San Ignacio de Constantinopla

 

                                                Patriarca de Constantinopla. 877.

 Nacido alrededor del año 799; hijo del Emperador Miguel I y Procopia que era hija del Emperador Nicéforo I. 

Su nombre, originalmente Nicetas, fue cambiado a la edad de 14 a Ignacio. Leo el Armenio, habiendo depuesto al Emperador Miguel en el año 813, hizo castrar a Ignacio y a su hermano (esto los imposibilitaba para convertirse en emperador, ya que el emperador no podía ser eunuco)  y los encarceló en un monasterio, para que no reclamaran el trono de su padre.

 Mientas estaba así emparedado, voluntariamente abrazó la vida religiosa, y con el tiempo llegó a ser Abad.

Fue ordenado por Basilio, Obispo de Paros, en Hellespont. A la muerte de Teófilo en el año 841, Teodora llegó a ser Regente, así como Co-soberana con su hijo, Miguel III, del Imperio Bizantino. 

En el año 847, ayudado por la buena voluntad de la Emperatriz, Ignacio sucedió en el Patriarcado de Constantinopla, vacante por la muerte de Metodius.

El Emperador Miguel III llamado el Ebrio, fue un joven licencioso que encontró compañía para su libertinaje en Bardas, su tío materno. A sugerencia de éste último, Miguel buscó la ayuda de Ignacio en un esfuerzo para obligar a Teodora a entrar en un convento, con la esperanza de asegurar para sí mismo la autoridad no dividida y libre reinado para su disolución.

El Patriarca se negó indignado a ser parte de tal ultraje. Teodora sin embargo, al darse cuenta de la determinación de su hijo de poseer a cualquier costo el reinado sin dividir, abdicó voluntariamente. 

Este rechazo a participar en sus esquemas inicuos, se agregó a una valerosa reprimenda, el cual Ignacio administró a Bardas por haber repudiado a su esposa y haber mantenido coito incestuoso con su hijastra, por lo que el César determinó que el Patriarca había caído en desgracia. Además en el año 857, Ignacio le negó la comunión públicamente.

Surgió una revuelta insignificante, liderada por un aventurero medio ingenioso, que Bardas adujo a Ignacio, y habiendo convencido al Emperador de la verdad de su acusación, causó el exilio del Patriarca a la isla de Terebinthus. En su exilio, fue visitado por los emisarios de Bardas, quien buscaba inducirlo a que renunciara a su oficio patriarcal. Al fracasar en su misión, le llenaron de toda clase de indignidades. Mientras tanto, un Pseudo Sínodo, celebrado bajo la dirección de Gregorio de Siracusa, un Obispo excomulgado, depuso a Ignacio de su sede.

Bardas, había seleccionado a su sucesor en la persona de Focio, un laico de dotes brillantes, y defensor del aprendizaje, pero sumamente inescrupuloso. Tenía el favor del Emperador, para el cual se desempeñaba como Primer Secretario de Estado. 


Habiendo sido aprobada esta elección por el Pseudo Sínodo, en 6 días Focio corrió toda la escala de las órdenes eclesiásticas desde el lectorado hasta el episcopado. Para intensificar los ánimos contra Ignacio y así fortalecer su propia posición, Focio acusó al Obispo exiliado con cargos adicionales de sedición.

En el año 859 otro Sínodo fue llamado para llevar adelante los intereses de Focio, al proclamar nuevamente la deposición de Ignacio. Pero no todos los Obispos participaron en estos vergonzosos procedimientos. Algunos pocos, con el valor de su oficio episcopal, denunciaron a Focio como un usurpador de la dignidad patriarcal. 

Convencido de que no podía disfrutar de un sentido de seguridad en su oficio sin la sanción del Papa, Focio envió embajadores a Roma con el fin de abogar por su causa. Estos embajadores arguyeron que Ignacio, desgastado por la edad y la enfermedad, se había retirado voluntariamente a un Monasterio; y que Focio había sido elegido por elección unánime de los Obispos. Queriendo aparentar celo religioso, solicitaron que se enviaran delegados a Constantinopla para suprimir un recrudecimiento de la iconoclasia, y para fortalecer la disciplina religiosa.

El Papa Nicolás I envió a los delegados requeridos, pero con instrucciones de investigar el retiro de Ignacio y tratar con Focio como con un laico. Estas instrucciones fueron complementadas por una carta al Emperador, condenando la deposición de Ignacio. Pero los delegados demostraron ser desleales. Intimidados por las amenazas y el cuasi encarcelamiento, acordaron decidir a favor de Focio. 

En el año 861 se acordó un Sínodo, y se citó al Patriarca depuesto a presentarse como un simple monje. Se le negó el permiso de hablar con los delegados. Citando los cánones pontificios para demostrar la irregularidad de su deposición, se negó a reconocer la autoridad del Sínodo y apeló al Papa. Pero sus ruegos fueron en vano.

El programa previamente arreglado fue llevado a término y el venerable Patriarca fue condenado y degradado. Aún después de esto, el incansable odio de Bardas le persiguió, con la esperanza de arrancar de él la renuncia a su oficio. Finalmente se emitió una orden para su ejecución, pero había huido a lugar seguro.

Los delegados regresaron a Roma, meramente anunciaron que Ignacio había sido canónicamente depuesto y que Focio había sido confirmado. Sin embargo, el Patriarca tuvo éxito en hacer saber al Papa, a través del Archimandrita Theognostus, acerca de los procedimientos ilícitos llevados a cabo en su contra. Por tanto, el Papa declaró al Secretario Imperial, a quien Focio había enviado al Papa para obtener la aprobación de sus actos, que no confirmaría el Sínodo que había depuesto a Ignacio.

En carta dirigida a Focio, el Papa Nicolás I reconoció a Ignacio como el legítimo Patriarca de Constantinopla. Al mismo tiempo se despachó una carta a los Patriarcas del este, prohibiéndoles reconocer al usurpador. Después de otro infructuoso esfuerzo por obtener la confirmación papal, Focio dio rienda suelta a su furia en una ridícula declaración de excomunión contra el Pontífice Romano. 

En el año 867 el Emperador Miguel fue asesinado por Basilio el Macedonio, quien le sucedió como Emperador. Casi su primer acto oficial fue deponer a Focio y llamar de nuevo a Ignacio, después de 9 años de exilio y persecución, al Patriarcado de Constantinopla, en noviembre de 867.

El Papa Adrián II, quien había sucedido a Nicolás I, confirmó tanto la deposición de Focio como la restauración de Ignacio. Por recomendación de Ignacio, Adrián III, en octubre de 869 convocó el VIII Concilio Ecuménico. Todos los participantes a este Concilio fueron obligados a firmar un documento aprobando la acción papal en cuanto a Ignacio y a Focio.  

En los años que le quedaban de vida, San Ignacio desempeñó los deberes de su oficio con celo y energía, aunque desgraciadamente no con la misma prudencia. En efecto, por irónico que parezca, el santo continuó la política de Focio respecto de la Santa Sede en la cuestión de la jurisdicción patriarcal sobre los búlgaros y llegó incluso a incitar al príncipe búlgaro, Boris, a expulsar a los sacerdotes y obispos latinos, y a acoger a los que él le había enviado.

Naturalmente, eso indignó al Papa Juan VIII, quien envió a unos legados para que amenazaran a Ignacio con la excomunión; pero San Ignacio murió el 23 de octubre del año 877, antes de que llegase la embajada a Constantinopla. 

La santidad personal de Ignacio, la valentía con que atacó los vicios de los más altos personajes y la paciencia con que soportó los sufrimientos que se le impusieron injustamente, le han merecido figurar en el Martirologio Romano. Los católicos latinos de Constantinopla, así como los bizantinos, tanto católicos como disidentes, celebran esta fiesta.

Fue enterrado en Santa Sofía, pero después sus restos fueron enterrados en la iglesia de San Miguel, cerca de Bósforo.



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