Santa Fabiola de Roma

 

                                                      Matrona Romana. 399.

 Ella era una de las mujeres nobles romanas, que bajo la influencia de San Jerónimo, dejaron todos los placeres terrenales y se hicieron devotas a la práctica del ascetismo cristiano y al trabajo de caridad. 

En el tiempo en que San Jerónimo estuvo en Roma (382-84), Fabiola no era una de las del círculo que se reunía entorno a él. No fue hasta algún tiempo después, a raíz de la muerte de su segundo cónyuge que tomó la decisión de entrar a una vida de renuncia y labor para los demás. Fue compañera de Santa Marcela, Santa Paula y Santa Eustroquio.

Fabiola pertenecía a la familia patricia romana de los Fabia. Estuvo casada con un hombre tan vicioso que resultaba imposible vivir con él.

Obtuvo el divorcio de él de acuerdo a las leyes romanas, y, contrariamente a las ordenanzas de la Iglesia, entró en una segunda unión antes de la muerte de su primer marido. 

En el día antes de Easter, siguiendo a la muerte de su segundo marido, se apareció ante las puertas de la Basílica Laterana, vestida en una túnica penitencial, e hizo penitencia en público por sus pecados, un acto que causó gran impresión entre la población cristiana de Roma. El Papa nuevamente la aceptó de manera formal en una completa comunión con la Iglesia.

Fabiola renunció a todo lo que el mundo le tenía que ofrecer, y dedicó sus inmensas riquezas a las necesidades de los pobres y enfermos. Ella construyó un gran hospital en Roma, y atendió a los pacientes ella misma, ni siquiera esquivando a aquellos afligidos con repulsivas heridas y llagas. 

Además de esto, ella dio grandes sumas a la iglesia y a las comunidades religiosas en Roma, y en otros lugares en Italia. Todos sus intereses se centraban en las necesidades de la Iglesia y el cuidado de los pobres y de los que sufrían.

En el año 395, fue a Belén, donde vivió en el hospicio del convento dirigido por Paula y se le unió, bajo la dirección de San Jerónimo, con el más grande celo hacia el estudio y la contemplación de las Escrituras, y a los ejercicios ascéticos.

Por aquel entonces, San Jerónimo disputaba con el Obispo Juan de Jerusalén, con motivo de la controversia con Rufino sobre las enseñanzas de Orígenes, y se hicieron varios intentos, aun en forma fraudulenta, para ganarse las simpatías y las influencias de Fabiola para el campo del Obispo, pero fracasaron todas las tentativas para destruir su fidelidad a su santo maestro. Fabiola deseaba quedarse en Belén hasta el fin de sus días, pero era evidente que la vida contemplativa de las mujeres consagradas que ahí se habían reunido para formar una comunidad, no convenía a la santa que necesitaba de la compañía y actividad constantes. San Jerónimo lo había observado y en uno de sus escritos declara que a Fabiola no le cabía en la cabeza la idea de la soledad en el establo de Belén y que, sin duda, hubiera preferido que el nacimiento de Cristo sucediese en la posada llena de peregrinos.

Una incursión de los Hunos en las provincias del este del Imperio, y la pelea que ocurrió entre Jerónimo y el Obispo Juan de Jerusalén, hizo que ella con desagrado, retornara a Roma. 

Sin embargo se mantuvo en comunicación con San Jerónimo, quien a su petición escribió una disertación acerca del sacerdocio de Aarón y el vestido de los sacerdotes. 

En Roma, Fabiola se unió con el Senador formador Pammachius en llevar a cabo grandes labores de caridad; juntos levantaron un Porto, un gran hospicio para peregrinos que iban a Roma. Fabiola también continuó con sus labores personales en ayuda de los pobres y enfermos hasta su muerte. Su funeral fue una maravillosa manifestación de gratitud y veneración con la que fue recompensada por el pueblo romano.



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