San Arturo de Irlanda

 

                                                               Monje. Mártir. 1282.

Se trata de un monje trinitario, irlandés, del siglo XIII. Estando de predicación en Babilonia junto con sus compañeros Ferganámino y Patricio, fue tal el odio que suscitaron en los musulmanes, que los condenaron a la hoguera.

Procedía de una familia de piadosos cristianos que le educó desde su más tierna infancia en el amor a Cristo y su santa Iglesia. Desde sus primeros años dio muestras de mucha piedad y virtud, siendo ejemplar en todo y comenzando de esta manera su largo camino hacia la santidad.

Al llegar a la edad en que debía tomar estado, le sucedió que escuchó una llamada en su interior. Sintió en su pecho ardiéndole un gran deseo de servir a Dios y entregarle su vida generosamente. Como cualquier otro hombre tenía frente a sí otras alternativas menos penosas y más regaladas. Podría haberse casado, y haber hecho una vida cómoda en su tierra natal. Sin embargo, él no quiso darle la espalda al Señor, y cuando supo que Él le necesitaba, que Él le llamaba, corrió presuroso a presentarse, sin preocuparse en si habría de afrontar sufrimientos y pesadas cargas.

En tiempo de San Arturo, la vitalidad católica de Irlanda había logrado gran auge. En su historial contaba con varios santos y algunos teólogos famosos. Era conocido doquier, por otra parte, el dinamismo de los creyentes irlandeses, que les llevaba constantemente a empresas grandes. Nadie extrañaba, pues, que hubieran cuajado allí las órdenes militares y la directamente emparentada con ellas, la Trinitaria. A ella perteneció nuestro Santo.

A causa de las luchas entre cristianos y sarracenos y debido a los procedimientos de piratería de éstos, yacían en la esclavitud, en todas las ciudades musulmanas, centenares y hasta miles de cristianos, sufriendo toda suerte de penalidades. Se sintió Arturo con alma generosa para trabajar y aun para ofrecer su propia vida en aras de la liberación de los infelices cautivos. Y por esto ingresó en la fervorosa milicia redentora.

No era fácil la labor de los trinitarios, cualquiera que entrase en la Orden sabía que se le abría por delante un camino de peligros y acechanzas. La navegación en aquellos días era peligrosa e insegura, no sólo por la amenaza de los piratas, sino también por la pobreza de medios y por el atraso tecnológico. Las enfermedades y los naufragios eran muy habituales.

También sucedía a estos frailes que, al llegar a tierra sarracena, tropezaban con jefes crueles y traicioneros, poco dados a cumplir la palabra dada o a respetar el hábito de un fraile. Sus ciudades eran también inseguras y a cada paso encontraban ladrones salteadores dispuestos a arrebatarles el codiciado botín que con ellos llevaban.


Visitó Tierra Santa, donde se acabaría de enardecer de amor a Jesús y a su Pasión. Este amor era el que le impulsaba a luchar por la libertad de los pobres reclusos de las mazmorras mahometanas, y por la abolición total de la esclavitud. Llegó hasta Babilonia, si bien se ignora si vivió mucho tiempo en ella.

Su condición de fraile cristiano, su activismo proselitista, su celo ardiente y sus osadías, se hicieron odiosos a los discípulos del Corán. Y, según noticias de su Orden, fue apresado y allí mismo, en Babilonia, quemado vivo, por odio a la fe y a la doctrina de la religión.



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