San Álvaro de Córdoba
Dominico. 1430.
Nacido en Córdoba en 1358 de familia rica y caballeresca. Es hijo del primer maestre de Calatrava, Martín López de Córdoba. Se formó en el famoso Colegio Dominicano Real Convento de San Pablo.
Llegó la Peste Negra y diezmó las ciudades y dejó vacíos los conventos. Los que entraban o habían quedado, muchos de ellos, no tenían ansias de austeridades y la relajación era bastante común.
Por otra parte se produjeron dos hechos muy triste para la Iglesia: el cautiverio de Aviñón y el célebre Cisma de Occidente.
Mientras unos reinos reconocían como legítimo Papa al que residía en Avignon, otros se mostraban adictos al que estaba en Roma; para empeorar las cosas, algunos cardenales se reunieron en Pisa y eligieron un tercer Papa. La algidez del problema se puso al rojo vivo. De todas partes apremiaban a los tres Papas a renunciar a sus supuestos o legítimos derechos en bien de la Iglesia; un Concilio acabaría con ese estado de confusión eligiendo un Papa único, previa la renuncia de los otros tres.
Después de la coronación de Alejandro V en Pisa, en junio de 1409, la situación de la Iglesia y, en consecuencia, la situación de la Orden de Predicadores se hizo más dramática; los dominicos quedaron divididos, como la cristiandad entera, en tres secciones: una parte (los adictos a Benedicto XIII) bajo el régimen de Juan de Puinoix; otra parte (los entusiastas del Concilio de Pisa y de su Papa Alejandro V) a las órdenes de Tomás de Fermo; y la última parte, en fin, fieles a Gregorio XII congregándose en torno a Juan Dominici.
El drama se agravó enormemente. Los conventuales de Fiésole, por citar un ejemplo, reciben el imperativo de Fermo para que se adhieran a Alejandro V y nieguen la obediencia a Gregorio XII. La disyuntiva era agobiante. Pero aquel puñado de auténticos religiosos optó por la huida, porque la voz de la conciencia era más fuerte que la autoridad de Fermo. Y una noche, a la luz de la luna, cruzaron la verde campiña toscana rumbo a Foligno, orando y llorando. Entre los fugitivos van artistas y santos. Algunos son conocidos: San Antonino, Fray Angélico...
En 1414, Dati sucede a Fermo; el drama se orientó, bajo su mandato, hacia la solución anhelada. Asistió al Concilio de Constanza, en el que fue elegido único Papa Martín V en 1417, y reinstauró el método de reforma esbozado por Capua, cuyo representante era Juan Dominici, Cardenal y luego Legado de Martín V.
El Beato Álvaro de Córdoba ha vivido intensamente esos días del plural cisma, le ha dolido el alma como a buen religioso, ha mirado con simpatía los esfuerzos de los reformistas italianos durante los días que estuvo predicando en Lombardía, a su ida y a su regreso del viaje a Tierra Santa.
Desde muy joven tuvo altas dotes de amor al estudio y decidió retirarse a un claustro, eligiendo el Convento de San Pablo de la Orden de Santo Domingo en la capital cordobesa.
Debido a su fe, amor al prójimo y carácter cariñoso, logró ser profesor de Artes y Teología, y profundizar en las sagradas escrituras, donde supo contagiar a muchos discípulos que seguían su vitalidad y doctrina. Los más antiguos cronistas dominicos lo describen como persona consagrada y enamorada enteramente a la piedad, al estudio y la enseñanza de la ciencias divinas. El título de Maestro en Teología que recibió en Salamanca y los numerosos y doctos discípulos que formó, le acreditaban como sabio eminente y hábil profesor.
Fray Álvaro de Córdoba va a ser el maestro y el peón de la reforma en España. Esta empresa suya puede analizarse desde un doble ángulo de vista: primero, en lo que tiene de común con la reforma de los dominicos italianos; segundo, en lo que presenta de fisonomía propia. En el primer plano, se advierte que conoce bien el patrón de la reforma patrocinada por Raimundo de Capua y llevada adelante por Juan Dominici; en el segundo aspecto, es peculiar el tacto con que la realiza, huyendo de la lucha imprudente. En una ocasión se había acudido en Palermo a plantar un convento reformado al frente de otro no reformado. Casi como un reto. Fray Álvaro de Córdoba limó todo posible encono de las relaciones fraternas.
Muy pronto, a principios del Siglo XV, emulando a su hermano de Orden, San Vicente Ferrer, se dedica a recorrer incansablemente toda España, ciudades de Francia e Italia, donde fue oído respetado y admirado en todas parte como heraldo y mensajero de Jesucristo. De esta forma continuaba su misión evangelizadora de fe y contribuyó eficazmente a la desaparición del cisma de Occidente.
A su regreso a España, con gran fama de sabiduría y santidad, se convierte en confesor de la Reina Catalina de Lancaster, viuda de Enrique III, y de su hijo Juan II. Debido a su forma de ser, se gana el beneplácito y la confianza de la Corona, que le aportan para sus planes evangelizadores unas limosnas suficientes, como para que el 13 de junio de 1423, comprase Torre Berlanga (antigua torre mora enclavada en la sierra norte de Córdoba a siete kilómetros de la capital) y en ella situará su convento denominado Santo Domingo de Escalaceli.
Convento Santo Domingo de EscalaceliEn un principio la Orden del convento la compondrían él con siete frailes más, que realizarían esfuerzos máximos para darle vida a aquel entorno. Dicho convento tuvo sus problemas en la construcción, debido a que tanto la limosna monárquica como la de la sociedad cordobesa fueron acabándose. Es por ello y que según cuentan, una gracia divina, bajo petición del fraile de Córdoba, rociara aquellos Santos Lugares (como posteriormente él denominaría) del material necesario para su construcción.
Fue un gran predicador, Consejero espiritual de la corte española y gran opositor del Papa Luna de Avignón. Viajó a Tierra Santa e Italia, e hizo construir iglesias y conventos dominicos, el más conocido el de Scala Coeli en Córdoba. Una leyenda cuenta que los ángeles llevaban de noche la madera y la piedra al convento para que los trabajadores lo construyeran lo más pronto posible y sin esfuerzo. Según se cuenta, era muy austero y pasaba noches enteras rezando.
Otra bonita leyenda cuenta que una vez encontró a un pobre por las calles de Córdoba y que lo envolvió con su capa para que no pasara frío. Lo invitó a pasar la noche en el convento y cuando entró uno de los hermanos le preguntó qué era lo que llevaba. Álvaro le respondió "un hombre enfermo pobre"; pero cual fue la sorpresa cuando abrieron la capa y solamente había un crucifijo grande en sus brazos.
Dicho crucifijo aún se guarda en Scala Coeli, al igual que las reliquias del propio santo. Gran devoto de la pasión de Cristo y propagador del Vía crucis. Fray Álvaro de Córdoba moriría con algo más de 70 años, el día 19 de febrero de 1430 en su santo lugar debido a una lenta y penosa enfermedad. El Papa Benedicto XIV aprobó su culto en 1741.
Crucifijo de Álvaro de CórdobaJunto a este aspecto de la obra del Beato Álvaro pongamos otro que tiene un valor singular en la historia de la piedad cristiana: en Escalaceli se construyó el primer Vía crucis de Europa. La Edad Media, con las Cruzadas, con la predicación de San Bernardo y de los mendicantes, centró la devoción del pueblo hacia los misterios de la vida y pasión de Cristo.
Fray Álvaro, hombre de su siglo, era devotísimo de la pasión del Señor. Un cuadro que se halla en San Esteban de Salamanca nos lo presenta en pie, amorosamente abrazado a la cruz.
Impulsado por ese fervor pasionario peregrinó a Tierra Santa. Al empezar la reforma comprendió que era necesario orientarla por un cauce de austeridad y ascetismo. Si eligió la sierra de Córdoba para fundar fue porque la topografía presentaba una gran semejanza con la de Jerusalén; él haría que se pareciese aún más. En lo alto de la ladera del lado este del convento, pasado el valle por el que se precipitan las aguas serranas, levantó una capilla que bautizó con el nombre de "Cueva de Getsemaní"; al valle lo llamó "Torrente Cedrón"; pero hay más: desde el convento hasta un monte situado al sur y que dista, como han podido apreciar los técnicos, tanto como el lugar de la crucifixión de la Ciudad Santa, edificó una serie de estaciones que terminaban en el "Calvario", donde puso tres cruces.
Otras capillas, construyó en torno a Escalaceli, conmemorativas de lugares santos; pero interesa, sobre todo, destacar el Vía crucis. No han faltado quienes han querido derribarlo con la pica de un criticismo anodino, porque, dicen, no se encuentran en él elementos formales ni coincidencia con la estructura definitiva; fútil argucia, aún blandida por el Padre Zedelgen, pues es clara verdad que el Beato Álvaro construyó el Vía crucis con un obvio fin de meditación y acompañamiento del itinerario doloroso del Señor.
La vida religiosa, ejercitándose en ese camino ascético, adquiría así una tónica robusta y catártica. Fray Álvaro y sus religiosos meditaban los sufrimientos del Redentor por esa Vía dolorosa recordadora. Los biógrafos y el proceso del culto inmemorial del Beato relatan escenas impresionantes de esta plástica devoción pasionaria del fundador de Escalaceli. Fray Álvaro pasaba las noches en oración, amparado por el silencio, de los olivos y el éxtasis de las estrellas, en la capilla de Getsemaní; a veces, cuando muy de madrugada acudía a rezar los maitines con la comunidad, los ángeles le ayudaban a subir la áspera pendiente o vadear la torrentera.
Un testigo del proceso cuenta haber oído a su abuelo, amigo del Santo, que éste se disciplinaba junto a aquellas cruces levantadas a la vera del camino como pregón de eternidad y redención bajo las nubes altas, fugitivas, del cielo cordobés.
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