Santos Reyes Magos
Reyes Magos. 70.
Los racionalistas
consideran el Evangelio como ficción; los católicos insisten en que es una
narración de hechos, basando su interpretación en la evidencia de los
manuscritos, versiones, y en citas patrísticas. Toda esta evidencia resulta
irrelevante para los racionalistas; clasifican la historia de los Magos dentro
de las llamadas “leyendas de la infancia de Jesús”, añadidos apócrifos tardíos
a los Evangelios. Admitiendo únicamente la evidencia interna, dicen que esta
evidencia no resiste el examen de la crítica.
Los Magos eran de la casta sagrada de los Medos. Provenían de sacerdotes de Persia y, dejando de lado vicisitudes dinásticas, siempre mantuvieron sobre sus dominios influencia religiosa. Después de la caída del poder de Asiria y de Babilonia, la religión de los magos perdió influencia en Persia.
Ciro sometió totalmente a la casta sagrada; su hijo Cambises la reprimió severamente. Los magos se sublevaron y pusieron a Gaumata, su jefe, como Rey de Persia con el nombre de Smerdis. Sin embargo, fue asesinado, y Darío fue nombrado Rey. Esta caída de los magos fue celebrada en Persia con una fiesta nacional llamada magophonia. No obstante, la influencia religiosa de esta casta sacerdotal continuó en Persia a través del gobierno de la dinastía Aquemenida y no es inverosímil pensar que en tiempos del nacimiento de Cristo fuese bastante floreciente bajo el dominio parto.
Ningún Padre de la Iglesia sostuvo que los Magos tenían que ser Reyes. Tertuliano dice que fueron de estirpe real. Por otra parte, la Iglesia en su liturgia aplica a los Magos las palabras: “Los Reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán presentes; los Reyes de Arabia y de Saba le traerán sus regalos: y todos los Reyes de la tierra le adorarán” (Salmo 71:10). Pero este uso del texto refiriéndose a ellos no prueba más que eran Reyes que viajaban desde Tarsis, Arabia y Saba. Estos Magos pueden no haber sido otros que miembros de la casta sacerdotal anteriormente referida. La religión de los Magos era fundamentalmente la de Zoroastro y prohibía la hechicería; su astrología y habilidad para interpretar sueños fue ocasión de su encuentro con Cristo.
La narración evangélica no menciona el número de Magos, y no hay una tradición cierta sobre esta materia. Varios Padres hablan de tres Magos; en realidad se hallan influenciados por el número de regalos. En el Oriente, la tradición habla de 12 obsequios. Los nombres de los Magos son tan inciertos como su número. Entre los latinos, desde el siglo VII, se encuentran ligeras variantes en los nombres, Gaspar, Melchor y Baltasar; el Martirologio menciona a San Gaspar el primero de Enero, San Melchor el día 6 y San Baltasar el 11.
Dejando de lado la noción puramente legendaria según la cual representan a las tres familias que descienden de Noé, aparecen como provenientes de Oriente. Al oriente de Palestina sólo la antigua Media, Persia, Asiria y Babilonia tienen un sacerdocio de magos en el tiempo del nacimiento de Cristo. Los magos vinieron desde alguna parte del Imperio Parto. Probablemente cruzaron el desierto de Siria, entre el Éufrates y Siria, llegando a Haleb (Aleppo) o Tudmor (Palmyra), recorriendo el trayecto hasta Damasco y hacia el sur, en lo que ahora es la gran ruta a la Meca, continuando por el Mar de Galilea y el Jordán por el oeste hasta cruzar el vado cerca de Jericó.
La visita de los Magos tuvo lugar después de la Presentación del Niño en el Templo (Lucas 2:38).
Los Magos habían partido poco antes de que el ángel dijese a José que tomase al Niño y a su Madre y fuese a Egipto (Mateo 2:13).
Antes Herodes, había intentado infructuosamente que los Magos retornasen, lo que deja fuera de toda duda que la presentación ya habría tenido lugar. Surge con ello una nueva dificultad: después de la presentación, la Sagrada Familia volvió a Galilea (Lucas 2: 39). Se piensa que este retorno no fue inmediato.
Lucas omite los incidentes de los Magos, la huida a Egipto, la matanza de los Inocentes y el retorno desde Egipto, y retoma la historia con la vuelta de la Sagrada Familia a Galilea. Nosotros preferimos interpretar las palabras de Lucas como indicando un retorno a Galilea inmediatamente después de la presentación. La estancia en Nazaret fue muy breve. Tiempo después la Sagrada Familia volvió probablemente a permanecer en Belén. Entonces vinieron los Magos.
Era “en tiempos del Rey Herodes” (Mateo 2: 1), fecha probable de la muerte de Herodes en Jericó. No obstante, sabemos que Arquelao, hijo de Herodes, sucedió a su padre en una parte del reino, y fue depuesto o en su noveno año. Por otra parte, los Magos vinieron mientras el Rey Herodes estaba en Jerusalén. Por último, eso fue probablemente un año, o un poco más de un año, después del nacimiento de Cristo. Herodes preguntó a los Magos el tiempo en que apareció la estrella.
Considerando esto como el tiempo del nacimiento del Niño, mató a los varones de dos años para abajo en Belén y sus alrededores. Algunos Padres concluyen de esta cruel matanza que los Magos llegaron a Jerusalén dos años después de la Navidad.
Se dice que después de su retorno a su patria los Magos fueron bautizados por Santo Tomás y trabajaron mucho para la propagación de la fe en Cristo. La historia es narrada por un escritor arriano no antes del siglo VI. Este autor admite que lo ha descrito a partir del apócrifo Libro de Seth, y escribe sobre los Magos algo que es claramente legendario.
Después de la partida y la muerte del bienaventurado Santo Tomás, los tres reyes, ya ordenados obispos, peregrinaron por todas las ciudades y todos los pueblos, construyendo muchas iglesias y ordenando sacerdotes y ministros de Dios. Y puesta a un lado toda mundana vanidad, eligieron como morada perpetua la ciudad de Seuva, y con el auxilio de Dios y de todos los obispos y sacerdotes, gobernaron desde allí sus tierras y reinos, en lo espiritual y en lo temporal. Y todos los pueblos los obedecieron no por temor, sino por amor, no como señores, sino como padres, y los amaron con un amor que no era apariencia», añade el autor.
A partir de entonces las versiones sobre su muerte se diluyen. La más extendida es la que afirma que fueron martirizados en el año 70, después de evitar ser linchados en varias ocasiones por predicar el cristianismo.
En los evangelios canónicos solo el Evangelio de Mateo habla de estos «magos», sin precisar sus nombres, ni que fuesen reyes, ni que fueran tres. Fue en el siglo III d. C. cuando se estableció que pudieran ser reyes, ya que hasta entonces, por sus regalos y las iconografías que los representaban, tan solo se consideraba que eran personas pudientes. Fue también en ese siglo cuando se estableció su número en tres, uno por regalo, ya que hasta entonces había dibujos con dos, tres o cuatro magos, e incluso la Iglesia Ortodoxa Siria y la Iglesia Apostólica Armenia aseguraban que eran doce, como los apóstoles y las doce tribus de Israel.
Los nombres actuales de los tres reyes magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen por primera vez en el conocido mosaico de San Apolinar el Nuevo (Rávena) que data del siglo VI d. C., en el que se distingue a los tres magos ataviados al modo persa con sus nombres escritos encima y representando distintas edades. Aún tendrían que pasar varios siglos, hasta el siglo xv d. C., para que el rey Baltasar aparezca con la tez negra y los tres reyes, además de representar las edades, representen las tres razas de la Edad Media. Melchor encarnará a los europeos, Gaspar a los asiáticos y Baltasar a los africanos.
La Catedral de Colonia contiene los que pretenden ser los restos de
los Magos; éstos, se dicen, fueron descubiertos en Persia, llevados a
Constantinopla por Santa Elena, transferidos a Milán en el siglo V y a Colonia
en 1163.
Catedral de Colonia, Alemania.
Las Reliquias de los Reyes Magos:
En 1164, el Emperador alemán Federico Barbarroja regaló a la ciudad de Colonia las reliquias de los Reyes Magos, mismas que fueron trasladadas desde la Tierra Santa a Milán, y desde ahí a Colonia.
Miles de peregrinos empezaron a llegar a Colonia para ver el rico tesoro de los legendarios Reyes Magos. Así, en 1248 inició la construcción de una Catedral que estaría a la altura de tal tesoro, la de Colonia. Hoy, dicha Catedral es uno de los monumentos góticos más impresionantes de Europa cuya construcción duró más de 600 años.
Fue largo el camino que recorrieron las reliquias antes de llegar a su actual hogar. Todo inició en el año 300 de nuestra era cuando la Emperatriz Elena (madre del Emperador romano Constantino) se dedicó a rescatar reliquias religiosas. Aunque no se sabe cómo, en Saba localizó los cadáveres de los Reyes Magos y ordenó su traslado a Constantinopla (la actual Estambul) donde permanecieron durante tres siglos en una Capilla Ortodoxa.
Después, las reliquias fueron trasladadas a Milán para dar prestigio a dicha ciudad. Pero fue Federico Barbarroja quien, en sus guerras de conquista, saqueó el norte de Italia y la ciudad de Milán, y se llevó consigo las reliquias a Colonia en un accidentado viaje.
Los peregrinos, como los turistas en la actualidad, se asombraban al ver las dimensiones y los fastuosos decorados de la iglesia. Y es que sus torres se elevan 157 metros por encima de la ciudad, sus puertas de bronce son colosales, y su longitud es de 144 metros por 45 de ancho y 43 de altura, lo que la coloca entre las 10 iglesias más grandes del planeta.
Además de todos los datos arquitectónicos colosales de la Catedral, el Tesoro de los Reyes Magos es igualmente importante. Está situado detrás del altar mayor y es una pieza de orfebrería medieval en oro macizo finamente decorada con personajes bíblicos. Contiene los restos y reliquias de Melchor, Gaspar y Baltasar, los Reyes Magos.El relicario en forma de Basílica tiene proporciones gigantescas para esta clase de urnas: dos metros 20 centímetros de longitud de oro y plata macizos, esmaltes y joyas de incalculable valor. El relicario fue realizado por el mejor artista francés de la época, Nicolás Verdún, y los maestros orfebres de Colonia la terminaron hace 800 años.
Dentro del relicario reposan los cráneos de Melchor, Gaspar y Baltasar, en tres cajas forradas de terciopelo y brocado. Cada hueso está envuelto en la seda más fina y se considera que es el sarcófago más grande del mundo y domina toda la Catedral. Su peso es de 350 kilos de oro, plata y vermeil (una mezcla de metales preciosos), incrustaciones con piedras preciosas, esmaltes y figuras de marfil ricamente adornadas que representan a la Virgen María, a los Reyes Magos y a los profetas. Por estas reliquias, Colonia se ha convertido, junto con Roma y Compostela, en uno de los grandes centros cristianos de peregrinación.
En la Capilla de los Tres Reyes, frente al Tesoro, hay un maravilloso vitral, el célebre retablo de “La adoración de los Reyes”, de Dombild, y una serie de alegorías relativas al momento en que los Reyes Magos arriban a Belén a ofrecer sus presentes al recién nacido Niño Jesús.
Epifanía del Señor:
La Epifanía, que en griego significa Aparición o Revelación, es una fiesta destinada a celebrar principalmente la revelación de Jesucristo a los Magos o Sabios de Oriente, los cuales, por inspiración particular del Todopoderoso, fueron a adorarle, poco después de su nacimiento.
El oficio del día, conmemora igualmente otras dos manifestaciones del Señor: la primera es la de su bautismo, en el que el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma, al mismo tiempo que una voz del cielo decía: "Este es mi Hijo muy amado, en el que tengo mis complacencias".
La segunda es la revelación de su poder, en el primero de sus milagros, la transformación del agua en vino, en Caná, donde manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él. Por todo esto la festividad merece respeto y reverencia, especialmente por parte de nosotros los gentiles, que en tal fecha fuimos llamados a la fe y adoración del verdadero Dios, en la persona de los Magos.
Sin decirnos cuántos eran, la Biblia llama "magos" o "sabios" a los gentiles que acudieron a Belén a rendir homenaje al Redentor del mundo, obedeciendo al divino llamado. La opinión común, apoyada por la autoridad de San León, Cesario, Beda y otros, sostiene que eran tres.
En todo caso, el número era reducido en comparación con el de aquellos que vieron la estrella y no le prestaron atención; admiraron su brillo extraordinario y permanecieron sordos a su mensaje; esclavizados por su egoísmo y sus pasiones, endurecieron sus corazones al llamamiento del Señor. Decididos a seguir el divino llamamiento, a pesar de todos los peligros, los Magos se informaron en Jerusalén y fueron hasta la misma Corte del Rey Herodes preguntando: "¿Dónde ha nacido el Rey de los Judíos?"
De acuerdo con las profecías de Jacob y David, toda la nación judía estaba en espera del Mesías. Como las profecías detallaban las circunstancias de su nacimiento, los Magos supieron pronto, por las informaciones de Sanedrín o Gran Consejo de los judíos, que el profeta Miqueas había predicho, muchos siglos antes, que el Mesías nacería en Belén.
Los Magos se pusieron inmediatamente en camino, a pesar del mal ejemplo que les daban los miembros del Sanedrín, ya que ningún escriba, ni sacerdote se mostró dispuesto a acompañarles a buscar y rendir homenaje a su propio Rey. Para fortalecer su fe, Dios hizo brillar nuevamente la estrella en cuanto salieron de Jerusalén, y ésta los guio hasta el sitio en que se hallaba el Salvador que venían a adorar.
Deteniéndose sobre la cueva, la estrella parecía decirles: "Aquí encontraréis al Rey que os ha nacido." Los Magos penetraron en el pobre albergue, más lleno de gloria que todos los palacios del mundo, donde encontraron al Niño con su Madre. Postrándose, le adoraron y le entregaron sus corazones.
San León celebra la fe y devoción de los Magos con estas palabras: "La estrella los llevó a adorar a Jesús; pero no encontraron a éste venciendo a los demonios, o resucitando a los muertos, o dando vista a los ciegos y voz a los mudos. Jesús no hacía milagros. Estaba ahí como un recién nacido, sin palabra y totalmente dependiente de su Madre. Su poder estaba oculto y su único milagro era la humildad".
Los Magos ofrecieron a Jesús los más ricos productos de sus tierras: oro, incienso y mirra. El oro, para manifestar que reconocían su dignidad real; el incienso, como una confesión de su divinidad; la mirra, como símbolo de que se había hecho hombre para redimir al mundo. Pero sus más ricos regalos fueron las disposiciones en que se hallaban: su ardiente caridad, simbolizada en el oro; su devoción, figurada por el incienso, y la total entrega, representada por la mirra.
La más antigua mención de la celebración de una fiesta cristiana el 6 de enero, parece ser la de los "Stromata" (1:21) de San Clemente de Alejandría, quien murió antes del año 216. Dicho autor afirma que la secta de los Basilianos celebraba la conmemoración del Bautismo del Señor con gran solemnidad, en fechas que parecen corresponder al 10 y al 6 de enero. Esto tendría en sí mismo poca importancia, si no existieran abundantes pruebas de que en los dos siglos siguientes, el 6 de enero se convirtió en una festividad principal en la Iglesia de Oriente, y que tal festividad estaba estrechamente relacionada con el Bautismo del Señor.
En un documento conocido con el nombre de "Cánones de Atanasio," cuyo texto pertenece básicamente a la época de San Atanasio, digamos hacia el año 370, el autor nos dice que las tres fiestas más importantes del año eran Pascua, Pentecostés y Epifanía. El mismo documento prescribe a los Obispos que reúnan a los pobres en las ocasiones solemnes, particularmente "en la gran fiesta del Señor" (Pascua), en Pentecostés, "cuando el Espíritu Santo descendió sobre su Iglesia," y en "la fiesta de la Epifanía del Señor en el mes de Tubi, es decir, la fiesta de su Bautismo" (canon 16). El canon 66 repite: "la fiesta de la Pascua, la fiesta de Pentecostés y la fiesta de la Epifanía, que es el décimo primero día del mes de Tubi."
Según las ideas del Oriente, la primera manifestación del Salvador a los gentiles coincide con las divinas palabras: "Este es mi Hijo muy amado, en el que tengo mis complacencias." Los Padres Griegos opinan que la Epifanía, llamada también por ellos "Manifestación de Dios" e "Iluminación," se identificaba originalmente con la escena del Jordán.
En un sermón predicado en Antioquía, en el año 386, San Juan Crisóstomo se pregunta: "¿Por qué se llama Epifanía, no al día del nacimiento del Señor sino al día de su Bautismo?". Y, después de discutir algunos detalles de la observancia litúrgica, especialmente el agua bendita que los fieles llevaban a sus casas y conservaban todo el año (el santo se inclina a pensar que el hecho de que el agua no se corrompa es un milagro), responde a su propia pregunta: "Llamamos Epifanía al día del Bautismo del Señor, porque al nacer no se manifestó a todos, como lo hizo en el Bautismo. Hasta ese momento había permanecido oculto al pueblo." También San Jerónimo, que vivía cerca de Jerusalén, testifica que la única fiesta que se celebraba entonces ahí era la del 6 de enero, para conmemorar el nacimiento y el Bautismo de Jesús. A continuación explica que la idea de "manifestación" no se aplica propiamente al nacimiento, "porque Jesús permaneció entonces oculto y no se reveló," sino más bien al Bautismo en el Jordán, "cuando el cielo se abrió sobre Cristo."
Fuera de Jerusalén, donde, según nos dice Eteria, cuyo testimonio concuerda con el de San Jerónimo, la fiesta de la Navidad y la Epifanía se celebraban el mismo día (6 de enero). La costumbre occidental de celebrar por separado la Navidad el 25 de diciembre se impuso en el siglo IV, y se difundió rápidamente, desde Roma a todo el Oriente cristiano.
Hasta el día de hoy los armenios no católicos celebran conjuntamente la Navidad y la Epifanía el 6 de enero. Y debe notarse que en la misma Iglesia de Occidente el rango litúrgico de la Epifanía es superior al de la Navidad, así como el de Pascua y Pentecostés.
San Crisóstomo nos informa que el 25 de diciembre fue celebrado por primera vez en Antioquía, hacia el año 376. Constantinopla adoptó dicha fiesta, dos o tres años más tarde, y San Gregorio de Nisa, en la oración fúnebre por su hermano San Basilio, explica que la Capadocia adoptó la costumbre hacia la misma época. Por otra parte, la festividad del 6 de enero, de origen oriental indudablemente, se convirtió en fiesta de la Iglesia de Occidente, como una especie de compensación, antes de la muerte de San Agustín. La encontramos registrada por primera vez en Viena de Galia. El historiador pagano Amiano Marcelino, describiendo la visita del Emperador Juliano a las iglesias, habla de "la fiesta de enero que los cristianos llaman Epifanía."
San Agustín acusa a los donatistas de no haber adoptado, como los católicos, la nueva festividad de la Epifanía. Alrededor del año 380 se celebraba ya dicha festividad en Zaragoza, y en el año 400 era una de las fiestas en que estaban prohibidos los juegos del circo.
Sin embargo, aunque el día de la celebración era el mismo, el carácter de la fiesta de la Epifanía en Oriente y Occidente era distinto. En Oriente, el motivo principal de la fiesta sigue siendo hasta el día de hoy el Bautismo del Señor, y la gran bendición del agua es uno de los ritos principales.
En Occidente, por el contrario, se hace hincapié en el viaje y la adoración de los Magos. Así sucedía ya desde la antigüedad, como lo demuestran los sermones de San Agustín y San León. Cierto que el Bautismo del Señor y el milagro de Caná están incluidos también en la fiesta; pero, aunque encontramos en San Paulino de Nola (principios del siglo V), y un poco después en San Máximo de Turín, alusiones muy claras a estos dos hechos en su interpretación de las solemnidades del día, hay que reconocer que la Iglesia de Occidente sólo celebra prácticamente la revelación del Señor a los gentiles, representados por los Magos.













































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