San Julián de Antioquia
Anacoreta. Mártir. 304.
Hijo único de una noble y rica familia de Antioquia (Siria), profundamente educado en la religión cristiana, tenía hecho voto de castidad cuando al cumplir los 18 años de edad sus padres se empeñaron en que contrajese matrimonio con una joven de igual nobleza, llamada Basilisa.
Temeroso el virtuoso muchacho de faltar a su voto, pero sintiendo también desobedecer a sus padres, acude al Señor con la oración y el ayuno. Y dice la tradición que por celestial revelación le fue dado a conocer que con su esposa podría guardar la anhelada virginidad.
Julián y Basilisa son milagrosamente arrastrados hacia el amor virginal; apareciéndoseles Nuestro Señor Jesucristo, que aprueba su determinación de conservarse castos. Desde aquel día consagran plenamente sus vidas a los demás. Reparten sus bienes entre los pobres y se retiran a vivir en dos casas situadas en las afueras de la ciudad que convierten en monasterios.
Sus monjes decían que Julián era muy duro consigo mismo, pero admirablemente comprensivo con los demás y gobernaba con tal prudencia y caridad a los monjes que se sentían en el desierto más felices que si estuvieran en el más cómodo convento de la ciudad.
Muchos hombres deseosos de conseguir la santidad se fueron a acompañar a Julián en su vida de religioso y lo nombraron Superior. Él los dirigió con especial cariño y con gran prudencia. Era el que más duro trabajaba, el que mayores favores hacía a todos y el más fervoroso en la oración. Y dedicaba muchas horas a la lectura de libros religiosos y a la meditación.
Sucedió que estalló en Antioquía la persecución contra los cristianos, y el Gobernador Marciano ordenó apresar a Julián y a todos sus monjes. Centenares de cristianos fueron quemados por proclamar su amor a Jesucristo, y cuando le llegó el turno a nuestro santo, se produjo el siguiente diálogo entre el perseguidor y Julián:
- Le ordenamos que
adore la estatua de nuestro Emperador.
- Yo no adoro sino
única y exclusivamente al Dios del cielo.
- Su Dios y Emperador es el César de Roma.
- Mi jefe a quien adoro
y obedezco es Nuestro Señor Jesucristo.
- ¿Cómo se le ocurre
creer en uno que fue crucificado?
- Es que el
crucificado ya resucitó y está sentado a la derecha de Dios Padre.
- ¿Te ríes de
nuestros dioses y del Emperador? Pues ahora que te atormenten te arrepentirás
de haber procedido así.
- Dios ayuda a los
que son sus amigos, y Cristo Jesús, que es muchísimo más importante y poderoso
que el Emperador, me dará las fuerzas y el valor para soportar los tormentos.
El perseguidor,
viendo que con amenazas no lo conmueve, se propone cambiar de táctica y
ofrecerle a Julián grandes premios si deja la santa religión.
- Tus padres eran
personas muy importantes en esta ciudad. Si dejas de ser cristiano y adoras a
nuestros dioses, te concederemos puestos de primera clase.
- Mis padres me están observando desde el cielo y se sienten muy contentos y muy honrados de que yo proclame mi fe en Cristo y derrame por Él mi sangre.
Empiezan a darle a Julián terribles latigazos, con fuetes que tienen pedacitos de hierro en los extremos, pero uno de los verdugos al retirar rápidamente el fuete, es herido gravemente en un ojo por la punta de hierro del látigo.
Julián oye el grito de dolor y llamando al verdugo le coloca sus manos sobre el ojo destrozado y obtiene inmediatamente la curación.
Los verdugos le cortan la cabeza al santo, pero en ese momento el joven Celso, hijo del perseguidor Marciano, al ver con qué gran valentía y alegría ha ido a la muerte este amigo de Cristo, se declara él también seguidor de Jesús y se hace cristiano. Esta conversión fue considerada como un verdadero milagro espiritual obtenido por el martirio de Julián.
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