San Esteban Harding
Confesor. III° Abad de Cîteaux. 1134.
La historia de Stefano Harding se refiere a los orígenes de la Orden monástica cisterciense, entre finales del siglo XI y principios del siglo XII.
Este monje inglés originario de Shelburne está, de hecho, al lado de San Roberto de Molesme y Alberico cuando en 1098 fundaron el nuevo monasterio en Citeaux, en Borgoña. El principio inspirador de esta nueva comunidad fue la voluntad de restaurar la obediencia a la Regla Benedictina en su totalidad.
Esteban nació en Sherborne en Dorsetshire, Inglaterra, a mediados del siglo XI. Había tenido una juventud alborotada. Después de profesar los votos monásticos en la abadía benedictina de Sherborne, abandonó la vida religiosa en el período turbulento que siguió a la conquista normanda de Inglaterra.
Primero se mudó a Escocia y luego a París, donde continuó estudiando. Arrepentido por haber abandonado la vida monástica, fue en peregrinación a Roma para obtener el perdón, acompañado por un joven clérigo con quien recitó, a lo largo del camino, todo el Salterio.
Al regreso de esta última ciudad, se detuvo en el Monasterio de Molesme y, quedó tan impresionado de la santidad de Roberto, el Abad, que decidió unirse a esa comunidad. Aquí practicó grandes austeridades, llegó a ser uno de los principales partidarios de San Roberto.
Al cabo de algunos años, el espíritu de la comunidad había bajado y, en 1098, el abad Roberto, acompañado de Alberico, Esteban y otros cuatro monjes, fue a Lyon a ver al arzobispo Hugo, que era también el delegado pontificio en Francia, para pedirle permiso de abandonar Molesmes.
El arzobispo comprendió sus razones y, en un documento cuyo contenido ha llegado hasta nosotros, les dio el permiso que solicitaban. San Roberto dispensó a los monjes del voto de obediencia a él y partió de Molesmes con veinte de los suyos.
Llegaron a Citeaux, que no era entonces más que un prado perdido en el bosque, lejos de la civilización. Reinaldo, el señor de aquellas tierras, les regaló de buena gana el prado y Odón, el Duque de Borgoña, a quien el arzobispo Hugo había puesto al tanto del asunto, les envió algunos albañiles para que los ayudasen en la construcción del monasterio.
El 21 de marzo de 1098, se inauguró la nueva abadía. Roberto era el abad, Alberico el prior y Esteban el subprior. Pero el año siguiente, los monjes de Molesmes, que necesitaban mucho a su antiguo abad, pidieron a Roma que mandase volver a Roberto. En realidad, Roberto no había sido nunca la cabeza del movimiento de Citeaux y parece que volvió con gusto a Molesmes, a juzgar por la alusión que se encuentra en una carta de la época a la «habitual versatilidad» de Roberto.
Alberico fue nombrado abad de Citeaux y Esteban prior. Pero las dificultades de la nueva fundación estaban apenas empezando. La transformación del bosque en tierra laborable tomó cierto tiempo y los monjes atravesaron algunos períodos de gran estrechez; pero no perdieron el ánimo y siguieron sirviendo a Dios en la práctica de la regla de San Benito, con algunas modificaciones que tendían a hacerla aún más rigurosa.
En 1109, murió San Alberico y Esteban le sucedió en el cargo de abad. Insistió en retener la estricta observancia instituida originalmente. Habiendo ofendido al Duque de Borgoña, gran promotor de Cîteaux, al prohibir a él y a su familia penetrar al claustro, se vio incluso forzado a pedir limosna de puerta en puerta.
Su segundo decreto fue todavía más severo, pues prohibió el uso de objetos costosos en la liturgia y suprimió toda pompa; los cálices debían ser simplemente plateados, las casullas de tejido ordinario, etc. El efecto inmediato de estas medidas fue disminuir el número de visitantes y, sobre todo, el número de novicios, cosa que ya desde antes preocupaba a los monjes. Así, llegó el día en que el monasterio se hallaba prácticamente en la miseria, pero los monjes permanecieron leales a su superior.
Entonces el abad, en un acto de total confianza en Dios, mandó a uno de los monjes al mercado de Vézelay a comprar tres carros y tres caballos y le ordenó que los cargase con víveres. Cuando el monje le pidió el dinero necesario, el abad replicó que sólo tenía tres céntimos. El monje partió obedientemente; al llegar a Vézelay contó a un amigo suyo la situación en que se hallaba. El buen hombre corrió al punto a la cabecera de un rico vecino, que estaba en su lecho de muerte y consiguió que éste pagase toda la mercancía.
Sin embargo, el número de monjes seguía disminuyendo en Citeaux. Una misteriosa epidemia empezó a diezmar a los que quedaban, de suerte que Esteban, a pesar de su heroico valor, no pudo menos de preguntarse si estaba haciendo realmente la voluntad de Dios. En esa situación, pidió a un monje moribundo que, si Dios se lo permitía, volviese de la tumba a iluminarle sobre la voluntad del Señor. Poco después de su muerte, el monje se apareció a Esteban, cuando éste iba a partir al campo, y le dijo que Dios no sólo estaba contento de su manera de proceder, sino que el monasterio se vería muy pronto lleno de monjes que, "como abejas afanosas que revolotean alrededor de la colmena, irían a fundar nuevas colonias en diversas partes del mundo". Satisfecho con esa respuesta del cielo, Esteban aguardó pacientemente el cumplimiento de la profecía. ¡Pero nadie hubiera podido prever hasta qué punto se iba a cumplir!
Un día se presentaron a la puerta del monasterio treinta jóvenes, quienes manifestaron al asombrado portero que habían ido a solicitar la admisión en la vida religiosa. Todos eran de noble linaje, en el pleno vigor de la juventud. El que capitaneaba al grupo, era un mozo de singular apostura, llamado Bernardo. Sintiéndose llamado a la vida religiosa y no queriendo separarse de sus amigos y parientes, se había ganado, uno tras otro, a sus hermanos, a un tío y a varios de sus conocidos.
Después de ese momento culminante, el monasterio no tuvo que temer ya ni la falta de novicios, ni el hambre, pues Francia entera empezó a admirar al Cister. También fue el momento culminante en la vida de San Esteban. A partir de ese momento, casi desapareció de los ojos del mundo, entregado como estaba a dos grandes tareas: la formación de San Bernardo y la redacción de las constituciones de la Orden Cisterciense.
El número de novicios obligó pronto a los monjes a fundar una nueva abadía en Pontigny, a la que siguieron las de Morimond y Claraval. Para gran sorpresa de todos, Esteban nombró a Bernardo abad de Claraval, aunque éste no tenía más que 24 años.
Con el objeto de mantener los lazos entre Citeaux y sus filiales, San Esteban dispuso que todos los abades se reuniesen cada año en Capítulo General. En 1119, había ya nueve abadías dependientes de Citeaux y Claraval. Entonces, San Esteban redactó los estatutos, conocidos con el nombre de "Carta de Caridad", que organizaban la Orden Cisterciense y determinaban su modo de vida.
En 1133 Esteban, ahora anciano, enfermo y casi ciego, renunció al puesto de Abad, designando como su sucesor a Roberto de Monte, quién fue consecuentemente electo por los monjes. La elección del santo, sin embargo, resultó desafortunada y el nuevo Abad retuvo el puesto sólo dos años. Siendo ya muy viejo y casi ciego, San Esteban renunció al báculo abacial para prepararse a morir. Ya en su lecho de muerte, oyó a unos monjes decir, en tono de alabanza, que sin duda iba a presentarse sin temor al juicio de Dios; irguiéndose entonces en el lecho, les dijo: "Os aseguro que voy a presentarme ante Dios con temor y temblor, como si ninguna cosa buena hubiese hecho en mi vida, porque lo que pude haber hecho de bueno y el fruto que haya podido recoger, son obra de la gracia de Dios. Tengo miedo de haber administrado la gracia con menos celo y humildad de lo que debiera". Esas fueron sus últimas palabras. Murió en 1134. Nunca hubo, propiamente hablando, una canonización formal, pero el Cardenal Baronio inscribió su nombre en el Martirologio Romano, y el Capítulo general de la Orden confirmó su culto en 1623.
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