San Esteban Protomártir

 

                                        Diácono y el primer mártir cristiano. 36.

En los Hechos de los Apóstoles el nombre de Esteban se encuentra por primera vez con ocasión del nombramiento de los primeros diáconos (Hechos, 6:1-7):

 En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas. Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron: "No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra".

"Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía".


Se le llama "protomártir" porque tuvo el honor de ser el primer mártir que derramó su sangre por proclamar su fe en Jesucristo. 


Se desconoce por completo su conversión al cristianismo. La Biblia se refiere a él por primera vez en los Hechos de los Apóstoles. Narra que en Jerusalén hubo una protesta de las viudas helenistas (de origen griego).  Las viudas decían que, en la distribución de la ayuda diaria, se les daba mas preferencia a los que eran de Israel, que a los pobres del extranjero. 

Cuando esa comunidad creció, los apóstoles, para no dejar su labor de predicar, confiaron el servicio de los pobres a siete ministros de la caridad llamados diáconos (que significa "ayudante", "servidor", grado inmediatamente inferior al sacerdote). Estos fueron elegidos por voto popular, por ser hombres de buena conducta, llenos del Espíritu Santo y de reconocida prudencia. Los elegidos fueron Esteban, Nicanor y otros. 

Esteban además de ser administrador de los bienes comunes, no renunciaba a anunciar la buena noticia. La palabra del Señor se difundió y el número de discípulos se multiplicó extraordinariamente en Jerusalén; también un gran número de sacerdotes se sometieron a la fe.

Su nombre es griego y sugiere que fuera un helenista, esto es, uno de esos judíos que habían nacido en alguna tierra extranjera y cuya lengua nativa era el griego; sin embargo, según una tradición del siglo V, el nombre de Stephanos era sólo el equivalente griego del arameo Kelil (del sirio kelila, corona), que puede ser el nombre original del protomártir y fue inscrito en una losa encontrada en su tumba. 


Parece que Esteban no era un prosélito, pues el hecho de que Nicolás sea el único de los 7 designado como tal, hace casi seguro que los otros eran judíos de nacimiento.

Su ministerio como diácono parece haberse ejercido principalmente entre los conversos helenistas con los que los Apóstoles estaban al principio menos familiarizados.

El hecho de que la oposición con la que se enfrentó surgiera en las sinagogas de los “libertos” (probablemente los hijos de los judíos llevados como cautivos a Roma por Pompeyo en el año 63 antes de Cristo y liberados, de ahí el nombre de libertini) y “de los cirineos, y de los alejandrinos y de los que eran de Cilicia y Asia” muestra que habitualmente predicaba entre los judíos helenistas.

El conflicto estalló cuando los quisquillosos de las sinagogas “de los libertos, y de los cirineos, y de los alejandrinos, y de los que eran de Cilicia y Asia”, que habían retado a Esteban a una discusión, salieron completamente desconcertados (Hechos6: 9-10); el orgullo herido inflamó tanto su odio que sobornaron a falsos testigos para que testificaran que “le habían oído pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios” (Hehos6:11).

Ninguna acusación podía ser más apta para excitar a la turba; la ira de los Ancianos y los escribas, ya había sido encendida por los primeros informes de la predicación de los Apóstoles. 

Esteban fue detenido y arrastrado ante el Sanedrín, donde fue acusado de decir que “Jesús, ese Nazareno, destruiría este lugar (el Templo), y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido” (6:12, 14).

Sin duda Esteban había dado con su lenguaje alguna base para la acusación; sus acusadores aparentemente cambiaron en ultraje ofensivo atribuido a él, una declaración de que “el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del hombre” (Hechos7:48), alguna mención de Jesús prediciendo la destrucción del Templo y alguna condenando las opresivas tradiciones que acompañaban a la Ley, o más bien que la aseveración tan a menudo repetida por los Apóstoles de que “no hay salvación en ningún otro” (4:12) no exceptuaba a la Ley, sino a Jesús. Aunque pueda ser esto así, la acusación le dejó impertérrito y “todos los que se sentaban en el Sanedrín... vieron su rostro como el rostro de un ángel” (6:15).

La respuesta de Esteban (Hechos, 7) fue una larga relación de las misericordias de Dios hacia Israel durante su larga historia y de la ingratitud con que, durante todo el tiempo, Israel correspondió a esas misericordias. 

Este discurso contenía muchas cosas desagradables para los oídos judíos; pero la acusación final de haber traicionado y asesinado al Justo cuya venida habían predicho los profetas, provocó la rabia de una audiencia formada no por jueces, sino por enemigos. 

Cuando Esteban “miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios”, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”(Hechos7:55), se precipitaron sobre él (7, 56) y le sacaron de la ciudad para apedrearlo hasta la muerte.

La lapidación de Esteban no se presenta en la narración de los Hechos como un acto de violencia popular; debe haber sido considerado por los que tomaban parte en él como la ejecución de la ley. 

Según la ley (Levítico: 24:14), o al menos según su interpretación habitual, Esteban había sido sacado de la ciudad.

                                               

La costumbre exigía que las personas que iban a ser lapidadas fueran colocadas en una elevación del terreno desde donde, con las manos atadas, serían luego arrojados abajo. 


Fue muy probablemente mientras estos preparativos se llevaban a cabo cuando, “dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (7:59). 

Mientras tanto los testigos, cuyas manos debían ser las primeras en ponerse sobre la persona condenada por su testimonio (Deuteronomio: 17:7), estaban dejando sus vestidos a los pies de Saulo, para poder estar mejor dispuestos a la tarea que les correspondía (Hechos 7:57). 

El mártir orante fue arrojado; y mientras los testigos estaban empujando sobre él “una piedra tan grande como dos hombres pudieran llevar”, se le oyó pronunciar su suprema plegaria: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (7:58). 

Poco podía la gente presente, que lanzaba piedras sobre él, imaginarse que la sangre que derramaban era la semilla de una cosecha que iba a cubrir el mundo.

Los cuerpos de los hombres lapidados debían ser enterrados en un lugar designado por el Sanedrín. Si en este caso, insistió el Sanedrín en su derecho no podemos afirmarlo; en cualquier caso, “hombres piadosos”, no se dicen si cristianos o judíos, “sepultaron a Esteban, e hicieron gran duelo por él” (8:2).

Durante siglos la situación de la tumba de Esteban estuvo perdida, hasta que en el año 415, cierto sacerdote llamado Luciano supo por revelación que el sagrado cuerpo estaba en Caphar Gamala, a alguna distancia al norte de Jerusalén. 

Las reliquias fueron exhumadas y llevadas primero a la Iglesia de Monte Sion. Luego, en el año 460, a la Basílica erigida por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco, en el lugar donde, según la tradición, tuvo lugar la lapidación.

Esa iglesia fue destruida en el siglo XII. En el siglo XX, católicos franceses construyeron ahí la basílica de San Esteban. Al mismo tiempo, la Iglesia ortodoxa griega construyó la iglesia de San Esteban en un lugar cercano a donde ocurrió el martirio.

                                              Basílica de San Esteban en Jerusalén

                                               Basílica de San Esteban en Jerusalén

Los cruzados inicialmente llamaron a la puerta principal del norte de Jerusalén "Puerta de San Esteban" (en latín Porta Sancti Stephani) dada su proximidad con el lugar del martirio de San Esteban marcado por la Iglesia y por el monasterio construido por la Emperatriz Eudocia.

                                    Puerta de San Esteban o de Damasco (Jerusalén)

Al final del período cruzado hay documentada otra tradición, tras la desaparición de la iglesia bizantina. Como los peregrinos cristianos tenían prohibido aproximarse a la puerta norte de las murallas, que tenían militares, el nombre de "Puerta de San Esteban" se trasladó a la puerta oriental, entonces aún accesible, que lleva ese nombre hasta el día de hoy.

                           Sitio de la lapidación de Esteban, Valle Kidron, Jerusalén

Las reliquias del protomártir fueron trasladadas posteriormente a Roma por el Papa Pelagio II durante la construcción de la Basílica de San Lorenzo Extramuros. Las reliquias fueron enterradas junto a la tumba de San Lorenzo mártir, que se encuentra en el interior de la basílica. De acuerdo con "La leyenda dorada", los restos de Lorenzo se trasladaron milagrosamente a un lado de la sala para dejarle ese sitio a los de Esteban.

                                           Basílica de San Lorenzo Extramuros

En su obra "La ciudad de Dios", san Agustín describió varios milagros que ocurrieron cuando parte de las reliquias de San Esteban fueron llevadas al norte de África.  Parte del brazo derecho de San Esteban está en un relicario en el monasterio Laura de la Trinidad y San Sergio, en Rusia.

                                       Laura de la Trinidad y San Sergio, en Rusia

Las supuestas reliquias de San Esteban llevadas a Menorca en el 418 originaron un fanatismo religioso encabezado por el obispo Severo que se expresó en la persecución de los judíos de la isla y su total conversión al cristianismo.

En el Museo Diocesano de Ancona (Italia), se conserva un relicario del siglo XV que contiene una piedra: la piedra de San Esteban, una de las que se arrojó durante la lapidación de este primer mártir cristiano. No es la única en todo el orbe católico, pero ésta tiene un valor particular, ya que se le atribuye el mérito di provocar la cristianización de esta ciudad.

                       Relicario que guarda la piedra de San Esteban (Ancona)

Las iglesias católicaanglicanaluteranaortodoxas orientalesortodoxa y la oriental nestoriana veneran a Esteban como santo. Artísticamente es representado con piedras y la palma del martirio. La iconografía de las iglesias orientales le muestra como un hombre joven, sin barba, con una tonsura, llevando ropas de diácono y, a menudo, sosteniendo una pequeña iglesia o un incensario.


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