San Ulrico de Augsburgo
Obispo de Augsburgo.
973.
Nacido en Kyburg, Zúrich, Suiza, en el año 890. Hijo del Conde Hupaldo y Thetbirga, y relacionado con los Duques de Alemania y con la familia Imperial de los Otones. Fue un niño enfermizo que cuando tuvo suficiente edad para aprender fue enviado a la Escuela Monacal de San Gall, donde demostró ser un excelente alumno.
Por aquel entonces vivía en los alrededores de San Gall una ermitaña llamada Wiborada. Con frecuencia acudía Utz a visitarla. En una ocasión la ermitaña, penetrando el futuro, dijo al joven conde de Suabia, que en el futuro llegaría a ser obispo de una ciudad donde hay un río que separa dos comarcas. La profecía se cumplió, efectivamente, pues la ciudad de Augsburgo, de donde Ulrico fue más tarde obispo, está asentada junto al río Lech, que separa a Baviera de Württemberg.
Ulrico decidió hacerse sacerdote, pero dudaba entre ingresar en la Abadía Benedictina de San Gall o ser un sacerdote secular. Antes de abril de 910, fue enviado para aumentar su formación a Adalbero, Obispo de Augsburgo, que lo hizo Chambelán.
A la muerte de Adalbero en el 910, Ulrico retornó a su casa, donde permaneció hasta la muerte del Obispo Hiltine en 923. Gracias a la influencia de su tío, Duque Burchard de Alemania, y de otros parientes, Ulrico fue designado Obispo de Augsburgo por el Rey Enrique, y fue consagrado en diciembre de 923.
Demostró ser un regidor que unió la severidad con la apacibilidad. Buscó mejorar la baja condición moral y social del clero, y reforzar su adhesión a las leyes de la Iglesia. Ulrico confió alcanzar este fin mediante visitas periódicas, y mediante la construcción de tantas iglesias como fuese posible, para hacer más accesibles al pueblo llano las bendiciones de la religión.
Tomó parte en la Dieta de septiembre de 972, cuando él mismo se defendió del cargo de nepotismo relacionado con su sobrino Adalbero, al que había nombrado su coadjutor a causa de su propia enfermedad y su deseo de retirarse a una abadía benedictina.
Durante la pugna entre Otón I y su hijo el Duque Ludolfo de Suabia, Ulrico padeció mucho por parte de Ludolfo y sus partidarios. Cuando en el verano de 954, padre e hijo estaban dispuestos a atacarse mutuamente en Illertissen en Suabia, en el último momento Ulrico y el Obispo Hartbert de Chur fueron capaces de mediar entre Otón y Ludolfo.
Ulrico tuvo éxito al persuadir a Ludolfo y a Conrado, yerno de Otón, pedir el perdón del Rey en diciembre de 954. Al poco tiempo los magiares entraron en Alemania, saqueando y quemando allí por donde pasaban, y avanzando hasta Augsburgo, que fue sitiada con la furia de los bárbaros.
Eran malos tiempos aquellos, pues los húngaros, pueblo bárbaro compuesto de pescadores, cazadores y jinetes, se habían desbordado sobre el país, montados en vivaces y pequeños caballos, iban incendiando ciudades y aldeas, asesinando a muchas personas y llevándose a otras como botín de esclavitud.
Todos los que habían logrado escapar estaban sentados sobre las ruinas de sus antiguas haciendas, sin ánimos ni resolución para hacer nada. El obispo Ulrico tuvo muchísima labor. Con mano vigorosa se puso él mismo a trabajar en la reconstrucción, y su ejemplo inflamó a los demás. Nuevos alientos reanimaron a aquellos desgraciados hombres que se habían doblegado ante la desgracia, y todo fue resurgiendo con suma rapidez.
Ulrico sabía además orar con fervor, y era de arriba abajo un obispo como debe ser. En el año 955 volvió a haber una violenta razzia de húngaros que saquearon el país, asesinaron a muchísima gente y redujeron nuevamente a cenizas las iglesias y los monasterios, las ciudades y las aldeas. Alaridos de dolor y angustia resonaban por doquier.
Pero esta vez las hordas salvajes llegaron solamente hasta la ciudad de Augsburgo. En esta ciudad les tuvo a raya San Ulrico, el obispo, que acompañado de un escuadrón de caballeros y soldados aguerridos defendió la ciudad, hasta que llegó con su ejército imperial el Emperador Otón I de Alemania, el cual, en el día 10 de agosto del 955, causó tan completa derrota a los húngaros en la famosa batalla de Lechfeld, que estas hordas jamás volvieron a internarse en territorio alemán.
Ulrico demandó un alto nivel moral de sí mismo y de los demás. Cien años después de su muerte, apareció una carta aparentemente escrita por él, oponiéndose al celibato, y apoyando el matrimonio de los sacerdotes. El autor de la carta contaba que, en opinión del pueblo llano, el celibato era injusto ya que San Ulrico, conocido por su rigidez moral, apoyaba el matrimonio de los sacerdotes. Ulrico fue también firmemente leal al Emperador como Príncipe del Imperio. Fue uno de los más importantes apoyos de la política otoniana, que descansó principalmente en los príncipes eclesiásticos.
Al amanecer del 4 de julio de 973, Ulrico esparció cenizas en el suelo formando una cruz; roció la cruz con agua bendita, y se colocó sobre ella. Su sobrino Richwin llegó al amanecer con un mensaje y un saludo del Emperador Otón II, e inmediatamente tras esto, mientras el clero entonaba las letanías, San Ulrico murió.
Su cuerpo fue enterrado en la Iglesia de Santa Afra, que había sido reconstruida por él. El funeral fue presidido por el Obispo Wolfgango de Ratisbona. Muchos milagros fueron grabados en su tumba.
La primera canonización pontifica, llevada a cabo por el Papa Juan XV en 993, fue la de elevar al honor de los altares a Ulrico de Augsburgo. En el Sínodo romano celebrado el 31 de enero de 993 en Letrán, el obispo Ulrico de Augsburgo fue canonizado solemnemente por Juan XV, que notificó el acontecimiento a los obispos franceses y alemanes en una Bula el 3 de febrero de aquel año. Fue la primera canonización solemne realizada por un Pontífice.
En los primeros años del cristianismo los santos eran proclamados por aclamación popular "Vox Populi". A partir del siglo V, los obispos se hicieron responsables de las declaraciones de santidad, solicitando informes escritos a los solicitantes sobre los candidatos y entrevistando a los testigos presenciales de los supuestos milagros. Si la petición era aprobada por el obispo, el cuerpo era exhumado y trasladado a un altar en un acto que venía a ser la canonización oficial del santo. Se asignaba además a éste un día de fiesta, que solía coincidir con la fecha de su muerte.
Tras la subida a los altares de San Ulrico, Gregorio IX reservó en 1234 solo al Papa el derecho de la canonización de un santo.
Papa Gregorio IXEn 1588, Sixto V creó la conocida ahora como Congregación para las Causas de los Santos, que investiga la vida y milagros de los candidatos.
Papa Sixto VUn siglo después, en el año 1634, Urbano VIII estableció las normas eclesiásticas para este proceso a través de una serie de decretos papales vigentes hasta la reforma del Código de Derecho Canónico que se llevó a cabo bajo el pontificado de Juan Pablo II en 1983 y que facilitó el camino de la beatificación y canonización.
Papa Urbano VIIIEl Papa Juan Pablo II, fue precisamente el Pontífice que duplicó el santoral, sumando casi medio centenar de santos y 1.400 beatos al Canon que desde 1588 había contado 296 santos y 808 beatos.
No existe un cómputo preciso de todos los que han sido proclamados santos desde los primeros siglos, aunque se estiman en unos 10.000 los santos proclamados en la Iglesia Católica en sus veintiún siglos de existencia. Entre ellos figuran 78 Papas, la mayoría de ellos de los nueve primeros siglos de historia, que llegarán a sumarse más con la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II.
Papas Juan Pablo II y Juan XXIII
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