San Alberto de Sicilia o de Trapani
Sacerdote. Carmelita. 1307.
Benito Degil Abatti y Juana Palizi eran un matrimonio modelo que vivían cerca de la ciudad de Trápani, en la bella Sicilia. Allí, en Trapani, tenían un convento los religiosos carmelitas que gozaba de un gran renombre por la santidad de los religiosos que allí moraban.
Este matrimonio profesaba una tierna devoción a la Virgen María que en aquella iglesia se veneraba. A ella le hicieron un día esta promesa: "Madre, ya llevamos 26 años casados y sin tener descendencia. Si ha de ser para gloria de tu Hijo y tuya y para bien de la humanidad os rogamos nos concedáis descendencia y os prometemos consagrarla a vuestro servicio". Los dos estaban de acuerdo en aquella común oración que casi sin darse cuenta salía de los labios de ambos.
Poco tiempo después les nacía un hermoso niño al que pusieron por nombre Alberto. Procuraron educarlo lo mejor que pudieron. Su padre, cuando todavía Alberto era muy niño, ya trataba de prepararle un ventajoso matrimonio, según era costumbre de la época, pero su esposa Juana le hizo desistir al recordarle el voto que habían hecho de común acuerdo. Benito reflexionó y comprendió que Juana tenía razón y así expusieron a Alberto que eligiera lo que él quisiera. Que se sintiera completamente libre. Y, Alberto, después de una madura reflexión, dijo a sus padres:
"Dadme vuestra bendición porque veo con toda claridad que el Señor me llama a que forme parte de la Orden de los Hermanos del Monte Carmelo que habitan en Trapani".
Con la bendición de sus progenitores, cuando apenas contaba la edad de 8 años, atravesó los umbrales del Carmelo. Fue recibido con gran alegría por aquellos venerables religiosos. Pronto se dieron cuenta que aquel regalo que les había hecho el Señor era toda una maravilla. No parecía niño sino un muy aventajado religioso, por lo menos en cuanto a las cosas de Dios se refería. Se entregó al estudio y bajo la dirección de un experimentado religioso trató de aprender las ciencias de su tiempo con toda seriedad y gran aprovechamiento. Todos quedaban admirados de los progresos que hacía y todos pronosticaban que el Señor obraría cosas grandes por medio de aquel pequeño carmelita.
Desde que profesó en la Orden se distinguió por su fervor y austeridad de vida. Sus biógrafos nos dicen que sus ayunos eran continuos, que nunca tomó carne y que mezclaba su parco alimento con ajenjos. Su cama era un zarzo de sarmientos y dedicaba largas horas del día y de la noche a la oración.
El demonio le tentaba constantemente, por su virtud. Sucedió que, siendo ya adolescente, el demonio le tentó en forma de una bella joven que le incitaba al pecado, pero Alberto, trazando la señal de la cruz, la hizo desaparecer.
En otra ocasión, cuando se hallaba orando, el diablo le lanzó la lámpara del altar, pero Dios la sostuvo en el aire, hasta terminar la oración el santo. Profesó a los 14 años, cuando la edad lo permitía, y redobló sus penitencias, como añadir yerbas amargas al pan, los viernes. A los 24 años, luego de estudiar teología, aunque se negó a ordenarse de presbítero, lo hizo por obediencia. Destacó en la predicación y el ministerio del confesionario, especialmente convirtiendo judíos. Fue muy devoto de la Virgen María, con la cual tenía largas conversaciones y la que en más de una ocasión le dejó tener al Niño Jesús en sus brazos.
Recibidas las sagradas órdenes, se difundió pronto su fama de religioso santo y de persuasivo orador. Una vez ordenado sacerdote, los superiores lo destinaron al Convento de Messina donde realizó muchos prodigios, sobre todo alimentando a toda la ciudad cuando estaba sitiada. Sin saber cómo ni de dónde, pero él hacía que llegasen cargamentos llenos de alimentos para toda la ciudad.
Curaba enfermedades corporales y espirituales. Echaba demonios. Sanaba aguas envenenadas. Sobre todo se hizo famosa el agua que él bendecía. Con ella curaban de toda clase de enfermedades, especialmente acudían a él, las jóvenes que estaban a punto de dar a luz y tenían peligro de perder su descendencia o de morir ellas. Las bendecía, bebían de aquella agua milagrosa y quedaban curadas o daban a luz con la mayor facilidad y sin dolor alguno.
Fue nombrado Provincial de Sicilia por el año 1296, cargo que desempeñó con una entrega total al servicio de Dios y de las almas. Cuando visitaba los conventos, no llevaba otra cosa que un poco de pan, el báculo y un cántaro de agua. Fundó varios conventos y escribió algunos tratados, que no se han conservado. Recibió del Señor la gracia de hacer milagros llegando a ser el gran taumaturgo y apóstol de Sicilia.
En una ocasión, estando sitiada la ciudad de Messina por el rey de Nápoles, los habitantes le suplicaron ofreciera oraciones y sacrificios por ellos, para no perecer de hambre y enfermedad. Ofreció la misa y estando en ella, se oyó un trueno espantoso y una voz que dijo: “Dios ha oído tus oraciones”. Luego contaron los de Messina que, sin saber de qué manera, aparecieron en el puerto tres barcos llenos de provisiones. Y no solo este milagro realizó San Alberto, sino que a religiosos, seglares, niños y adultos, los sanaba solo con hacer la señal de la cruz sobre ellos, o tocarlos. Incluso caminó sobre las aguas para bautizar y luego salvar a unos judíos que se ahogaban.
Acaeció su muerte en 1307 y al celebrar sus exequias se dice que voces misteriosas entonaron el "os justi" de la misa de confesores en vez de la misa de requiem. Su culto fue confirmado por bula del Papa Sixto IV en 1476.
Comentarios
Publicar un comentario