Santos Daniel y Compañeros

 

                                  7 Frailes Menores. Mártires en Marruecos.1227.

Como una herencia de la sangre, el ansia del martirio vino a ser una de las constantes históricas de los auténticos seguidores de San Francisco. Por esa fiebre martirial, y por los muchos miles en que tal fiebre ha sido mortal, la familia franciscana ha sido llamada “la Orden pródiga de su sangre”. 

Y esto es exacto también en los brotes de “la plantita de San Francisco”, las Clarisas: ardientes mujeres, enamoradas del mártir del Gólgota, en su clausura recoleta vivían y viven un espíritu de exaltación misionera, y pronto fueron con sus hermanos a países de misión, animadas por un idéntico anhelo del martirio. 

He aquí unos datos para la inmortalidad: sin salirnos de aquel siglo de Francisco y Clara, en 1269 morían a manos de los tártaros 60 clarisas del Monasterio de Zawichost, en Polonia.

En 1268 fueron degolladas colectivamente las moradoras del Monasterio de Antioquía de Siria, por orden del Sultán Melek Saher Bibars I.


 En 1289 el Sultán Melek-el-Mansur hizo matar a las moradoras del Monasterio de Trípoli. En 1291, al ser tomada la ciudad San Juan de Acre (Accon o Tolemaida) por las tropas de Melek-el-Asheraf, sufrieron el martirio nada menos que 74 hijas de Santa Clara.


También las clarisas de España, ya en ese siglo, en 1298, y en los azarosos tiempos posteriores, las del Monasterio de Jaén, en número de veinte, pagaron el tributo de su sangre por la irrupción de las tropas sarracenas. Detallar esos virginales holocaustos gloriosos daría para un hermoso capítulo. Y este ardimiento misionero femenino continúa hasta hoy, dispuesto a la prueba extrema del amor: dar la vida por aquel que la dio por nosotros.

El martirio de San Berard y sus compañeros en 1219, había inflamado a muchos religiosos de la Orden de Frailes Menores con el deseo de predicar el Evangelio en tierras paganas.



Y en 1227, el año siguiente a la muerte de San Francisco, 6 religiosos: Nicolás, León, Ángel, Samuel, Hugolino y Donnino, solicitaron al Hermano Elías de Cortona, entonces Vicario General de la Orden, permiso para predicar el Evangelio a los infieles de Marruecos.

Los 6 misioneros, fueron primero a España donde se unieron a Daniel, Ministro Provincial de Calabria que fue su Superior.

Daniel Fasanella nació en Italia, en el pueblo Belvedere Marítimo, proviniendo de familia noble. San Daniel era sacerdote secular, cuando hizo oídos a las maravillas que realizaba el patriarca San Francisco, quiso conocer en persona a tan milagroso Santo. Visitándole en Agrópolis recibió de sus manos el seráfico hábito en diciembre de 1219. 


Poco después pasó a Calabria donde San Francisco le encomendó la tarea de convertirse en Ministro Provincial. San Daniel hizo el noviciado durante cinco años en el célebre Convento de Carillano. Durante este tiempo forjó su carácter de humildad, pobreza y obediencia a Dios. Terminado este tiempo de forjado interior, San Daniel ya estaba preparado para poder realizar su anhelo de predicación del evangelio. También le fue encargada la tarea de fundación de varios conventos.


San Daniel y los 6 frailes, partieron en barco de España, alcanzando las costas de África donde permanecieron durante unos días en un pequeño pueblo habitado principalmente por comerciantes cristianos, en las murallas de la ciudad sarracena de Ceuta. 

En Ceuta, empezaron a predicar  la palabra de Dios a los cristianos que les dieron buena acogida.  Estos cristianos  se encontraban situados fuera del recinto amurallado de Ceuta, básicamente eran mercaderes. En este barrio de cristianos existía una pequeña iglesia o ermita conocida con el nombre de Santa María de Marruecos. 

Pasados los días planearon el comienzo de la predicación a todos aquellos que no comulgaban con la fe de Cristo. Los cristianos cuando supieron de sus propósitos, intentaron que desistieran de sus intenciones, pero ellos al contrario reafirmaron su convicción decidida de morir por Jesús Salvador. 

El primer sábado de octubre todos se confesaron y recibieron la Sagrada Comunión de manos de San Daniel. El domingo durante el alba entraron los siete religiosos en la ciudad secretamente, puesto que no les estaba permitido a ningún cristiano entrar en ella sin permiso especial de los sarracenos. Vistiendo los hábitos y con enorme valor y cubiertas sus cabezas de cenizas, discurrían los Santos por las calles y plazas donde había más concurrencia de infieles gritando a voz en grito que no hay salvación fuera del nombre de Jesús. 

Paraban a los moros dándoles las prerrogativas de la salvación, cuando estos oyeron semejante discurso, se encendió entre los infieles la ira, se abalanzaron sobre los religiosos, apaleándoles, escupiéndoles y golpeándoles. De no ser por los letrados musulmanes hubieran muerto allí mismo, salvaron momentáneamente a los cristianos prefiriendo llevar el asunto por el rigor de la justicia. Los golpearon y los arrastraron a la presencia del Cadí. 

Cuando vio éste sus toscos hábitos y sus rostros barbados, pensó que estaban locos. En la prisión los trataron con suma rudeza, porque se burlaban de la religión de los moros. Daniel escribió una carta a los cristianos desde el sitio en el que se habían detenido antes de entrar en Ceuta para explicarles lo ocurrido y añadía: "Bendito sea Dios, Padre de las misericordias, que nos conforta en nuestros sufrimientos." 


El domingo siguiente, una vez que se puso en claro que eran misioneros y que no estaban locos, se les exhortó a abjurar de la fe, primero en grupo y después a cada uno por separado. Pero ni los halagos, ni las amenazas les hicieron mella alguna, por lo cual fueron condenados a muerte. 

Cada uno de los mártires se dirigió entonces al hermano Daniel y se arrodilló a pedirle la bendición y el permiso de dar la vida por Cristo. Fueron decapitados en las afueras de Ceuta. El pueblo enfurecido profanó los cadáveres; pero los cristianos consiguieron rescatarlos y darles sepultura. 

Más tarde, las reliquias fueron trasladadas a España. En 1516, el Papa León X concedió a los frailes menores la autorización de celebrar su fiesta.


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