San Isidoro de Sevilla

 

                                          Obispo de Sevilla. Doctor de la Iglesia. 636.

Nació en Cartagena, España, alrededor del año 560. Fue hijo de Severino y Teodora. Su padre, probablemente era de una familia romana, pero estaba emparentado con los reyes visigodos. Al parecer, la familia de Isidoro huyó a Sevilla tras la conquista bizantina al ser estos defensores del rey Agila I frente a Atanagildo, aliado de los bizantinos.

Su hermano mayor San Leandro fue su predecesor inmediato en la Sede Metropolitana de Sevilla. 

                                                            San Leandro de Sevilla

Mientras que su hermano menor San Fulgencio presidió el Obispado de Astigi. 

                                                             San Fulgencio de Cartagena

Su hermana  Santa Florentina fue una religiosa, de la que se dice que gobernó sobre 40 conventos y un millar de religiosas.

                                                           Santa Florentina

Los cuatro fueron posteriormente canonizados, siendo conocidos como los Cuatro Santos de Cartagena.

                                               Los Cuatro Santos de Cartagena

Cuenta la leyenda piadosa que Isidoro cuando era niño fue dejado, por el ama que le criaba en el jardín, para acudir a alguna ocupación o precepto de sus amos, cuando se advirtió que una multitud de abejas entraban y salían en la boca del niño, formando en ella un dulcísimo panal. El padre de Isidoro, que fue el primero en advertirlo, llamó a los demás hijos suyos, y a todos sus criados, para que viesen y admirasen un caso tan prodigioso. Al observarle con atención, creció notablemente la maravilla de todos viendo que las abejas que salían de la boca de Isidoro se remontaban tan altas, que parecía introducirse en el cielo. Por todo esto percibieron que San Isidoro había de ser muy sabio, y que en sus escritos había de competir una sublime doctrina con una celestial dulzura.

Su hermano Leandro que era mucho mayor que él, se encargó de su educación porque quedaron huérfanos siendo Isidoro un niño. Parece ser que Leandro era muy severo, porque cuenta una leyenda, que siendo Isidoro muy niño huyó de su casa para escapar de la severidad de su hermano. Luego volvió por voluntad propia, lleno de buenos propósitos. Leandro lo encerró para impedir que se escape de nuevo. Probablemente lo envió a un monasterio para seguir estudiando.

Recibió su educación elemental en la escuela catedralicia de Sevilla. En esta institución, la primera de este género en España, el trivium y el cuatrivium, eran enseñados, por un cuerpo de docentes conformado por hombres muy cultos, entre los cuales estaba el Arzobispo San Leandro. Isidoro se aplicó con tal diligencia al estudio que en breve lapso de tiempo llegó a dominar el latín, el griego y el hebreo. Permanece como una cuestión abierta, incluso en nuestros días, la de si Isidoro abrazó o no la vida monástica. La verdad es que aunque él mismo pudo no haberse afiliado nunca a ninguna Orden religiosa, las tuvo en altísima estima. Desde su elevación al episcopado se constituyó así mismo en protector de los monjes. En el 619 pronunció un anatema contra cualquier eclesiástico que de cualquier manera molestase a los monasterios.

El futuro Doctor de la Iglesia, autor de muchos libros que tratan de todo el saber humano: agronomía, medicina, teología, economía doméstica, etc., al principio fue un estudiante poco aplicado. Como tantos otros compañeros, dejaba de ir a la escuela para ir a vagar por los campos. Un día se acercó a un pozo para sacar agua y notó que las cuerdas habían hecho hendiduras en la dura piedra. Entonces comprendió que también la constancia y la voluntad del hombre pueden vencer las duras asperezas de la vida.


Regresó con amor a sus libros y progresó tanto en el estudio que mereció ser considerado el hombre más sabio de su tiempo. Se formó con la lectura de San Agustín y de San Gregorio Magno, y aun sin tener el vigor de un Boecio o el sentido organizador de un Casiodoro, Isidoro compartió con ellos la gloria de ser el maestro de la Europa medieval y el primer organizador de la cultura cristiana. Isidoro fue muy sabio, pero al mismo tiempo de profunda humildad y caridad; no sólo obtuvo el título de “Doctor Egregius”, sino también la aureola de la santidad.

A la muerte de San Leandro, Isidoro lo sucedió en la sede de Sevilla. Fue arzobispo de Sevilla, desde el año 599 hasta el año 636, considerándosele uno de los grandes eruditos de la temprana Edad Media.

Su largo ministerio en esta sede coincidió con un periodo de desintegración y transición. Las antiguas instituciones y los estudios clásicos de la época del Imperio Romano iban desapareciendo aceleradamente. Una nueva civilización se iba gestando en España a partir de la combinación de los variados elementos raciales aportados por los diversos pobladores. Durante casi dos siglos los godos habían estado en pleno control de España y sus maneras bárbaras y su desprecio por el estudio amenazaban grandemente con retardar el desarrollo de la civilización. Dándose cuenta de que tanto el bienestar espiritual como el material de la nación dependían de la completa asimilación de los diversos elementos, San Isidoro se asignó a sí mismo la tarea de unificar en una homogénea nación a los variados pueblos que componían el reino Hispano-Visigodo.

San Isidoro impulsó los proyectos para la asimilación de los visigodos, que ya llevaban dos siglos en Hispania, a fin de conseguir un mayor bienestar, tanto político como espiritual, del reino. Para ello, ayudó en la conversión de la Casa Real Visigoda (arrianos) al Catolicismo e impulsó el proceso de conversión de los visigodos, presidiendo el segundo Sínodo Provincial de la Bética en Sevilla (noviembre de 618 o 619, reinando Sisebuto), al que asistieron no sólo prelados españoles, sino también obispos de Narbona y Galia.

Isidoro fue un escritor enciclopédico, muy leído en la Edad Media, sobre todo por sus “Etimologías”, una “Summa” muy útil de la ciencia antigua, en la que condensó los principales resultados más con celo que con espíritu crítico. Pero a pesar de poseer tan ricamente la ciencia antigua y de influir considerablemente en la cultura medieval, su principal preocupación como obispo fue lograr la madurez espiritual e intelectual del clero español. Para esto fundó un colegio eclesiástico, prototipo de los futuros seminarios, dedicando mucho de su laboriosa jornada a la instrucción de los candidatos al sacerdocio.

A semejanza de San Leandro, participó activamente en los Concilios de Toledo y Sevilla. Con toda justicia se puede decir que en una gran medida fue debido al iluminado gobierno de estos dos ilustres hermanos que la legislación visigoda, emanada de estos concilios, según los historiadores, ejerció una importante influencia en los orígenes del gobierno representativo. 


Isidoro presidió el II Concilio de Sevilla, comenzado en el 619 bajo el reinado de Sisebut. Pero fue el IV Concilio Nacional de Toledo el que le proporcionó la oportunidad de prestarle uno de los más grandes servicios a su jurisdicción. En este concilio, iniciado en el 633, todos los obispos de España, estando presente San Isidoro, a pesar de su avanzada edad, le encomendaron la presidencia de las deliberaciones, y fue el proponente de muchas nuevas legislaciones. Fue en este concilio y por su influencia, que un decreto fue promulgado ordenando a todos los obispos establecer Seminarios en las catedrales de sus ciudades según los parámetros de la escuela ya existente en Sevilla.

En su propia jurisdicción desplegó todos los recursos de la educación para contrarrestar la naciente influencia del barbarismo gótico. Este fue el avivamiento espiritual que animó el movimiento educativo del cual Sevilla fue el centro. Tanto el estudio del griego y del hebreo como el de las artes liberales, fue prescrito. El interés por el derecho y la medicina fue también estimulado. Por la autoridad del IV Concilio esta política educativa fue hecha obligatoria para todos los Obispos del reino. Tiempo atrás los árabes habían despertado el aprecio por la filosofía griega, habían introducido a Aristóteles en su provincia. Fue el primer escritor cristiano en emprender la tarea de compilar para sus correligionarios una suma del conocimiento universal. Esta enciclopedia compendió toda la ciencia, tanto la antigua como la moderna.


San Isidoro de Sevilla es el último de los Padres latinos, y resume en sí todo el patrimonio de adquisiciones doctrinales y culturales que la época de los Padres de la Iglesia transmitió a los siglos futuros. Fue un escritor muy fecundo: entre sus primeras obras está un diccionario de sinónimos, un tratado de astronomía y geografía, un resumen de la historia desde la creación, biografías de hombres ilustres, un libro sobre los valores del Antiguo y del Nuevo Testamento, un código de reglas monacales, varios tratados teológicos y eclesiásticos y la historia de los visigodos, que es lo más valioso en nuestros días, ya que es la única fuente de información sobre los godos. También escribió historia de los vándalos y de los suevos. San Isidoro fue como un puente entre la Edad Antigua que terminaba y la Edad Media que comenzaba. Su influencia fue muy grande en Europa, especialmente en España. Entre sus discípulos está San Ildefonso de Toledo.

Según parece, San Isidoro previó que la unidad religiosa y un sistema educativo amplio, podían unificar los elementos heterogéneos que amenazaba desintegrar España y gracias a eso gran parte del país se convirtió en un centro de cultura, mientras que el resto de Europa se hundía en la barbarie. Otro de los grandes servicios que San Isidoro prestó a la Iglesia española fue el de completar el misal y el breviario mozárabes, que San Leandro había empezado a adaptar de la antigua liturgia española.

Su amor a los pobres era inmenso. En los últimos seis meses aumentó tanto sus limosnas que los pobres llegaban de todas partes a pedir y recibir ayuda.

Cuando sintió que iba a morir, pidió perdón públicamente por todas sus faltas, perdonó a sus enemigos y suplicó al pueblo que rogara a Dios por él. Distribuyendo entre los pobres el resto de sus posesiones, volvió a su casa y murió apaciblemente el 4 de abril del año 636 a la edad de 80 años. 



Los restos mortales de San Isidoro se encuentran actualmente repartidos entre la Basílica de San Isidoro de León y la Catedral de Murcia, donde fueron trasladados desde su sepulcro en Sevilla en 1063. El hecho de llevarlas a León se debe a que fue el monarca leonés Fernando I quien obtuvo las reliquias del Rey de la Taifa de Sevilla, Al-Mutamid. La Santa Sede lo declaró Doctor de la Iglesia, en 1722.

                                                    Reliquias de San Isidoro en León

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