Beato Urbano V
Papa. 1370.
Guillaume de Grimoard nació en Grisac, Languedoc (Francia), en 1310. Nacido en una familia noble, fue educado en Montpellier y Toulouse. Su padre era un noble del lugar y su madre era hermana de San Eleazar de Sabran.
Después de estudiar en las Universidades de Montpellier y Toulouse, Guillermo ingresó en la Orden de San Benito, donde fue ordenado sacerdote. En seguida, volvió a sus antiguas Universidades y luego pasó a las de París y Aviñón a sacar el grado de doctor. Allí enseñó algún tiempo.
En 1352, fue nombrado abad de San Germán de Auxerre. En aquella época, los Papas residían en Aviñón. Durante los siguientes diez años, el abad Guillermo sirvió en varias misiones diplomáticas al Papa Inocencio VI, el cual en 1361, le nombró abad de San Víctor de Marsella y le envió a Nápoles como legado ante la Reina Juana.
El Papa Inocencio VI había fallecido en setiembre de 1362 y la elección de un candidato que no fuese Cardenal se debía a los celos dentro del Colegio Sagrado, lo cual hacía casi imposible la elección de uno de sus miembros.
Guillaume de Grimoard fue escogido por su virtud, conocimientos y habilidades en los asuntos prácticos de gobierno y diplomacia. Guillaume llegó a Marsella el 28 de octubre, tres días después llegó a Aviñon y fue consagrado el 6 de noviembre, tomando el nombre de Urbano porque según decía: “todos los Papas que han llevado ese nombre han sido santos”.
El 20 de noviembre, el Rey Juan de Francia visitó Aviñon; su principal propósito era obtener la mano de Juana de Nápoles, Guardiana de la Santa Sede, para su hijo Felipe, Duque de Touraine.
Juana de NápolesEn una carta con fecha 7 de noviembre, Urbano ya había aprobado el proyecto de matrimonio de Juana con el Rey Juan de Mallorca, un Rey sin reino; haciendo eso, el Papa salvaguardaba su propia independencia en Aviñón, la cual había puesto en peligro el matrimonio de Juana, quien era también Condesa de Provence, un pueblo unido a la corona de Francia circundante al Principado Papal. Urbano escribió una carta a Juana el 29 de noviembre, apresurando el matrimonio con Felipe, probablemente para apaciguar al Rey de Francia en vez de persuadirlo. La fiesta de compromiso de la Reina de Nápoles con Juan de Mallorca estaba fijada para el 14 de diciembre.
El enorme rescate de 3.000.000 de coronas de oro que Juan de Francia le debía a Eduardo III de Inglaterra, aún no había sido pagado en gran parte, y ahora Juan estaba buscando permiso para recaudar la décima parte de los ingresos del clero francés.
Urbano rechazó esta petición así como también otra para la nominación de 4 Cardenales escogidos por el Rey. Juan también quería intervenir entre el Papa y Barnabo Visconti, tirano de Milán. Su petición fue rechazada nuevamente, y cuando Barnabo no apareció dentro de los tres meses permitidos en su citación, el Papa lo excomulgó en 1363. En abril del mismo año Visconti fue derrotado ante Bologna. La paz terminó en marzo de 1364; Barnabo restauró los castillos que capturó, mientras Urbano retiró la excomulgación y garantizó el pago de medio millón de florines de oro.
El Papa benedictino, era un amante de la paz y mucha de su diplomacia estaba dirigida a la pacificación de Italia y Francia. Ambos países estaban invadidos por bandas de mercenarios conocidas como “las Grandes Compañías”. El Papa hizo muchos esfuerzos para asegurar su dispersión y salida. Estas compañías hicieron caso omiso a las amenazas de excomunión y rechazaron unirse al Rey de Hungría en sus batallas contra los turcos, a pesar de que el Emperador Carlos IV, quien venía a Aviñón en mayo de 1365, garantizaba los gastos de sus viajes y les ofrecía ingresos de su reino de Bohemia por tres años.
La guerra entonces se desencadenó entre Pedro el Cruel de Navarra y su hermano Enrique de Trastamare. Pedro fue excomulgado por sus crueldades y persecuciones al clero; y Bernard Duguesclin, vencedor de Cocherel, dirigió las compañías a Navarra, visitando de paso Aviñón y amenazando al Papa.
La guerra española terminó rápidamente, y Urbano volvió a su plan anterior de utilizar a las compañías contra los turcos. El Conde de Savoy era el encargado de dirigirlos hacia el Rey de Ciprés y al Imperio del Este. Sin embrago, este plan tampoco funcionó. Los esfuerzos de Urbano tampoco dieron frutos en Italia, donde el país completo estaba invadido por bandas dirigidas por los famosos condottieri, el Conde alemán de Landau y el inglés Sir John Hawkwood.
En 1365, después del fracaso de un plan para unir Florencia, Pisa y las comunidades italianas entre ellas, el Papa nombró a Albornoz para convencer a estas compañías a unirse al Rey de Hungría. En 1366, el Papa los excomulgó solemnemente, les prohibió su contratación y convocó al Emperador y a todos los poderes del cristianismo a unirse para su extirpación. Todo fue en vano, aunque una liga de ciudades italianas se formó en setiembre de ese año pero se disolvió 15 meses después debido al celo florentino del Emperador.
Roma había sufrido terriblemente por la ausencia de sus Pontífices, y era aparente que si Urbano permanecía en Aviñón, el trabajo del Cardenal militar Albornoz, en restaurar al Papado a los Estados de la Iglesia, estaría incompleto.
En setiembre de 1366, Urbano informó al Emperador su deseo de volver a Roma. Todo el pueblo se alegró con la noticia, excepto los franceses. El Rey entendió que su partida de Aviñón significaría una disminución de la influencia francesa en la Curia. Los Cardenales franceses no querían que Urbano dejara Francia. En abril de 1367, Urbano dejó Aviñón; en mayo navegó desde Marsella y después de un largo viaje, llegó a Corneto donde se encontró con Albornoz.
El 4 de junio de 1367, los romanos le dieron las llaves de San Ángelo en señal de bienvenida, los jesuitas llevaban ramas en sus manos y dirigidos por su fundador, San Juan Colombini, precedían al Papa.
Cinco días después, llegó a Viterbo, donde permaneció en una ciudadela. El estado desequilibrado de Italia hizo imposible que Urbano lleguase a Roma hasta que reunió un considerable ejército. Así que no fue hasta el 16 de octubre que ingresó a la ciudad liderando una cabalgata bajo la escolta del Conde de Savoy, el Marqués de Ferrara y otros príncipes.
El retorno del Papa a Roma fue visto como un gran evento y una gran acción religiosa. Ahora el Papa trabajaba para mejorar la condición material y moral de su capital. Se restauró y decoró los palacios y las basílicas papales. Se distribuyó el tesoro papal, el cual se había preservado en Assisi desde el tiempo de Bonifacio VIII, entre las iglesias de la ciudad. Los desempleados consiguieron trabajo en los jardines abandonados del Vaticano, y se distribuyó maíz en tiempo de escasez; al mismo tiempo se restauró la disciplina del clero y se estimuló la frecuencia de los sacramentos.
En octubre de 1368, el Emperador se unió al Papa en Viterbo. Antes de dejar Alemania, el Emperador había confirmado todos los derechos de la Iglesia, y Urbano esperaba su ayuda contra los Visconti, pero Carlos se permitió sobornarlo. El 21 de octubre, el Papa y el Emperador llegaron a Roma juntos, el segundo dirigiendo humildemente la mula del Pontífice.
El 1 de noviembre, Carlos actuó como diácono en la misa en la que Urbano coronó a la Emperatriz. Un año después, el Emperador del este, Juan V Palaeologus, llegó a Roma buscando ayuda contra los infieles; había renunciado al Cisma y fue recibido por Urbano en los pasillos de la iglesia de San Pedro. Estos Emperadores del Este y del Oeste eran sombras de sus grandes antecesores, y sus visitas eran triunfos que podían parecer pequeños logros para Urbano V.
Había mostrado gran entusiasmo por la Cruzada. En 1363, Pierre de Lusignan, Rey de Ciprés, y Rey titular de Jerusalén, llegó a Aviñón para buscar ayuda contra los turcos, y en marzo (Viernes Santo), Urbano predicó sobre las Cruzadas y les dio la cruz a los Reyes de Francia, Dinamarca y Ciprés.
El caballeroso Rey Juan, quien debía ser jefe del comando, murió como prisionero en Londres en 1364, y aunque el Rey de Ciprés tomó Alejandría en octubre de 1365, fue incapaz de mantener la ciudad.
El espíritu de las Cruzadas se acabó en Europa. En una época de corrupción y simonía, Urbano logró la pureza y el desinterés en la vida eclesiástica: hizo mucho por la disciplina del clero y logró que se mantuvieran muchos Concilios provinciales; rechazó otorgar posiciones o dinero a sus parientes e incluso hizo que su padre devolviera una pensión que el Rey de Francia le había otorgado. Su hermano, a quien le sugirió el Cardenalato, fue reconocido por todos por ser un hombre lleno de dignidad. La vida privada del Papa fue religiosa y siempre estaba listo para aquellos que necesitaban ayuda.
Sin embargo, Urbano fue un patriota francés, un defecto en el Padre universal del Cristianismo. Alejó al Rey de Inglaterra con ayuda de su rival, y aumentó la hostilidad en Italia por los favores mostrados a los hombres de su propia raza a quien hizo representantes en los Estados de la Iglesia. Urbano fue un gran patrono del aprendizaje, fundó Universidades en Cracovia (por medio de una aprobación papal de 1364) y en Viena (por aprobación papal de 1365), e hizo que el Emperador creara la Universidad de Orange; revisó los estatutos de la Universidad de Orleáns y ayudó mucho a la Universidad de Aviñón y Toulouse. Aprobó las Ordenes de las Brigidinas y los Jesuitas, y canonizó a su padrino, San Eleazar de Sabran. Añadió a la Tiara la 3° Corona Imperial, la 2° era la Corona Real y la 1° el Poder Espiritual.
Él sentía que su posición en Italia era insegura. La muerte de Albornoz en 1367, quien había hecho posible su regreso a Italia, fue una gran pérdida para Urbano. Se demostró la inquietud de los pueblos con la sublevación de Perugia, la cual tuvo que ser retenida a la fuerza, cualquier posibilidad de ataques podría deshacer el trabajo del gran Legado. En el fondo también el Papa sentía mucho cariño por su país y su séquito francés lo instaba a regresar a Aviñón. En vano fueron las amonestaciones de Santa Brígida, quien vino desde Roma a Montefiascone para advertirle que si regresaba a Aviñón, moriría pronto.
Las órdenes mendicantes prestaron a Urbano una ayuda eficaz. Después de haber establecido la jerarquía católica en Bulgaria, en Bosnia, en Moldavia, el Papa envió a Albania cuatro obispos franciscanos con la misión de recorrer el pequeño Estado y de aumentar el número de los católicos.
Por su mandato, veinticinco frailes menores recorrieron Valdaquia y Lituania; veinticuatro religiosos de la misma Orden fueron a Georgia. Pero la misión más famosa de todas las del pontificado de Urbano V fue la enviada a los mongoles, integrada asimismo por religiosos franciscanos. Urbano V puede ser considerado, por la labor misional promovida, como el mejor precursor de la moderna época misional de la Iglesia.
La guerra se había desatado nuevamente entre Francia e Inglaterra y el deseo de traer la paz fortaleció la determinación del Papa. El 5 de setiembre de 1370, Urbano, “triste, sufrido y profundamente afectado” embarcó a Corneto. En una aprobación papal del 26 de junio, les había dicho a los romanos que su partida era motivada por su deseo de ser útil a la Iglesia Universal y al país al cual iba a ir.
El Emperador Carlos V gustosamente envió una flota de galeras adornadas a Corneto; sin embargo el Papa no sobreviviría mucho a su llegada a Aviñón (el 24 de setiembre). Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Notre Dame en Aviñón pero removido dos años después, de acuerdo con sus propios deseos a la Iglesia Abadía de San Víctor en Marsella.
Se multiplicaron los milagros en su tumba. El Rey Waldemar de Dinamarca ordenó su canonización y Gregorio XI lo aseguró a comienzos del año 1375, pero no se dio lugar debido a los desórdenes de ese tiempo. Pío IX aprobó su culto en 1870.
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