San Agapito de Preneste
Niño Mártir. 274.
Nació este santo niño en Roma, de padres nobles, a mediados del siglo III, y, ya desde su tierna infancia, brilló en él una como innata piedad y devoción, que le hacían renunciar a las comodidades y deleites de la vida y gozar en el servicio de los ministerios sagrados. Sus padres pertenecían a la primera comunidad cristiana bautizada por San Pedro.
Hecho prisionero por Antíoco, Prefecto de Roma, es atormentado con inauditos suplicios, que él vence valerosamente, obrando a la par el cielo muchos prodigios, a cuya vista se convierten multitud de paganos y hasta sus propios verdugos.
Llevado otra vez ante el tribunal y a causa de su nueva y valiente confesión de fe, es atormentado con carbones encendidos sobre su cabeza, mientras él canta alabanzas al Señor.
Furioso Antíoco, ordena sea de nuevo azotado sin piedad; y colgado luego de los pies, con la cabeza hacia abajo, sobre un nuevo fuego que le da en el rostro. Sin inmutarse y como si tales tormentos no le hicieran daño, replica al tirano: "¿Tan corta es tu sabiduría, que se reduce a hacerme un poco de humo?". A la vista de tan tenaz resistencia, muchos son los que a los gritos de: "Creemos en el Dios de Agapito", piden hacerse cristianos.
El Prefecto, cada vez más irritado, manda nuevamente colgarlo, igualmente boca abajo, y al aire libre, para que lo devoren las fieras; mas un ángel baja del cielo, desatándole y curando sus heridas.
Tales hechos milagrosos, mientras se multiplican las conversiones a su alrededor, irritan más y más al Prefecto; uno de los soldados que le custodiaban, llamado Anastasio, admirado de la entereza del joven y de sus creencias, confiesa creer en el Dios de Agapito y valerosamente se presenta al Prefecto, diciendo: "No hay otro Dios que el Dios de los cristianos"; por lo que Antíoco, más furibundo aún, manda que, cargado de cadenas, sea Anastasio encerrado, primero, en la cárcel, para ser degollado poco después, a pesar del aprecio y estima en que hasta entonces le tuviera como hombre de confianza y su lugarteniente.
Hace traer de nuevo a Agapito, para ser otra vez sometido a tormento. Puesto en el potro, le echan agua hirviendo en el vientre. "¿Qué hacéis? -objeta-, os dijeron agua hirviendo, y ésta es muy agradable".
Al no conseguir tampoco, vencerlo así, ordena Antíoco sea arrojado a las fieras en el Anfiteatro; mas al llegar ellas, hambrientas junto a Agapito, lejos de hacerle daño alguno, se echan mansamente a sus pies y le acarician.
El Prefecto, al ver tal sumisión en las fieras, se levanta encolerizado: "¿Qué hacéis, oh dioses que no castigáis a este sacrílego que os niega adoración?", exclama. Y nuestro valiente niño le replica: "No hay más que un solo Dios y éste es Cristo". La muchedumbre, indignada, arremete contra los falsos dioses y empieza a clamar al Dios de Agapito, convirtiéndose a la fe más de 500 paganos.
Ante tales hechos y abundantes conversiones, muerto súbitamente Antíoco, ordena el Emperador que Agapito sea trasladado a Preneste (Palestina), y allí es decapitado con una espada; consumando así, por fin, su inmolación.
Las reliquias veneradas del valeroso joven (de unos 15 o 16 años de edad) que tan admirables ejemplos de intrepidez y constancia en defensa de la fe nos dejara, fueron encerradas secretamente por algunos de los nuevos cristianos convertidos por su singular entereza; haciendo el Señor que, al ser concedida la libertad a la Iglesia por el Emperador Constantino, fueran ellas milagrosamente halladas, en el lugar que hoy se llama "La Quadrelle", edificándose allí una Basílica en honor del invicto mártir.
Parte de estas reliquias, fueron donadas más tarde a Bélgica, lo que dio lugar a que allí se tenga gran devoción a San Agapito, particularmente en Tongrineve, donde acuden las madres el 18 de agosto con sus hijitos enfermos, para obtener su curación. Su culto se ha limitado desde 1969 a los calendarios locales.









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