San Francisco Javier
Misionero Jesuita. 1552.
Francisco Javier nació en 1506 en Navarra, un reino independiente en el castillo de Xavier en el seno de una familia noble.
Ruinas del Castillo Xavier en NavarraEra el más pequeño de los 6 hijos que tuvieron sus padres. Seis años después, en 1512 se produce la conquista de Navarra por las tropas castellano aragonesas al mando del Fadrique Alvarez de Toledo, Duque de Alba por orden de Fernando el Católico con el apoyo de los baeamonteses aragoneses.
Tras la invasión se produjeron varias contraofensivas navarras, pero finalmente se produciría la anexión por parte de Castilla de la Alta Navarra, dando lugar a lo que luego conformaría España, mientras que la Baja Navarra, al norte de los Pirineos se mantendría como reino independiente que con el transcurrir del tiempo pasaría a formar parte de Francia.
La familia de Francisco de Javier era de una relevante familia agramontesa. Su padre, Juan de Jaso, era Presidente del Real Consejo de Juan III de Albret, por lo que tras la invasión, se exilió con su familia al Bearn, donde moriría poco después.
Sus hermanos Miguel y Juan fueron destacados miembros de las tropas de Juan II, participando en las distintas contraofensivas para recuperar el reino
El castillo de Javier, que así se llamaba su hogar, como el resto de casi todas las fortalezas de Navarra, fue destruido y su foso rellenado por orden del Cardenal Cisneros en 1516.
Su niñez estuvo marcada por los hechos históricos que conllevaron la pérdida de la independencia al reino de Navarra y su familia estuvo muy involucrada en dichos hechos. Su casa natal fue lugar de encuentro de los partidarios de los Albert y sufrió la revancha de la pérdida. Sus hermanos, miembros del ejército de Juan III, fueron encarcelados por ello. Estas circunstancias pudieron ser la causa de la determinación de Francisco por el estudio religioso.
En 1525, habiendo terminado unos estudios iniciales en su país, Francisco Javier fue a París, donde entró en la escuela de Sainte-Barbe. En esta misma escuela San Ignacio de Loyola, que ya planeaba la fundación de la Compañía de Jesús, residió durante un tiempo como invitado en 1529. Pronto se ganó la confianza de los dos jóvenes; primero Favre y posteriormente Javier se ofrecieron para la formación de la Compañía. A ellos se unieron otros cuatro: Lainez, Salmerón, Rodríguez y Bobadilla; y los 7 realizaron el famoso voto de Montmartre, en agosto de 1534.
Después de completar sus estudios en París y haber ocupado allí el puesto de profesor durante un tiempo, Javier abandonó la ciudad con sus compañeros en 1536 y volvió sus pasos hacia Venecia, donde demostró su afán y caridad atendiendo a los enfermos en los hospitales.
En 1537 recibió la ordenación sacerdotal con San Ignacio. Al año siguiente fue a Roma, y después de realizar trabajos apostólicos durante algunos meses, en la primavera de 1539 participó en las conferencias que San Ignacio mantuvo con sus compañeros, preparando la fundación de la Compañía de Jesús.
La Orden fue aprobada verbalmente en septiembre, y antes de que fuera emitida la aprobación escrita (para lo que había que esperar un año más), Javier fue encargado de la evangelización de las Indias Orientales, a raíz de la petición en firme del Rey de Portugal, Juan III. Abandonó Roma en 1540 y llegó a Lisboa hacia junio. Allí permaneció 9 meses, dando múltiples ejemplos admirables de celo apostólico.
En 1541 embarcó en un navío con rumbo a la India, y después de un viaje tedioso y peligroso llegó a Goa en 1542. Goa era colonia portuguesa desde 1510.
Había ahí un número considerable de cristianos, con obispo, clero y varias iglesias. Desgraciadamente, muchos de los portugueses se habían dejado arrastrar por la ambición, la usura y los vicios, hasta el extremo de que muchos abandonaron la fe. Los sacramentos habían caído en desuso; se usaba el rosario para contar el número de azotes que mandaban dar a sus esclavos.
La escandalosa conducta de los cristianos alejaba de la fe a los infieles. Esto fue un reto para San Francisco Javier. Además, fuera de Goa había a lo más, cuatro predicadores y ninguno de ellos era sacerdote. El misionero comenzó por instruir a los portugueses en los principios de la religión y a formar a los jóvenes en la práctica de la virtud.
Después de pasar la mañana en asistir y consolar a los enfermos y a los presos, en hospitales y prisiones miserables, recorría las calles tocando una campanita para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo. Estos acudían en gran cantidad y el santo les enseñaba el Credo, las oraciones y la práctica de la vida cristiana.
Todos los domingos celebraba la misa a los leprosos, predicaba a los cristianos y a los hindúes y visitaba las casas. Su amabilidad y su caridad con el prójimo le ganaron muchas almas.
Uno de los pecados más comunes era el concubinato de los portugueses de todas las clases sociales con las mujeres del país, dado que había en Goa muy pocas portuguesas. Tursellini, el autor de la primera biografía de San Francisco Javier, que fue publicada en 1594, describe con viveza los métodos que empleó el santo para combatir aquella vida de pecado.
Por ellos, puede verse el tacto con que supo Javier predicar la moralidad cristiana, demostrando que no contradecía ni al sentido común, ni a los instintos verdaderamente humanos. Para instruir a los pequeños y a los ignorantes, el santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música popular, un método que tuvo tal éxito que, poco después, se cantaban las canciones que él había compuesto, lo mismo en las calles que en las casas, en los campos que en los talleres.Hacia octubre de 1542 comenzó a predicar en los criaderos de perlas de la costa sur de la península, deseoso de restaurar el cristianismo, religión que, aunque introducida años antes, había casi desaparecido debido a la falta de sacerdotes. Dedicó casi 3 años a la predicación a las gentes del oeste de India, convirtiendo a muchos, y llegando en sus viajes incluso a la isla de Ceilán (Sri-Lanka). Muchas fueron las dificultades y penas a que Javier tuvo que enfrentarse, algunas veces por motivo de las crueles persecuciones que algunos pequeños Reyes del país llevaron a cabo contra los neófitos, y también porque los soldados portugueses, lejos de apoyar el trabajo del Santo, lo retrasaban con su mal ejemplo y hábitos viciosos.
Cinco meses más tarde, se enteró Javier de que en las costas de la pesquería, que se extienden frente a Ceilán desde el Cabo de Comorín hasta la isla de Manar, habitaba la tribu de los paravas. Estos habían aceptado el bautismo para obtener la protección de los portugueses contra los árabes y otros enemigos; pero, por falta de instrucción, conservaban aún las supersticiones del paganismo y practicaban sus errores. Javier partió en auxilio de esa tribu que "sólo sabía que era cristiana y nada más".
El santo hizo trece veces aquel viaje tan peligroso, bajo el tórrido calor del sur de Asia. A pesar de la dificultad, aprendió el idioma nativo y se dedicó a instruir y confirmar a los ya bautizados. Particular atención consagró a la enseñanza del catecismo a los niños. Los paravas, que hasta entonces no conocían siquiera el nombre de Cristo, recibieron el bautismo en grandes multitudes.
A este propósito, Javier informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos tan fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos. Los generosos paravas, que eran considerados de casta baja, extendieron a San Francisco Javier una acogida calurosa, en tanto que los brahamanes, de clase alta, recibieron al santo con gran frialdad, y su éxito con ellos fue tan reducido que, al cabo de doce meses, sólo había logrado convertir a un brahmán. Según parece, en aquella época Dios obró varias curaciones milagrosas por medio de Javier.
En una ocasión habían enterrado en la iglesia de Coulán a un difunto. Javier mandó que lo desenterraran, mostró el cadáver descompuesto, se arrodilló, oró y le devolvió la vida. La muchedumbre solicitó recibir el bautismo en masa.
Otra vez se trataba de un niño que se había caído a un pozo y se había ahogado. La madre se lo llevó entre lloros a Javier, quien se compadeció, levantó los ojos, oró y lo revivió. Los paisanos lo aclamaban.
Por su parte, Javier se adaptaba plenamente al pueblo con el que vivía. Con los pobres comía arroz y dormía en el suelo de una pobre choza. Dios le concedió maravillosas consolaciones interiores. Con frecuencia, decía Javier de sí mismo: "Oigo exclamar a este pobre hombre que trabaja en la viña de Dios: 'Señor no me des tantos consuelos en esta vida; pero, si tu misericordia ha decidido dármelos, llévame entonces todo entero a gozar plenamente de Ti”.
Javier regresó a Goa en busca de otros misioneros y volvió a la tierra de los paravas con dos sacerdotes y un catequista indígena y con Francisco Mansilhas a quienes dejó en diferentes puntos del país. El santo escribió a Mansilhas una serie de cartas que constituyen uno de los documentos más importantes para comprender el espíritu de Javier y conocer las dificultades con que se enfrentó.
Nada podía desanimar a Francisco. "Si no encuentro una barca (dijo en una ocasión) iré nadando". Al ver la apatía de los cristianos ante la necesidad de evangelizar comentó: "Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar". Deseaba contagiar a todos con su celo evangelizador.
El sufrimiento de los nativos a manos de los paganos y de los portugueses se convirtió en lo que él describía como "una espina que llevo constantemente en el corazón". En cierta ocasión, fue raptado un esclavo indio y el santo escribió: "¿Les gustaría a los portugueses que uno de los indios se llevase por la fuerza a un portugués al interior del país?. Los indios tienen idénticos sentimientos que los portugueses".
Poco tiempo después, San Francisco Javier extendió sus actividades a Travancore. Algunos autores han exagerado el éxito que tuvo ahí, pero es cierto que fue acogido con gran regocijo en todas las poblaciones y que bautizó a muchos de los habitantes. Enseguida, escribió al Padre Mansilhas que fuese a organizar la Iglesia entre los nuevos convertidos. En su tarea solía valerse el santo de los niños, a quienes seguramente divertía mucho repetir a otros lo que acababan de aprender de labios del misionero.
Los badagas del norte cayeron sobre los cristianos de Comoín y Tuticorín, destrozaron las poblaciones, asesinaron a varios y se llevaron a otros muchos como esclavos. Ello entorpeció la obra misional del santo. Según se cuenta, en cierta ocasión, salió solo Javier al encuentro del enemigo, con el crucifijo en la mano, y le obligó a detenerse. Por otra parte, también los portugueses entorpecían la evangelización; así, por ejemplo, el comandante de la región estaba en tratos secretos con los badagas. A pesar de ello, cuando el propio Comandante tuvo que salir huyendo, perseguido por los badagas, San Francisco Javier escribió inmediatamente al Padre Mansilhas: "Os suplico, por el amor de Dios, que vayáis a prestarle auxilio sin demora". De no haber sido por los esfuerzos infatigables del santo, el enemigo hubiese exterminado a los paravas. Y hay que decir, en honor de esa tribu, que su firmeza en la fe católica resistió a todos los embates.
El reyezuelo de Jaffna (Ceilán del norte), al enterarse de los progresos que había hecho el cristianismo en Manar, mandó asesinar ahí a 600 cristianos. El gobernador, Martín de Sousa, organizó una expedición punitiva que debía partir de Negatapam. San Francisco Javier se dirigió a ese sitio; pero la expedición no llegó a partir, de suerte que el santo decidió emprender una peregrinación, a pie, al santuario del Apóstol Santo Tomás en Milapur, donde había una reducida colonia portuguesa a la que podía prestar sus servicios. Se cuentan muchas maravillas de los viajes de San Francisco Javier. Además de la conversión de numerosos pecadores públicos europeos, a los que se ganaba con su exquisita cortesía, se le atribuyen también otros milagros.
En 1548 Javier envió misioneros a los principales núcleos de la India, donde él había establecido misiones, para que el trabajo pudiera ser preservado y continuado. También estableció un noviciado y una casa de estudios, y habiendo recibido en la Compañía al Padre Cosme de Torres, un sacerdote español al que había conocido en las Molucas, partió con él y con el Hermano Juan Fernández hacia Japón a finales de junio de 1549. El japonés Ira, que había sido bautizado en Goa con el nombre de Pablo de Santa Fe, les acompañaba.
Llegaron a la ciudad de Kagoshima, en Japón, en agosto de 1549. El primer año fue dedicado en su totalidad al aprendizaje del japonés y a la traducción al mismo, con la ayuda de Pablo de Santa Fe, de los principales artículos de fe y pequeños tratados que iban a ser empleados en la predicación y catequesis. Cuando fue capaz de expresarse, Javier comenzó a predicar y logró algunas conversiones, pero ello hizo despertar los malos sentimientos de los bonzos, que le expulsaron de la ciudad.
Abandonando Kagoshima hacia agosto de 1550, se dirigió hacia el centro de Japón, y predicó el Evangelio en algunas ciudades del sur del país. A finales de año llegó a Meaco, por aquel entonces la principal ciudad de Japón, pero no fue capaz de hacer progresos por las disensiones existentes. Volvió sobre sus pasos hacia el centro de Japón y durante 1551 predicó en algunas ciudades importantes, formando el núcleo de varias comunidades cristianas, que aumentaron con rapidez extraordinaria.
Después de trabajar casi dos años y medio en Japón, dejó su misión a cargo del Padre Cosme de Torres y del Hermano Juan Fernández, y regresó a Goa, llegando allí a principios del año 1552. En Goa le esperaban problemas domésticos. Había que solventar determinados desacuerdos entre el Superior, que había sido dejado a cargo de las misiones, y el Rector de la escuela. Cuando este problema estuvo solucionado, Javier volvió a pensar en China y comenzó a planear una expedición allí. Durante su estancia en Japón había oído mucho acerca del Imperio Celestial, y aunque probablemente no tenía idea aproximada de su extensión y grandeza, comprendió que se trataba de un campo enorme para la expansión de la luz del Evangelio. Con la ayuda de algunos amigos organizó una comisión o embajada ante el Soberano de China, obtuvo el nombramiento de Embajador del Virrey de la India y, en abril de 1552, abandonó Goa.
En Malaca el grupo tuvo dificultades debido a la influencia de los portugueses, que no estaban de acuerdo con la expedición, pero Javier supo cómo solucionarlo y en otoño llegó a la pequeña isla de Sancian, frente a la costa de China, a bordo de un navío portugués.
Por medio de una de las naves, Francisco Javier escribió desde ahí varias cartas. Una de ellas iba dirigida a Pereira, a quien el santo decía: "Si hay alguien que merezca que Dios le premie en esta empresa, sois vos. Y a vos se deberá su éxito". Enseguida, describía las medidas que había tomado: con mucha dificultad y pagando generosamente, había conseguido que un mercader chino se comprometiese a desembarcar de noche en Cantón, no sin exigirle que jurase que no revelaría su nombre a nadie. En tanto que llegaba la ocasión de realizar el proyecto, Javier cayó enfermo. Como sólo quedaba uno de los navíos portugueses, el santo se encontró en la miseria. En su última carta escribió: "Hace mucho tiempo que no tenía tan pocas ganas de vivir como ahora". El mercader chino no volvió a presentarse.
El 21 de noviembre, el santo se vio atacado por una fiebre y se refugió en el navío. Pero el movimiento del mar le hizo daño, de suerte que al día siguiente pidió que le trasportasen de nuevo a tierra. En el navío predominaban los hombres de Don Álvaro de Ataide, los cuales, temiendo ofender a éste, dejaron a Javier en la playa, expuesto al terrible viento del norte.
Un compasivo comerciante portugués le condujo a su cabaña, tan maltrecha, que el viento se colaba por las rendijas. Ahí estuvo Francisco Javier, consumido por la fiebre. Sus amigos le hicieron algunas sangrías, sin éxito alguno. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba constantemente. Poco a poco, se fue debilitando. El sábado 3 de diciembre, según escribió Antonio, "viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio encendido.
Poco después, entregó el alma a su creador y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús". San Francisco Javier tenía entonces 46 años y había pasado 11 en el Oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Al entierro asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos.
Uno de los tripulantes del navío había aconsejado que se llenase de barro el féretro para poder trasladar más tarde los restos. Diez semanas después, se procedió a abrir la tumba. Al quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba perfectamente fresco y que no había perdido el color; también el resto del cuerpo estaba incorrupto y sólo olía a barro. El cuerpo fue trasladado a Malaca, donde todos salieron a recibirlo con gran gozo, excepto Don Álvaro de Ataide. Al fin del año, fue trasladado a Goa, donde los médicos comprobaron que se hallaba incorrupto. Ahí reposa todavía, en la iglesia del Buen Jesús.
Cuerpo del Santo en Goa, India.
Es realmente motivo de admiración que un hombre en el corto espacio de 10 años pudiera haber visitado tantos países, atravesado tantos mares, predicado el Evangelio a tantas naciones y convertido a tantos infieles.
Fue canonizado con San Ignacio en 1622, aunque debido a la muerte de Gregorio XV la Bula de canonización no fue publicada hasta el año siguiente. El cuerpo del santo sigue siendo venerado en Goa, en la iglesia que antiguamente perteneció a la Compañía.
Cuerpo del Santo en Goa, India.En 1614 por orden de Claudio Acquaviva, General de la
Compañía de Jesús, el brazo derecho fue cortado a la altura del codo y enviado
a Roma, donde para recibirlo se erigió el altar existente actualmente en la
iglesia de los Jesuitas.
La India: Encuentro de Francisco Javier con los
“hijos de Santo Tomás Apóstol”.
La Iglesia Siro Malabar, una realidad de gran
vitalidad y crecimiento.
(Noviembre de 2002)
La evangelización del Apóstol Tomás en la India, primer misionero de Oriente, generó la actual Iglesia Siro Malabar, perteneciente a la tradición ritual caldea.
El hallazgo de esta comunidad por parte de San Francisco Javier la llevó a la plena comunión con Roma. Se unió así decisivamente la misión de estos dos gigantes de la evangelización. En medio de importantes celebraciones, la Iglesia en la India recordó este fin de semana el 1950º aniversario de la llegada de Santo Tomás Apóstol a la nación y la muerte de San Francisco Javier hace 450 años, dos figuras que marcaron la historia de este pueblo con su evangelización en tiempos muy distintos.
La presencia cristiana en Oriente tiene
raíces antiquísimas, como recuerda la agencia FIDES en un informe. Los
cristianos de esta parte del mundo (desde Irak a la India) se definen “hijos de
Santo Tomás”. Según la tradición, en el año 40, después de la muerte y
resurrección de Jesús, el Apóstol Tomás partió de Jerusalén y evangelizó entre
los años 42 y 49 a todas las poblaciones de Oriente Medio que habitaban los
actuales territorios de Irán, Irak, Afganistán y Beluchistán.
El ardor misionero de Tomás no se detuvo ahí,
y el primer misionero de Oriente se dirigió a la India para llevar el anuncio
del Evangelio. El apóstol predicó la fe de Cristo por primera vez (años 53-60)
en la costa sudoccidental de la India (zona de Malabar, hoy Kerala) a
poblaciones que acogieron con entusiasmo su predicación. Después Tomás
consiguió llegar a la costa suroriental de la India (zona de Coromandel), donde
continuó con su misión evangelizadora hasta sellar su misión con el martirio:
murió a golpe de lanza mientras anunciaba la Buena Nueva en Calamina (hoy
Mylapour, un barrio de Madras) entre los años 68 y 72.
Una antigua tradición llama a Tomás “guía y
maestro de la Iglesia de la India, que él fundó”. Desde entonces, estos
cristianos son denominados “cristianos de Tomás”: sobrevivieron hasta nuestros
tiempos en la costa de Malabar y ven en este apóstol a su padre espiritual. De
la predicación del Apóstol Santo Tomás nacieron la Iglesia Caldea (su cuna está
en el actual Irak) y la Iglesia Siro Malabar (su foco está en Kerala), de
grandísimo florecimiento en la India sudoccidental.
Junto a los comerciantes portugueses, llegó a la India otro gran apóstol de Oriente, San Francisco Javier (1506-1552), jesuita, “la mayor figura del cristianismo en Asia después de Santo Tomás Apóstol, como un soldado de Cristo, dispuesto a soportar todos los sufrimientos, dotado de una fe ciega e inmensa en la inspiración divina de su misión”, le describe el historiador Raimond Panikkar.
Francisco Javier llegó a Goa (capital del Imperio portugués de las Indias Orientales) en 1542 después de 13 meses de travesía. Goa, ciudad rica e importante, era el punto de partida de los jesuitas evangelizadores en Extremo Oriente. Rechazando educadamente el alojamiento que se le ofrecía en el Episcopado de la ciudad, Francisco Javier se fue a vivir cerca del hospital para ayudar con mayor facilidad a los enfermos. Recorría calles y plazas tocando una campanilla, reunía a los fieles, los llevaba a la iglesia y allí predicaba y les instruía. Los domingos los pasaba con los leprosos y visitaba a los pobres y prisioneros.
Fundó el Colegio de la Santa Fe para educar
a los jóvenes y formar a los cristianos. Francisco Javier se quedó dos años en
aquellas tierras y, con ayuda de algunos intérpretes, se esforzó por aprender
el idioma, tradujo oraciones y anunció la Buena Nueva. Con ayuda de los
catequistas, las conversiones que se produjeron fueron incontables. Se sabe que
en un solo mes convirtió y bautizó a 10.000 personas. Los biógrafos hablan de
miles de curaciones, incluso algunos difuntos volvieron a la vida, gracias a su
oración.
Con gran estupor, Francisco Javier halló un
pequeño grupo de cristianos en la India. Al llegar a la isla de Socotra (hoy
perteneciente a Yemen) encontró habitantes que se decían cristianos. Es más,
“se declaran honrados por llamarse cristianos y poseen iglesias, cruces y
lámparas”, escribió el propio jesuita en sus cartas. “Aquí los sacerdotes, sin
saber leer ni escribir, conservan aún plena memoria de las oraciones. No
comprendo las oraciones que recitan porque no están en su lengua: creo que
están en caldeo. Son devotos de Santo Tomás: dicen que descienden de los
cristianos que Santo Tomás convirtió en estos lugares”.
En mayo
de 1545, Francisco Javier viajó a la actual Mylapour para venerar la tumba de
Santo Tomás. Probablemente fue cuando recuperó la reliquia del Apóstol que, en
el momento de su muerte, se le encontró en el pequeño relicario que llevaba al
cuello. La pequeña comunidad que encontraron los misioneros de la Iglesia de
rito latino conservó durante más de mil años una fe incontaminada, transmitida
de generación en generación. Albergaba la semilla de una fe primitiva, pero
auténtica. Esta Iglesia local de la India se empeñó en un largo proceso de
conocimiento e integración en la Iglesia de Roma, no sin etapas dolorosas.
Finalmente prevaleció la voluntad de plena comunión con el Santo Padre sobre la
base de la fe en el único Salvador, Jesucristo.
Actualmente os fieles superan los tres millones y medio. En
1992, Juan Pablo II la reconoció como Iglesia autónoma en plena comunión con
Roma. La gran vitalidad y crecimiento de la Iglesia Sirio Malabar se refleja
especialmente en la capacidad de generar vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada: en este momento, cerca del 70% de las 120.000 vocaciones de la
India (cuya población total de católicos es de 15 millones) proceden de esta
Iglesia. Ello ha llevado a la India a ser la nación con el porcentaje más alto
de vocaciones del mundo respecto al número total de la población católica. La
Iglesia está reconocida y es definida como “siríaca” por sus vínculos con la
lengua del mismo nombre (lengua aramea), en uso en la liturgia hasta 1968,
cuando por primera vez se celebró la Santa Misa en malayalam, la lengua madre
de Kerala.
La Iglesia Siro Malabar, tiene su cuna en Kerala, la zona con mayor densidad de católicos en la India, conserva una peculiaridad y una riqueza de ritos, gestos y ornamentos que se expresan incluso en una tradicional danza folclórica llamada “Margam Kali”, que narra la historia de la evangelización de la zona. El rito Siro Malabar, junto al siro-malankar y al latino, es uno de los tres ritos católicos de la India contemporánea. La Iglesia Siro Malabar está profundamente enraizada en la cultura india, cosa que se hace evidente en la práctica del matrimonio, la unción de los enfermos, en los ritos ligados al nacimiento y a la muerte, la formación del clero y la construcción de iglesias. Asimismo, las fiestas y los ayunos de los fieles católicos aún llamados “cristianos de Santo Tomás” siguen reglas locales. Recientemente, el Sínodo de la Iglesia Siro Malabar ha introducido algunos cambios, por ejemplo en el color de la casulla para los Obispos y las mitras (éstas se realizarán con formas y decoraciones más cercanas a la cultura local). Se recuperarán los títulos de Archidiácono y Archimandrita, típicos de la tradición oriental, y la cruz de los Obispos de rito siro-malabar también se modificará: llevará la imagen de Santo Tomás, el primer misionero de Oriente.
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