Santa Elena o Helena

 

                                                              Emperatriz. 330.

Nació a mediados del siglo III posiblemente en la localidad romana de Drepanum (conocida más tarde como Helenópolis) en el Golfo de Nicomedia (Turquía), y murió alrededor del año 330. 

En un mesón propiedad de sus padres en Daprasano (Nicomedia) nació pobre en el seno de una familia pagana. Allí pudo, en su juventud, contemplar los efectos de las persecuciones mandadas desde Roma: vio a los cristianos que eran tomados presos y metidos en las cárceles de donde salían para ser atormentados cruelmente, quemados vivos o arrojados a las fieras. Nunca lo entendió; ella conocía a algunos de ellos y alguna de las cristianas muertas fueron de sus amigas ¿Qué mal hacían para merecer la muerte? A su entender, sólo podía asegurar que eran personas excelentes.

San Ambrosio, que vivió en época inmediatamente posterior, la describe como una mujer privilegiada en dones naturales y en nobleza de corazón. Y así debía ser cuando se enamoró de ella Constancio, el que lleva el sobrenombre de Cloro por el color pálido de su tez, general valeroso y prefecto del pretorio durante Maximiano. Tenía Elena 23 años al contraer matrimonio. En Naïsus (Dardania) les nació, el 27 de febrero del 274, el hijo que llegaría a ser César de Maximiano como Galerio lo fue de Diocleciano.

En el 292, Constancio se convirtió en el Emperador de Occidente, dándose a sí mismo prerrogativas de tipo político y renunció a Helena para casarse con Teodora, la hijastra del Emperador Maximiano Herculius, su benefactor y admirador. Pero su hijo permaneció fiel y leal a ella.

A la muerte de Constancio Cloro, en el 308, Constantino, quien le sucedió, convocó a su madre a la corte imperial, confiriéndole el título de Augusta, ordenando que se le tributaran honores como la madre del soberano y acuñó monedas con su efigie. 

Por influencia de su hijo, abrazó el cristianismo después de la victoria de éste sobre Majencio. Esto es atestiguado directamente por Eusebio: "Ella (su madre) se convirtió bajo su influencia (de Constantino) en una sierva de Dios tan devota, que uno podía creer que había sido discípula del Redentor de la humanidad desde su más tierna niñez".

El Emperador Constantino I abraza definitivamente la religión cristiana y desecha a los viejos dioses, Júpiter, Venus, Heracles, y una nueva etapa religiosa comienza en Occidente. 

Tras el Concilio de Nicea en el año 325, los obispos cristianos estipulan la veracidad de los cuatro evangelios que hoy conocemos, reniegan de los conocidos como “evangelios apócrifos” y marcan los primeros dogmas cristianos acerca de la religión de Cristo. El cristianismo ya no se trata de un culto propio de las clases bajas cuando la suntuosa familia imperial romana también lo sirve.

Constantino, que pese a su fe teme hacer el ridículo abrazando una falsa religión, exige a los obispos que aporten toda la veracidad posible a las historias sobre Jesucristo, y le aporten ese toque protocolario que hasta entonces no había tenido. Podría decirse que el Concilio de Nicea fue la creación de la Iglesia tal y como hoy la conocemos. Así se eligen los evangelios, se escribe la oración del Credo y se estipulan veinte cánones, veinte leyes inquebrantables dentro del seno cristiano. El símbolo del pez que los cristianos habían utilizado hasta entonces es dejado a un lado para abrazar una nueva simbología, la de la cruz donde Cristo fue crucificado.

La tradición vincula su nombre con la construcción de iglesias cristianas en las ciudades de Occidente, donde residía la corte imperial, principalmente en Roma y Trier, y no hay razón para rechazar esta tradición; además, por lo que sabemos con certeza a través de Eusebio, Helena erigió iglesias en los lugares santos de Palestina. A pesar de su edad avanzada emprendió un viaje a Palestina luego de que Constantino, gracias a su victoria sobre Licinio, se convirtió en el único Emperador del Imperio Romano en el año 324.

En el año 326, Elena está con su hijo en Bizancio, a orillas del Bósforo. Aunque se aproxima ya a los setenta años alienta en su espíritu un deseo altamente repensado y nunca confesado, pero que cada día crece y toma fuerza en su alma; anhela ver, tocar, palpar y venerar el sagrado leño donde Cristo entregó su vida por todos los hombres. 

Organiza un viaje a los Santos Lugares en cuyo relato se mezclan todos los elementos imaginables pertenecientes al mundo de la fábula por tratarse del desplazamiento de la primera dama del Imperio a los humildes y lejanos lugares donde nació, vivió, sufrió y resucitó el Redentor. 

Pero aparte de todo lo que de fantástico pueda haber en los relatos, fuentes suficientemente atendibles como Crisóstomo, Ambrosio, Paulino de Nola y Sulpicio Severo refieren que se dedicó a una afanosa búsqueda de la Santa Cruz con resultados negativos entre los cristianos que no saben dar respuesta satisfactoria a sus pesquisas. Sintiéndose frustrada, pasa a indagar entre los judíos hasta encontrar a un tal Judas que le revela el secreto rigurosamente guardado entre una facción de ellos que, para privar a los cristianos de su símbolo, decidieron arrojar a un pozo las tres cruces del Calvario y lo cerraron luego con tierra.

Las excavaciones resultaron con éxito. Aparecieron las tres cruces con gran júbilo de Elena. Sacadas a la luz, sólo resta ahora la grave dificultad de llegar a determinar aquella en la que estuvo clavado Jesús. Relatan que el obispo Demetrio tuvo la idea de organizar una procesión solemne, con toda la veneración que el asunto requería, rezando plegarias y cantando salmodias, para poner sobre las cruces descubiertas el cuerpo de una cristiana moribunda por si Dios quisiera mostrar la Vera Cruz. El milagro se produjo al ser colocada sobre la tercera de las cruces, la pobre enferma que recuperó milagrosamente la salud.


Tres partes mandó hacer Elena de la Cruz. Una se trasladó a Constantinopla, otra quedó en Jerusalén y la tercera llegó a Roma donde se conserva y venera en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén.

                                           Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén (Roma)

                                               Reliquia de la Veracruz en Roma

Se dice que además de la Vera Cruz, Santa Elena encontró los clavos de Cristo (los cuales entregaría a su hijo para que le protegiesen en cada batalla). Elena envió una parte de la Cruz a su hijo, dejando el resto en Jerusalén y llevó con ella los clavos, de regreso. 

                                                    Reliquia del Santo Clavo en Siena, Italia

Con uno de ellos habría creado un bocado para el caballo de Constantino y con otro un casco, destinados ambos para la protección del Emperador en las batallas. Son mencionados por primera vez el 25 de febrero de 395 en una oración de Ambrosio de Milán, quien también habló de la existencia de las reliquias en la oración fúnebre por el Emperador Teodosio I.

                                  Relicario del Santo Clavo en catedral de Tréveris (Alemania)

Gregorio de Tours, en cambio, habló de cuatro clavos, citando que uno de ellos se sumergió en el mar para calmar una tempestad. En el siglo VI se encontró una documentación en Constantinopla sobre la veneración de varios Clavos Sagrados, tal vez los originales, quizás derivados hechos de acuerdo con las costumbres de la época, usando solo una limadura o pequeña parte de la reliquia original y agregando una nueva parte para formar una réplica.

                                  Santo Clavo en la ciudad de Carpentras (Francia)

La tablilla de la cruz donde venía escrito el lema: Jesús el Nazareno, Rey de los Judíos (INRI). "Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum’, éste es el significado de la sigla INRI fijada en el crucifijo de Jesús, es decir ‘Jesús Nazareno Rey de los Judíos’. Y esto Jesús decía ser y ésta fue la causa de su condena, por ultraje al legítimo rey, una condena por lesa majestad. Podemos leerlo en el evangelio de San Juan: “Pilato también escribió un letrero y lo puso sobre la cruz. Y estaba escrito: ‘Jesús Nazareno, Rey de los Judíos’. Entonces muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, en latín y en griego. Por eso los principales sacerdotes de los judíos decían a Pilato: No escribas, ‘el Rey de los judíos’; sino que él dijo: ‘Yo soy Rey de los judíos’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, he escrito’. (Jn 19,19-22).

La teoría  según la cual esta tabla fue traída a Roma por Santa Elena también sostiene que la emperatriz, cuando la encontró junto con las tres cruces y los clavos, la dividió en dos (o tal vez tres) partes. Una la llevó consigo hasta Roma (la parte derecha) y la otra la dejó en Jerusalén.

Maria Luisa Rigato, teóloga y catedrática en la Universidad Gregoriana de Roma y profundamente convencida de la autenticidad de este hallazgo, sostiene en cambio que la reliquia no fue traída a Roma por Santa Elena sino por Gregorio Magno hacia finales del siglo VI. Según esta teoría el Titulus habría sido hallado en el sepulcro de Jesús junto con la sábana santa, y no en el Calvario, porque indicaba la causa de su condena. Por lo tanto pone también en duda la teoría de la división en dos (o en tres) de esta tabla, según afirma la tradición de la Iglesia.

Hay testimonios de los primeros peregrinos en Tierra Santa que confirman la existencia, en un período determinado, del Titulus en Jerusalén. La peregrina Egeria que, en el 383 presenció el rito de veneración de la Vera Cruz, así lo relata: “…y se trae una arqueta de plata sobredorada, dentro de la cual está un trozo del madero de la santa Cruz, que se abre y se muestra, colocados encima de la mesa tanto el lignum crucis como el título. […] Así va pasando todo el pueblo de uno en uno, inclinándose todos, tocándola con la frente y mirándola con los ojos, tanto la Cruz como el título, besándola mientras pasan, sin que nadie se decida a poner su mano encima ni tocarla.”. (Egeria, Itinerarium, 37-1,3).

Mientras que Antonio de Piacenza, en el año 570 lo describe, como testigo ocular, indicando que tiene la siguiente frase: ‘Hic est Rex Iudeorum’ (Este es el Rey de los Judíos): “Desde el Gólgota hasta donde fue hallada la cruz hay cincuenta pasos. En la basílica adyacente de Constantino cerca del monumento o Gólgota, en el atrio de la misma basílica, hay una estancia donde de encuentra custodiado el madero de la cruz, que hemos adorado y besado. El título también, que había sido puesto encima de la cabeza del Señor, en el cual pone: “Este es el Rey de los Judíos”, lo tuve en mi mano y besé. El madero de la cruz es de nogal’.

Hay otros testimonios que hablan de la existencia de un Titulus Crucis en Paris en el siglo XIII. Sabemos que el Rey de Francia Luis IX (1214-1270) compró al rey latino de Constantinopla, Balduino II, que se hallaba en grandes dificultades económicas, unas importantísimas reliquias presentes en el palacio Bucoleon, entre las cuales estaba la famosa Corona de Espinas. Tampoco en este caso hay una indicación clara de que fuera solo una parte de la tabla. En cualquier caso nunca lo sabremos porque esta reliquia se perdió, probablemente a causa de la Revolución Francesa.

Volviendo a la reliquia de Santa Cruz en Jerusalén, fue probablemente escondida en el siglo V o VI para protegerla de la invasiones bárbaras y fue definitivamente redescubierta el 1 de febrero de 1492 durante los trabajos de reparación de la basílica, comisionados por el Cardenal Mendoza, cardenal de Toledo, y coincidiendo con la toma de Granada por parte de los reyes Católicos, culminando así la Reconquista.

    Reliquia del Titulus Crucis 
Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén (Roma)

En la parte superior del arco triunfal de la basílica, bajo una capa de yeso, los operarios hallaron una baldosa con la inscripción Titulus Crucis. El lugar del hallazgo aún es visible. Esta baldosa cerraba un nicho en el que estaba escondida una caja de plomo que custodiaba una tabla de madera de nogal. La decisión de poner la reliquia en ese lugar de debe al Papa Lucio II (1144-1145) que mandó construir el transepto del que el arco triunfal forma parte. La reliquia fue descubierta durante los trabajos de restructuración de la basílica. Y ¿por qué la mandó poner en ese lugar? Es decir, ¿se ocultó de nuevo?

    Baldosa en la cual se encontraba 
debajo escondido el Titulus Crucis

Aunque las partes derecha y superior están muy deterioradas puede leerse claramente la parte inicial de las inscripciones en griego y latín, mientras que de la inscripción superior, en hebreo, más deteriorada, solo tres letras son legibles. Las palabras están escritas desde derecha hacia izquierda, según la tradición semítica, y las letras están al revés, como si fueran vistas en un espejo. Partiendo de la hipótesis que ésta sea la mitad de la reliquia original, su medida tenía que ser de 50 cm. Ésta, gracias a la custodia de la caja de plomo, tiene un estado de conservación aceptable. También se han hallado trazas de cal y, en las ranuras de los caracteres, trazas de color negro. En la parte en latín, podemos leer: I NAZARINUS R, y en la en griego IS NAZARENUS B que se completarían con EX IUDAEORUM y ASILEOS TON IUDAION, respectivamente, donde de la palabra ‘rey’ (rex, basileos) solo queda la primera letra. La inicial ‘I, IS’ sería la abreviación de Iesus, nombre extremadamente difuso en Galilea, motivo por el cual no lo habrían escrito entero.

                                                       El Titulus Crucis sin su relicario

Según la tradición, la sagrada cuna se conserva en una reliquia en la Basílica Santa María la Mayor y ha sido objeto de oración y devoción durante siglos. Son los restos del “cunabulum”, de la “sagrada cuna”, del pesebre en el que, según los Evangelios, el Niño Jesús fue colocado recién nacido. De un objeto o “pesebre” semejante, habla Orígenes (año 248). "En Belén se muestra la gruta donde nació Jesús y el pesebre donde fue envuelto en pañales".

Reliquia de la Santa Cuna en Roma

San Jerónimo, que se encontraba en Belén desde el año 386, en una homilía detalla que el pesebre había sido de arcilla, pero que luego fue cambiado por uno de plataEl santo se lamenta del cambio, pero también reconoce y agradece la devoción de los fieles, aunque él prefería el pesebre anterior, de arcilla. En Belén, desde el siglo V, la “cuna”, de oro y plata, quedaba iluminada con lámparas. Los peregrinos tomaban tierra y polvo de la gruta como reliquias. Con el tiempo, en vez de tierra, también traían pedazos de madera.

Algunos tienen la hipótesis de que las reliquias de la cuna fueran enviadas por San Sofronio de Jerusalén, al Papa Teodoro I (642-649), de origen oriental, a consecuencia de las dificultades originadas por la invasión musulmana. Precisamente es en tiempos del Papa Teodoro, cuando la basílica se llama Santa María la Mayor. El Papa Sixto V hizo colocar las reliquias de la Cuna bajo el altar de la capilla “Sixtina”, construida con este objetivo.

En 1606, la Reina de España Margarita de Austria, ofreció un relicario de plata, que desapareció en los disturbios de 1797. Se encargó un nuevo relicario a modo de urna oval, de cristal y plata dorada parcialmente, a Giuseppe Valadier (1762-1839); era una oferta de la duquesa española Manuela de Villahermosa. En esa urna, que es la actual, hay bajorrelieves del pesebre, la adoración de los Magos, la fuga a Egipto, la última cena. Sobre la urna, un niño Jesús, de oro puro, que bendice. Hay dos querubines, cada uno con un vaso de cristal, que custodia algunas reliquias (supuestamente, heno del pesebre y un fragmento del velo de María).

En la urna de la Cuna se conservan cinco listones de madera, en posición horizontal (uno de los listones no es auténtico). Con cuatro listones se puede montar un caballete para sostener una “cuna” de barro cocido, que era usual entre las madres de Palestina. Pero actualmente la famosa reliquia ya no se puede venerar en Roma sino en Belén. El Papa Francisco decidió devolverla a su lugar de origen después de la reciente visita del presidente de Palestina Mahmoud Abbas al Pontífice. La Sagrada Cuna llegó a Belén el 30 de noviembre 2019 y es custodiada en la iglesia franciscana de Santa Catalina de Belén, contigua a la basílica de la Natividad.

Madera de la Santa Cuna

No han faltado autores que atribuyan a la fábula el hecho de la invención por Elena basándose principalmente en que no hay noticia expresa de tamaño acontecimiento hasta un siglo después. Ciertamente es así, pero lo resuelven otros estudiosos afirmando que la fuente histórica que relata los acontecimientos es el historiador contemporáneo Eusebio de Cesárea al que en su Vita Constantini sólo le interesan los acontecimientos realizados por Constantino, bien porque sigue los cánones de la historia contemporánea, o quizá porque sólo le interesa adular a su anfitrión.

Ordenó derribar el templo dedicado a Venus que Adriano había construido dos siglos antes, en la cumbre misma del monte. Su intención era construir una iglesia que marcase el lugar del Santo Sepulcro.

Elena fue pródiga en su generosidad y buenas obras en esta tierra, "la exploró con un notable discernimiento", y "la visitó con la atención y solicitud del Emperador mismo". Entonces, "luego de haber mostrado la veneración debida a las huellas del Salvador", mandó erigir dos iglesias para la adoración a Dios: una se levantó en Belén, cerca de la Gruta de la Natividad, y la otra sobre el Monte de la Ascensión, en las cercanías de Jerusalén. 

                                                      Basílica de la Natividad 

En Roma su memoria es asociada principalmente con la iglesia de La Santa Cruz de Jerusalén. En el lugar donde actualmente se levanta esta iglesia, antiguamente se asentó el Palatium Sessorianum, y cerca se encontraban las Termas Helenianas, cuyos baños tomaron su nombre de la Emperatriz. 

                                                    Iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén

Aquí se encontraron dos inscripciones compuestas en honor de Helena. El Sessorium, que se encontraba cerca del Laterano, sirvió posiblemente como residencia de Helena cuando permaneció en Roma; por eso es bastante probable que en este lugar Constantino haya erigido una Basílica cristiana, a sugerencia de su madre y en honor de la cruz verdadera.

Helena aún vivía en el año 326, cuando Constantino mandó ejecutar a su hijo Crispo. Constantino estuvo con ella cuando murió a la avanzada edad de 80 años aproximadamente. Su cuerpo fue llevado a Constantinopla y colocado para su descanso en la cripta imperial de la Iglesia de los Apóstoles. 

Se cree que sus restos fueron transferidos en 849 a la Abadía de Hautvillers, en la arquidiócesis francesa de Reims, como consta en el registro del monje Altmann en su "Translatio". Fue reverenciada como una santa, y su veneración se extendió al Occidente a principios del siglo IX.

En los museos Vaticanos (Museo Pío Clementino, Sala en Cruz Griega), podemos admirar un magnífico sarcófago de pórfido rojo: el sarcófago de Santa Elena, es decir de la Emperatriz Elena, madre de Constantino el Grande y, según la tradición (transmitida por la Leyenda Dorada de Jácopo da Voragine), descubridora de la Vera Cruz de Cristo y otras reliquias de la pasión.

                                    Sarcófago de Santa Elena en Museos Vaticanos

Este sarcófago llama la atención no sólo por sus grandes medidas (242 cm de alto x 268 x 184) sino también por su decoración que parece más apropiada para un caudillo que para una Emperatriz. De hecho sus altorrelieves nos muestran soldados romanos a caballo en el acto de capturar y aprisionar bárbaros. Por este motivo se cree que inicialmente estuviera destinado a Constancio Cloro, consorte de Elena y padre de Constantino, o incluso al mismo Constantino. En cualquier caso, el uso del pórfido nos dice que estaba destinado a la familia real, tradición empezada por el mismo Constantino, y que fue realizado en Egipto donde había canteras de este tipo de mármol, o por artistas procedentes de esa zona.

Este sarcófago procede del ‘Mausoleo de Elena’ un gran monumento en forma de torre circular realizado en el siglo IV para hospedar los restos de la emperatriz y que, aunque esté en parte destruido, puede visitarse en la tercera milla de la antigua Vía Labicana, hoy Vía Casilina (zona Torpignattara), en un paraje que antiguamente se llamaba ‘ad duas lauros’ a los dos laureles, donde también había una necrópolis de los ‘equites singulares’, guardias imperiales a caballo y que desde el siglo III fue utilizado por los cristianos convirtiéndose en las que hoy se conocen como las catacumbas de los santos Marcelino y Pedro.

                                                       Mausoleo de Elena

Por las marcas grabadas en la argamasa utilizada en la construcción del mausoleo descubrimos que fue construido en el 324-326. Es por lo tanto posible que inicialmente el emperador quisiera destinarlo para su uso personal antes de decidir trasladarse definitivamente a Bizancio. Rebautizada por él como la ‘Nueva Roma’ (año 326), es  la ciudad que se hizo construir y que todos conocemos como Constantinopla (la ciudad de Constantino), hoy Estambul.

Actualmente, los restos de la emperatriz Elena están custodiados en Roma, Venecia, en Francia, en Tréveris y en otros lugares. ¿Son partes de un mismo cuerpo diseminadas en todos estos lugares o sólo algunos de estos restos son auténticos?

Después de encontrar la Vera Cruz y otras reliquias de la pasión, en el año 325, Elena volvió a Roma llevando consigo una parte de éstas. Pocos meses antes de su muerte, hacia 328, Elena hizo viaje de regreso a Constantinopla para la inauguración de la ‘Nueva Roma’ pero murió poco después, debido a su edad avanzada (unos 80 años) y al cansancio por el largo viaje. No se conoce el lugar exacto de su muerte pero Eusebio de Cesárea, biógrafo de Constantino, informa que el féretro fue enviado con todos los honores a la ‘Ciudad Imperial’. Por lo tanto una vez llegada a Roma, fue depositada en el sarcófago y a su vez en el mausoleo.

Y en este lugar descansó en paz hasta el siglo IX, período en el que los robos de reliquias alcanzaron su máximo auge debido también a la gran demanda que había de las mismas en el Imperio Carolingio y a la profesionalidad de algunos ladrones especializados.

Alrededor del año 840 se presentaron en Roma algunos monjes franceses, de la abadía de Hautevillier, cerca de Reims, guiados por un tal Teogiso. Llegaron, probablemente asociados con algún famoso ladrón de reliquias, con la intención de llevarse a casa las reliquias de Santa Elena. Seguramente pagaron muy bien, porque junto con las reliquias de Santa Elena los monjes franceses se llevaron a casa también las de los santos Policarpo, Sebastián, Urbano y Quirino. Digamos que se les hizo una oferta especial. Pero no pudieron obtener ninguna sólida garantía, salvo la palabra del vendedor, de que las reliquias adquiridas fueran auténticas, ni siquiera inspeccionando el lugar o comprobando que las historias contadas sobre las mismas fueran plausibles. 

Cuando faltaban pruebas concretas se podía recurrir a una ordalía, en este caso un ayuno de tres días para preguntar a Dios si el vendedor había dicho la verdad, o esperar que las reliquias mismas hicieran un milagro. En cualquier caso el traslado fue celebrado con gran pompa y los milagros no tardaron en llegar, autentificando, de esta manera, las mismas. Por lo tanto podemos suponer que las reliquias de Santa Elena fueron sustraídas y llevadas a Francia pero, en el mejor de los casos, no todas, porque bajo el pontificado de Inocencio II (1130-1143) “manos sacrílegas” sustrajeron del sarcófago la preciosa vestimenta de la Emperatriz, rompiendo la tapa. En la iglesia abacial de Hautevillier las reliquias permanecieron hasta le Revolución Francesa cuando fueron escondidas y sucesivamente entregadas a los Caballeros de la Orden del Santo Sepulcro. Ahora pueden visitarse en Paris, en la iglesia de Saint-Leu-Saint-Gilles.

                                                Reliquias de Santa Elena en París, Francia.

En cuanto a las reliquias de Roma, podemos decir que, robo a parte, no permanecieron tranquilas tampoco en el lugar donde fueron depositadas y ni siquiera en su sarcófago original. De hecho, en el siglo XII las reliquias de Elena fueron trasladadas a la iglesia de Santa María en Aracoeli y el sarcófago original fue mandado llevar al Laterano, y fue puesto primero en la primera tribuna de la basílica y después en el claustro, para ser utilizado como sepultura del Papa Anastasio IV (1153-1154), aprovechando también el hecho de que la cúpula del mausoleo se había derrumbado. En el siglo XVIII el sarcófago fue mandado restaurar y llevar a los Museos Vaticanos por Pío VI (1775-1799).

                                                   Reliquias de Santa Elena en Roma

En la basílica del Aracoeli (Roma), donde actualmente hay un templete dedicado a Santa Elena bajo cuyo altar están ahora las reliquias de la santa, fue hallado en 1960 un precioso relicario con sus restos. Se trata de una arqueta de sándalo decorada con piedras preciosas, figuras de animales y hojas de oro. Es de factura  palermitana, estilo sículo-normando, del siglo XII. Esta arqueta fue comisionada por el mismo Papa Anastasio IV. El templete en forma de baldaquino, en cambio, es del siglo XVII, erigido sobre el altar original altomedieval y fue reconstruido en 1833 después de que el ejército revolucionario francés lo destruyera en 1799.

    
                                                    Templete de Santa Elena (Roma)                      

Pero las peripecias de los restos de Santa Elena no terminan aquí. De hecho existe también otra tradición que dice que se encuentran en la isla de Santa Elena, en Venecia, en la iglesia homónima. Esta tradición toma origen en la convicción de que las reliquias de Santa Elena se hallaban en Constantinopla, junto con las de Constantino, basándose en una mala interpretación de las palabras de Eusebio de Cesárea por parte del historiador Sócrates Sozomeno quien por ‘Ciudad imperial’ (donde habría sido llevado el féretro de Elena) entendió no Roma, sino Constantinopla. Después de la IV Cruzada (1204) el sarcófago fue vaciado y los restos trasladados a Venecia por el monje agustino Aicardo, donde llegaron en 1211 y donde desde esa fecha son venerados e incluso el 21 de mayo de 2012 se clausuró el año jubilar que celebraba los ochos siglo desde su llegada.

                                                        Iglesia de Santa Elena en Venecia

En cuanto a la cabeza de Santa Elena, la encontramos en la catedral de Tréveris, donada por el Emperador Carlos IV en 1356. Tréveris está estrechamente ligada a Constantino y a su madre donde los dos transcurrieron una parte de sus vidas. La catedral de Tréveris surge sobre una primitiva iglesia del siglo IV mandada construir por la misma emperatriz y que podría haber sido inicialmente su casa. Pero la pregunta es: ¿Dónde cogió Carlos IV la cabeza de Elena?

                                Cabeza de Santa Elena en Catedral de Tréveris (Alemania)

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