Santa Hildegarda de Bingen

                               

                           Condesa. Religiosa. Vidente. Doctora de la Iglesia. 1179.

Hildegard nació en 1098 a orillas del río Nahe en Bermersheim, Alemania. Su familia era noble y contaban ya con nueve hijos cuando ella llegó al mundo. Era hija de los Condes de Bermersheim, que pertenecía a la familia ilustre de Stein cuyos descendientes son los actuales príncipes de Salm. Como era la costumbre en aquella época, el décimo vástago debía ser entregado a la Iglesia. Y así fue como se inició su particular destino.

Cuando tenía ocho años, su padre la envió al monasterio benedictino de Disobodenberg, para que ahí comenzará su educación. Fue recibida por la hija del Conde de Sponheim, Santa Jutta, la cual le enseñó a cantar los salmos y a leer en latín. 

Hildegarda y una compañera llamada igualmente Jutta vivieron en una casita anexa al monasterio, y más tarde ingresaron en él como novicias. El monasterio pasó a ser entonces mixto, es decir, que era masculino pero que aceptó recibirlas en una celda apartada de las habitaciones de varones. La fama de virtuosas de maestra y alumna traspasó los muros monásticos y algunos nobles se animaron a llevar a sus hijas para que ahí fueran educadas, y entonces fue preciso ampliar ese espacio por el número cada vez más creciente de vocaciones.

Cuando Hildegar von Bingen llegó a la edad adulta, sus dolencias desaparecieron. Fue un despertar, porque en ese momento en el que por fin dejó de ser cautiva de su propio cuerpo, tuvo la oportunidad de centrar su mente en aquello que le apasionaba: el conocimiento.

Tuvo la suerte de que como monja benedictina de un monasterio alemán, era común que llegaran abundantes libros sobre cosmologías griegas para ser traducidas. A su alcance tuvo volúmenes de ciencia, de historia natural… Sumergirse en esos universos de saber le permitió dos cosas. La primera instruirse, la segunda desarrollar una visión científica.

Asimismo, a pesar de que sus enfermedades habían remitido, no ocurrió lo mismo con sus visiones. Se intensificaron. No obstante, solo la abadesa Jutta y su mentor, el monje Volmar de Disobodenberg  conocían aquellas experiencias. Fue al cumplir los 38 años cuando tuvo su mayor revelación. En una de esas visiones se veía a sí misma envuelta en luces. Una voz interna le dijo entonces cuál debía ser su designio: escribir, transmitir conocimiento al mundo.

La reputación de la santidad de Jutta y su alumna se extendió por la región y otros padres ingresaron a sus hijas en lo que se convirtió en un pequeño convento benedictino agregado al monasterio de Disibodenberg. Tras la muerte de su maestra en 1136, Hildegarda se puso al frente del grupo monacal femenino. La nueva abadesa, hacia el 1141, le confió al monje Volmar, que Dios se le había aparecido para mandarle escribir sus visiones. Este le animó a hacerlo para examinar, posteriormente, si su procedencia podía ser divina. Juzgó que lo era y, así se lo comunicó al abad de San Disibodo, colocándolo en una delicada situación. Era arriesgado autorizarla a escribir sus visiones y a ejercer una misión profética que la jerarquía eclesiástica creía reservada a los hombres. Sin embargo, algunos monjes le hicieron ver que contar con una visionaria en el monasterio podría favorecer el incremento de monjas y donativos. Así que, al fin, el abad accedió y, una vez Hildegarda hubo redactado sus primeros textos con la ayuda de Volmar, se los mostró al Arzobispo de Maguncia.

Con los escritos en posesión del episcopado, Hildegarda dio muestra de su inteligencia y astucia en una jugada magistral. Se dirigió a la persona idónea para la defensa de su causa, Bernardo de Claraval, el monje con mayor influencia en la cristiandad occidental. Contar con su apoyo, suponía, con una alta probabilidad, contar con el del pontificado. En la carta que mandó al monje, le relató sus visiones y le informó del mandato divino de hacerlas públicas. No olvidó resaltar lo enferma que se ponía al incumplir lo que le ordenaba el Señor ni que otro monje ya había dado por buenas las visiones. Bernardo se mostró prudente en su respuesta sin pronunciarse sobre si debía divulgar o no lo revelado. Se limitó a alegrarse de la gracia de Dios que poseía y la exhortó a responder a ella con humildad.

No obstante, en el Sínodo de Trier, en el que estaba presente el Pontífice Eugenio III, expuso el caso de Hildegarda y el Pontífice decidió enviar al obispo de Verdún y al de Trier al monasterio para recabar más información. En la valoración del caso, Bernardo dio su apoyo a la monja pidiendo a Eugenio III que no permitiese “que tan insigne luz fuera apagada” y como resultado, el Pontífice, no solo concedió a Hildegarda el permiso, sino que también la animó a “expresar lo que conociera por el Espíritu Santo”.

Con la ratificación papal a su misión profética, la abadesa se situó en una posición de prestigio que llevó al aumento del grupo monacal femenino de San Disidobo con la entrada de varias muchachas del estamento nobiliario. 

Hubiesen tenido que ampliarse las dependencias del monasterio si no fuese porque Hildegarda tuvo otra visión que la impulsó al traslado a un lugar que “le fue mostrado por el Espíritu Santo”, el de la tumba de San Rupert. Cabe señalar que en el contexto general del monacato benedictino, en esa época, se estaba produciendo la independencia de las comunidades femeninas de la tutela de los monjes en el orden disciplinario y también en el económico. Fenómeno por el que muchos religiosos no mostraban ninguna complacencia y al que en algunos casos, como en el de Hildegarda, se manifestaban contrarios. Ante la negativa a su misión, la abadesa cayó enferma, así como algunos de los que se habían opuesto al traslado. Finalmente, gracias a la ayuda del arzobispo de Maguncia, ante el que intercedió la Marquesa Von Stade, el abad le concedió el permiso. En el consiguiente reparto de bienes, Hildegarda se mostró generosa dando a los monjes más de lo que les correspondía. Por fin se había emancipado de la tutela directa de la autoridad abacial masculina sin someterse, tampoco, a ningún protector laico. La economía monacal se consolidó gracias a las donaciones de los fieles.

Pero esta separación le costó muchas críticas. Algunos le atribuían a su ambición mientras que otros dudaban de la legitimidad de tales dotes de visión por parte de una mujer que creían inculta y necia. Los familiares de algunas monjas no vieron con buenos ojos que parte de sus bienes fuesen destinados a engrosar un cenobio dirigido por una abadesa dispuesta a ejercer su autoridad sin restricciones de varón alguno. Richardis, la monja a quien Hildegarda tenía mayor estima, fue una de las que la abandonaron para presidir el monasterio de Bassum. Su madre era la Marquesa que había apoyado el traslado a San Rupert, pero su hermano el arzobispo de Bremen, disconforme, tomó cartas en el asunto para apartar a su hermana de la abadesa independiente. Richardis fue la única monja de la que tenemos constancia que compartiese las visiones de Hildegarda y era la elegida por esta para sucederla. Pero se alejó de ella, muriendo al poco tiempo de ocupar su nuevo puesto. En su desesperación, Hildegarda llegó a considerar la muerte de Richardis como un castigo a las ansias de su discípula por convertirse en abadesa de un monasterio importante.

En San Rupert, Hildegarda prosiguió con la redacción de sus obras y empezó a elaborar composiciones musicales. Era toda una autoridad a la que acudían gentes de todas partes para escucharla, para pedirle consejo, para obtener curación, etc. Se hallaba inmersa en una sociedad aristocrática, la cual la Abadesa, defendía hasta el punto de rechazar el ingreso al monasterio a mujeres que no fuesen de origen noble y careciesen de riqueza. Justificaba tal proceder ante quienes le acusaban de obrar en contra de las escrituras, aduciendo la necesidad de un orden social. Creía que cada hombre tenía asignado un lugar y rango en la sociedad y que Dios cuidaba de que el orden menor no ascendiese por encima del orden superior. Tenía una concepción feudal de absoluta rigidez.

Otro punto controvertido de la vida monacal de San Rupert era el atuendo que vestían las monjas en los días de fiesta. Cantaban los salmos con los cabellos sueltos bajo coronas de oro decoradas con cruces a ambos lados y la figura de un cordero delante y detrás. Lucían vaporosos velos de seda de un blanco resplandeciente y llevaban en los dedos anillos de oro. Para Hildegarda los textos paulinos del Nuevo Testamento que hacían referencia a la sobriedad de los ropajes femeninos iban dirigidos a las mujeres casadas, no a las vírgenes cuyo cuerpo no había sido corrompido. Creía que estas últimas merecían llevar ornamentos simbólicos tan vistosos como los sacerdotes y obispos.

Hildegarda podía permitirse implantar sus propias reglas porque se había convertido es una de las personas más influyentes de la cristiandad. Estableció comunicación con papas, hombres de Estado, emperadores y otras figuras notables. Fue la única mujer a quien la Iglesia permitió predicar al clero y al pueblo en iglesias y abadías. Les hablaba de la corrupción de los canónigos y del avance de la herejía de los cátaros culpando de esta última a la falta de piedad del clero y del pueblo en general.

Hildegard escribió su primer libro en 1141. Era Liber Scivias, donde hablaba de un tipo de cosmología basada en la tradición griega. La Tierra, era una esfera compuesta por cuatro elementos: viento, fuego, aire y agua. A su vez, este cuerpo celeste estaba rodeado de distintas capas de aire y agua. Todo muy llamativo a la vez que revelador, tal y como podemos intuir.

Asimismo, cabe señalar que al tener el permiso papal para redactar esos tratados, pudo librarse sin duda de ser acusada de herejía. La abadesa Hildegard von Bingen era para muchos, la voz de Dios. En una sociedad guiada aún por la superstición, ella tuvo una oportunidad excepcional de la que otros carecieron y que, sin duda, supo aprovechar. Contar con el favor de la Iglesia Católica contribuyó sin duda a que los trabajos realizados por Hildegard von Bingen fueran apreciados en toda Europa. De tal modo, que su fama se extendió en poco tiempo hasta el punto de ser conocida como la “Sibila del Rin”. Ahora bien, su ansia de conocimiento y su necesidad por transmitirlos no terminaba ahí.

Era una mujer de carácter con ideas muy claras sobre lo que deseaba. Aspiraba a dejar el monasterio de Disobodenberg y crear el suyo propio. De tal modo, que tal determinación se convirtió, finalmente, en realidad, al alzar el convento benedictino de Mount St. Rupert, ubicado cerca de Bingen, Alemania

A partir de 1150 Hildegard von Bingen profundiza en el estudio de la medicina natural y se convierte en sanadora. Al cumplir los cincuenta años, empieza a viajar por Europa con un fin tan noble como elevado: defender la paz y a su vez, difundir sus ideas sobre ciencia y medicina. Su trabajo más destacable fue sin duda Physica (Liber Simplicis Medicinae). En esta enciclopedia detalla una amplia información sobre enfermedades y aplicaciones médicas de las plantas. Describe, a su vez, la importancia de hervir agua a la hora de tratar dolencias, de limpiar el cuerpo y las heridas.

Asimismo, fue una de las primeras referencias históricas donde se habla abiertamente sobre la sexualidad. Se describe el orgasmo como algo bello, sublime y ardiente de lo que tanto hombres y mujeres deben disfrutar. En sus libros de medicina como Causa et curae, ofrece, a su vez, información sobre la menstruación y condiciones como la amenorrea, ahí donde una mala alimentación podía afectar a las mujeres.

En 1165, el crecimiento de la comunidad del convento de Rupertsberg hizo necesario que parte de las monjas se trasladasen al convento de Eibingen. Hildegarda murió el 17 de septiembre de 1179 y fue sepultada en la iglesia del convento de Rupertsberg del que fue Abadesa hasta su muerte. Sus reliquias, que actualmente se encuentran en Eibingen, permanecieron en Rupertsberg hasta que el convento fue destruido por los suecos en 1632. Su recuerdo y sus aportaciones se olvidaron durante siglos, hasta que la humanidad volvió a necesitarlas en la II Guerra Mundial. La escasez de medicamentos propició la búsqueda de remedios naturales y al final de la contienda la abadesa Adelgundis Führkötter confirmó la autenticidad de los manuscritos de Hildegarda y el Dr. Hertzka empezó a tratar a sus pacientes siguiendo sus métodos. A partir de aquí, su fama creció y fueron saliendo a la luz sus múltiples facetas.

En el último año de su vida Hildegarda tuvo que atravesar una prueba muy dura. En el cementerio adyacente a su convento fue enterrado un joven que había estado una vez bajo excomunión. Las autoridades eclesiásticas de Mainz (Maguncia) exigieron que hiciera sacar el cuerpo. Ella no se consideró obligada a obedecer dado que el joven había recibido los santos óleos y se supone que estaba por consiguiente reconciliado con la Iglesia. Una sentencia de entredicho fue puesta sobre su convento por el Capítulo de (Mainz) Maguncia, la sentencia fue confirmada por el Obispo Christian V Buch que en ese momento se encontraba en Italia. Tras mucha preocupación y correspondencia logró que el entredicho fuera levantado. 

Hildegard von Bingen falleció a los 81 años de edad habiendo cubierto una cuota de vida ampliamente aprovechada. Fue una mujer reivindicativa, defendiendo incluso a personas que habían sido excomulgadas por la Iglesia y que ella no dudaba en defender o incluso en dar sepultura en campos santos. No obstante, siempre contó con la aprobación y admiración de papas, reyes, nobles, así como de la gente más humilde. Ninguna canonización formal ha tenido lugar, pero su nombre está en el Martirologio. Cuando el convento de Rupertsberg fue destruido en 1632, las reliquias de la santa fueron llevadas a Colonia y más tarde a Eibingen. 

                                       Convento de Rupertsberg, destruido en 1632

En la secularización de este convento, las reliquias fueron colocadas en la iglesia parroquial del lugar. En 1857, un reconocimiento oficial fue hecho por el Obispo de Limburg y las reliquias fueron puestas en un altar especialmente construido. En esta ocasión el pueblo de Eibingen la escogió como patrona. 

                                             Reliquias de Santa Hildergarda

El Monasterio sufrió los avatares de la Guerra de los Treinta Años, pero no pudo sobrepasar la secularización impuesta a comienzos del siglo XIX. Pasarían en torno a cien años, hasta que la vida monástica fuese restaurada a instancias de los monjes de Maria Lach, de la Congregación de Beuron. El 17 de septiembre 1904 llegaron a Eibingen doce monjas benedictinas de la Abadía de San Gabriel en Praga, la primera fundación femenina de la Congregación Beuronese, iniciándose de nuevo la vida monástica en este lugar. El monasterio fue erigido ese mismo día como abadía de pleno derecho y con todos los derechos y privilegios del antiguo convento de Santa Hildegarda.

                                               Actual convento de Santa Hildergada

Hildegarda resulta en muchos aspectos una figura apasionante. Sus teorías y tratamientos se apartan de otras obras anteriores. Escribió una descripción apasionada y realista de los aspectos biológicos del orgasmo femenino, que no aparece en ningún otro escrito médico de la Edad Media. Entre los medicamentos recomendados, incluye 485 plantas que recomienda tomar en dosis mínimas, similares a las usadas en homeopatía. Su discusión de la circulación sanguínea presagia el modelo de William Harvey en el siglo XVII. Sin embargo, no hay constancia de que aplicara nunca sus remedios en la práctica.

Los monasterios tenían a su cuidado idear medicinas y atender a los enfermos (no según las estructuras hospitalarias actuales o de estos últimos siglos), los cuales se acercaban pidiendo algún remedio, de allí las "boticas" monásticas. Hoy todavía se conserva la de Silos en España. Necesariamente tenían una "quinta medicinal". Carlomagno había insistido sobre este punto en sus Capitulares. 

Hildegarda había acumulado muchos conocimientos médicos. Sumaba a la sabiduría de los herboristas y los monjes, su propia observación y experiencia. Entre 1.151 y 1.158 reúne sus conocimientos en dos libros: la “PHISICA” (Tratado de las plantas) y “CAUSAE et CURAE” (Tratados médicos). Siguiendo la teoría de Galeno considera la enfermedad como un desequilibrio entre los "humores". La enfermedad es carencia y sequedad. Es ausencia de "viriditas" (verde, sano, salvado). El "verde" es símbolo de sano, de salud física, es la fuerza de la naturaleza. Y es enfermo el que perdió esta fuerza y debe recuperar su "viriditas".

Encuentra que hay un nexo entre el hombre y el cosmos. Los cuatro vientos están simbolizados por el león, el leopardo, el lobo y el oso. A la vez ellos simbolizan cuatro facultades: el pensamiento, la palabra, la voluntad y la sensibilidad. Los humores que fluyen de los órganos están influidos por estos vientos, y a la vez estos humores influyen sobre el ánimo del hombre. Para Hildegarda la medicina responde a la búsqueda del sentido del sufrimiento, de la enfermedad y de la muerte. Y la enfermedad tiene una explicación física pero también teológica. La explicación física, está en los "humores", los mismos pueden tener cambios patológicos, desequilibrios. Cuando ellos están equilibrados el hombre está tranquilo, pero si este equilibrio se rompe, el hombre se enferma y transforma sus humores en sus contrarios. Si un humor aumenta y falta el que lo contrarresta, el hombre se enferma. Y este equilibrio o desequilibrio va ligado también al carácter y a las pasiones o pulsiones. Cosmos, humores y psiquis, se interrelacionan. Bien se puede afirmar que es precursora de las enfermedades psicosomáticas y que su conocimiento del hombre y de la naturaleza, son excepcionales. 

Se le atribuye haber profetizado la caída del Sacro Imperio Romano Germánico fundado por Carlomagno, y la reforma de la Iglesia como resultado de la corrupción de sus sacerdotes.

Santa Hildegarda realiza cuatro viajes (a caballo y en barco) para hablar al clero y a la gente y los hace, convocada por los Obispos, por dos razones: la corrupción del clero y el surgimiento de una herejía dualista que tuvo gran repercusión en el siglo XII: “los cátaros”, a los cuales Hildegarda llama "saduceos" por no creer en la resurrección de la carne. 

En la visión séptima del segundo libro de Schivias, describe la maliciosa estrategia del demonio y como la fe puede resistirle, evitando todo contacto con los herejes, ya que "ellos son asesinos perversos que matan a aquellos que en su inocencia se les acercan, antes de que ellos puedan volver de sus errores". Describe luego como los herejes buscan sembrar la división, ridiculizando el bautismo, la Eucaristía y las otras instituciones de la Iglesia. Respecto a la moral, pretenden ser santos pero son "perversos fornicadores, que fornican consigo mismo, destruyendo el semen en un acto de asesinato y ofreciéndolo al demonio". 

Mientras ella escribe Schivias, el Abad Everwin, canónigo norbertino de Steinfeld, le escribe a San Bernardo sobre los incidentes de Colonia, donde un grupo de herejes fue apresado por el populacho y quemados vivos. Eckbert, Abad benedictino de Schönau, cuenta que en 1163 otros dos grupos de cátaros fueron enjuiciados en Colonia y en Bonn, y quemados en la hoguera. 

A principios del 1160 Colonia es la sede del poderoso Príncipe Obispo Reinaldo de Dassel, a la vez que centro de las actividades cátaras, y es entre 1161/63 que Hildegarda emprende su tercer viaje por el Rin. Partiendo de Bingen remonta el río hacia el norte, pasando por Andernach, Sieburg, Colonia y finalmente Weden. El punto más dramático y más importante fue su estadía en Colonia y las prédicas que allí hizo. Es entonces cuando escribe dos cartas muy importantes, una dirigida a los clérigos de Colonia y la otra a los religiosos de una comunidad de Mainz. Allí expresa cómo la "gente" que castigará a los clérigos por sus vicios, serán aquellos seducidos y enviados por el diablo, de rostros pálidos, correctamente tonsurados y vestidos de negro, con apariencia amable y pacífica, sin avaricia, ni dinero, prácticamente tan abnegados que son irreprochables, que han renegado de las mujeres y hacen alarde de su castidad y dicen: "Ninguna corrupción de la carne o de la lujuria nos ha acometido porque somos santos y estamos llenos del Espíritu Santo". 

Era convicción de Hildegarda que la culpa del éxito de la herejía, era la corrupción reinante del clero. Por eso hay un doble mensaje en sus predicaciones y en estas cartas: delatar el error de la herejía y su peligrosidad, a la vez que convocar al clero a una conversión. Poco tiempo después de esta carta a Colonia, recibió un pedido de una comunidad de monjes: "Hemos escuchado a través de personas dignas de fe que tú has escrito contra la herejía de los cátaros, tal como tú lo aprendiste a través de una visión de los secretos de Dios. Te pedimos devotamente, que nos envíe a nosotros esos escritos tuyos". Ella les envió el relato de otra visión que había tenido: "En el mes de julio del presente año, de 1163". En la escena del comienzo de esta visión, a Hildegarda se le muestra el Cielo tal como fue visto por el visionario del Apocalipsis. Ella vio el trono, el altar, el mar de cristal y los 24 ancianos. Oyó a estos censurar los males extendidos por el mundo: la injusticia, el abandono del deber, la mundanidad, el cisma. Estos males son los que en otras cartas ya ha denunciado contra los clérigos. 

Acerca de que por qué los cátaros aparecieron y pudieron prosperar, Hildegarda dirige sus reproches directamente a los clérigos. Sus vidas poco edificantes y sus fracasos en la instrucción verdadera de la fe y de la moral cristiana, habían dejado vulnerable a la Iglesia respecto de las artimañas del diablo. Para Hildegarda como para las otras personas comprometidas en la causa de la reforma de la Iglesia, existía una relación causal y directa entre la corrupción y la inacción de los clérigos con el creciente cinismo con respecto a la religión, con la indiferencia moral, con el anticlericalismo de los laicos y con la aparición de las herejías. Sin embargo sus visiones brindaban la esperanza de que, de alguna manera providencial, Dios usaría de los herejes para castigar al clero y purificar la Iglesia.

En 1152 es ungido Rey de Alemania, Federico I de Hohenstaufen, llamado Barbarroja, el cual permanece hasta 1190. Conoce los libros de Santa Hildegarda y tanto se interesa por ella que la manda llamar, y ella va al castillo de Ingelheim en 1154. Pero este Emperador después se enemista con el Papa Adriano IV, y cuando este muere en 1159 le sucede el Papa Alejandro III. Es entonces cuando Federico reconoce al Antipapa Víctor IV. Esta lucha entre el Emperador y el verdadero Papa duró 17 años. En ese momento Hildegarda interviene. Le escribe: "Oh, Rey, es absolutamente necesario que sea prudente en vuestras acciones. En mis misteriosas visiones os veo, en efecto, como un niño que obra sin razón ante los ojos de Dios. Todavía podéis gobernar sobre las cosas terrenas. Tened cuidado de que el Rey Supremo no os castigue con la ceguera de vuestros ojos, que no saben ver cómo debéis sostener el cetro para reinar con justicia. Prestad atención: ¡actuad de modo que la gracia divina no se apague en vos!".

Pensemos en el coraje y la libertad de esta mujer, sabiendo que se enfrenta con un Rey del cual depende la vida de ella y de toda la comunidad. A la vez este enfrentamiento resulta ser un testimonio del respeto que Federico I tenía por la Abadesa de Rupertsberg, ya que por el mismo motivo del nombramiento de los Antipapas (tres en total) en 1165 asoló el Obispado de Maguncia, de Bingen y de gran parte del Rin.

Tal vez el aspecto más conocido de Hildegardis sea su "visión del mundo". Ese conocimiento y esa elaboración que la llevan a concebir al hombre, a la creación y a Dios en una perfecta unidad, sin caer no obstante en el panteísmo, ni en un montaje abstracto y artificial. Sin duda ella absorbe la cultura y las teorías de su siglo. Sabemos que el mundo es entendido a través de la Biblia. La historia es lineal y va desde Adán hasta el Apocalipsis. Esto no se discutía. Por otra parte la sociedad era profundamente religiosa, pero no a un nivel de desarrollo teológico sino con una religiosidad fundada en el temor de Dios y que convivía con supersticiones, brujerías, etc.

La literatura teológica aún no ha aparecido y los Padres de la Iglesia no están al alcance del pueblo (están en griego, latín, sirio, etc.) En los monasterios femeninos se tiene un contacto material con ellos al ser objeto de la tarea de "copistas", principal trabajo de los monasterios hasta el siglo XV. 

Pero como todo cambio de milenio, el siglo de Hildegarda trae un cambio (o varios) que son importantes. Comienza a valorarse todo lo que atañe a la humanidad de Jesús, y su principal propulsor es San Francisco de Asís (surgen costumbres y nuevos simbolismos menos abstractos, más realistas: pesebre, vía crucis, la pobreza contestataria de la naciente burguesía y propuesta como elevado ideal, etc.) 

Es la humanización de lo sagrado que llegará a su punto más álgido en el gótico.  Santa Hildegarda se inscribe en esta corriente y su constante línea será reconocer a Dios en la creación y así toda la creación (incluido el hombre) es unificada, santificada en Dios. Su visión coincide totalmente con San Pablo sobre todo en las dos Cartas a los Corintios y el Cap. 8 de la Carta a los Romanos. Para conocer esta cosmología y esta antropología de Hildegarda es necesaria el estudio de tres de sus libros: “Schivias, Liber Divinorum Operum, Liber Vitæ Meritorum”; y el estudio de sus 35 miniaturas (las cuales deben ser cotejadas con otras miniaturas de la época en los distintos monasterios) y de la explicación de cada una hecha por la Santa. Es necesario aclarar que estas miniaturas no fueron hechas por Hildegarda sino por otras personas, tal vez monjes, pero dirigidas detalladamente por ella.


Microcosmos y macrocosmos están unidos y el hombre es su centro. Es la rueda cósmica alrededor del hombre y en ella están los rayos de todos los elementos como los vientos que salen de animales simbólicos. Vientos y estrellas mantienen el equilibrio. El aire y los astros influyen sobre el hombre y su equilibrio psicosomático. A la vez este influye sobre el equilibrio cósmico. Esta concepción está basada en Génesis 3,1-16. 

La Historia de la Salvación inunda la imagen del Cosmos. No obstante el libre albedrío permanece intacto y en definitiva todo ha dependido y sigue dependiendo de él. La armonía cósmica y la armonía psicosomática dependen de la moral, del pecado y del retorno del hombre a Dios. Parte de esta cosmovisión son sus profecías del fin del mundo en las cuales se advierte la fuerte influencia del Apocalipsis de San Juan. Se anuncia el advenimiento del Anticristo sobre todo en las formas de las distintas herejías, pero siempre vencerá Jesucristo; esto está muy hermosamente tratado en el Ordo Virtutum, es el drama del hombre atraído a la vez por las virtudes (según la Regla de San Benito) y por la tentación del demonio: la batalla es ganada por Jesucristo.

Visión de Santa Hildegarda Von Bingen sobre la Iglesia:

“En el año 1170 después del nacimiento de Cristo estuve durante largo tiempo enferma en la cama. Entonces, física y mentalmente despierta, vi a una mujer de una belleza tal que la mente humana no era capaz de comprender. Su figura se erguía desde la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un resplandor sublime. Su mirada estaba dirigida al cielo. Estaba vestida con una túnica luminosa y radiante de seda blanca y un manto guarnecido de piedras preciosas. En los pies calzaba zapatos de ónice. Pero su rostro estaba embadurnado de polvo; su vestido, por el lado derecho, estaba desgarrado. También el manto había perdido su belleza singular, y sus zapatos estaban ensuciados por encima. Con voz alta y dolorida, la mujer gritó hacia el cielo: '¡Escucha, oh cielo, mi rostro está manchado! ¡Aflígete, oh tierra: mi vestido está desgarrado! ¡Tiembla, oh abismo: mis zapatos están ensuciados!’ Y prosiguió: ‘Estaba escondida en el corazón del Padre, hasta que el Hijo del hombre, concebido y dado a luz en la virginidad, derramó su sangre. Con esta sangre, como dote suya, me tomó como su esposa.
Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos, mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. Precisamente el que sigan abiertas las heridas de Cristo es por culpa de los sacerdotes. Estos desgarran mi túnica porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor a mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que se les impusieron. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por sendas rectas, es decir, en las duras y severas de la justicia, y tampoco dan buen ejemplo a sus súbditos. Con todo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad’. Y escuché una voz del cielo que decía: 'Esta imagen representa a la Iglesia. Por esto, oh ser humano que ves todo esto y que escuchas las palabras de lamento, anúncialo a los sacerdotes que están destinados a la guía y a la instrucción del pueblo de Dios y a los cuales, como a los apóstoles, se ha dicho: Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15)" (Carta a Werner von Kirchheim y a su comunidad sacerdotal: PL 197, 269ss).

 En el año 2010, el Papa Benedicto se refirió a ella como la profetisa y Santa Hildegarda von Bingen, hasta el punto de que más tarde, en el año 2012 se le daría el título de Doctora de la Iglesia. Una figura como vemos de gran trascendencia que bien merece ser recordada.


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