Siervo de Dios Mateo Ricci

 

Fundador de las Misiones Católicas en China. 1610.

Nacido en Macerata (Italia), en los entonces Estados Pontificios, en 1552. Su familia era adinerada e importante. Sus padres se llamaban Giovanni Battista y Giovanna Angiolelli Ricci. Su padre sabía que si educaba correctamente a sus hijos, su familia podría ascender a la nobleza, así que se preocupó por la educación del pequeño Mateo desde edad muy temprana. 

Mateo Ricci era con casi toda seguridad el mayor de sus hermanos, nueve varones y cuatro mujeres, algunos de los cuales no llegó a conocer. Fue principalmente criado por su madre y su abuela, la cual recuerda en algunos de sus escritos.

Cuando todavía era un niño, su padre le mandó estudiar latín con el Padre Nicola Bencivegni. Un día, apenas cumplidos los siete años, Mateo se entera de que el sacerdote se iría de Macerata a Roma para unirse a una nueva Orden religiosa: la Compañía de Jesús

"Justo antes de que nacieras, Mateo", explica Bencivegni sobre el cofundador de la Orden, "un misionero cristiano de España llamado Francisco Javier quería mostrar al pueblo de China las virtudes de hacerse cristiano. Pero se enfermó y murió antes de que pudiera intentarlo ”. Tras marcharse su tutor en 1559, Mateo comienza a recibir clases particulares en casa.

En 1561, las autoridades de la ciudad piden la construcción de una escuela jesuita, un centro que se apreciaba entre los mejores para el estudio entre las élites italianas. El padre de Mateo no perdió tiempo en apuntarle. Mateo asistió a clases seis días por semana, siguiendo el estricto temario jesuita que incluía el dominio del latín y el griego, la memorización de extensos poemas y textos de los autores clásicos así como la participación en concursos de memorización donde la mediocridad no estaba permitida. De igual manera, aquellos alumnos que destacaban por su fe y brillantez en temas religiosos eran premiados y reconocidos entre el profesorado. En sus años escolares, Mateo demostró ser muy talentoso y coincidió en sus clases con posteriores compañeros de la comunidad jesuita tales como Girolamo Costa, con quién Mateo estaría en contacto durante sus misiones en Asia. De igual manera, Mateo tuvo como rector de su escuela a Alessandro Valignano, un joven jesuita que le acompañaría como Superior en sus misiones por Oriente hasta el día de su muerte.

Estudió allí hasta 1568, cuando terminó sus estudios escolares básicos. Su ambicioso padre, quién era farmacéutico y había trabajado para el gobernador, le envió a La Sapienza, una conocida universidad en Roma, para que estudiara Derecho. Macerata contaba con una universidad, pero el padre de Mateo confiaba en que si iba a Roma, podría convertirse en un próspero abogado. Mateo cursó Derecho en Roma durante dos años e ingresó en 1571, con tan solo 19 años en 1571, en la Compañía de Jesús, abandonando así sus estudios en contra de la voluntad de su padre.

Cuando Ricci se unió a los jesuitas corría el año de 1571, ése en el que la flota cristiana detuvo el asalto de los turcos a Europa en la batalla de Lepanto. Pero el espíritu que movió al joven jesuita no fue el de un cristianismo en estado de asedio, pues actuó con un exquisito respeto por las tradiciones del país que decidió hacer suyo. 


El 15 de agosto de 1571 entró en la Compañía de Jesús en el Colegio Romano, donde realizó el noviciado, hizo sus primeros votos y realizó estudios filosóficos y teológicos. Se dice que su padre, enfurecido por la decisión de su hijo, fue hasta Roma a obligarlo a retomar sus estudios, cayendo gravemente enfermo en el proceso. Ésta enfermedad fue recibida como una advertencia y Mateo pudo continuar como jesuita.

Allí, en el Colegio Romano, encontró a su antiguo rector, Alessandro Valignano, realizando labor como maestro sustituto de novicios. El encuentro en esa ciudad sería una verdadera metáfora de la futura relación y de las perspectivas no solo de ese noviciado que entonces se iniciaba, sino del acercamiento de ambos a Oriente. Sin embargo, otro gran personaje se cruzó con él durante su estancia en el Colegio Romano. Claudio Acquaviva, posterior General de la Compañía de Jesús, estuvo al cargo de los más de 60 escolásticos que allí residían, Mateo entre ellos.

En 1572 fue destinado a una Universidad de Florencia, en la Toscana, para estudiar humanidades. Valignano, por su parte, fue proclamado Visitador de las colonias portuguesas en agosto de 1573, lo que le ponía al cargo de todas las misiones jesuitas a las Indias. Viajó a Lisboa, donde constantemente salían misiones en los barcos del puerto portugués. Sin embargo, él mismo no pisaría territorio asiático hasta la primavera de 1574. Tras apenas llevar un año en la universidad en Florencia, Mateo se desplaza a la capital italiana para adquirir una mayor preparación humanística y científica en el Colegio Romano. Entre 1573 y 1577 vive en Roma donde se forma en ciencias con el famoso físico jesuita Christophorus Clavius, quién le instruye en las matemáticas, la astronomía y la cosmología.


En 1577 continuó sus estudios en la Universidad de Coímbra en Portugal, donde estudia portugués y refuerza sus conocimientos artísticos y teológicos en tanto que espera a que le concedan permiso para embarcarse en la siguiente misión jesuita a Oriente. Estas misiones se habían hecho habituales desde que Francisco Javier alcanzó Oriente por primera vez, pero Mateo tendría que esperar seis meses hasta que le aceptaran, debido a su juventud y falta de estudios y experiencia. Una vez que su petición es aceptada, fue a Lisboa, que por entonces era la tercera ciudad más grande del mundo, sólo por detrás de Estambul y París. Allí se reencontraría de nuevo con Valignano, su antiguo maestro, quién entonces regresaba de una visita a Europa.

El 24 de marzo de 1578 parte de Lisboa una expedición de 14 jesuitas con destino a Goa, colonia portuguesa. Su misión era expandir el conocimiento de las escrituras y la presencia del catolicismo entre la corte y la sociedad china. 

Entre estos doce religiosos encontramos también a Michele Ruggieri, Rodolfo Acquaviva y Francesco Passio. Francesco, cuya intención inicial era ir de misión a Etiopía, acabó siendo sacerdote en Japón dónde coincidió con Toyotomi Hideyoshi, sucesor de Oda Nobunaga, uno de los personajes más célebres de la historia japonesa. De igual manera, fue embajador en China y Japón. Tuvo varias peleas con Valignano cuando ambos fueron destinados a Japón debido a la manera de acercar la religión a los japoneses. Rodolfo Acquaviva, por su parte, era un italiano de origen noble, relacionado con las familias Gonzaga y Mantua y sobrino del General de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva. Michele Ruggieri, por su parte, tenía estudios universitarios completos y había trabajado en la corte del Rey español Felipe II, lo que hacía de él un culto y preparado jesuita. La nave en la que iban llegó a Goa el 13 de septiembre, tras un largo y complicado viaje.

Matteo Ricci realizó estudios teológicos en la ciudad portuguesa de Goa y enseña cartas clásicas a los muchachos de las universidades de Goa y Cochin. Las autoridades jesuitas habían prohibido a los indios que estudiaban para el sacerdocio asistir a los cursos de filosofía y teología para evitar que se "enorgullecieran demasiado de su aprendizaje" y se negaran a trabajar entre los sectores más pobres de la población indígena.

Ricci explicó los motivos de su disenso en varios puntos. Si la razón dada para denegar el acceso a los cursos avanzados era válida, argumentó, entonces también sería válida para los novatos educados en Europa, para quienes todo el programa estaba abierto. Además, como afirmó sin rodeos, "no todos los hermanos europeos que habían estudiado filosofía y teología aprovecharon al máximo sus conocimientos". Un firme defensor del papel de la cultura en el proceso de evangelización. Ricci sostuvo que las restricciones impuestas a los indios tendrían el único efecto de "fomentar la ignorancia en los ministros de la Iglesia en un lugar donde el conocimiento es tan necesario".


Concluyó su súplica con el punto más cercano a su corazón, a saber, que evitar que los lugareños estudien "cartas" para que no se "hinchen" solo conlleva el riesgo de incurrir en odio y obtener conversiones poco sinceras y de corta duración. Estas observaciones francamente expresadas resaltan los principios sobre los cuales Ricci pretendía basar su trabajo misionero. Sus convicciones con respecto a la importancia del conocimiento formado durante sus años en el Colegio Romano ciertamente se fortalecieron en Goa, donde vio por sí mismo cómo los métodos utilizados por los soldados portugueses para conquistar los mercados y la coerción impuesta a la población para convertirse, causaban desconfianza, miedo y odio. El joven jesuita tenía la intención de adoptar un método diferente de proselitismo, uno que seguiría las pautas establecidas por el visitante Alessandro Valignano después de su llegada al Lejano Oriente.

Goa no se parecía en nada a la idea que había recibido en el Colegio Romano. Había que tener en cuenta que Portugal había tomado el puerto masacrando casi a la totalidad de los nativos y estableciendo allí sus dominios. El puerto era un hervidero de gente de todas las clases sociales: europeos, asiáticos y arábigos, hindúes, musulmanes y cristianos, que convivían en un clima tórrido monzónico en el cual reinaba la desconfianza y la agresividad. Matteo Ricci lidió con ello lo mejor que les fue posible, aunque sus constantes esfuerzos provocaron que cayera enfermo, razón por la cual fue trasladado a la ciudad de Kochi, en el estado indio de Kerala. Allí es finalmente ordenado sacerdote en 1580.

La única colonia portuguesa en territorio chino antes de la llegada de Mateo Ricci era Macao, una ciudad en la que se habían establecido desde 1550, en convenio con la dinastía Ming.


En el siglo XVI, nada quedaba de las comunidades cristianas fundadas en China por los misioneros nestorianos en el siglo VII y por los monjes católicos en el XIII y XIV. Es más, es dudoso que la vida de la población nativa china estuviera afectada en serio por esta antigua evangelización. Por lo tanto, para aquellos que deseaban reasumir el trabajo, todo estaba por hacer y los obstáculos eran mayores que antes. Después de la muerte de San Francisco Javier en 1552, se habían hecho muchos esfuerzos infructuosos.

 En aquella época, los jesuitas portugueses insistían en nombrar a los creyentes chinos con nombres portugueses y en hacerles vestir y comportarse como portugueses. Tal conducta disgustaba profundamente a Mateo. Sin embargo, desde que Valignano se hizo cargo de los jesuitas en las Indias había estado preparándose para cambiar eso. Se dio cuenta de que los fracasos en introducir la doctrina cristiana en la China continental eran a causa de haber enviado a sacerdotes poco instruidos, que tenían escasos conocimientos de la cultura china. Los pocos sacerdotes que habían logrado llegar a Guangzhou, la provincia más progresista en este aspecto debido a su cercanía con los puertos portugueses, apenas habían estado allí un mes en cada ocasión. En su opinión, para mejorar la presencia de los jesuitas en el país y su éxito en la conversión de la gente del lugar era necesario primero aprender a hablar, leer y escribir el idioma chino. Para ello le escribió al superior de la Orden en la India, para pedirle que enviase a Macao una persona que estaría a la altura de dicha tarea, un estudioso de Siena, Italia, llamado Bernardino de Ferraris.


Sin embargo, como Ferraris estaba ocupado como el nuevo Rector de los jesuitas en Cochin, Michele Ruggieri, quién hasta entonces había pasado varios meses en compañía de Mateo Ricci en Goa, fue enviado a MacaoValignano dejó Macao para ir a Japón en julio de 1579, dejando instrucciones para Ruggieri, que iba a llegar en cuestión de días con Francesco Passio. Una vez Ruggieri comenzó a estudiar chino y se dio cuenta de la inmensidad de la tarea, le escribió a Valignano, pidiéndole que le envíe a Mateo Ricci a Macao para compartir el trabajo. Desde el principio, el aprendizaje de la nueva lengua pareció a los religiosos una meta inalcanzable, una empresa desesperada y, sobre todo para Ruggieri, al que le daba la impresión de que era una pérdida de tiempo.


En este contexto, su probable incompetencia lingüística tuvo repercusiones a lo largo de su estancia en la tierra de Confucio, que abandonó después de unos años con el fin de poner en marcha la embajada para el Emperador de China. Según una misiva, el 25 de octubre de 1581, Ruggieri conocía alrededor de 12.000 caracteres de los 80.000 que tenía el idioma chino en aquella época. Finalmente, la solicitud de ayuda fue aceptada y llegó a manos de Mateo el 15 de abril de 1582, aunque Ricci no se reuniría con Ruggieri en Macao hasta el 7 de agosto.​ El viaje hasta Macao sería muy complicado y Mateo caería enfermo en el trayecto, hasta el punto en que aquellos que lo acompañaban llegaron a temer por su vida. Por suerte, mejoró de su enfermedad y comenzó a estudiar el lenguaje chino con Ruggieri poco después de su llegada.


Solo el ejercicio de una gran prudencia permitió a los misioneros permanecer en la región en la que habían tenido tanta dificultad para entrar. Omitiendo al principio toda mención de su intención de predicar el Evangelio, respondieron a los Mandarines que les preguntaban sobre su objeto " que ellos eran religiosos, que habían dejado su país en el distante oeste debido al renombre del buen gobierno de China dónde ellos deseaban permanecer hasta su muerte, sirviendo a dios, el "Señor de Cielo". Si hubieran declarado inmediatamente su intención de predicar una nueva religión, nunca habrían sido recibidos; esto habría chocado con el orgullo chino, que no admitía que China tuviera algo que aprender de los extranjeros, y habría alarmado especialmente a sus políticos que veían un peligro nacional en cada innovación.


La memoria de Mateo Ricci era sorprendente, pero su curiosidad por la cultura y el estilo de vida chinos era aún mayor. Escribió detalladas cartas sobre la evidente alfabetización de la sociedad china debido a la gran cantidad de libros escritos y manuales de tareas diarias que eran constantemente publicados.

Ricci estudió todos los libros que pudo reunir y sus intérpretes tradujeron algunas partes, esperando impacientemente el día en que pudiera leerlas sin ayuda. Quedó impresionado por la cantidad y calidad de los tratados sobre hierbas medicinales, embellecidos con ilustraciones detalladas, y probablemente consultó algunos de los textos que luego se incluyeron en el trabajo farmacológico más importante de la era Ming, a saber, el Bencao Gangmu o el Compendio de Materia Médica de Li Shizen, publicado en 1596 y que contiene los nombres de 1.892 plantas, 11.000 recetas de curas y 1.100 ilustraciones.

El trabajo también hizo la primera mención de un método de inmunización contra la viruela, más de dos siglos antes de la medicina occidental. Ricci comentó sobre los métodos de la medicina china en sus cartas: "hacen todo delicadamente con hierbas" e informó con admiración que los médicos pudieron tratar los problemas dentales insertando "hierro" en los dientes, con lo que probablemente quiso decir algo similar a empastes o prótesis primitivas.

De igual manera, descubrió al revisar los impresos geográficos chinos, que sus mapas eran claramente deficientes. “No solo eran incompletos en su representación de países en gran parte inexplorados, sino que también contenían información errónea debido a la manipulación sin escrúpulos de datos por parte de españoles y portugueses a fin de aumentar la importancia de los territorios cuyos productos comerciaban”. 


Así que anunció su resolución de corregir las imprecisiones. Se puso a trabajar de inmediato calculando las coordenadas geográficas de Macao y decidiendo hacer lo mismo para cada una de las otras ciudades chinas que visitaría, a fin de poder completar un mapamundi completo para los chinos, preferiblemente en su idioma.

Los chinos tenían mapas, llamados por sus geógrafos "descripciones del mundo", pero casi todo el espacio estaba cubierto por las quince provincias de China, alrededor de las que se pintaba un trozo de mar y unas islas en las que se inscribían los nombres de los países de los que ellos habían oído hablar (todos juntos no eran más grandes que una pequeña provincia china). 

                                                   Mapa realizado por Mateo Ricci

Naturalmente los hombres sabios de Chao-K'ing protestaron inmediatamente, cuando el Padre Ricci señaló las diferentes partes del mundo en su mapa europeo y cuando vieron la pequeña porción que ocupaba China. Pero, después de que los misioneros hubieran explicado su construcción y el cuidado tomado por los geógrafos de Occidente al asignar a cada país su posición real y límites, los más sabios de entre ellos se rindieron a la evidencia y, empezando por el Gobernador de Chao-K'ing, todos instaron al misionero a que hiciera una copia de su mapa con los nombres e inscripciones en chino. Ricci dibujó un mapa más grande del mundo en el que escribió inscripciones más detalladas, adaptadas a las necesidades de los chinos; cuando el trabajo fue completado, el Gobernador lo imprimió y entregó copias como regalo a sus amigos en la provincia y fuera de ella.

                                       

Se hizo pronto evidente a los misioneros que sus comentarios con respecto a la religión no eran menos interesantes para muchos de sus visitantes que sus curiosidades occidentales y sus enseñanzas y, para satisfacer aquellos que deseaban aprender más, distribuyeron hojas impresas que contenían una traducción china del Decálogo, una abreviación del código moral, muy apreciado por los chinos. 

Compusieron un pequeño catecismo en el que se explicaban los puntos principales de doctrina cristiana, en forma de diálogo entre un pagano y un presbítero europeo. Este trabajo, impreso aproximadamente en 1584, también fue bien recibido. Los más altos Mandarines de la provincia se consideraron honrados de recibirlo como un regalo. Los misioneros distribuyeron ciento y miles de copias y así "el buen olor de nuestra fe empezó a ser extendido a lo largo de China."

Dejado exclusivamente con un joven sacerdote, que era más un alumno que ayudante, Ricci fue expulsado de Chao-k'ing en 1589 por un Virrey de Cantón que había encontrado la casa de los misioneros satisfactoria para sus propias necesidades; pero la misión tenía raíces lo suficientemente profundas como para no ser exterminada por la ruina de su primera casa.

 Desde ese instante, en cualquier pueblo en que Ricci buscó un nuevo campo de apostolado era precedido por su reputación y encontró amigos poderosos para protegerlo. Primero fue a Shao-Chow, también en la provincia de Cantón, dónde prescindió de los servicios de los intérpretes y adoptó las costumbres de los chinos cultos. En 1595, hizo un intento en Nan-King, la capital famosa en el sur de China, y, aunque infructuoso, le proporcionó la oportunidad de formar una Iglesia cristiana a Nan-Ch'ang, capital de Kiang-Si, que era muy famosa por el número y sabiduría de sus hombres cultos.


La buena voluntad imperial fue ganada con regalos de curiosidades europeas, sobre todo el mapa del mundo en el que el gobernante asiático aprendió por primera vez la verdadera situación de su imperio y la existencia de tantos otros reinos y gentes diferentes; le exigió al Padre Ricci que hiciera una copia del mismo para él en su palacio. En Pekín, como en Nan-King y en otras partes, el interés de los chinos más inteligentes fue despertado principalmente por las manifestaciones que el maestro europeo les hizo de su dominio de las ciencias, incluso en aquellas en que se consideraban más hábiles. Por ejemplo, las matemáticas y la astronomía formaban parte, desde tiempos inmemoriales, de las instituciones del gobierno chino, pero, cuando escucharon al Padre Ricci, incluso los hombres más sabios tuvieron que reconocer cuan poco era su conocimiento y la gran cantidad de errores que contenía.


El Emperador K'ang-Hi emitió un edicto en 1692 concediendo la libertad para predicar el Evangelio. El Emperador Kien-Long, aunque persiguió el cristianismo, ordenó que el "T'ien-Chu-She-I" fuera colocado en su biblioteca con su colección de las producciones más notables del idioma chino. Incluso los misioneros de tiempos actuales han experimentado su influencia benéfica, que no se confinó solo en China también se hizo sentir en Japón, Tong-King, y otros países tributarios de la literatura china.

Aunque el número de cristianos no era muy grande todavía (2.000 bautizaron en 1608), el Padre Ricci en sus "Memorias", bendecía considerando que, por los obstáculos a la entrada del cristianismo en China, era  el resultado de "un grandísimo milagro de la Omnipotencia Divina." 

Para conservar y aumentar el éxito ya obtenido, era necesario que los medios que se habían demostrado eficaces, continuaran siendo empleados; siempre y en todo lugar, los misioneros, sin descuidar los deberes esenciales del apostolado cristiano, tenían que adaptar sus métodos a las condiciones especiales del país y evitar los ataques innecesarios a las costumbres y hábitos tradicionales. La aplicación de este innegable sentido político fue a menudo difícil. En respuesta a las dudas de sus compañeros, el Padre Ricci perfiló las reglas que recibieron la aprobación del Padre Valignano. Éstas aseguraron la unidad y la fructífera eficacia del trabajo apostólico a lo largo de la misión.

Su actividad misionera comenzó a tener éxito, y su conocimiento de la ciencia europea le dio fama en la zona. Además, Ricci adoptó la forma de vestir china, e intentó una adaptación del cristianismo a la realidad china. Esta actitud fue una fuente de conflicto con la Santa Sede, que veía con reticencia cualquier intento de adaptar los ritos a las costumbres chinas en la evangelización. Sin embargo, esta reticencia se terminaría 400 años después con el Concilio Vaticano II. Ricci fue por tanto un adelantado a su tiempo.


Aunque había intentado establecerse en la capital Ming, Pekín, no le fue autorizada la entrada, y permaneció primero en Nanchang y después en Nankín hasta 1601, cuando el Emperador Wanli, habiendo oído las historias sobre el sabio europeo, le convocó a la corte imperial. Mateo Ricci vivió en Pekín hasta su muerte en 1610.

El problema más difícil en la evangelización de China tenía que ver con los ritos o ceremonias, en uso desde tiempo inmemorial, para dar honor a los antepasados y difuntos y las particulares muestras de respeto que las personas cultas se sentía obligadas a dar a su maestro Confucio. 

La solución de Ricci a este problema causó una larga y acalorada controversia en que la Santa Sede finalmente decidió en su contra. La discusión también se extendió al uso de los términos chinos T'ien (el cielo) y Shang-Ti (Soberano Señor) para designar a Dios. Aquí también la costumbre establecida por el Padre Ricci tuvo que ser corregida. Lo siguiente es una breve historia sobre esta famosa controversia que fue singularmente complicado y estuvo emponzoñada por la pasión.

Con respecto a las designaciones de Dios, Ricci prefirió siempre, y empleó desde el principio, el término el T'ien Chu (Señor del Cielo) para el Dios de los cristianos. Como hemos visto, lo usó en el título de su catecismo. 

Pero estudiando los libros chinos más antiguos, consideró que estos decían de T'ien (el Cielo) y Shang-Ti (Soberano Señor) lo que nosotros decimos del verdadero Dios. Esto fue de gran ayuda para destruir los prejuicios chinos contra la religión cristiana. Por consiguiente tenía profundos cimientos que el fundador de la misión china y sus sucesores se creyeran justificados en el empleo de los términos T'ien y Shang-Ti, así como T'ien-Chu, para designar al verdadero Dios. Había sin embargo, objeciones a esta práctica, incluso entre los jesuitas. La más temprana apareció poco después la muerte del Padre Ricci y fue formulada por los jesuitas japoneses.

En 1704 y 1715, el Papa Clemente XI, sin pronunciarse acerca del significado de T'ien y Shang-ti en los antiguos libros chinos, prohibió, por estar abiertos a mala interpretación, el uso de estos nombres para indicar al verdadero Dios y permitió sólo el de T'ien-Chu. 

Con respecto a los ritos y ceremonias en honor de los antepasados y de Confucio, el Padre Ricci era también de la opinión que era permisible una gran tolerancia sin lesionar la pureza de la religión cristiana. Es más, la cuestión era de suma importancia para el progreso del apostolado. Honrar a sus antepasados y difuntos, con las tradicionales postraciones y sacrificios, era a los ojos de los chinos el más grave deber de piedad filial y uno que lo descuidara era tratado por todos sus parientes como un miembro indigno de su familia y de su nación.

Las similares ceremonias en honor de Confucio eran una obligación indispensable para los estudiantes, de modo que no podían recibir ningún grado ni solicitar cualquier trabajo público sin haberlo cumplido. Esta ley todavía permanece inviolable, Kiang-Hi, el Emperador que mostró la mejor voluntad hacia los cristianos, siempre se negó a suprimirla en su favor. 

En tiempos más modernos el gobierno chino no mostró ningún favor a los ministros de Francia que, en nombre de los tratados que garantizaban la libertad del catolicismo en China, exigieron, para los cristianos que habían superado los exámenes, los títulos y ventajas de las licenciaturas correspondientes, sin necesidad de pasar por las ceremonias; el Tribunal de Pekín invariablemente contestó que ésta era una cuestión de tradición nacional en la que era imposible llegar a un compromiso.

Después de haber estudiado cuidadosamente lo que los libros clásicos chinos decían con respecto a estos ritos y después de haber observado la práctica de ellos durante mucho tiempo y preguntado a los numerosos estudiosos de todo rango con quien tuvo relación durante sus 18 años de apostolado, Ricci se convenció de que estos ritos no tenían significación religiosa, ni en las instituciones ni en su práctica por las clases ilustradas. Los chinos, dijo, no reconocen más divinidad en Confucio que la que reconocen en sus antepasados difuntos; oran a nadie; el hecho no pide ni espera cualquier intervención extraordinaria de ellos. De hecho sólo hacen por ellos lo que hacen por los vivos a los que desean mostrar un gran respeto. "El honor que dan a sus padres consiste en servirles en la muerte como ellos lo hicieron en vida. No por ello piensan que el muerto vendrá a comer sus ofrendas (la carne, frutas, etc) o que los necesita. Ellos dicen que actúan de esta manera porque no saben otra manera de mostrar su amor y gratitud a sus antepasados.

Igualmente lo que hacen (sobre todo las personas cultas), es agradecer a Confucio la excelente doctrina que les dejó en sus libros y a través de la cual obtienen licenciaturas y cargos de Mandarín. No hay en ello nada que sugiera idolatría, y quizás incluso puede decirse que no hay superstición." Los "quizás" agregados a la última parte de esta conclusión muestra la escrupulosidad con que el Fundador actuó en esta materia. Que el vulgo, y de hecho incluso la mayoría de los paganos chinos, mezclaba la superstición con sus ritos nacionales, Ricci nunca lo negó; ni pasó por alto el hecho de que los chinos, como los infieles en general, mezclaban la superstición con sus acciones más legítimas.


Por consiguiente permitió a los nuevos cristianos continuar la práctica de ellos, evitando todo lo que sugiriera superstición, y les dio normas para ayudarles a diferenciarlo. Creía, sin embargo, que esta tolerancia, aunque lícita, debía limitarse por la necesidad del caso. Siempre que la comunidad cristiana china pudiera disfrutar de libertad suficiente, sus costumbres, especialmente su manera de honrar a los muertos, debe hacerse de conformidad con las costumbres del resto del mundo cristiano. Estos principios del Padre Ricci, controlados por sus seguidores durante su vida y después de su muerte, sirvieron durante 50 años como guía de todos los misioneros.

En 1631 se fundó la primera misión de los dominicos en Fu-Kien por dos religiosos españoles. En 1633 dos franciscanos, también españoles, llegaron para establecer una misión de su Orden. Los nuevos misioneros pronto se alarmaron por los ataques hacia la pureza de la religión que pensaron que descubrían en las comunidades fundadas por sus predecesores. Sin tomar quizá tiempo suficiente para enterarse de los asuntos chinos y aprender lo que se había hecho exactamente en las misiones jesuitas, enviaron una denuncia a los Obispos de Filipinas. Los Obispos se lo refirieron al  Papa Urbano VIII, y pronto la gente fue informada.


Inmediatamente en 1638, empezó una controversia en Filipinas entre los jesuitas, en defensa de sus hermanos de un lado, y los dominicos y franciscanos en el otro. En 1643 uno de los acusadores principales, el dominico, Juan-Bautista Moralez, fue a Roma para someter a la Santa Sede una serie de" cuestiones" o" dudas" en las que, dijo, había controversia entre los misioneros jesuitas y sus rivales. Diez de estas cuestiones concernían a la participación de los cristianos en los ritos en honor a Confucio y los muertos. La petición de Moralez intentaba demostrar que los casos en los que pedía la decisión de la Santa Sede representaban la práctica autorizada por la Compañía de Jesús; en cuanto los jesuitas lo supieron, declararon que estos casos eran imaginarios y que ellos nunca habían permitido a los cristianos tomar parte en los ritos como había expuesto Moralez. Declarando las ceremonias ilícitas, en su decreto de septiembre de 1645 (aprobado por Inocente X), la Congregación de la Propaganda dio la única respuesta posible a las cuestiones que se le presentaron.

En 1651 el Padre Martin Martini fue enviado desde China a Roma por sus hermanos para dar cuenta veraz de las prácticas de los jesuitas y de los permisos con respecto a los ritos chinos. Este delegado llegó a la Ciudad Eterna en 1654 y, en 1655, remitió cuatro preguntas a la Sagrada Congregación del Santo Oficio. Este supremo tribunal, en su decreto de marzo de 1656, aprobado por el Papa Alejandro VII, sancionó la práctica de Ricci y sus socios, expuesta por el Padre Martini, declarando que las ceremonias en honor de Confucio y los antepasados parecían constituir "un culto puramente civil y político." ¿Este decreto anuló el de 1645?  Acerca de esta pregunta, llevada ante el Santo Oficio por el dominico, Padre Juan de Polanco, (la contestación fue en noviembre de 1669) que ambos decretos deben permanecer "en pleno vigor" y deben observarse "de acuerdo con las cuestiones, las circunstancias, y lo contenido en las dudas propuestas."

Entretanto se alcanzó un compromiso por los, hasta ahora divididos misioneros. Esta conciliación se aceleró por la persecución de 1665, qué congregó durante casi 5 años en la misma casa de Cantón a 19 jesuitas, 3 dominicos y un franciscano (entonces el único miembro de su Orden en China). 

Aprovecharon su forzada desocupación para acordar un método apostólico uniforme. Los misioneros discutieron todos los puntos en que debía adaptarse la disciplina de la Iglesia a las exigencias de la situación china. Después de 40 días de conversaciones, que terminaron en enero de 1668, todos (con la posible excepción del franciscano Antonio de Santa Maria que era muy celoso y sumamente inflexible), subscribieron 42 artículos. El resultado de las deliberaciones, era como sigue: "Sobre las ceremonias en las que los chinos honran a su maestro Confucio y a los muertos, las contestaciones de la Sagrada Congregación de la Inquisición, aprobadas por nuestro Santo Padre Alejandro VII, en 1656, deben seguirse absolutamente porque están basadas en una muy probable opinión, a la que es imposible contraponer cualquier evidencia contraria, y, asumida esta probabilidad, la puerta de la salvación no debe cerrarse a los innumerables chinos que abandonarían la religión cristiana si se les prohibiera aquello que pueden hacer lícitamente y de buena fe y que no pueden abandonar sin perjuicio serio."

El Obispo Maigrot fue a China en 1683. Era Vicario Apostólico de Fu-kien, antes de ser Obispo, cuando, en marzo de 1693, dirigió a los misioneros de su Vicariato un mandato que proscribía los nombres T'ien y Shang-ti; prohibiendo que a los cristianos se les permitiera participar o ayudar en "los sacrificios o solemnes oblaciones" en honor de Confucio o los difuntos; prescribiendo la modificación de las inscripciones en las lápidas ancestrales; censurando y prohibiendo ciertas, según su parecer, referencias demasiado favorables a los antiguos filósofos chinos.

Por orden del Papa Inocencio XII, el Santo Oficio reasumió en 1697 el estudio de la cuestión en los documentos elaborados por los procuradores de Monseñor Maigrot y en los de aquellos que mostraban el lado opuesto, presentados por los representantes de los misioneros jesuitas. Es digno de hacer notar que en este período, muchos de los misioneros de fuera de la Compañía de Jesús, en especial todos los agustinos, casi todos los franciscanos y algunos dominicos, se habían convertido a la práctica de Ricci y los misioneros jesuitas. 

Saliendo de Europa en febrero de1703, Monseñor de Tournon se quedó durante un tiempo en India alcanzando Macao en abril de 1705 y Pekín en diciembre del mismo año. El Emperador K'ang-Hi le otorgó una bienvenida calurosa y lo trató con gran honor hasta que supo, quizás a través de la imprudencia del mismo Legado, que uno de los objetos de su embajada, si no el más importante, era abolir los ritos entre los cristianos. Monseñor de Tournon era consciente de que la decisión contra los ritos estaba tomada desde noviembre de 1704, pero todavía no se había publicado en Europa, porque el Papa deseaba que primero se publicase en China. Obligado a dejar Pekín, el Legado marchó a Nan-King cuando se enteró de que el Emperador había ordenado a todos los misioneros, bajo pena de expulsión, que se presentaran ante él para recibir un piao o diploma que les otorgaba el permiso para predicar el Evangelio. Este diploma sólo sería concedido a aquellos que prometieran no oponerse a los ritos nacionales.

Al recibir estas noticias, el Legado sintió que ya no podía posponer el anuncio de las decisiones de Roma. Por un mandato de enero de 1707, requirió de todos los misioneros, bajo pena de excomunión, responder a las autoridades chinas, si les preguntaban, que "algunas cosas" en la doctrina y costumbres chinas no estaban de acuerdo con la ley divina y que éstas eran principalmente "los sacrificios a Confucio y a los antepasados" y" el uso de lápidas ancestrales" y además que "Shang-Ti" y" T'ien" no eran el "verdadero Dios de los cristianos." 

Cuando el Emperador tuvo conocimiento de este decreto, ordenó que Monseñor de Tournon fuera traído a Macao y le prohibió que saliera de allí antes del retorno de los enviados que él mismo envió al Papa para explicar sus objeciones a la prohibición de los ritos. Mientras todavía era sujeto de esta restricción, el Legado falleció en 1710.

Entretanto habían sido expulsados de China, Monseñor Maigrot y varios otros misioneros que se habían negado a pedir el piao. Pero la mayoría (es decir, todos los jesuitas, la mayoría de los franciscanos, y otros religiosos misioneros, teniendo a la cabeza al Obispo de Pekín, un franciscano, y el Obispo de Ascalon, Vicario Apostólico de Kiang-Si, un agustino) consideraron que, para prevenir la ruina total de la misión, podrían posponer la obediencia al Legado hasta que el Papa hubiera manifestado su voluntad. 

El Papa Clemente XI replicó publicando en marzo de 1709, una fórmula de juramento que el Papa impuso a todos los misioneros y que les obligaba, bajo las penas más severas, a observar y hacer observar totalmente y sin reservas las decisiones incluidas en el acta pontificia. Esta Constitución, que llegó a China en 1716, no encontró rebeldía entre los misioneros, pero incluso aquellos que lo buscaron con más celo, no pudieron inducir a la mayoría de sus fieles a observar estas disposiciones. Al mismo tiempo se despertó de nuevo el odio de los paganos, reencendido por la antigua acusación de que la cristiandad era enemiga de los ritos nacionales, y los neófitos empezaron a ser los objetos de persecuciones a las que K'ang-Hi, hasta ahora tan bien dispuesto, dio entonces casi total libertad.

El Papa Clemente XI buscó remediar esta crítica situación enviando a China un segundo Legado, Juan Ambrosio Mezzabarba a quien nombró Patriarca de Alejandría. Este prelado zarpó de Lisboa en marzo de 1720, llegando a Macao en septiembre y a Cantón en octubre. Admitido, no sin  dificultad en Pekín y a una audiencia con el Emperador, el Legado solo pudo evitar su inmediato despido y la expulsión de todos los misioneros, dando a conocer algunas suavizaciones de la Constitución que estaba autorizado a ofrecer, y dando la esperanza a K'ang-Hi de que el Papa todavía concedería otras. Entonces aceleró su regreso a Macao, donde dirigió en noviembre de 1721, una carta pastoral a los misioneros de China, comunicándoles el texto auténtico de sus 8 "permisos" con relación a los ritos. Manifestó que él no permitiría nada prohibido por la Constitución. En la práctica, sin embargo, sus concesiones relajaron el rigor de las prohibiciones pontificias, aunque ello no produjo armonía o unidad de acción entre los operarios apostólicos.

El Papa pidió una nueva investigación, cuyo objetivo principal era la legitimidad y oportunidad de los "permisos" de Mezzabarba. En 1742, el Papa, por la Bula "Ex quo singulari", confirmó y reimpuso, de un modo más enfático, la Constitución "Ex illâ die", y condenó y anuló los "permisos" de Mezzabarba como consentidores de las supersticiones que esa Constitución buscaba destruir. Esta acción terminó la controversia entre los católicos.


La Santa Sede no entró en las cuestiones puramente teóricas, como es el caso de lo que los ritos chinos eran y significaban según su institución y su antigüedad. En esto el Padre Ricci tenía razón; pero estaba equivocado pensando que, como práctica en tiempos modernos, no eran supersticiosos o podrían realizarse libres de toda la superstición. Los Papas declararon, después de escrupulosas investigaciones, que las ceremonias en honor de Confucio o los antepasados y difuntos estaban teñidas de tal grado de superstición que no podían ser purificadas. 

Pero el error de Ricci, como el de sus compañeros y sucesores, fue sin embargo un error de juicio. La Santa Sede prohibió expresamente que se afirmase que ellos habían aprobado la idolatría. Sería de hecho una odiosa calumnia acusar a un hombre como Ricci, y otros tantos santos y celosos misioneros, de haber aprobado y permitido a sus neófitos prácticas que sabían que eran supersticiosas y contrarias a la pureza de la religión. A pesar de este error, Matteo Ricci sigue siendo un espléndido ejemplo de misionero y fundador, insuperable en su celosa intrepidez, en la inteligencia de los métodos aplicados a cada situación, y la incansable tenacidad con que siguió los proyectos que emprendió.



A él pertenece la gloria, no sólo de la apertura del Evangelio a un inmenso imperio, sino la de abrir al mismo tiempo la primera brecha en la desconfianza de los extranjeros que excluían a China del progreso general del mundo. El establecimiento de la misión católica en el corazón de este país también tuvo sus consecuencias económicas: puso los cimientos de un buen entendimiento entre el Lejano Oriente y Occidente, que creció con el progreso de la misión.

En mayo de 2013, la primera fase de la causa de beatificación de Mateo Ricci se cerró en Macerata, diócesis donde nació el misionero. La causa está ahora en la Congregación de la Causa de los Santos en el Vaticano, para su estudio. Desde hace un tiempo se amplificaron los pedidos para la beatificación y la canonización de Ricci.

Que Ricci merezca plenamente ser canonizado es un hecho que va más allá de cualquier duda. La rectitud de su carácter, la infinita paciencia, perseverancia y humildad que mostró durante todo el proceso chino y los frutos madurados de su misión atestiguan a todos la santidad de un hombre que es respetado y hasta amado por muchos chinos.



Al visitar Corea del Sur en 2014, en su primer viaje a Extremo Oriente el Papa Francisco I,  ha dado a entender que, en el floreciente desarrollo del catolicismo en ese país, ve precisamente un fruto del método evangelizador de Mateo Ricci.

De hecho fueron unos literatos coreanos, convertidos al cristianismo por misioneros europeos que habían obrado en China siguiendo a Ricci, los que introdujeron la fe cristiana en Corea en el siglo XVII. Y también hoy, unos laicos cristianos son los protagonistas de la propagación del Evangelio en este país.

Además, Francisco tiene la esperanza de que la beatificación de Mateo Ricci (personaje apreciado por los chinos de todo credo, incluidas las autoridades comunistas) pueda mejorar las relaciones entre China y la Iglesia de Roma.

Actualmente estas relaciones siguen estando marcadas, por parte de China, por la desconfianza y la hostilidad, con verdaderos y propios actos de persecución de la comunidad católica local.



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