De Lyon: año 1274.

En 1250 murió el Emperador Federico II. La sede imperial quedó vacante, el "Gran Interregno". En 1268 es ejecutado en Nápoles su nieto Conradino; con su muerte quedó extinguida la dinastía de los Staufen. 

En 1273, Rodolfo de Habsburgo es designado emperador. El Imperio quedará vinculado desde entonces a la casa de Austria. El título de emperador se convertirá más bien en una dignidad nominal.

Es Francia la nación que, por ser el centro intelectual y económico de Europa, se convierte en la primera potencia de la Cristiandad. Italia y, en concreto los Estados Pontificios, viven en una grave anarquía. Roma es una ciudad inhabitable; dada su inseguridad, los Papas deciden residir en Viterbo, Orvieto o Perusa. El papado busca la alianza y la protección de los soberanos franceses. Los Papas posteriores al Concilio I de Lyon tuvieron escasa importancia; dos de ellos eran franceses. El Colegio cardenalicio estaba muy dividido. Los cónclaves se eternizaban. Tras un largo período de "sede vacante" fue elegido Gregorio X (1271-1276).

Su pontificado fue muy corto y la elección muy acertada. Teobaldo Visconti, que así se llamaba el nuevo Papa, era un seglar, arcediano de Lieja, de noble origen. Estudió en París, donde conoció a Santo Tomás de Aquino y a San Buenaventura. Recibió la ordenación sacerdotal, la consagración episcopal y la coronación papal en San Pedro de Roma.

Su gran obra como Papa fue la convocatoria a un concilio que habría de celebrarse en la ciudad de Lyon y en el interior de la Catedral de San Juan. Asistieron unos 500 obispos, 70 abades y unos 1.000 clérigos; entre ellos personalidades como San Buenaventura, San Alberto Magno, Pedro de Tarantasia (futuro Inocencio V) y Petrus Hispanus (Juan XXI). Fue invitado Santo Tomás de Aquino, pero murió en el viaje. El único rey asistente fue Jaime I de Aragón. También fueron invitados el Emperador Miguel VIII Paleólogo y el Patriarca griego de Constantinopla, pues uno de los objetivos del Concilio era poner fin al cisma griego.

El discurso inicial estuvo a cargo del Papa. Expuso el triple objetivo conciliar: la ayuda a Tierra Santa, la unión con la Iglesia Oriental y la reforma de las costumbres. 

En la segunda sesión se definió dogmáticamente la procesión del Espíritu Santo: procede del Padre y del Hijo, no como de dos principios, sino como de un principio único. Privadamente el Papa fue negociando ante los representantes de las provincias eclesiásticas la concesión de un diezmo destinado a la Iglesia de Oriente. 

En la tercera sesión, Pedro de Tarantasia predicó un sermón sobre la unión de la Iglesia Griega. Se establecieron algunos cánones sobre órdenes sagradas, sobre provisiones eclesiásticas y sobre decretos de excomunión y entredichos. Al final de esta sesión llegaron los embajadores griegos con una carta de Miguel Paleólogo dirigida al Papa. Estos embajadores, entre ellos varios eclesiásticos, se adhirieron al Primado de Roma.

En la cuarta sesión se proclamó la unión de las Iglesias Latina y Griega, aceptando los griegos el abandono del cisma y la "total obediencia" al Romano Pontífice. 

El Emperador Miguel Paleólogo había dado instrucciones muy precisas a su delegación con el fin de restablecer la comunión entre las dos iglesias. Los motivos que él tenía, no sólo eran religiosos sino que también había razones políticas. De hecho, lo contencioso no fue estudiado a fondo, y los delegados del Emperador aprobaron sin discusión real la profesión de fe que se les había presentado y que contenía el reconocimiento del primado del Papa, el principio de la apelación a Roma como recurso supremo en materia eclesiástica, la mención del nombre del Sumo Pontífice en la liturgia.

Aceptaron la fórmula de los latinos sobre la procesión del Espíritu Santo, es decir, la adición en el Credo del Filioque.  Filioque (en latín), que se traduce como "y del Hijo", es una cláusula insertada por la teología cristiana en la versión latina del símbolo niceno-constantinopolitano del Concilio de Constantinopla I del año 381. No está presente en el texto original griego, en el que simplemente se lee que el Espíritu Santo procede "del Padre".

Filioque es una fórmula teológica de gran importancia dogmática e histórica. Por una parte, indica la Procesión del Espíritu Santo tanto del Padre como del Hijo como un Principio; por otra, fue la ocasión de un cisma griego.

En este mismo día, el 6 de julio, cantaron en la misa solemne el Credo en griego y en latín con esta fórmula. Sin embargo, consiguieron, después de haber indicado que consideraban esta fórmula perfectamente legítima, mantener la formulación anterior de su Credo. El único elemento positivo, del que en el siglo siguiente el Cardenal Bessarion sacará el argumento definitivo en favor de la unión, fue que en el canon I se recordaba que los padres griegos y latinos habían enseñado la misma doctrina sobre la procesión de la tercera Persona de la Trinidad. Sin embargo, este decreto de unión no iba a ser duradero, pues el episcopado bizantino, muy reticente desde el principio, no lo aceptó, pensando que la delegación enviada por el Emperador había sido poco representativa, y poco serias las discusiones que habían tenido lugar sobre lo contencioso que separaba a los griegos y a los latinos. Además, el Papa no prestó al Emperador el apoyo suficiente que éste esperaba y el Concilio de Unión no tuvo ningún efecto en la realidad.

En la quinta sesión se publicó el decreto "Ubi periculum". Éste determinaba que a los diez días de la muerte de un Papa, se reunieran los cardenales en una misma sala sin conexión con el mundo exterior (cónclave). 

Curiosamente se penalizaba a los cardenales con un solo plato al mediodía y a la noche, si pasados tres días no habían elegido al nuevo Papa; y si pasaban cinco días se les serviría pan, agua y vino. Se pretendió atajar con este decreto uno de los males de la época: la sede vacante en la Iglesia Romana durante meses e incluso años por la indecisión del Colegio Cardenalicio a la hora de elegir un nuevo Papa. En la clausura del Concilio, el Papa públicamente se comprometió a la reforma de la vida y costumbres de obispos y clérigos, ya que por falta de tiempo no se trató esta cuestión.

Desgraciadamente, la unión de ambas Iglesias fue efímera, pues estuvo motivada más por intereses políticos que por convicciones religiosas. En 1282 volvieron a separarse. Terminado el Concilio, Gregorio X regresó a Italia, con intención de residir en Roma, pero no llegó pues murió en el camino (Arezzo). Su inesperada muerte impidió un interesante nuevo rumbo en la marcha de la Iglesia.  Hoy este Papa es venerado como santo.

Concilio de Vienne (Francia): año 1311.

Comienza un período crítico para el papado desde la desgraciada muerte de Bonifacio VIII en Anagni (1303). El rey de Francia, Felipe el Hermoso, y Bonifacio VIII desde sus respectivos poderes, se enfrentan continuamente, bien por motivos fiscales o jurídicos. 

                                                         Papa Bonifacio VIII

El Papa Bonifacio niega al rey francés el derecho a imponer impuestos sobre los bienes de la Iglesia; el mismo Pontífice sostiene que el rey carece de autoridad para juzgar a obispos y clérigos ante el tribunal real. El Papa amenaza al rey con deponerlo si no obedece a estas normas.

                                              Felipe el Hermoso, Rey de Francia    


En la bula "Unam Sanctam" (1302) el Papa sostiene que la autoridad temporal ha de estar sometida a la espiritual, cuando el poder espiritual sólo puede ser juzgado por Dios. Felipe el Hermoso reacciona violentamente. Influido por una serie de consejeros sin escrúpulos, entre ellos Nogaret, apeló a un Concilio. En el Parlamento de París se acusó al Papa de hereje, simoníaco, de vida depravada, exigiendo por todo ello la deposición del Pontífice.

El 7 de septiembre de 1303 se presentaron en Anagni, donde residía el Papa, Nogaret, Sciara Colonga y 600 hombres armados. En la residencia papal insultaron al Pontífice y le exigieron su dimisión, amenazándolo de muerte.

Los ciudadanos de Anagni se alzaron contra los intrusos y liberaron al Papa. Como resultado de esta agresión, Bonifacio VIII enfermó y murió en Roma al mes del sacrílego atentado. 

Tras el breve pontificado de un Papa conciliador, Benedicto XI, es elegido Papa el arzobispo de Burdeos, que adoptó el nombre de Clemente V (1305-1314). Fue coronado en Lyon; el rey francés allí presente consiguió el nombramiento de 9 cardenales franceses y rogó con insistencia la supresión de los Templarios. 

                                                            Papa Clemente V

Dada la inseguridad de Roma, el nuevo Papa se quedó a vivir en una ciudad estratégicamente situada junto al Ródano: Aviñón. Así empezó el llamado "Destierro de Aviñón". Clemente V hubo de enfrentarse con dos graves asuntos: el proceso a Bonifacio y la supresión del Temple. El rey Felipe y el excomulgado Nogaret instaron repetidas veces al Papa a que condenara la memoria del Papa Bonifacio.

                                             Palacio Papal en Aviñon (Francia)

En marzo de 1310 se celebró un proceso condenatorio en el que Nogaret exigió que fuese desenterrado el cadáver del Papa y arrojado a las llamas por hereje. El débil Clemente V, dominado por el rey francés, absolvió a Nogaret y a Sciara Colonna; anuló todas las sentencias y documentos dados por Bonifacio VIII que pudieran lesionar los intereses del monarca francés. Al rey Felipe se le elogió por su celo y amor a la Iglesia. A Bonifacio VIII se le culpó no de herejía, sino de obstinación.

El asunto de los templarios fue el más triste del pontificado de Clemente V. Felipe IV, ciego de ambición y celoso del poder y las riquezas de los templarios, no descansó hasta destruir esta Orden militar.

Para conseguirlo se aprovechó de la cobardía del Papa Clemente. Sobre los Templarios se ha escrito mucho y fantaseado más; sin embargo ellos habían escrito una de las páginas más brillantes y heroicas en Tierra Santa; Bonifacio VIII los llamó "atletas del Señor". 

Esta Orden, ante el fracaso de las Cruzadas, se desplazó a Occidente. Los templarios aceptaban defender los tesoros, dineros, bienes y personas a ricos y pobres. Como gozaba la Orden de gran crédito, por no practicar la usura y por administrar excelentemente los bienes a ella confiados, empezó a enriquecerse. Riquezas apetecidas por el rey francés. 

En 1307 se inició la campaña contra el Temple. Se les acusaba de prácticas ignominiosas que nunca habían cometido: como pisotear la cruz, mofarse de Cristo, adorar un ídolo falso, cometer obscenidades... 

El Rey Felipe IV ordenó que los 2.000 templarios franceses fueran apresados y sus bienes confiscados. El Papa reprobó este infame proceder. El rey francés se sirvió de la Inquisición para que ésta, a través de interrogatorios, incluso obtenidos por medio de torturas, condenara a los Templarios. 

El mismo Gran Maestre de la Orden Jacobo de Molay, héroe de la guerra, fue un cobarde ante los jueces y declaró en contra de su propia Orden del Temple. Hoy está demostrado que su confesión fue obtenida a base de torturas. 

A instancias de Felipe IV, se celebró un juicio en Poitiers ante la presencia del Papa. Setenta y dos templarios admitieron haber cometido las mismas ignominias de las que les acusaban. Impresionado el Pontífice ordenó que fuesen arrestados los templarios en todas las naciones y decidió suprimir la Orden del Temple por vía de "provisión apostólica". 

Jacobo de Molay fue quemado vivo por orden del rey, proclamando antes de morir la absoluta inocencia de la Orden.

 Días después fueron ajusticiados 54 templarios en París (1310). 

En estas circunstancias, Clemente V convocó el Concilio de Vienne (ciudad francesa junto al Ródano, al sur de Lyon). El Papa quiso que un Concilio universal interviniera en la decisión última sobre la existencia del Temple. La reunión se celebró en la Catedral de San Mauricio. Los Padres conciliares, unos 120, fueron previamente seleccionados. 

En este Concilio también se discutió un nuevo plan de Cruzada, que sería dirigida por el rey francés; pero la Cruzada nunca se realizó. Se examinaron las reivindicaciones de los franciscanos "espirituales" que exigían una mayor pobreza, invocando la autoridad de su fundador. El Concilio determinó que los frailes no podían ser propietarios de los bienes, pues las propiedades de la Orden pertenecen a la Iglesia, pero sí podían gozar del uso de los mismos. 

Se condenaron algunas desviaciones de los begardos y beguinas (comunidades de laicos no conventuales), como el de la impecabilidad humana ante la visión directa de Dios, la cual es posible en esta vida; igualmente se condenó la no obediencia a la jerarquía, la innecesariedad de la oración y del ayuno y el rechazo a los preceptos de la Iglesia. 

La cuestión principal del Concilio era la condenación de los Templarios y la eliminación de la Orden del Temple. Los Padres conciliares aceptaron la decisión del Pontífice: la supresión de la Orden por "vía de provisión apostólica". En 1314 moría Clemente V.

Hoy, unánimemente los historiadores defienden la inocencia del Temple y de su Gran Maestre y rechazan la perfidia de Felipe el Hermoso y la cobardía de un Clemente V, en todo momento sometido a las crueldades y ambiciones del monarca francés.


Concilio de Constanza: años 1414-1418. (Alemania).

En la ciudad imperial de Constanza, junto al lago que lleva su nombre, se celebró el más original de todos los concilios acontecidos anteriormente. Un concilio acéfalo durante tres años hasta la elección de un Papa legítimo, Martín V.

Para entender esta situación, conviene examinar un hecho histórico sin precedentes en la historia de la Iglesia: el llamado Cisma de Occidente. En realidad no fue un verdadero cisma, pues no hubo herejías, ni errores teológicos, ni siquiera mala voluntad. Sencillamente, se ignoraba quién era el verdadero y legítimo Papa. Pero fue la realidad de este cisma, el motivo de la convocatoria de un concilio universal. 

Concluido el "Destierro de Aviñón", y fijada ya la residencia del Papa en Roma, muerto el Papa Gregorio XI, los 16 cardenales presentes en Roma se reunieron en cónclave, sin aguardar la llegada desde Aviñón de los otros seis cardenales, secundando los deseos del difunto Pontífice. 

El pueblo de Roma deseaba un Papa romano o al menos italiano y no francés, por temor a que de nuevo, caso de ser francés, marchara el pontífice electo a Aviñón. Iniciado el cónclave, desde el exterior los romanos, y con cierta violencia y amenazas, presionaron a los cardenales exigiendo la elección de un Papa romano. Los cardenales apresuradamente eligieron al arzobispo de Bari, italiano y no cardenal: Urbano VI. Se ha discutido mucho sobre si la elección fue válida. Hoy está claro que los tumultos populares precipitaron la elección, pero no la decidieron. La elección fue por tanto libre y válida. 

                                                           Papa Urbano VI

La actitud del nuevo Papa dejó mucho que desear; su inestabilidad patológica le llevó a insultar a los mismos cardenales.

El resultado fue que un grupo de cardenales, sobre todo franceses, rompen con Urbano VI. Marchan a Fondi (reino de Nápoles) y allí se reúnen en cónclave eligiendo un nuevo Papa, Ricardo de Ginebra, que se llamó Clemente VII. 

                                                         Papa Clemente VII

Éste puso su residencia en Aviñón. Y así comenzó aquel cisma o división en la Iglesia occidental, que duró 39 años. La Cristiandad se dividió en dos obediencias. La situación era muy confusa. Nadie sabía quién era el verdadero Papa. Urbano VI murió en Roma, aborrecido por su crueldad e imprudencia. Sus sucesores fueron incapaces de resolver el conflicto. Lo mismo ocurrió con la muerte del Papa aviñonés Clemente VII; le sucedió el célebre aragonés Pedro de Luna, quien tomó el nombre de Benedicto XIII.

                                                      Papa Benedicto XIII

Para solucionar el grave problema eclesial, la Universidad de París en 1394 propuso tres caminos: la "via cessionis, ambos Papas debían renunciar; la "via compromissi", un árbitro imparcial decidiría quién era el verdadero Papa; la "via concilii", un concilio universal debía deponer a ambos Papas y elegir uno nuevo. Las dos primeras vías no dieron resultado. Se intentó probar la "via concilii" y con este fin se convocó el Concilio de Pisa en 1409. 

                    

En Pisa se reunieron 34 cardenales y con toda la buena fe del mundo depusieron al papa romano y al aviñonés y eligieron un nuevo Papa: Alejandro V. Ni que decir tiene que la confusión fue aún mayor, pues en vez de dos, hubo tres papas (Iglesia tricéfala). A Alejandro V le sucedió Juan XXIII. 

                                                            Papa Juan XXIII

Ante tal situación, el Emperador alemán Segismundo, invitó a Juan XXIII a convocar un concilio en Constanza en 1414. La participación fue muy numerosa: unos 300 obispos y abades, más de 300 doctores en Teología y Derecho, el propio emperador y numerosos representantes de las naciones europeas. 

El Papa romano Gregorio XII renunció al pontificado en 1415. El Papa pisano Juan XXIII terminó abdicando casi a la fuerza. El Papa aviñonés Benedicto XIII fue depuesto. Eliminados los tres pontífices, quedó libre el camino para la elección de uno nuevo. Fue elegido el cardenal Colonna, con el nombre de Martín V (1417). 

                                                             Papa Martin V

Con esta elección quedó resuelto un cisma, que al decaer la Edad Media, causó una grave crisis que afectó a toda la Cristiandad Occidental.

El Concilio de Constanza fue algo más que la solución del Cisma Occidental. En las sesiones IV y V se establecieron cinco artículos; en ellos se defendía de una manera manifiesta el conciliarismo al afirmar que "el Santo Sínodo tiene su autoridad inmediata de Dios y cualquier persona, de cualquier dignidad que sea, incluso papal, está obligada a obedecer al Concilio". Estos famosos artículos serán la base del llamado "conciliarismo doctrinal", es decir, la doctrina que sostiene la superioridad del Concilio sobre el Papa. 

Este Concilio, en su decreto "Sacrosanta" no pretendió definir dogmáticamente el conciliarismo; sus artículos sólo tuvieron un claro valor circunstancial. Los Papas Martín V y Eugenio IV los reprobaron. 

En la sesión VIII se condenaron 45 proposiciones formuladas por el clérigo Juan Wycliff (1324-1384), referentes a diversos aspectos del dogma y de la vida cristiana en la Iglesia. defendía un biblicismo integral "solo la Escritura". 

                                                               Juan Wycliff

Afirmaba que la Iglesia de Roma era la sinagoga de Satanás; que el obispo o sacerdote en pecado mortal, ni consagra, ni bautiza; que nadie es prelado, nadie es obispo mientras esté en pecado mortal; que toda propiedad pertenece a Dios y sólo pueden poseerla los que se encuentren en estado de gracia; que la Iglesia es la comunidad de los predestinados, los réprobos (prescritos o predestinados al infierno) no son miembros de la Iglesia, por lo que la Iglesia visible ni es real, ni verdadera. 

Fue Wycliff un claro precursor de Lutero. Su doctrina había sido condenada en un concilio nacional celebrado en Londres en 1382. Muchos fueron los seguidores de Wycliff, los llamados lolardos. Tuvo especial resonancia en la lejana Bohemia, donde los escritos del heresiarca eran conocidos y leídos. Destacó entre sus seguidores Juan Huss (1369-1415). 

Huss, sacerdote de Bohemia, no fue un pensador original, abrazó en su totalidad las doctrinas de Wycliff. Pero fue muy popular por defender una Bohemia libre y por ser considerado como el padre del nacionalismo checo. 

En la sesión XV, se condenaron treinta de sus proposiciones. Afirmaba que la Iglesia es la congregación de los predestinados; que la dignidad papal emana del poder del César; que la obediencia eclesiástica es una invención de los sacerdotes; que la condenación de Wycliff es irracional e inicua. Con un salvoconducto imperial se presentó en Constanza. Allí fue procesado. 

No se retractó de sus ideas. Fue condenado a la hoguera por orden del Emperador Segismundo. También lo fue su fiel seguidor Jerónimo de Praga. 

Cuando la noticia de la sentencia llegó a Praga, estallaron en la ciudad grandes tumultos populares con saqueos, incendios, asesinatos de quienes habían sido sus adversarios. El pueblo veneró a Huss, como a un mártir, como a un santo. Quien ha visitado Praga, habrá podido admirar el hermoso monumento que se encuentra en la plaza de la Ciudad Vieja, en honor de su héroe nacional. 

En 1417 se promulgaron cinco decretos de reforma. El más importante fue el decreto "Frequens" que convierte el Concilio Ecuménico en una institución permanente en la Iglesia, ordenándose su celebración cada determinado período de tiempo, sin necesidad de convocatoria pontificia. El 22 de abril de 1418, se celebró la última sesión y con ella quedó clausurado el Concilio. 

El Papa Martín V aceptó todas las decisiones adoptadas, con excepción de la teoría conciliarista. Su sucesor, Eugenio IV, lo reconoció como ecuménico en 1446, exceptuando lo que iba contra el primado pontificio o contra la autoridad de la Santa Sede. 

El Emperador Segismundo, que tanto hizo por la celebración de este Concilio, en un discurso de despedida agradeció la presencia de todos los que habían colaborado en el desarrollo del mismo y de un modo singular la actuación de los representantes de las cinco naciones (Italia, Alemania, Francia, Inglaterra y España) que con su voto, uno por cada nación, hicieron posible la solución y el feliz desenlace de uno de los más graves problemas ocurridos en el seno de la Iglesia. El Papa, en septiembre de 1420, hizo su entrada oficial en Roma donde se encontró con un montón de ruinas.


Conciábulo de Basilea 1431 a 1449

Convocado por el Papa Martín V en 1431 y clausurado en Lausana en 1449. La posición del Papa como Padre común del mundo cristiano había sido seriamente comprometida por la ubicación de la corte papal en Aviñón y por la consecuente identificación de los intereses de la iglesia con los de un pueblo particular. 

Los hombres comenzaron a ver al Papa más como una institución nacional que universal y su sentimiento de lealtad religiosa se ponía con frecuencia en la balanza con los arranques de celos nacionales. Era natural que los hechos derivados del gran Cisma de Occidente (1378-1417), no fortaleciesen al papado cuando candidatos rivales luchaban por el trono de San Pedro y por la alianza de las naciones cristianas.

Tal espectáculo estaba bien calculado para agitar las creencias de los hombres en la forma monárquica de gobierno y para llevarles a buscar en otras formas el remedio de los males que entonces afligían a la Iglesia. No era de extrañar que los que pedían un concilio general como árbitro final, último tribunal de apelación para todos, al que debía someterse hasta el Papa, se aseguraron de que les pusieran atención. 

El éxito del Concilio de Constanza (1414-18) en asegurar la retirada o deposición de los tres Papas rivales había dado un fuerte argumento a los que defendían la teoría conciliar. Parece claro tanto por los discursos de algunos de los Padres de Constanza como de sus decretos que ese sentimiento iba ganando terreno y que mucha gente había llegado a pensar que el gobierno de la Iglesia por Concilios Generales convocados a intervalos regulares estaba más en armonía con la necesidades del tiempo. 


Como resultado, en la sesión número 39 del Concilio de Constanza (9 oct. 1417) se decreta que los Concilios Generales debían celebrarse frecuentemente, que el próximo había de convocarse dentro de cinco años, el siguiente siete años más tarde y después un concilio cada diez años; que el lugar debía determinarlo el mismo concilio y que no podía ser cambiado ni por el Papa, a no ser en caso de guerra o pestilencia y en este caso con el consentimiento de las dos terceras partes de los cardenales. 

De acuerdo con este decreto Martín V convocó el Concilio de Basilea y sólo si entendemos el sentimiento que había bajo este decreto podemos entender la importancia de la disputa entre Eugenio IV y el Concilio ¿Quién iba a gobernar la Iglesia, el Papa o el Concilio? Ese el asunto del que se trataba.


Se ha discutido mucho si ha de considerarse al de Basilea como un Concilio General y, de ser así, en qué sentido. Los galicanos extremistas sostienen que debe ser considerado ecuménico desde el principio (1431) hasta su finalización en Lausana (1449). Los escritores moderados de la escuela galicana, admiten que después de la aparición de la Bula de Eugenio IV (18 septiembre de 1437) trasladando el concilio a Ferrara, lo de Basilea sólo puede considerarse como un conventículo cismático.

Por otra parte, escritores como Bellarmino, Roncaglia y Holstein rehúsan nombrar el de Basilea entre los Concilios Generales de la Iglesia debido al escaso número de obispos que asistieron al principio y la subsiguiente actitud rebelde respecto a los decretos papales de disolución. La verdadera opinión parece ser la que aportó Hefele, de que puede considerarse ecuménico hasta la bula "Doctoris Gentium" (18 sept., 1437) que trasladó las sesiones a Ferrara y que los decretos que se emitieron durante ese período respecto a la extirpación de la herejía, el establecimiento de la paz entre las naciones cristianas, la reforma de la Iglesia, si no son perjudiciales para las sede apostólica, pueden ser considerados como decretos de un Concilio General.


Según el mencionado decreto de Constanza, el Concilio de Pavía había sido convocado por Martín V (1423) y al aparecer la plaga en esa ciudad, sus sesiones se trasladaron a Siena.


Poco se hizo, excepto determinar el lugar donde el siguiente concilio habría de convocarse. Se veía con desconfianza que fuera una ciudad italiana, porque era probable que fuera muy favorable al Papa. Los obispos franceses y la Universidad de París querían que fuera un lugar en Francia, pero finalmente, debido principalmente al representante del Emperador Segismundo, se acordó Basilea por parte de todos y una vez hecha la elección, se disolvió el concilio (7 de marzo 1424). 

A medida que se acercaba el día para la reunión del concilio, el Papa Martín V era urgido por parte de todos para que no pusiera ningún obstáculo y, aunque conocía las tendencias de aquel tiempo, y temiendo que el concilio llevara más a una revolución que a una reforma, dio finalmente su consentimiento y nombró al cardenal Giuliano Cæsarini como presidente.
                                                            Papa Martin V                               

El propósito principal del concilio iba a ser la reforma de la Iglesia en su “cabeza y miembros”, la solución de las guerras husitas, el establecimiento de la paz entre las naciones de Europa y finalmente la reunión de las Iglesias oriental y occidental. 

Las demandas de la curia romana, su constante interferencia en la adjudicación de los beneficios, el derecho de apelación en todos los asuntos a un nuevo juicio de las autoridades locales, las cargas económicas relacionadas con instituciones como las Annatas, expectativas y reservas, para no hablar de los impuestos papales directos, demasiado comunes desde le siglo XIII; había razones para las quejas de los clérigos y poderes civiles de las diferentes naciones.
Estos impuestos papales y el abuso sobre los derechos de las autoridades locales eclesiásticas y civiles, habían sido razón de resentimientos, especialmente en Inglaterra y Alemania y por ello el remedio de estos abusos se esperaba de un Concilio General. La gente miraba con simpatía la reunión de Basilea, aun cuando a veces no estaban de acuerdo con sus métodos. Además, la cuestión de la simonía, del concubinato del clero o la reorganización de los sínodos diocesanos y provinciales, el abuso de las censuras, especialmente del entredicho, exigían una reforma en la disciplina de la Iglesia.

Las enseñanzas de Wicleff y Hus habían encontrado muchos apoyos en Inglaterra y Bohemia y a pesar de la condena de Constanza, los Husitas aún eran poderosos en Bohemia, y aunque había muerto su líder Ziska (1424), una pérdida importante para ellos, las diferentes secciones seguían en la lucha y el Emperador Segismundo deseaba que se terminara la guerra que había afectado gravemente a sus recursos. 

Más aún, el creciente poder de los Turcos era una amenaza no sólo para la existencia del Imperio de Oriente sino para toda Europa y hacía imperativo que los príncipes cristianos dejaran sus disputas internas y se unieran con los griegos en defensa de su cristiandad común contra el poder del Islam. El movimiento a favor de la convocatoria había sido especialmente favorecido por Martín V y por el Emperador Juan VII Paleólogo (1425-48).

El presidente del concilio, Cardenal Giuliano Cæsarini, nombrado por el Papa Martín V y confirmado por Eugenio IV, presidió la primera sesión pública, pero se retiró inmediatamente al recibir la bula papal disolviendo el concilio (diciembre, 1431). Los miembros eligieron entonces al obispo Philibert de Constance como presidente. Más tarde, probablemente en la séptima sesión general (6 nov. 1432) Cæsarini volvió a tomar la presidencia y continuó el espíritu de oposición al papado hasta que los elementos más extremistas dirigidos por el cardenal d´Allemand de Arles comenzaron a dominar.


El 31 de julio de 1437, se emitió un decreto reclamando la presencia del Papa en Basilea dentro de sesenta días para responder de su desobediencia. Cæsarini finalmente dejó Basilea tras la aparición de la Bula "Doctoris Gentium" (18 septiembre, 1437) trasladando el Concilio a Ferrara y se unió a los partidarios del Papa. Después de su retirada, el cardenal D´Allemand jugó un papel importante en la elección del Antipapa Félix V que a su vez le nombró presidente de la asamblea.


Europa del Este estaba más amenazada que nunca por los Otomanos; fracasan las Cruzadas, en las que la cristiandad ha puesto toda su esperanza; la derrota de Varna (1444) consuma un desastre irreparable, que anuncia ya la próxima caída de Constantinopla.

Mientras algunos en Roma no ven más que una crisis entre tantas otras, los alemanes descubren el presagio del fin del mundo cristiano y piensan que solamente una profunda reforma  podía resolver la situación de la Iglesia. Además, la reforma sólo puede ser impuesta  por el concilio (alentando las tesis conciliaristas).

Como en Constanza, también aquí la cuestión del concilio exacerba los enfrentamientos  nacionales. Francia está dividida en dos reinos. La cristiandad española permanece fiel al papado, pero las cuestiones financieras perturban la buena inteligencia entre Aragón y Roma. La inglesa permanece ante todo sumisa al rey.

Desde 1432 la mayor parte de la cristiandad está de parte del Concilio. Siete reyes están representados en Basilea, adonde acuden obispos y también simples clérigos a quienes el concilio había decidido incorporar, si eran «útiles o idóneos». Esto significaba reconocer a la «multitud» el derecho de imponer sus opiniones e inclinar los futuros votos al extremismo.

 La organización del concilio va en el mismo sentido. La repartición por naciones admitida en Constanza es abandonada; todo se decide en asamblea general, en una exaltación con frecuencia ciega, y por simple mayoría de los votantes. La justificación dada es que la voz de la multitud es la voz del Espíritu Santo: "La Iglesia reunida en concilio, aun sin la adhesión del Papa, tiene, se dice, una potestad que le viene directamente de Cristo, puesto que la Escritura dice que ella es reina".

El conflicto con el Papa era inevitable, pero Eugenio IV evita  provocarlo, y los Padres se aprovechan de su indecisión para confirmar el decreto Frequens y suprimir los derechos de la Santa Sede en materia de Beneficios. El Papa debe resignarse sometiéndose, pues, al mismo tiempo el duque de Milán ataca los Estados Pontificios y el Papa se ve obligado a huir. El pueblo romano proclama la República, saquea los palacios de los cardenales y recibe, bajo cuerda, el apoyo del Concilio.


Por un momento parece que el conciliarismo ha triunfado. Pero en seguida la reunión de Basilea va a demostrar ser ineficaz e impotente. Cada cual denuncia los «abusos», grandes o pequeños, que conoce o que le atañen a él, pero no llega a una inteligencia sobre la reforma. Sólo se consigue la unanimidad en contra del Papa, lo cual se pretende justificar con un dicho escolástico: es preciso atacar a la cabeza para curar la enfermedad de los miembros. Se agravan las medidas de Constanza contra los cardenales. Se pretende imponer al Papa el compromiso, jurado, de respetar los decretos conciliares. 

Al mismo tiempo se continúan largas negociaciones con los griegos para terminar en la unión; los enviados del concilio se oponen a los del Papa y, en la misma Constantinopla, ponen de manifiesto las divisiones del Occidente. En Basilea reina el desconcierto: el concilio ha encontrado un nuevo presidente, el cardenal Alemán, prelado saboyano que había venido a ser jefe del partido popular. La sesión del 7 mayo 1437 degenera en lucha abierta. El anterior presidente, Cesarini, pide la traslación del concilio a Florencia, a donde han prometido acudir los griegos.

Desde entonces se toman posiciones. Eugenio IV comprende que la única política posible es la resistencia y hace redactar el Libellus Apologeticus donde condena con claridad a los que pretenden "trasvasar a manos de la multitud el poder que el Salvador ha conferido al Papa". Poco más tarde (18 septiembre 1437) por la bula Doctoris Gentium, proclama con autoridad propia el traslado del concilio a Florencia. El concilio replica con una acusación hecha al Papa (31 julio 1437). Consciente de la ineficacia de sus esfuerzos, los moderados, con Cesarini, abandonan Basilea. Desde entonces las cosas marchan rápidamente: para inculpar a Eugenio IV de herejía, se declara herética cualquier réplica a los decretos del concilio.

                                                               Papa Eugenio IV

Los Padres, reducidos a siete obispos y trescientos clérigos, proclaman la deposición de Eugenio IV (25 junio 1439), y en una parodia de cónclave (5 noviembre de 1439), nombran como sucesor al Duque de Saboya, Amadeo VIII, laico, viudo, padre de nueve hijos, que toma el nombre de Félix V.


Mientras tanto, jamás había aparecido Eugenio IV más poderoso. El 9 de abril de 1438 y en presencia del Emperador y del Patriarca de Constantinopla, había inaugurado el nuevo concilio, que, después de tener una sesión en Ferrara, había sido trasladado a Florencia. El 6 de julio de 1439 era promulgado el decreto de unión con los griegos y la bula Laetentur coeli, que, poniendo fin a un cisma de cuatro siglos, suscitaba el gozo de toda la cristiandad. El «conciliábulo» de Basilea había perdido toda su autoridad.

Félix V había llegado a Basilea el 24 de junio de 1440. Casi inmediatamente había entrado en conflicto con los Padres conciliares. Aún durante ocho años, éstos permanecerían en su error. Expulsados de Basilea, los más obstinados se retiraron a Lausana. Temiendo por los intereses de su dinastía, que ocupaban por completo su atención, Félix V abdicó el 7 abril de 1449. Veinte días después, celebraba el concilio su última sesión, no sin antes reafirmar una vez más la soberanía de los concilios.

El Papado triunfaba; Nicolás V que había sucedido a Eugenio IV, muerto éste el 23 de febrero de 1447, podía celebrar con ostentación y júbilo el año 1450 que marcaba el fin de una época de debates y peligros. Sin embargo, esta victoria no tenía lugar sin estar acompañada de algunas sombras.

                                                          Papa Nicolás V


Las teorías conciliaristas quedaban desacreditadas. Sin embargo, las ideas de Basilea sobreviven en estado latente en Alemania. En Francia, donde habían sido adoptados inmediatamente los decretos de Basilea por la Pragmática Sanción de 1438, permanecerán durante mucho tiempo como la carta de una Iglesia nacional. El Galicanismo, que procede de aquí, afirma la autoridad del rey sobre la Iglesia, su derecho para disponer de los beneficios, para imponer mandatos a los clérigos sobre la celebración de la misa, la recitación del breviario, el orden de las ceremonias; lo que implica la negación correlativa de los derechos del Papa y una cierta creencia en la soberanía de los concilios.

Concilio de Ferrara: en Florencia años 1438-1442.

El Concilio de Florencia es el único que se ha celebrado con la intención de ser un concilio de reunificación. Iniciado en Ferrara el 8 de enero de 1438, se trasladó a Florencia en 1439 y a Roma hacia 1444. Al igual que ocurrió con el II concilio de Lyon, relacionado también con la reunificación, las actas oficiales de Florencia se han perdido, por lo que hay que basarse en textos de discursos, bulas, actas no oficiales y datos indirectos. 

También aquí, como en el II concilio de Lyon, un motivo determinante para la participación de Oriente fue la necesidad de ayuda militar; en materias doctrinales, los griegos tenían la intención de probar que los latinos estaban en el error. El Papa Eugenio IV (1431-1447), que fue quien convocó el concilio, vio en la unión, un apoyo en su lucha con el conciliarista Concilio de Basilea; en distintos momentos del concilio hubo condenas de este concilio de Basilea, que se desarrollaba simultáneamente.

                                                            Papa Eugenio IV

La sesión inaugural (9 de abril de 1438) llevó a una discusión sobre el Purgatorio. Aunque no se consiguió acuerdo sobre este punto en Ferrara, se vio claro que estaban en pugna dos teologías y métodos distintos: el lógico escolástico de los latinos y la argumentación patrística de los griegos. 

En octubre de 1438 se abordó la cuestión clave de todo el concilio: la adición de las palabras "y del Hijo" (Filioque) al Credo de Nicea. Durante casi tres meses no pudo avanzarse. Los griegos mantenían el canon de Efeso que prohíbe las adiciones al Credo. Los latinos, por su parte, aducían que era legítimo aclarar la fe. 

Al trasladarse el Concilio a Florencia, la discusión se reanudó en marzo de 1439, protagonizada principalmente por los dos oradores oficiales: el intransigente antiunionista Mark Eugenicus y el teólogo escolástico Juan de Montenero. Hacia el mes de mayo este último había adoptado una argumentación más patrística, y los griegos vieron que tanto los Padres griegos como los latinos apoyaban las fórmulas trinitarias. 

Todos en Florencia aceptaban el axioma: "Entre los Padres occidentales y orientales no puede haber contradicción, ya que todos están iluminados por el Espíritu Santo". Aunque el principio no estaba suficientemente matizado, resultó ser vital para la resolución de las dificultades. Los griegos tuvieron pues que admitir que, aunque la adición al Credo pudiera ser irregular, ya que se había hecho sin consultar, no era un error dogmático.

En junio, el concilio se ocupó de la cuestión del primado papal. Mientras que los latinos insistían en una serie de títulos y prerrogativas papales, los griegos subrayaban el hecho de que el Papa estaba en la Iglesia y formaba parte de un grupo de Patriarcas.

El decreto de unión, Laetentur coeli, consta de una parte introductoria que presenta la eclesiología, de amor y mercedes divinas, que subyace en la segunda parte, más dogmática. En esta segunda parte se presenta el dogma trinitario de Oriente y Occidente con una explicación del Filioque. Sigue una breve sección sobre el pan, fermentado o sin fermentar, de la eucaristía: las Iglesias deben seguir sus propias tradiciones. 

La sección sobre el Purgatorio define su existencia y el valor de las oraciones de los vivos para los que están purificándose en él. Se trata también de la visión beatífica: visión de Dios, uno y trino, pero desigualmente contemplado según los méritos de la persona.

La fórmula sobre el primado señala el papel del Papa en la Iglesia como cabeza, padre y maestro (caput, patrem, doctorem) de todos los cristianos, pero evoca el contexto de los Concilios ecuménicos y de los cánones sagrados. Esta sección sería la base para la doctrina del Vaticano Iº. Se añade una sección sobre los patriarcas, en la que se reiteran los antiguos privilegios.

Después de que se marcharan los griegos llegaron delegaciones de otras Iglesias orientales, que firmaron actas de unión primero en Florencia y más tarde en Roma. Se firmó con los armenios la bula Exultate deo, en su mayor parte sobre cuestiones cristológicas repitiendo lo dicho en anteriores concilios y sobre los sacramentos (22 de noviembre de 1439). El tratamiento que se hace de los sacramentos sigue en su mayoría una obra menor de Santo Tomás, "Los artículos de fe y los sacramentos de la Iglesia", que data de después de 1261.

La bula Cantate Domino (4 de febrero de 1442) marcó la unión con los coptos, que eran de tendencia monofisita; se trata de una exposición completa de la fe. La unión con los sirios se efectuó por medio de la bula Multa et admirabilia (30 de noviembre de 1444), cuando el concilio se había trasladado ya a Roma. Por último, Benedictus sit Deus (7 de agosto de 1445) marcó la unión con los caldeos y maronitas de Chipre". No sabemos cuándo terminó exactamente el concilio en Roma, pero es probable que fuera en 1445.

Tras la muerte de Eugenio IV, entramos en el Renacimiento con Nicolás V (1447-1455) y Pío II (1458-1464). Cuando Constantinopla cayó en manos de los turcos en 1453, el escenario eclesial había cambiado por completo. 

Toda valoración del concilio ha de ser matizada. Hubo tres períodos importantes después de él. Entre 1439 y 1444 hubo indecisión por parte de los jefes griegos; la oposición era creciente con Mark Eugenicus y pronto sería todavía mayor con el futuro Patriarca Genadio II (Jorge Scolario), pero el apoyo a la unión era también fuerte. 

Entre 1444 y 1453 se dejó sentir la falta de apoyo militar y político, y la hostilidad a la unión fue cada vez mayor. Después de 1453 la unión continuó sólo en algunas áreas bajo la influencia de Venecia. Las causas del fracaso fueron complejas: los griegos consideraron la ayuda militar como parte de acuerdo de unión, pero en esto se vieron defraudados; las cuestiones étnicas y polémicas fueron también factores importantes. Sobre todo, la unión fue el resultado de un proceso intelectual y espiritual de los que asistieron al concilio; otros, que no habían hecho esta experiencia, rechazaron sus conclusiones. Pero la unión no fue, como algunos afirmarían, ni comprada con dinero y honores, ni impuesta por la fuerza y las amenazas.

El éxito del concilio, por consiguiente, fue limitado. En Oriente su nombre provoca todavía reacciones negativas. Pero en Occidente condujo a un renovado interés por los Padres. Sus decretos sobre el papado sirvieron de freno al conciliarismo. Su aspiración a la unidad sin insistir en la uniformidad sigue siendo válida todavía. 

A diferencia del II Concilio de Lyon, fue un encuentro real de espíritus y no la aceptación pasiva de un documento pontificio previamente elaborado. Su fracaso último se debió al hecho de que se reconocieron dos modelos eclesiásticos, el escolástico y el patrístico, pero ninguna de las dos partes aceptó el otro como complementario, por lo que no lo integró dentro de su propia visión.

                 

Concilio V De Letrán: años 1512-1517

Nos encontramos en pleno Renacimiento. Los Papas del Renacimiento fueron, en general, personalidades brillantes, cultos, distinguidos. Pero más príncipes que sacerdotes. Buenos políticos, administradores, amantes del arte, verdaderos mecenas. Entre ellos destaca el Papa Julio II, gran gobernante y magnífico estratega militar. El 1512 convocó el Lateranense V en respuesta al “conciliábulo de Pisa” protagonizado por el monarca francés Luis XII.

Ante la inseguridad de los Estados Pontificios organiza Julio II la “Liga de Cambrai” (1508) contra el expansionismo de la República de Venecia. Liga a la que se unieron España, Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico. 

Derrotada Venecia, ideó de nuevo el Papa una “Liga Santa” (1511) contra Francia, cuyo poder en el norte de Italia era grande. A esta liga se adhirieron Venecia, España, Inglaterra y el Estado Pontificio. Derrotada Francia, Luis XII convocó un concilio en Pisa (1511) al que asistieron cinco cardenales rebeldes a Julio II. La finalidad de este concilio era la de promover un cisma, condenando al Papa.

                                                               Papa Julio II

Ante tal provocación, Julio II apresuradamente convocó el Concilio V de Letrán (1512). Asistieron 14 cardenales, 79 obispos, numerosos teólogos y los embajadores de España, Venecia y Florencia. Se pretendieron tres fines: la extinción del cisma, la reforma de costumbres en clérigos y laicos y la paz entre los príncipes cristianos para emprender una nueva Cruzada. Sólo se consiguió lo primero.

Durante el pontificado de Julio II se celebraron cinco sesiones. Se rechazó todo lo acordado en Pisa, condenando una vez más el conciliarismo y la “Pragmática sanción de Bourges” (1438) carta magna del galicanismo. Este Papa, durante el concilio, redactaba bulas, sobre determinados asuntos; éstas eran leídas en la asamblea y eran aprobadas mediante el “placet” de los asistentes. No había deliberaciones previas, ni análisis anteriores a los decretos. Gravemente enfermo escribió una bula contra la simonía en la elección papal.

El nuevo Papa León X, desde 1513, continuó el concilio, celebrándose siete sesiones. Se definió la inmortalidad individual del alma humana contra quienes afirmaban que el alma individual, principio de la vida sensitiva es mortal y que el alma intelectiva no puede ser individual. También se condenó la teoría de la doble verdad (averroismo) que sostiene que una verdad de fe puede ser falsa en el plano de la filosofía o de la ciencia, o la verdad filosófica o científica puede ser falsa desde la fe.

                                                             Papa León X

Los decretos de reforma fueron muy útiles. Entre ellos destacan: la formación teológica del clero, el control de las órdenes religiosas por la jerarquía, la obligación de celebrar sínodos diocesanos, la designación de personas dignas para el episcopado y el sacerdocio, la obligatoriedad de la predicación del Evangelio conforme a la Escritura sin apocalipticismo, la necesidad de la enseñanza del catecismo, la censura de libros ante la difusión de la imprenta, la reducción de las tasas de la Curia, la creación de “Montes de Piedad” para evitar la usura y amparar a los más necesitados. 


Fue el Lateranense V un concilio conservador. Una ocasión perdida. La preparación del concilio fue insuficiente y precipitada. Las intenciones eran buenas, pero los resultados escasos y pobres. El Papa León X lo clausuró en marzo de 1517. Meses después Fray Martín Lutero llegaba a conclusiones incompatibles a la fe cristiana y a la verdadera reforma.


Concilio de Trento: años 1545-1563

La ciudad imperial de Trento fue elegida para la celebración de un concilio. Ante la confusión originada en el mundo cristiano por el pensamiento e ideología de Lutero, la Iglesia sale al paso convocando un concilio, con el fin de precisar la doctrina y el dogma católicos. Pues Lutero creó un cristianismo diferente, un nuevo modo de entender la fe en la Iglesia.

El 28 de noviembre de 1518 Martín Lutero había apelado del Papa un Concilio General porque estaba convencido de que sería condenado en Roma por sus doctrinas heréticas. 



La Dieta reunida en Nüremberg en 1523 exigía un “concilio cristiano libre” en tierra alemana y en la Dieta de 1524 en esa misma ciudad se exigió un Concilio nacional alemán para regular temporalmente las cuestiones en disputa y un Concilio general para solucionar definitivamente las acusaciones contra Roma y las disputas religiosas. La exigencia era muy peligrosa debido el sentimiento prevaleciente en Alemania. Roma rechazaba terminantemente el concilio nacional alemán pero no se oponía a la celebración de un concilio general. 

El Emperador Carlos V prohibió el concilio nacional, pero notificó al Papa Clemente VII a través de sus embajadores que consideraba conveniente la convocatoria de un Concilio general y propuso la ciudad de Trento como lugar de la asamblea. En los años siguientes, las desafortunadas disputas entre el Papa y el Emperador impidieron cualquier negociación sobre el concilio. Nada se hizo hasta 1529 cuando el embajador papal declaró en la Dieta de Espira que el Papa estaba listo para ayudar a los alemanes en la lucha contra los turcos, para urgir la restauración de la paz entre los gobernantes cristianos y para convocar un Concilio General que se reuniría en el verano siguiente. 

Carlos y Clemente VII se reunieron en Bolonia en 1530 y el Papa estuvo de acuerdo en convocar un concilio, si era necesario. El cardenal legado Lorenzo Campeggio se oponía al concilio convencido de que los protestantes no eran honestos al solicitarlo. A pesar de ello, los príncipes católicos alemanes, especialmente los Duques de Baviera favorecían el concilio como el mejor modo de vencer los males que la Iglesia estaba padeciendo. Carlos nunca vaciló en su determinación de que se efectuara el concilio tan pronto como hubiera un período de paz general en la cristiandad.

Lutero y los protestantes afirmaron que el hombre está esencialmente corrompido por el pecado original. Es el árbol que, dañado en su raíz, da frutos malos. La única salvación viene por la “sola fides”. Trento manifiesta que, aunque el hombre está marcado por el pecado, goza de libertad suficiente para ser responsable de sus actos. Es Cristo quien nos salva, pero el hombre, con sus buenas obras, ha de participar activamente en su salvación.

Para Lutero, la única fuente de la fe es la “sola Scriptura”. Todo cristiano puede interpretar la Biblia libremente, sin necesidad de recurrir a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia. Trento prescribe el modo de interpretar la Sagrada Escritura, teniendo presente el sentir unánime de los Santos Padres y la interpretación de la Iglesia. Asimismo, Trento establece el canon de los libros sagrados.

Trento define como verdad de fe la existencia de siete sacramentos, instituidos por Cristo y que nos dan la gracia, contra el parecer de Lutero, que sólo admite el bautismo y la Cena. La eficacia de los mismos es la de suscitar la fe. 

Niega también el carácter sacrificial de la Misa y la presencia permanente de Cristo en la Eucaristía. 

Lutero no rechazó la existencia del Purgatorio, pero al considerar que su existencia no tiene fundamento bíblico, lo dejó al criterio de cada fiel. 

Admite la veneración a la Virgen y a los santos, como ejemplos a seguir, pero no como mediadores ante Dios. 

Admite la utilidad de la confesión privada, pero niega su sacramentalidad. Duda sobre la eficacia de las indulgencias y menosprecia el celibato y los votos monásticos. 

Trento, en diversos decretos, puntualiza la doctrina tradicional de la Iglesia. Este concilio no consiguió restablecer la unidad de los cristianos. No creó un cristianismo nuevo, pero sí rejuvenecido. Y, si no consiguió la reconciliación con los protestantes, sí iluminó la conciencia de los católicos.

La finalidad del Concilio fue afirmar la fe de la Iglesia frente a las doctrinas protestantes y la de iniciar una reforma a fondo. Entre 1517 y 1546, Fray Martín Lutero, al ver la necesidad urgente de una reforma en la Iglesia, intenta realizarla. Pero en lugar de reformar, lo que hizo fue innovar, creando una nueva visión del cristianismo.

 El Concilio de Trento se ve obligado a precisar el verdadero dogma cristiano, que había sido tergiversado por el célebre fraile agustino. Este Concilio se prolongó durante varios pontificados y se realizó en tres etapas en las que se celebraron 25 sesiones. Su finalidad fue la de afirmar la fe de la Iglesia frente a las doctrinas protestantes y la de iniciar una reforma a fondo en la misma Iglesia.

El Papa León X, en 1520 publicó la bula "Exurge Domine" en la que condenó los escritos luteranos y exigió a Lutero la retractación de sus ideas en un plazo de 60 días bajo pena de excomunión. Lutero quemó públicamente la bula. 

En 1521, por la bula "Decet Romanum Pontificem", el Papa excomulga a Lutero y seguidores. Lutero creó una doctrina nueva, un cristianismo diferente. No fue una vuelta al cristianismo primitivo, sino un modo nuevo de entender el dogma, la moral y el concepto de la Iglesia.

La confusión creada por la doctrina luterana fue muy grave en Centroeuropa. El Emperador Carlos V, ante el fracaso de las "Dietas" de Worms, Nüremberg, Spira, Augsburgo y de los "Coloquios" en Hagenau y Ratisbona organizados para la conciliación de católicos y protestantes, pide al Papa Clemente VII la celebración de un concilio.

El Papa Clemente VII, influido por el monarca francés Francisco I, rival del emperador, no acepta la convocatoria de un concilio. Tiene miedo a una posible vuelta del conciliarismo.

                                                           Papa Clemente VII

Su sucesor Paulo III se decide a convocarlo. Comienza nombrando un buen número de excelentes cardenales. Señala como sede conciliar la ciudad de Mantua, luego es designada Vicenza y finalmente la ciudad imperial de Trento y como fecha de comienzo el 1 de noviembre de 1542. Pero la guerra entre Carlos V y Francisco I hace fracasar el intento.

                                                         Papa Paulo III

Firmada la paz de Crépy (1544) desaparecen los obstáculos políticos y el Papa publica la bula "Laetare Ierusalem" que establece el comienzo del Concilio para marzo de 1545. Pero debido al escaso número de prelados y padres conciliares, se retrasa la apertura a diciembre del mismo año.

Entre 1545 y 1549 se celebró la primera etapa de este Concilio. Invitados los protestantes, no quisieron asistir. En aquel mismo año, Lutero escribió su opúsculo "Contra el papado romano fundado por el diablo". La asistencia de Padres conciliares a las diversas sesiones fue irregular; tenían derecho a voto los cardenales, los obispos, los superiores generales de las órdenes religiosas y los abades en grupos de tres. Los teólogos desempeñaron como consultores un papel importante; destacaron los españoles Salmerón, Laínez, Melchor Cano, Castro, Vega y el obispo de Jaén, Pacheco.

En las tres primeras sesiones, se determinó la metodología a seguir: los temas se discutían en las congregaciones particulares, compuestas por teólogos y obispos; en las congregaciones generales se analizaba lo elaborado y en las congregaciones solemnes (sesiones) se daban los decretos y las definiciones conciliares. También se decidió el alternar lo dogmático con lo disciplinar.

En la sesión IV, se aprobaron los decretos sobre la Sagrada Escritura y la Tradición. Se definió el canon del Antiguo y el Nuevo Testamento, se reconoció el valor de la Tradición y se declaró la autenticidad de la Vulgata. Se prohibió, bajo pena de excomunión, la edición de los libros sagrados sin la debida autorización de la autoridad eclesiástica competente.

La sesión V precisa el sentido del pecado original, su transmisión por propagación a toda la descendencia de Adán, su perdón por el bautismo y expresamente se declara, contra los protestantes, que la concupiscencia no es pecado, aunque incline al pecado. En definitiva se rechaza el optimismo pelagiano que niega la existencia del pecado original en los descendientes de Adán y el pesimismo luterano que sostiene que el pecado original ha dañado intrínsecamente al ser humano, privándole de la libertad.

La sesión VI trata sobre el tema de la justificación (una de las páginas más bellas del magisterio eclesiástico de todos los tiempos). Se proclama que nuestra justicia (salvación) es obra de Cristo; que la fe es necesaria, pero sola no basta; que las buenas obras son necesarias para la salvación; que el hombre conserva el libre albedrío (la libertad) a pesar del pecado original.

El Concilio evita el optimismo que exagera el valor de la libertad humana y que minimiza el pecado; como el pesimismo luterano que considera al hombre dañado en su raíz y por tanto esencialmente corrompido; como el determinismo, también luterano, que sostiene que el hombre actúa y peca por necesidad al carecer de libertad. Según Trento, aunque el hombre esté marcado por el pecado goza de libertad suficiente como para ser responsable de sus actos. Es Cristo quien nos salva, pero el hombre ha de participar activamente en al salvación con sus buenas obras.

La sesión VII define que los sacramentos son siete, que todos han sido instituidos por Cristo y que dan la gracia. También en esta sesión se precisa la doctrina de la Iglesia sobre los sacramentos del bautismo (14 cánones) y de la confirmación (3 cánones).

Paralelamente, desde la sesión III a la VII, se promulgaron decretos de reforma referentes a obispos y clérigos, como la obligatoriedad de predicar en domingos y fiestas bajo vigilancia episcopal, la obligación de la residencia, las cualidades necesarias para el candidato al episcopado, el establecimiento de cátedras de Escritura en las iglesias mayores y en los conventos.

El 11 de marzo de 1547, al declararse una epidemia en Trento, el Papa decide trasladar el Concilio a Bolonia. Los obispos imperiales permanecieron en Trento. Los legados pontificios y la mayoría de los padres conciliares marcharon a Bolonia. No hubo cisma; unos y otros se ocuparon de cuestiones secundarias. En Bolonia se celebraron las sesiones IX y X. No se promulgaron decretos dogmáticos, ni disciplinares. El Papa, dos meses antes de morir, suspende temporalmente el Concilio (1549). El Concilio de Trento tuvo especial importancia en el paso del Medioevo a la Edad Moderna

Concilio Vaticano I: años 1869-1870. 

Desde Trento (1564) no se había convocado en la Iglesia un nuevo Concilio Ecuménico. Éste fue el Vaticano I (1870); habían pasado más de 300 años. En este largo período de tiempo, aparecieron en Europa una serie de ideologías que afectaron profundamente al pensamiento cristiano.

El siglo XVII estuvo marcado por el racionalismo francés y por el empirismo inglés: la razón y los sentidos eran los únicos criterios de verdad; esta actitud acentuaba la desconfianza a la revelación y a la trascendencia. El siglo XVIII recoge esta herencia y surge la llamada "Ilustración"; un siglo muy pobre en el pensamiento filosófico. 

Aparece una pseudo-filosofía superficial que pretende redimir a los pueblos de las tinieblas de la religión, criticando especialmente al cristianismo. Su obra cumbre fue la "Enciclopedia": sus volúmenes y sus ideas se exportaron a toda Europa y América. 

Culmina el Siglo de las luces con la Revolución Francesa, cuyos ideales influirán eficazmente en la Europa del XIX.

El siglo XIX es el siglo del confusionismo de las ideas, herencia del pensamiento anterior: el liberalismo ideológico defiende toda clase de libertades y ofrece una visión del mundo clara- mente antropocéntrica, de aquí sus recelos a la religión revelada. 

El ateísmo, el agnosticismo, el indiferentismo, el materialismo, el positivismo, el panteísmo en sus diversas formas y otras desviaciones teológicas, como el tradicionalismo (el criterio de que la verdad es la tradición), o el hermesianismo (un puro racionalismo en el que la fe es fruto de la razón humana) originaron un grave quebranto en la fe y en la sociedad cristiana. El desconcierto en la Iglesia era tal que el Papa Pío IX, en su encíclica "Quanta cura" (1864) y en el "Syllabus", condenó todas estas desviaciones.

                                                               Papa Pío IX                            

Tal condenación desagradó a los círculos liberales y a los políticos que consideraron ambos documentos como un atentado a las libertades y al progreso, pues a su vez el Papa condenaba el comunismo, el socialismo, el absolutismo de los estados y el mal entendido liberalismo. 

A finales de 1864, Pío IX manifestó a los cardenales su propósito de convocar un concilio, como medio necesario de combatir el laicismo reinante; la gran mayoría de los cardenales aceptó la propuesta papal. En junio de 1868 fue publicada la bula "Aeterni Patris", fijando para el 8 de diciembre de 1869 el comienzo del concilio.

El Vaticano I se celebró en la Basílica de San Pedro en Roma. Participaron 774 padres conciliares, pertenecientes a treinta naciones. Fueron invitados los obispos ortodoxos y las Iglesias reformadas, pero unánimemente rechazaron la invitación.

Anteriormente, cinco comisiones habían redactado 51 temas, pero solamente dos llegaron a la aprobación definitiva: "De fide catholica" y "De Ecclesia Christi". El Vaticano I tuvo cuatro sesiones solemnes: la de apertura, la de juramento de los Padres, la que definió la constitución "Dei Filius" y la que también definió la constitución dogmática "Pastor Aeternus" sobre la Iglesia.

En la tercera sesión, celebrada en abril de 1870, se aprobó por unanimidad la constitución "Dei Filius" sobre la fe católica. Documento lúdico y espléndido compuesto por cuatro capítulos. En ellos se afirma la existencia de un Dios personal y creador al que se puede conocer por la luz de la razón; la necesidad e importancia de la revelación divina; la fe y su conformidad con la razón y la imposibilidad de conflicto entre fe y razón. Este documento, esencialmente doctrinal, termina con una serie de cánones, condenando al ateísmo, el materialismo, el panteísmo en todas sus formas, el deísmo y todas aquellas doctrinas y filosofías que, en nombre de la razón, rechazan la revelación y la fe. La "Dei Filius" iluminó con claridad la conciencia de muchos católicos desorientados que veían perturbada su fe ante tantas ideologías que, en el fondo, negaban o ponían en duda la existencia del mismo Dios.

La cuarta y última sesión de este Concilio, en la que se proclamó la constitución dogmática sobre la Iglesia de Cristo, la "Pastor Aeternus", vino precedida de una fuerte polémica. No en cuanto a la institución y fundamento de la Iglesia, sino en lo referente a la infalibilidad pontificia.

Unos padres conciliares pensaban que era inoportuna tal definición; otros juzgaban que al no constar explícitamente en la Escritura, no debía definirse. Otros la objetaban ante el problema histórico de los Papas Liberio (siglo IV) y Honorio (siglo VII) en las crisis arriana y de monotelismo. 

Los partidarios del galicanismo también se oponían. Algunos obispos pensaban que los derechos episcopales quedaban menguados; otros creían que la definición de la infalibilidad pontificia enconaría las relaciones de la Iglesia romana con las iglesias orientales cismáticas. También se pensó que la infalibilidad como dogma podría poner en peligro las relaciones de la Iglesia con los diversos estados. En resumen, dos grupos claramente definidos entre los padres conciliares: los antiinfalibilistas y los partidarios de la definición de la infalibilidad. 

En el concilio el grupo contra la infalibilidad estaba compuesto por los obispos de Austria-Hungría, mayoría de los de Alemania y el 40 % de los de Francia. Estos se organizaron y formaban más o menos un quinto de los padres conciliares. Los a favor eran los obispos de Estados Unidos e Italia, con algunos nombres conocidos como Manning, Dechamps y Senestrey, obispo de Ratisbona. 

Redactada la constitución "Pastor Aeternus", se procedió a una previa votación, el 13 de julio de 1870. De un total de 605 partidarios, 451 votaron a favor, 88 en contra y 66 "iuxta modum".

La discusión sobre la necesidad del consenso de los obispos se prolongó con diversas vicisitudes. Varios obispos se presentaron al Papa para pedirle que cediera en este punto pero no obtuvieron respuesta favorable. Entonces unos días antes de la votación definitiva, 55 padres conciliares enviaron una carta al Papa comunicándole su decisión de no participar en esa sesión: estos obispos se retiraron inmediatamente de Roma. 

Días después, el 18 de julio fue aprobada la "Pastor Aeternus"; de los 537 obispos presentes, 535 dieron su conformidad y 2 votaron negativamente. La "Pastor Aeternus" consta de un preámbulo y cuatro capítulos. En el preámbulo se manifiesta que la Iglesia ha sido instituida por Cristo, que ha elegido unos apóstoles anteponiendo a Pedro como fundamento de fe y de unidad.

En el capítulo primero se define que Pedro ha recibido de Cristo, no sólo un primado de honor, sino de jurisdicción en toda la Iglesia. En el capítulo segundo se define la perpetuidad del primado de Pedro que se prosigue en los Pontífices romanos. En el capítulo tercero se define el poder de jurisdicción del Papa sobre la Iglesia Universal en el referente a fe, costumbres, régimen y disciplina. En el capítulo cuarto se define y se proclama la infalibilidad pontificia cuando el Papa habla "ex cathedra", esto es, como pastor y doctor de los creyentes, en materia de fe y moral, dirigiéndose a la Iglesia Universal; estas definiciones pontificias son irreformables por sí mismas, es decir, definitivas.

Los obispos no asistentes a la aprobación de la "Pastor Aeternus" fueron adhiriéndose a la misma desde sus respectivas sedes. La nota discordante fue la del teólogo Dölinger que la rechazó por lo que fue excomulgado; sus seguidores organizaron una nueva secta que aún perdura en la actualidad: la Iglesia de los "Viejos católicos". La reacción de varios gobiernos fue de abierta hostilidad, como en el caso de Austria, Inglaterra, Portugal y numerosos estados alemanes y cantones suizos. 

El resultado final fue positivo. Aquella definición eliminó de raíz el galicanismo, el febronianismo, el jansenismo y el ya lejano conciliarismo. Reforzó el magisterio papal, sobre todo en un momento en el que el papado perdía su poder temporal y en el que muchos pensaban que el pontificado romano estaba moribundo.

La brusca interrupción del Concilio motivó el no examinar las relaciones de obispos y Papa. El Vaticano II será quien rellene este vacío del Vaticano I. Los esquemas preparados y no tratados fueron posteriormente muy útiles a los canonistas en la ulterior codificación del Nuevo Derecho Canónico. Al día siguiente de la aprobación de la "Pastor Aeternus", el 19 de julio de 1870, estalló la guerra franco-prusiana y el 20 de septiembre del mismo año, los piamonteses ocuparon Roma. El Concilio hubo de aplazarse "sine die". No existió clausura oficial. Quedó interrumpido para siempre.






Comentarios

Entradas populares